La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

12 de febrero de 2008

La condición del trabajo, de Henry George

Henry George fue un economista estadounidense de la segunda mitad del siglo XIX. Autodidacta, fue menospreciado por los economistas académicos, que criticaban la debilidad de su formación, pero tuvo sin embargo numerosos seguidores en las sociedades anglosajonas; su obra principal, Progreso y miseria, conoció sucesivas ediciones durante décadas y fue el único libro de economía que llegó a las listas de éxito. Este ascendiente se tradujo en la fundación de numerosas sociedades georgistas en distintos países y en su influencia en otras corrientes, como los fabianos. Reproducimos las conclusiones de su libro La condición del trabajo, en el que critica al catolicismo social y a la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, publicada en 1891; Henry George falleció seis años después. Esta interesante obra no se reedita en España desde hace ochenta años y, en general, la obra de Henry George es desconocida.

Vos nos decís que Dios debe al hombre un depósito inagotable, que éste sólo puede encontrar en la tierra. Y sin embargo, Vos defendéis un sistema que niega a la mayoría de los hombres todo derecho a recurrir a ese depósito.
Vos nos decís que la necesidad del trabajo es una consecuencia del pecado original. Y sin embargo, Vos defendéis un sistema que exime a una clase privilegiada de la necesidad del trabajo, y a descargar su parte, y más que su parte de trabajo, sobre los demás.
Vos decís que Dios no nos ha creado para las cosas mortales y transitorias de esta vida, sino que nos ha dado este mundo como lugar de destierro, y no como nuestra verdadera patria. Y sin embargo, Vos justificáis que algunos de los desterrados tengan el exclusivo derecho de propiedad a esta mansión de destierro común, de manera que obligan a sus compañeros a pagarles el sitio que en ella ocupan, y que esta exclusiva propiedad pueden ellos transmitirla a otros que tendrán que venir para que éstos, a su vez, tengan el mismo derecho de excluir a otros compañeros.
Vos decís que la virtud es patrimonio de todos los hombres; que todos son hijos de Dios, Padre común; que todos tienen el mismo destino y fin; que todos son redimidos por Jesucristo; que las bendiciones de la Naturaleza y los dones de la gracia pertenecen a todos, y que a todos, excepto al indigno, está prometida la herencia del reino de los Cielos. Pero en todo esto, y a través de todo esto, Vos insistís en que es un deber moral el mantenimiento de un sistema que hace del depósito de todas las bondades materiales de Dios y de las bendiciones del hombre, la exclusiva propiedad de pocos. Vos nos dais iguales derechos en el Cielo, pero nos negáis iguales derechos sobre la tierra,
De una famosa decisión pronunciada por la Corte Suprema de los Estados Unidos, antes de la guerra civil, se dijo, en el caso de la fuga de un esclavo, que ella “daba la ley al Norte y el negro al Sur". Y es así que vuestra Encíclica da el Evangelio a los trabajadores y la tierra a los propietarios. ¿Hay que maravillarse de que haya quien diga “que los sacerdotes están siempre dispuestos a dar a los pobres una parte igual en todo lo que está fuera de la vista, pero que ellos tienen escrupuloso cuidado de asegurar a los ricos su presa en todo lo que está a la vista"?
Esa es la verdadera razón porque las masas, en todo el mundo, vuelven la espalda a las religiones organizadas. ¡Y por qué admirarnos de que lo hagan así!
¿Cuál es la misión de la religión, sino la de demostrar los principios que deben gobernar la conducta de los hombres entre sí y formular una regla clara y decisiva de lo que es justo, para guiar a los hombres en todas las relaciones de la vida, así en el taller como en el mercado, en la vida pública como en la misma Iglesia; proveer, por así decirlo, de una brújula, mediante la cual, entre las borrascas de la pasión, las aberraciones de la ambición y la codicia y los engaños del interés ciego, puedan los hombres dirigirse con seguridad? ¿Cuál es la misión de una religión que permanece paralizada e inerte en presencia de los problemas más solemnes? ¿Cuál es la misión de una religión que cualquier cosa que prometa para el otro mundo, no puede hacer nada para prevenir la injusticia en éste? No es este, no, el Cristianismo