El estallido de la Guerra Civil española, como
consecuencia del fallido golpe militar del 17 y 18 de julio de 1936, fue,
seguramente, la mayor conmoción que vivió la sociedad española durante todo el
siglo XX. Ante los gravísimos acontecimientos encadenados –golpe militar,
guerra civil y revolución social- todas las estrategias y planes políticos de
los partidos, sindicatos y otras organizaciones del país quedaron obsoletos de
un día para otro y obligaron a evaluar nuevas situaciones y reflexionar sobre nuevos
proyectos en el fragor de las batallas, con la certeza de que cualquier error
sería costoso e incluso letal. El Partido Sindicalista, concretamente, vio como
su línea de apoyo a la República a través de cauces políticos y de moderación en
la actividad sindical quedaban desbordados por la realidad cotidiana de los
hechos. Los comités local y provincial de Valencia, que estaba a punto de
convertirse en la nueva capital de la República, hicieron pública en septiembre
su valoración, que aquí presentamos. No deja de ser sorprendente la alusión a
la Rusia soviética en una organización que presumía de su origen anarquista.
EL PARTIDO
SINDICALISTA A LOS TRABAJADORES Y A LA OPINIÓN EN GENERAL
Por espacio de dos meses, las masas
trabajadoras españolas, y junto a ellas los hombres liberales de la burguesía,
sostienen una lucha que no tiene precedentes en la historia del mundo.
Lo más negro de la reacción española
inició el 18 de Julio un movimiento militar que no tenía más objetivo que
contener los avances del proletariado en su ascensión al poder totalitario, por
lo cual luchamos lustros y lustros.
Las posibilidades que al proletariado
ofrecía aún la democracia en su trance de muerte, hacía concebir a la reacción
española el plan criminal que empezó el 18 de Julio en el que participan
militarismo, clericalismo y alto capitalismo, enemigos jurados y seculares del
proletariado y de toda conquista liberal.
La historia de España se ha distinguido
siempre por la acción asociada y nefasta de esas pretendidas castas, hasta hace
poco privilegiadas, sometiendo al país al hierro, el hambre y el fanatismo.
La conciencia española recibió una fuerte
sacudida en 1898, se puso en tensión, y desde entonces, estimulada por un
movimiento obrero, inicia su obra autoliberadora. Fruto de ello son los
acontecimientos de 1909, de 1911 y, muy especialmente, el de 1917.
A partir de esa fecha y por la acción del
proletariado y elemento liberal contra la monarquía absoluta, y bajo la
influencia de la Revolución rusa, se polarizan las dos Españas.
La España proletaria y liberal, con noción
de su personalidad y de su responsabilidad, se enfrenta y lucha con la España
absolutista, con la España militarista, con la España clerical, con la España
que representaba la opresión y la tiranía. Esta lucha tuvo su corolario el 12
de abril de 1931. El absolutismo, representado en la monarquía, caía en su
poder político, pero quedaban vinculados al Estado español sus secuaces, sus
sostenedores.
Ciegos ante la realidad, impulsores de la
Revolución, queriendo contenerla, no han cesado un momento en maquinar cómo
conseguirían restablecer lo que a ellos les colocaba o les hacía dueños
absolutos de España. Ni juramentos a un honor del que siempre hemos dudado, ni
el sentimiento de responsabilidad de la tragedia que iba a vivir España, los
contuvo en su loco afán de dominio. Loco afán de dominio decimos porque solo a
dementes, a desesperados se les puede ocurrir la iniciación de un movimiento de
tal naturaleza, a pesar de la preparación y de las asistencias que contaron, ya
en el interior como en el exterior.
La sangre de la juventud española, regando
el solar hispánico, les ahogará definitivamente, quedando el camino expedito
para levantar el mundo que fue ideal, y que va convirtiéndose poco a poco en
cosa tangible, real, posible.
El entusiasmo del pueblo español, la
reacción de las masas obreras y hombres liberales de los partidos republicanos
ante el fascismo, la asistencia entusiasta del proletariado internacional, nos
dan la seguridad de nuestro triunfo. No obstante, debemos decir que no es
bastante el entusiasmo; acompañado a esto debe haber técnica militar y, muy
especialmente, disciplina. Sin esto no se gana ninguna guerra, y una guerra,
guerra civil, cruenta, es la que sostenemos, y hemos de vencer ante todo y por
encima de todo.
La disciplina en estos momentos, lo mismo
en el frente que en la retaguardia, ha de ser un factor decisivo de nuestra
victoria. Nuestro concepto de la disciplina no es la obediencia ciega, sin
examen, al mandato. Nuestro concepto de la disciplina es el cumplimiento
sistemático de los acuerdos que tomen los organismos responsables.
[…]
Actitudes aisladas, esporádicas, sin
cohesión, nunca; acciones de conjunto, organizadas con la inteligencia y
sentidas en lo íntimo de nuestro ser, adelante.
Los trabajadores de todo el mundo siguen
atentos y esperanzados ante nuestra obra; no les decepcionemos; que nuestro
triunfo les aliente y estimule a iniciar en Europa la obra de manumisión
económica y política que es fundamento de la lucha y aspiración del
proletariado universal.
El momento es de organización, de
consecuencias, de preparación intelectual y técnica; atengámonos a esta
consigna y laboremos con el pensamiento hacia el porvenir.
Sepamos ser, con Rusia, guías de la
Revolución mundial.
Los Comités Local y Provincial, Valencia, septiembre de 1936





