La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

22 de abril de 2008

Primer manifiesto de la Federación Tipográfica

Imprenta de El Imparcial, La Ilustración de Madrid, 27 de mayo de 1870

Gracias a la tímida liberalización del régimen de la Restauración emprendida por el primer gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta, a partir de 1881 las sociedades obreras pudieron actuar de nuevo a la luz del día. Las luchas sociales, enmudecidas pero no apagadas desde 1874, se reactivaron con fuerza; de entre todas ellas, destacó la huelga de tipógrafos de 1882, en la que tuvo un papel protagonista la madrileña Asociación del Arte de Imprimir, dirigida por Pablo Iglesias. Al calor del conflicto laboral se organizó una Federación Tipográfica a la que pertenecían trabajadores de todas las ideologías, pero que los marxistas utilizaron como base para constituir en 1888 la Unión General de Trabajadores (UGT). Presentamos el manifiesto fundacional que hicieron público, recogido en el primer número de su boletín La Unión Tipográfica, y la carta remitida desde Guadalajara, y publicada en ese mismo número, que da cuenta de la formación de la Sección alcarreña, cuya delegación al Congreso llevó Pablo Iglesias.

El primer Congreso tipográfico español a todos los obreros del arte de la imprenta
Compañeros:
El signo más saliente que distingue la época actual de las pasadas es el espíritu de asociación, que se propaga y desarrolla asombrosamente entre los miembros de la clase trabajadora. El desarrollo de la industria, que por una parte hace imposible toda mejora aislada, y por otra, bajando los salarios, empeora la situación económica del obrero, impulsa y obliga á éste á buscar su remedio, ó al menos las condiciones de alcanzarlo, en la inteligencia con los suyos, en la unión con los que sienten y padecen el mismo malestar y las mismas angustias.
Tendamos la vista por doquiera, y la afirmación que aquí sentamos la encontraremos demostrada por multitud de hechos. ¿Qué significan los congresos obreros que se celebran cada vez con más frecuencia? ¿Qué significan las constantes reuniones que obreros de todas clases llevan á cabo en sus respectivas localidades, con objeto de discutir la forma y los medios más pertinentes á la defensa de sus intereses? ¿Qué nos dice ese incesante bullir de los productores de la riqueza social? Dícenos que la necesidad, esa potente impulsora de toda transformación y de todo cambio, los empuja á cuidarse de sí mismos, cosa que no habían hecho hasta ahora.
Es cierto, muy cierto, que el problema envuelto en las aspiraciones de la clase trabajadora, de poner término á su explotación y á sus sufrimientos, es complejo; que su resolución exige previo acuerdo sobre cuestiones que hoy no aprecian todos los proletarios del mismo modo, y que este acuerdo, preciso y necesario, quizás tarde aún; pero si esto es exacto y verdadero, verdadero y exacto es también que hay una cuestión en la cual todos los obreros, toda una clase, están de acuerdo: esta cuestión es la de mejorar moral y materialmente las condiciones de su trabajo. Los que no conceden importancia á esta base de inteligencia entre los desheredados, y pretenden establecer otra más confusa y dada á sembrar la división y el caos, olvidan que así como Arquímedes hubiera movido la tierra dándole un punto de apoyo donde fijar su palanca, así la clase obrera, unida perfectamente en las cuestiones del trabajo, y empleando como palanca la fuerza que le da esta unión, podrá un día intentar y conseguir que sus males tengan término.
Tal es, al menos, la firmísima creencia que abrigan los delegados al primer Congreso tipográfico español.
Partiendo de este criterio, y conforme con el mandato que le confiaron sus representados, este Congreso se ha ocupado solamente en crear uno organización -la Federación tipográfica española - que tenga por objeto mejorar las condiciones de los que la forman y tender la mano para que logren lo mismo, ya á los obreros de la misma profesión de otros países, ya también á los trabajadores de otros oficios que necesiten su auxilio.
Si hoy por hoy -como siempre que se empieza una obra- los tipógrafos españoles y los obreros de los demás industrias similares no han podido hacer una organización tan vasta y general como es necesaria para que la clase obrera pueda organizar sólidamente la mejora de los intereses de todos, el Congreso tipográfico no ha dejado por eso de establecer, en la organización que ha creado, medios bastantes que faciliten en tiempo no lejano la unión de todos los obreros que aspiren á mejorar las condiciones de su trabajo.