de los primeros tiempos, pues de otro modo no habría él afrontado las persecuciones paganas ni habría barrido nunca el mundo romano. Los escépticos amos de Roma, que toleraban todos los dioses, despreocupados de lo que ellos creían supersticiones vulgares, fueron sensibles a una religión que predicaba la igualdad de derechos; ellos tenían instintivamente una doctrina que infundía al esclavo y al proletario una nueva esperanza; que tomaba como símbolo de redención un carpintero crucificado; que enseñaba la igualdad ante Dios y la fraternidad de los hombres; que buscaba un reinado pronto de justicia, y que imploraba en sus preces “Venga tu reino sobre la tierra”.
Hoy las mismas percepciones, las mismas aspiraciones existen entre las masas. El hombre es, como se le ha llamado, un animal religioso, y no podrá jamás librarse del sentimiento de que hay algún gobierno moral del mundo, algunas eternas distinciones entre lo justo y lo injusto, y no podrá abandonar nunca el intenso deseo por un reino de justicia. Y hoy, hasta hombres que han desechado toda creencia religiosa, os dirán –aún sin saber en qué consiste- que hay algo injusto en las condiciones de trabajo. Y si la teología fuese, como quería Santo Tomás de Aquino, la suma y el foco de la ciencia, ¿no es a la religión a la que le correspondería decir con claridad y sin miedo dónde está la injusticia? En la antigüedad era un impulso irresistible, cuando un desastre amenazaba a los hombres, preguntar a los oráculos: “¿en qué habremos nosotros ofendido a los dioses?” Hoy, amenazados por el avance de los males que minan la existencia de la sociedad, los hombres que sienten que hay algo injusto presentan la misma cuestión a los ministros de la religión. ¿Y cuál es la respuesta que de ellos obtienen?
¡Ay! ¡Ella, con pocas excepciones, es evasiva, como las respuestas que solían dar los oráculos paganos! ¿Y debemos asombrarnos de que las multitudes estén perdiendo la fe?
Permitidme exponer de nuevo el problema que vuestra Encíclica plantea.
¿Cuál es la condición del trabajo que, como Vos sinceramente decís, “es la cuestión de actualidad que llena los espíritus de penosa aprensión”? Reducida a términos sencillos: es la pobreza de los hombres que demandan trabajo. ¿Y cuál es la más sencilla expresión de esta frase? Que a esos hombres les falta el pan, ya que con esta frase expresamos del modo más conciso y enérgico todas las satisfacciones materiales de la humanidad, cuya privación constituye la pobreza.
Ahora bien, ¿cuál es la plegaria del cristianismo, la universal plegaria, la que se eleva cada día y cada hora doquiera se pronuncia el nombre de Cristo, la que murmuran los labios de Vuestra Santidad desde el altar de San Pedro y es repetida por el tierno hijo a quien la más pobre de las madres cristianas ha enseñado a balbucear en humilde súplica al Padre que está en los cielos? Es la que dice: “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy”.
Sin embargo, aunque esta plegaria se exhala cada día y cada hora, a los hombres les falta el pan. ¿No es el deber de la religión decir por qué? Si ella no lo puede, ¿no autorizará a los que afectan por ella menosprecio a burlarse de sus ministros, como se burlaba Elías de los profetas de Baal, cuando les decía: “Gritad cuanto os den vuestras voces, porque vuestro dios está entretenido conversando, o quizás en algún albergue, o de viaje, o quién sabe si está durmiendo y es preciso despertarlo”? ¿Qué respuesta podrán dar estos ministros? O que no hay Dios, o que es sordo, o si no que El da a los hombres el pan cotidiano y que éste es de algún modo interceptado.
Es esa la respuesta, la única respuesta que cabe. Si a los hombres les falta el pan, no es porque Dios falte a su deber no dándoles pan. Si los hombres que buscan trabajo son maldecidos por la pobreza, no es porque el depósito que Dios debe a los hombres se haya agotado, que la provisión cotidiana que El ha prometido para las necesidades de sus criaturas no sea abundante. Es que impíamente, violando los benévolos propósitos del Creador, los hombres han hecho de la tierra propiedad privada, y así han hecho la exclusiva propiedad de pocos de la provisión que el Padre de bondad ha hecho para todos. Toda respuesta distinta de ésta, a pesar de que se la revista de formas religiosas, es prácticamente una respuesta de ateo.

