Dedicatoria de Francisco Rivas Moreno en uno de sus libros (Archivo La
Alcarria Obrera)
Francisco
Rivas Moreno fue un intelectual francotirador, es decir, que iba por libre y no
seguía la corriente mayoritaria de su entorno. Nacido en el pueblo
ciudadrealeño de Miguelturra fue regionalista en una Castilla que se veía más como
esencia de España que como uno más de los territorios que la componían. Ajeno también
a esa defensa a ultranza de la propiedad privada que la burguesía mesetaria
usaba como arma arrojadiza, pero sin ser nunca un colectivista convicto, fue un
agrarista que defendía la vía intermedia de las cooperativas campesinas.
Político liberal, integrado en un sistema oligárquico y caciquil en el que no se
sentía cómodo. Periodista prolífico, que fundó, dirigió o colaboró con una
larga lista de publicaciones de Ciudad Real, de Madrid y del resto de España.
Es, sin embargo, un gran desconocido, a pesar de haber sacado de la imprenta
varias docenas de libros. Hoy reproducimos el último capítulo de su obra Parcelación
de latifundios y cooperación integral, publicado en 1919. Durante unos meses fue gobernador civil de Guadalajara.
Sindicalistas
y cooperadores
El abolengo del Sindicalismo se
encuentra en los antiguos gremios y en las cooperativas de producción.
La idea capital que informa las
orientaciones sindicalistas es la asociación obrera por oficios, y esto de
antiguo lo viene practicando el Socialismo en todos los países.
No hay, por tanto, en el programa
sindicalista novedades que puedan sorprender a los que siguen atentamente el
proceso social de las reivindicaciones obreras, pues su enemiga al sistema
parlamentario, su amor a los procedimientos de violencia, a la dictadura y al
deseo de que se socialicen la tierra y las industrias son particulares de
rancia historia, pobremente cimentados y que fácilmente se refutan.
Si el sindicalismo estudiara sin
apasionamientos sectarios el desenvolvimiento de las actividades cooperativistas,
vería que en este sector de la vida social están sus aspiraciones atendidas
dentro de lo que la justicia y la realidad permiten.
La organización de los obreros por
gremios es condición precisa para llegar a establecer las cooperativas de
producción.
Esta es la primera y más
importante coincidencia que debemos señalar entre los procedimientos que
recomiendan los sindicalistas y las normas de la cooperación.
Nosotros deseamos que cada gremio
trabaje por su cuenta los elementos Industriales que constituyen su
especialidad; y a este respecto buscamos una perfecta armonía entre los
técnicos y los manuales para que aúnen sus esfuerzos en las nuevas organizaciones,
como socios industriales y capitalistas que unos y otros han de ser.
Nos lleva este camino directamente
a la supresión del patrono en la forma que ahora interviene en la producción;
pero sus derechos todos serán respetados y a este efecto se le indemnizará en
forma equitativa el importe de los inmuebles y elementos de trabajo que
entregue a los gremios.
Como se ve, para nosotros el
derecho de propiedad es tan sagrado cuando hay que ampararle en los patronos
como al cuidarnos de formar el patrimonio de la familia obrera con los
beneficios alcanzados por los esfuerzos de los asalariados.
Las enseñanzas recientes recogidas
en Rusia y Austria evidencian que la socialización de la tierra y de las
fábricas tiene como corolario obligado el desamor de los obreros al trabajo y
el desastre de las fuentes de producción.
Sin los fuertes estímulos del
interés individual nunca se hizo ni jamás llegará a hacerse una labor penosa. Pretender
que un minero sacrifique su vida pasando las horas del día respirando el aire malsano
de una galería y agotando sus energías físicas con esfuerzos de extraordinaria violencia,
sin que al final de estas faenas vea para él y los suyos justo premio, es soñar
con el mayor de los delirios.
En el campo, al socializarse la tierra,
los que la cultivasen quedarían en una situación de dependencia respecto del
Estado que, lejos de mejorar el presente, le empeoraría, pues el nuevo patrono
acomodaría sus acuerdos a las bastardías de pandillaje político; y campesino
que no se sometiera incondicionalmente a los caprichos y conveniencias de los directores
de los asuntos públicos, sería sustituido por algún doméstico de los santones
imperantes.