Para que esto sea más factible, ha puesto especial empeño en que su obra no encerrase ningún principio de exclusión para los individuos que profesen en religión, en política y en economía determinadas ideas. Nuestra organización da cabida á todos los obreros del arte de la imprenta, tengan las ideas que quieran, siempre que estén guiados del deseo de mejorar sus condiciones.
Ninguna de las Secciones ó Subsecciones que formen esta Federación podrá, sin faltar abiertamente á los Estatutos aprobados por este Congreso, pedir una profesión de fe sobre tales ó cuales ideas á los que aspiren á venir á nuestro lado; sólo tendrán derecho á reclamar de ellos que declaren su conformidad con el espíritu que informa el trabajo que acabamos de hacer, y que estén dispuestos á acatar las reglas que éste dicta y las que haya acordado la Sección donde quiera ingresar. Cumplidos estos requisitos, es libre, completamente libre, de defender las ideas políticas ó sociales que tenga por conveniente, sin que se exponga de ningún modo, ni á ser censurado ni a ser excluido de la Federación tipográfica: carlista, monárquico liberal, republicano, socialista, revolucionario ó socialista anárquico, todos tendrán cabida en el organismo que acabamos de constituir; porque en él no se trata de dar solución á las ideas que cada cual profesa, sino de unir á los trabajadores de uno o varios oficios para mejorar sus condiciones, y los Comités y las Secciones que pertenezcan a la Federación Tipográfica tendrán sumo cuidado de que nadie, directa ó indirectamente, pueda convertir en sostén de una idea política determinada lo que debe ser firme apoyo única y exclusivamente de los intereses del trabajo.
Determinada la idea general de la organización que desde este día van á tener los tipógrafos de España y los demás obreros de las industrias similares, tócanos ahora manifestar cuál es el interés inmediato á que obedece.
El arte tipográfico y las industrias similares encuéntranse cada vez peor. De industrias privilegiadas que fueron un día, hállanse hoy en situación más difícil que las que no gozaron privilegio alguno. No entra en nuestro ánimo, estimándonos hermanos de los demos obreros, recabar para nosotros ninguna distinción; pero sí queremos, y estamos decididos á ello, poner coto á la creciente explotación de que somos objeto, explotación que mina nuestra salud terriblemente y convierte en seres raquíticos y enfermizos á nuestros hijos.
La asociación local, eficaz á veces, no lo es cuando se trata de obtener una importante mejora; el capital, que cuenta con muchos medios, puede resistir con facilidad el esfuerzo aunado de 50, 100 ó 200 trabajadores, los cuales, después de luchar cuanto han podido, vense obligados á pasar por las horcas caudinas de los que pueden considerar como sus señores.
No sucederá así desde el momento en que la reclamación de 50,100 ó 200 trabajadores de una localidad se encuentre apoyada por todos los del mismo oficio de un país. Entonces, las condiciones de la lucha no serán desiguales, como antes, y la razón y la justicia, que siempre están con los trabajadores, podrán triunfar.
A esta idea responde, en primer término, la tarea realizada por el Congreso tipográfico; á este objeto van á consagrarse desde luego, todas las fuerzas de nuestra Federación. De hoy en adelante, pues, las Sociedades que acepten y cumplan nuestros Estatutos no tienen que temer, en cualquier demanda justa que formulen, la escasez de sus recursos ó el poder de su enemigo: su reclamación será apoyada y sostenida por cuantos pertenezcan á la Federación tipográfica española. Esta, además, tiene la obligación de conocer las condiciones en que se encuentran los tipógrafos de cada localidad, y conocidas que sean, procurar el mejoramiento de los que las tengan peores.
Hasta aquí hemos sido impotentes para alcanzar estos resultados; pero unidas las Sociedades tipográficas por el lazo de la Federación, podrán hacer que las que un día fueron débiles arbolillos á merced del viento de la codicia, se trasformen hoy en árboles lozanos capaces de resistir el rudo vendaval de la explotación más desenfrenada.
Compañeros: La Federación tipográfica y de las industrias similares es un hecho. En ella caben cuantos ansíen mejorar las condiciones de su trabajo, piensen como quieran respecto á otras cuestiones. Venid, pues, á nuestro lado los que aún no lo estéis, y juntos todos, afianzaremos y robusteceremos la obra que acabamos de crear y que tantas ventajas ha de reportamos.
¡Viva la Federación Tipográfica española!
¡Viva la unión de los trabajadores!
Barcelona 1º de Octubre ele 1882.
Los Delegados: Pablo Iglesias.- Francisco Feito.- Francisco Alarcón.- Francisco Vives Mora.- Tomás López.- José Rodríguez La Orden.- Tomás Gentil.- Jaime Benet.- Pedro Ibáñez.- Pablo Claramunt.- Carlos Duval.- José Miguel.- José Cerdá.- Enrique Pastor.- Jaime Blanch.- Manuel Fernández.-José Famades.- Domingo Domenech.- Vicente Guillot.- Francisco Prats.