11 de febrero de 2008

El final de los gremios en Guadalajara

Castillo de Atienza (Archivo La Alcarria Obrera)

Al inicio de la Revolución Industrial, y con la excusa de defender la libertad de la industria, se puso punto final a la tradicional organización gremial, que hundía sus raíces en la Edad Media. La innegable libertad alcanzada por los trabajadores, aprendices y oficiales, frente a la vieja tiranía de los maestros y de los gremios, no se tradujo en mejores condiciones de vida y de trabajo para los empleados que, desarmados, se vieron sometidos a las opresivas condiciones laborales dictadas desde entonces por los jefes de los talleres artesanos y los patronos de las fábricas modernas, frente a los que no tenían ninguna capacidad defensiva al faltarles una organización específica. En 1833, apenas unas semanas después de la muerte del rey Fernando VII, las intenciones de la burguesía liberal se mostraban con toda su crudeza en Atienza, cuando se negó a los veedores del gremio de tejedores inspeccionar los talleres.

Intendencia de la Provincia de Guadalajara.
El Escmo. Sr. secretario de estado y despacho del Fomento general del reino con fecha 25 del actual me dice lo que sigue: He dado cuenta a S.M. la Reina Gobernadora de una instancia de Manuel Garay y Fermín Roldán, vecinos de la villa de Atienza en solicitud de que como veedores del gremio de tejidos de lana y lino visiten personalmente los obradores establecidos en aquellas inmediaciones, proponiéndose remediar así los abusos que se observan, y en que dicen incurren algunos tejedores; y enterada S.M. no ha tenido a bien acceder a la referida pretensión, y es su soberana voluntad al mismo tiempo, que por ahora no se haga novedad en los usos establecidos ni se grave la industria con formalidades odiosas o inútiles, sino que al contrario se la deje libre de todas las trabas que hasta ahora la abrumaron; todo hasta la publicación de la próxima Ley sobre gremios, en que se sancionarán estos principios protectores de la industria. De real orden lo digo a V.S. para su inteligencia y efectos oportunos. Lo que pondo en conocimientos de todos los habitantes de esta provincia para su noticia y satisfacción.
Guadalajara, 30 de noviembre de 1833.

9 de febrero de 2008

¡Adelante!, portavoz de la CNT de Cuenca

El brutal alzamiento reaccionario contra la Segunda República española y la cruel represión de la dictadura franquista, han teñido de nostalgia y dulcificado los contornos de aquel período de nuestra historia. Hoy son muchos los que elogian un régimen democrático que creen modélico, y no faltan quienes culpan a los anarcosindicalistas de todos los excesos y de todos los crímenes de esa etapa tan conflictiva. Para ofrecer el punto de vista de los libertarios, recogemos un artículo que ofrece un buen ejemplo de cómo se acusa a la CNT de un atentado policial o patronal. Este texto tiene un valor histórico añadido; fue publicado en ¡Adelante!, el órgano de la Federación Provincial de Trabajadores de CNT de Cuenca, en su número del 29 de abril de 1933. Aunque fue editado durante varios años, apenas media docena de ejemplares han podido llegar hasta nosotros, restos del naufragio que escaparon al furor de quienes quisieron borrar la memoria de aquellos hombres y mujeres rebeldes y luchadores.

