La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.
El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.
En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.
29 de enero de 2012
Los conquistadores del pan, por Anselmo Lorenzo
La guerra europea ha producido una importante e inesperada escisión en el proletariado emancipador.
De una parte se han presentado quienes, considerando al imperialismo germánico como la amenaza más peligrosa para el ideal, y en atención a los antecedentes revolucionarios y democráticos de Francia y de Inglaterra, prescindiendo de la significación absolutista de Rusia, piensan que los trabajadores deben contribuir directa, moral y materialmente a la destrucción de la soberbia alemana.
Otros, firmes sostenedores de los principios y de las aspiraciones de La Internacional de Trabajadores, mantienen su oposición a la guerra, viendo en la actual el resultado de la dominación del capitalismo, formado sobre el arcaico y aún vigente concepto legal de la propiedad romana, y de los imperialismos en lucha por la hegemonía mundial, y declaran que aceptar la guerra, tomando parte voluntariamente en ella, es claudicar; peor aún, es renegar, con lo que únicamente se consigue favorecer a la burguesía explotadora, fortalecer el Estado tiránico y anular la personalidad proletaria.
En España se tiene noticia de esa escisión por la información de la prensa, que transmite las manifestaciones públicas del proletariado extranjero, especialmente inglés, francés, italiano y portugués, sin que el español, hasta la hora presente, haya dicho una palabra sobre tal asunto, casi reducido al miedo, a la amenaza del hambre y atareado en la ineficaz faena de arbitrar recursos, de acuerdo con las autoridades, para atenuar la crisis de subsistencias y de trabajo.
Considero esta actitud indigna de la mentalidad y de la pujanza de los trabajadores españoles, manifestada en la prensa obrera y en una serie de actos que, a partir del Congreso Obrero de Barcelona de 1870 hasta la fecha, alcanzaron gran importancia histórica, y les excito a que suelten prendas y a que den la cara, como corresponde a quienes han de desempeñar una función progresiva, sobre todo en estos momentos en que tanto preocupa el pro y el contra de la neutralidad.
Téngase en cuenta que el capitalismo, en su existencia actual de trusts monopolizadores y de grandes compañías explotadoras, no vive ya de la explotación directa del obrero, sino del empréstito, del crédito, del agio, de la especulación comercial, de la exportación de productos y de la conquista de mercados, alcanzando ya su más alta expresión en el imperialismo, monstruo insaciable de conquista y de dominación.
Alemania ha realizado el tipo de Estado militarista: si triunfara en la actual guerra, aumentaría indefinidamente su poder, pero reconózcase que si triunfaran los aliados, no resultaría vencedora la justicia, sino el mal menor, que ha seducido a los anarquistas convertidos en oportunistas, porque la victoria se repartiría entre naciones sin homogeneidad posible, incapaces de constituir cada una por sí un peligro predominante, teniendo además el contrapeso de contraer en sí mayor resistencia popular y mayor fuerza de tradición revolucionaria.
Es evidente que esta guerra es causada por el capitalismo, por los diversos imperialismos más o menos poderosos, por los diferentes partidos militares, por los múltiples intereses sostenidos con la guerra y con la paz armada y por los antagonismos industriales y bancarios. Es indudable que ningún Estado combate con sinceridad por la libertad, por la civilización, por el progreso, y de lo que positivamente se trata es del engrandecimiento capitalista de cada nación, o a lo menos de la defensa mutua de las naciones relativamente débiles ante la monstruosamente predominante; de donde resulta que la acción guerrera de los trabajadores redundaría en su propio daño, porque desharía su obra, anularía su propaganda, desvanecería su rudimentaria organización y hasta les privaría de base racional de toda protesta y rebeldía, ya que por hecho de sentar plaza de soldados renuncian a sus inmanentes derechos.
No se olvide que los que, en defensa de un Estado, hablan de la guerra como medio de imponer al mundo un ideal de civilización y de paz contra otro de disciplinaria esclavitud, se reservan como garantía la superioridad industrial y comercial; aspiran, con el predominio económico, al económico; quieren la victoria y el imperio para reinar en el mundo desde el mostrador y el escritorio, ostentando como cetro, no una varilla sino metro de oro; venden civilización, no la regalan, reservándose la consiguiente ganancia; resultando en último término que si en todo contrato de compraventa, el reducido a constante comprador permanece en rutinario estancamiento, el vendedor acumula ganancia sobre ganancia y al fin se enriquece a costa de la clientela.
Expuesto así el asunto, me propongo demostrar que la guerra actual representa el fracaso del Estado, consecuencia de fracasos anteriores, especialmente los sufridos por las clases dominadoras, no directoras, la aristocracia y después la burguesía; que el proletariado se presenta como el elemento salvador y verdaderamente progresivo, sin que el trastorno ocasionado por la guerra tenga más significación que el de incidente molesto y perturbador dominable, ni que las declaraciones retroactivas hechas recientemente por prestigiosos santones tengan más significado que el de síntomas de debilidad cerebral y de casos de morboso pesimismo individual.
A la vista de tanta ruina y desolación, para consuelo y racional esperanza de mis compañeros los trabajadores, deseo divulgar este grandioso pensamiento de Reclus: “A los conquistadores del pan, es decir, a los hombres de trabajo, asociados, libres, iguales, desprendidos del patronazgo, se halla entregada la causa del progreso. A ellos tocará introducir el fin el método científico en la aplicación a los intereses sociales de todos los descubrimientos particulares”.
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