Guadalajara
6 de Noviembre de 1881.
Compañero Presidente e individuos del Comité central: Recibimos vuestra apreciable carta fecha 23 del pasado mes, y atentos á su contenido, nos apresuramos á contestar, remitiéndoles los datos y cuotas reglamentarias. Ante todo, les felicitamos en nombre de esta Sección por haber sido elegidos para constituir nuestro lazo federal, y confiamos fundadamente que tan dignos compañeros salvarán cuantos escollos se les presenten y cumplirán á satisfacción la importante y honrosa misión que les han impuesto.
Esta Sociedad se compone de 14 federados, clasificados, del modo siguiente:
Cajistas…13
Maquinistas…1
Total...14
De los cuales trabajan 13, cuyas cuotas les remitimos en sellos (por creer éste el mejor medio).
El Comité de esta Sección lo componen:
Presidente: Tomas Gómez
Tesorero: Julián Fernández Alonso
Secretario: Ligorio Ruiz.
Habiéndonos constituido en un principio como Subsección adscrita á la Asociación del Arte de Imprimir de Madrid, carecíamos de Reglamento independiente por qué regirnos; pero a la vista de los facultades que nos concede el artículo 5° de nuestros Estatutos, nos organizaremos definitivamente á lo mayor brevedad.
Podéis tener la completa seguridad, apreciables compañeros, de contar con nuestro apoyo decidido para llevar á buen puerto la nave que os está confiada.
Aceptamos gustosísimos la amistad con que nos brindáis, y en justa reciprocidad se ofrecen como vuestros verdaderos compañeros, que os desean salud y trabajo.
Tomás Gómez, Presidente. Ligorio Ruiz, Secretario

16 de abril de 2008

El proceso de los ingenieros de Moscú

Retrato de Lenin (Archivo La Alcarria Obrera)

En el mes de diciembre de 1930 se celebró en Moscú el proceso contra un grupo de ingenieros a los que se acusaba de pertenecer al llamado Partido de la Industria que, en connivencia con el Centro de la Industria y el Comercio formado en París por un puñado de rusos blancos, se decía que había entorpecido, boicoteado y saboteado la economía soviética; de esta manera se descargaba sobre ellos el posible incumplimiento del Plan Quinquenal de Iosif Stalin. Fue el anticipo de la Gran Purga que, a partir de 1936, sacudió la sociedad soviética y desató la persecución contra el POUM en España. Lo más sorprendente de estos procesos era la plena asunción de responsabilidades por parte de los acusados, juzgados por una larga serie de crímenes inverosímiles que, torturados y amenazados, reconocían públicamente unos hechos inverosímiles, sabiendo que su testimonio les condenaba a muerte. Arthur Koestler nos ofreció un testimonio, tan novelado como real, en su obra El cero y el infinito (Darkness at Noon).