Hace mucho tiempo que la preponderancia, cada día mayor, de la CNT en Cuenca traía de cabeza a las autoridades; sabido es que Gobernador de provincia, en una población de primer orden es un simple funcionario del Estado capitalista que le paga, sin ninguna influencia sobre el resto de los habitantes, pero cuando se trata de ciudades de escasa importancia y de reducido número de moradores, la cuestión varía totalmente y entonces el gobernador se considera virrey o dueño de vidas y haciendas de todos, a los que trata y considera como súbditos.
Recuérdese con relación a esto, que después de implantar la República, que más tarde había de denominarse, por un sarcasmo de los hechos, de “trabajadores de toda clase”, tuvimos un poncio que pretendía que le reconocieran y trataran de excelencia hasta en los establecimientos públicos.
Esto viene a demostrar que estos pobres diablos, metidos a gobernadores, se crean a sí mismos una jerarquía, a la cual todos han de rendir acatamiento y ¡ay! de aquel o de aquellos que otra cosa pretendan.
He aquí el motivo que justifica las represiones, la sola causa del encarcelamiento de los hombres rebeldes; todo aquel que posea la dignidad suficiente para no considerarse súbdito del usía irá a parar con sus huesos a la mazmorra.
Un poncio de una provincia, de capital pequeña, se cree el ser supremo que está por y sobre todos los habitantes, se considera el principio y fin de la sabiduría, el sumo hacedor, el soberano intérprete de la justicia, el “non plus ultra”.
Si se os ocurre hablar con cualquier ciudadano de una cuestión social sin su intervención o sin su conocimiento, os multará, embargará y hasta os encarcelará; si pretendéis solucionar un conflicto habido entre obreros y patronos, lo impedirá, si previamente no le consultáis; nada importa que el conflicto sin importancia en su iniciación se agrave y se haga insoluble, para eso dispone de los tercios de la Guardia Civil, de los agentes de policía y, en último caso, de las legiones de asalto; la libertad, la tranquilidad y la vida de sus gobernados, nada le importa, tiene bastantes súbditos y no le interesa que algunos desaparezcan; lo fundamental es que siga conservando su hegemonía, que nadie discuta su jerarquía, que todos le consideren soberano.
Estos conceptos absurdos y contrarios incluso al derecho de gentes, son la causa de todas las lágrimas, los engendradores de todas las tragedias, los amparadores de todas las justicias y atropellos.
Y en Cuenca, como en todas las poblaciones, hay un puñado de hombres rebeldes, de idealistas que no acatan sumisamente estas premisas, que no se someten al yugo del jerarca.
Estos luchadores molestan enormemente al virrey, le irritan y sacan de sus casillas, desde que le disputan su soberanía se convierten en sus peores enemigos a los cuales hay que anular o exterminar; todos los resortes de la ley, la sumisión incondicional de las autoridades subalternas, el aparato coaccionador y represivo de que dispone a su antojo, será empleado; desde la denuncia policíaca al encarcelamiento gubernativo, lo pondrá en práctica; pase lo que pase, él ha de conservar por encima de todo su soberanía…
Y si esto no basta, nunca falta un agente provocador que realice un hecho condenable y criminal para atribuírsele a los hombres rebeldes y luchadores.
Recordemos el caso del capitán de la Guardia Civil, Morales, que ponía bombas en los teatros para atribuir después el vandálico hecho a los anarquistas; podemos también aducir como ejemplo la actuación de La Mano Negra en la campiña jerezana para ahorcar más tarde a los hambrientos e inocentes campesinos.
¡Cuántas veces han sido encontradas bombas en lugares que antes de ir las autoridades a registrar no existían!
Recordando todo esto llegamos a la conclusión de que el incendio de las traviesas de los contratistas señores Machetti, fue realizado con el propósito preconcebido de atribuir el hecho a los dirigentes de la organización confederal de Cuenca. Nada hace sospechar otra cosa. Estos señores siempre vivieron en buena armonía con nuestra organización, todos los obreros que tenían en los tajos son afiliados nuestros; en todo momento nos atendieron con atención y hasta cordialmente; ni un despido, ni un rozamiento, jamás ocurrió el incidente más leve que justifique la menor represalia.
Y por otra parte, ¿el incendio de las traviesas a quien o a quienes beneficia?
Los trabajos iban a ser incrementados y como consecuencia de ellos serían ocupados una buena cantidad de compañeros parados pertenecientes todos ellos a la Confederación, y con esta perspectiva, el día de la huelga de la CNT se incendian las traviesas impidiéndolo. ¿Por qué? ¿Con qué fin? ¿No servirá el incendio para represaliar, perseguir y si es posible destruir la CNT en Cuenca?