De modo muy distinto sucederán las
cosas si los latifundios se entregan a las instituciones obreras para que los
cultiven con arreglo a las disciplinas de la cooperación integral pues en estos
organismos jamás se reflejarán las luchas entre el capital y el trabajo; y el
problema de las horas de labor y el de los salarios, que tantos conflictos han originado
en el campo y en los centros fabriles, jamás provocarán la más pequeña disensión
entre los miembros de las cooperativas integrales toda vez que no existen explotadores
ni explotados.
¿Cómo respetando el derecho de propiedad
pueden los sindicatos encargarse de los latifundios y de las fábricas si sus disponibilidades
no les permiten saldar las deudas ni atender a los gastos de explotación?
En Rumania la propiedad territorial
estaba en muy pocas manos, y los campesinos trabajan hoy en terrenos que les
pertenecen, porque una ley dispuso que los latifundios fueran parcelados con
objeto de que la familia agrícola se adueñase de la porción de terreno que
precisaba para vivir modestamente con sus rentas. El Estado garantizó el pago
de la gran propiedad parcelada y a su favor quedaron hipotecadas las tierras de
los campesinos con las mejoras que en ellas se fueron acumulando.
Las cooperativas fabriles de
producción pueden contar con los fondos de reserva de las de consumo, con las
economías de los obreros y con los cientos de millones que destinan el Ahorro postal y las instituciones
análogas a comprar papel del Estado.
Insisto en la idea de que estos
caudales debían servir para fundar Bancos populares. Estas instituciones serían
un valioso auxiliar para el desarrollo de todas las actividades. De las enormes
sumas que hay improductivas en las cuentas corrientes de los Bancos, la acción
oficial puede y debe tomar disposiciones para que tengan una inversión útil,
excusando de este modo serios perjuicios a la economía nacional.
Aquí viene como anillo al dedo la
frase de Waldeck-Rousseau, de que el
capital debe trabajar, y el trabajo poseer. Los patronos,
al entregar sus fábricas, estipularían las condiciones de pago y el interés
anual que debía fijarse al capital. Este nunca excedería del 5 por 100. El sistema propuesto en Francia de emitir
acciones para los obreros y los patronos me parece poco práctico.
Para afianzar el buen éxito de
estas empresas sólo hace falta que por la educación y la cultura se consiga formar fuertes hábitos de
ciudadanía y que las disciplinas de la Ética actúen con igual eficacia sobre
todas las clases sociales. El porvenir presenta amplios horizontes para los
técnicos. Ellos pueden formarse con hombres de todas las capas sociales.
La evolución lleva por caminos
fáciles al logro de las justas aspiraciones de la familia obrera, y como no se
siembran odios, no hay que cosechar luchas de clases. Lo contrario precisamente
que sucede cuando los asalariados confían el logro de sus anhelos a la
revolución.
Del parlamentarismo que en España
tenemos pueden contarse con los dedos de la mano los hombres de recto sentido
que no desean su inmediata desaparición. Las elecciones, hechas en todo tiempo
por procedimientos que falsean la verdad del sufragio, han llegado a convencer
a la opinión de que vivimos fuera de un régimen de democracia y que los Gobiernos excusarían al país gastos y
molestias publicando en la Gaceta los
nombres de los representantes de las provincias en la Asamblea nacional. Esto,
al menos, tendría la recomendación de estar informado por los cánones de la
sinceridad.
El sindicalismo no podrá
prescindir de un cuerpo deliberante organizado con las representaciones de
todas las entidades legalmente acreditadas. Poco importa que a esta Asamblea se
la llame Sindicato único o Comité de obreros y soldados: lo esencial es las
prerrogativas de que esté revestido este organismo.
Los cooperadores abogamos por que
la representación parlamentaria se haga exclusivamente por los sindicatos,
debiendo recaer la elección precisamente en un miembro de los que integren
dichas asociaciones. Esta es la única manera de que todas las actividades hagan
oír sus aspiraciones a la hora de legislar.
La opinión sana del país protesta
con sobrada razón contra el absurdo de que los comicios sólo den sus sufragios
a los abogados. Las divagaciones parlamentarias son corolario obligado de dicha
conducta, y el descrédito en que ha caído el sistema representativo impone como
remedio urgente y único la elección por gremios. Esto dará garantías de
competencia y extirpará las malas artes que hoy tienen prostituido el Cuerpo
electoral.
Los que defendemos los ideales
democráticos con los arrestos y entusiasmos propios de arraigados convencimientos,
es lógico que abominemos de esa dictadura sindicalista, que sería el mayor
baldón que podría caer sobre una generación que a todas horas alardea de
progresiva.
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