En la novena sesión de la vista pronunciaron los defensores sus informes, terminados los cuales se concedió la palabra a los acusados.
L. K. Ramsin: ¡Ciudadanos! ¡Jueces del Tribunal Supremo! Tengo perfecta conciencia de que mis palabras de hoy habrán de ser, en realidad, mis últimas palabras. Ahora que sólo me separan del final unas cuantas horas, no es tiempo de mentir ni de disimular. No hay más que dos caminos. Uno lleva hacia la izquierda, hacia el Kremlin, y a través de él, adelante y hacia arriba; es el difícil camino que conduce a las cimas del socialismo. El segundo lleva hacia la derecha, y en estas circunstancias concretas, termina inevitablemente en París, en el laboratorio infernal del imperialismo belicoso, en el que se preparan las guerras por medio del espionaje, el sabotaje y la traición. No hay ni ha habido antes un tercer camino. Falta el camino de la neutralidad. Y así elegimos nosotros el camino de la derecha. ¿Adónde llegamos? Hoy; después de haber meditado detenidamente en el transcurso del año último durante los meses de mi prisión la instrucción del sumario y la vista del proceso, veo claramente adónde nos ha llevado este camino. Una intervención afortunada con la que previamente estábamos todos conformes, nos hubiera conducido inevitablemente a una desmembración territorial de nuestra patria, a enormes sacrificios económicos y políticos y a la pérdida de la independencia política y económica. Y aunque la intervención hubiese fracasado, siempre hubiera supuesto el hundimiento de la reconstrucción económica y del Plan quinquenal, y la perturbación del desarrollo económico del país. Ambas posibilidades hubieran tenido consecuencias contrarias a los intereses de la nación. Cuando llegué a comprenderlo así, claramente vi la necesidad de oponerme a ello, siquiera fuese tarde y en la única forma que aún estaba a mi alcance: descubriendo a los verdaderos inspiradores, organizadores e iniciadores de la carnicería proyectada, entre los cuales yo mismo me encuentro. Sí; es terrible decirlo: hemos ejecutado una labor destructora, ajena totalmente a la psicología del ingeniero, el cual es por naturaleza creador; y sin embargo, bajo la influencia de la lucha de clases un grupo de ingenieros emprendió tal camino. Sólo la implacable lucha de clases podía impulsar a los ingenieros a un tan monstruoso vandalismo, orgánicamente ajeno a su psicología. Reconozco nuestra traición, nuestra actividad destructora y nuestras tentativas de crear organizaciones militares contrarrevolucionarias. Ello ha sido el término natural de la rápida caída por el plano inclinado en el que se encontraba el Partido de la Industria. Independientemente de las consecuencias que para mí haya de tener el haber comparecido en esta sala voy a salir de ella con el ánimo más sereno que cuando en ella entré. Ahora que he reconocido mi delito v manifestado mi arrepentimiento, rindo mis armas e inclino mi cabeza ante la voluntad del proletariado. Debo reconocer honrada y valerosamente, que la sentencia que el ministerio fiscal ha pedido para mí es justa. Pero si la justicia proletaria considerase posible preservar mi vida, a pesar de la enorme gravedad de mi culpa, prometo firmemente consagrarla por entero a la consolidación del régimen soviético y trabajar infatigable y desinteresadamente en la obra socialista. Mis promesas no son vanas palabras. Después del derrumbamiento de mi antigua ideología, después de una crisis espiritual terriblemente dolorosa, puede creérseme.
A continuación de N. F. Tscharnowski, que solicita brevemente se tengan en cuenta algunos aspectos positivos de su actividad científica y pedagógica, toma la palabra W. A. Laritschew: Las fuerzas creadoras de la clase obrera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, han desarrollado con tal maestría un amplio sistema económico y de aplicación de la técnica moderna, que han llegado a imponemos la convicción de que lograran llevar a feliz término su obra socialista y el desarrollo económico proyectado en términos insospechados por el mundo capitalista. La U.R.S.S. es un poder invencible. Ahora lo creo firmemente. La socialización no es ni una utopía ni una fantasía. Fantasía es aquel fin por el cual luchamos nosotros los miembros del Partido de la Industria: la restauración del régimen capitalista en la U.R.S.S. Nosotros, un puñado de ingenieros, nos hemos excluido, con nuestros propios actos, de toda colaboración en la obra socialista, engañados por aquella fantasía. Pero el pasado ha muerto en nosotros y queda el intenso deseo apasionado de participar en dicha colaboración en lo futuro. No tengo derecho alguno a solicitar benevolencia, y tendré por merecida la pena que se me aplique. Pero desearía que me hiciese posible rescatar mi culpa con una labor honrada.
A. L. Fedotow: Se me ha concedido la palabra por última vez en esta vista. He confesado mis delitos. ¿Qué más puedo decir? Tan sólo repetir que me reconozco culpable. Ya dije al Tribunal que consideraría justa cualquier pena que se me aplicase y, sin embargo, vuelvo a tomar ahora la palabra. Todos repetimos lo mismo. No nos lo reprochéis; es natural. Nos encontramos todos en la misma situación y tenemos los mismos sentimientos. Hemos caído en un abismo, en el que en un principio no pensamos; en un abismo que no creímos posible. Lanzados por un plano inclinado, llegamos con velocidad acelerada a la intervención, al espionaje, a traicionar a Rusia, a traicionar a nuestra patria, a la posibilidad de su desmembración. Declaro sinceramente que nuestra aventura ha terminado mejor, más favorablemente que si no hubiéramos sido detenidos y hubiera llegado la intervención. Es mejor morir condenados por la Justicia, que sabemos responsables, que la intervención. El peligro de la intervención no ha pasado aún. En el Extranjero hay todavía círculos muy influyentes que, ahora como antes, intentan provocarla y seguirán buscando aliados para atacar a Rusia. Los lacayos de este interés, los emigrados blancos, continuarán quizá apoyando la intervenci6n. Pero aquí, en la U.R.S.S. no encontrarán ya auxiliares. El ministerio fiscal ha tenido palabras muy duras... Muy duras... Pero yo le aseguro y os aseguro, que las palabras que yo me he dirigido durante las noches de insomnio, vividas en estos últimos seis meses, han sido todavía más duras. Pues el ministerio fiscal tiene razón. Eso es lo triste; que tiene razón... Somos culpables y no hay perdón para nosotros. Somos culpables de todos los delitos que ha enumerado. Pero además, yo soy culpable de haber traicionado los principios fundamentales de toda mi vida. He hecho traición al honor y a la moral... He descendido hasta dejarme sobornar. Si sólo fuera un enemigo, no se me podría despreciar. Pero así, ¿quién me mirará aún con simpatía? El ministerio fiscal ha dicho que en los primeros días desperté en él simpatías que luego fueron desapareciendo. Es natural y perfectamente comprensible. N o puedo imaginarme lo que sucederá si me es dado permanecer en vida. Cómo podré presentarme ante los ojos de los hombres, ni cómo éstos se conducirán conmigo. Lo que sí sé es que no me atreveré ya a ser el primero en tender la mano para saludar. Y así no merece la pena de vivir. Mas, a pesar de todo, alienta en mí el deseo de rescatar mi culpa. No me asusta la muerte; de todos modos, no puedo ya vivir mucho tiempo. Soy el más viejo de los acusados; tengo sesenta y siete años. ¿Cuánto tiempo puedo vivir aún? Quizá dos o tres años. Pero no quisiera morir ejecutado; por mi familia, por mis hijos, desearía poder rehabilitar mi nombre. He de decir que antes de ser detenido se inició ya en mi espíritu una transformación. ¡Compañeros! (Perdonad; no tengo derecho a llamaros así.) Si los jueces de este supremo Tribunal hojean el sumario, verán que en la segunda mitad del año 1929 y en el año 1930 quise cesar en mi labor destructora. Libre aún, empecé a comprender adónde íbamos a parar. Soy culpable; lo repito y estoy dispuesto a confirmarlo nuevamente. Consideraré justa cualquier pena que se me imponga, pero pido que, si es posible, se me permita trabajar. No es sólo arrepentimiento lo que siento es también vergüenza. Me avergüenzo de mi deshonra, de la marca infamante que habré de llevar sobre mí toda mi vida, si se me permite seguir viviendo. Espero, sin embargo, que de ser así reconquistaré la confianza de que hasta ahora he gozado y quizá el compañero Krylenko, al encontrarme, extenderá su mano para estrechar la mía.
W. I. Otschkin: Me siento feliz viendo llegado a su término el terrible drama que en mi alma se ha desarrollado. Durante mi prisión he meditado mucho. ¡Y si supierais qué ansia de trabajar me ha atormentado en ella! Hasta en mis sueños me veía nuevamente al lado de una turbina de vapor o de una locomotora. Lo he confesado todo y sólo me queda una defensa: la justicia proletaria. Me arrepiento sinceramente y ruego al Gobierno soviético que no extreme su rigor conmigo por mis delitos contra el proletariado y me otorgue la posibilidad de rescatar mi culpa. Prometo demostrar, trabajando honradamente y participando con laboriosidad en el desarrollo del Plan quinquenal, mi fidelidad a la causa de la clase obrera, y borrar así la vergüenza que yo mismo he echado sobre mí. No tengo más que decir.
I. A. Kalinnikow: No es éste el lugar ni el momento de hacer el balance de mi vida. El ministerio fiscal ha acertado plenamente al afirmar que he sido siempre un obstinado contrarrevolucionario. Permitidme ahora exponer las conclusiones y las enseñanzas que he extraído de mi pasada actividad y que pueden ser útiles a aquellos que aún gozan de libertad y precisan de enmienda. La investigación judicial ha demostrado que somos responsables de la actividad de muchas organizaciones de ingenieros. ¿Cuáles han sido los resultados de nuestra labor de sabotaje? A pesar de la campaña destructora desarrollada en todos los ramos de la economía nacional, prospera y crece el poder económico y defensivo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El Plan quinquenal perfeccionado y ampliado progresa y es puesto en práctica. Dos años han pasado sin el menor fracaso, el tercero traerá consigo un crecimiento inaudito de la producción industrial. Esto demuestra cuán vana ha sido nuestra labor destructora. La energía y el entusiasmo de la clase obrera han hecho fracasar nuestros planes.
K. W. Sitnin: Me entrego por completo a la justicia proletaria, que procederá conmigo como lo considere necesario. Lo he merecido.
S. W. Kuprijanow: Reconozco haber merecido la pena más grave, pero sé también que el régimen soviético no es vengativo y tendrá en cuenta la sinceridad de nuestras declaraciones y de nuestro arrepentimiento. Por esta razón pido benevolencia al Tribunal. Puedo trabajar y quiero trabajar honradamente. Nada más.

14 de abril de 2008

Carta de P.J. Proudhon a Karl Marx

Karl Marx y Pierre Joseph Proudhon se conocieron en 1846. El pensador alemán solicitó al escritor francés que se sumase a su red de corresponsales, con los que mantenía una relación epistolar frecuente y enriquecedora. A pesar de lo superficial de este primer encuentro y a pesar de lo incipiente de su ideario, aún Karl Marx no había escrito con Friedrich Engels El Manifiesto Comunista, el anarquista francés desconfió de los propósitos e ideas anticipadas por el padre del socialismo científico. En esta carta, P. J. Proudhon puso de relieve las diferencias personales e ideológicas que separaban a ambos filósofos, y que desde entonces oponen a marxistas y anarquistas. El rechazo de Pierre Joseph Proudhon encolerizó a Marx que, muy poco después, en su libro La miseria de la filosofía criticó despiadadamente el volumen titulado La filosofía de la miseria escrito por aquel.

Lyon, 17 de mayo de 1846.
Al señor Marx
Mi querido Sr. Marx: consiento con gusto en convertirme en uno de los radios de su correspondencia, cuyo fin y organización me parece que deben ser muy útiles. No obstante, no le prometo escribirle mucho ni con frecuencia; ocupaciones de toda índole, junto a una pereza natural, no me permiten esos esfuerzos epistolares. Me tomaré también la libertad de mantener ciertas reservas que me han sido sugeridas por diversos pasajes de su carta.
Por de pronto, aunque mis ideas, en lo que se refiere a la organización y a la realización, se hallen en este momento detenidas del todo, al menos en lo que se relaciona con los principios, creo que es mi deber, que es el deber de todo socialista, conservar por algún tiempo aún la forma antigua o dubitativa; en una palabra, ante el público hago profesión de un antidogmatismo económico casi absoluto.
Busquemos juntos, si usted quiere, las leyes de la sociedad, el modo como esas leyes se realizan, el progreso según el cual llegamos a descubrirlas; pero, ¡por Dios!, después de haber demolido todos los dogmatismos a priori, no soñemos, a nuestra vez, con adoctrinar al pueblo; no caigamos en la contradicción de su compatriota Martín Lutero, quien, después de haber derribado la teología católica, se puso en seguida, con el refuerzo de excomuniones y anatemas, a fundar una teología protestante. Desde hace tres siglos, Alemania sólo se ocupa en destruir el revoco hecho por Martín Lutero; no demos al género humano un nuevo trabajo con nuevos amasijos. Aplaudo con todo mi corazón su pensamiento de someter un día a examen todas las opiniones; sostengamos una buena y leal polémica; demos al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora; pero, porque estamos a la cabeza del movimiento, no nos convirtamos en los jefes de una nueva intolerancia, no nos situemos en apóstoles de una nueva religión, aunque esta religión fuese la religión de la lógica, la religión de la razón.
Acojamos, animemos todas las protestas; pronunciémonos contra todas las exclusiones, contra todos los misticismos; no consideremos jamás agotada una cuestión, y cuando hayamos llegado al último argumento, recomencemos, si es preciso, con la elocuencia y la ironía. Con esa condición, entraré con placer en vuestra asociación; si no, ¡no!
Tengo también que hacerle algunas observaciones acerca de estas palabras de su carta: "En el momento de la acción". Tal vez conserve usted aún la opinión de que no es posible reforma alguna sin un golpe de mano, sin eso que antes se llamaba una revolución, y que no es más que un estremecimiento. Esa opinión, que concibo, que excuso, que discutiría de buena gana, ya que la he compartido durante mucho tiempo, le confieso que mis últimos estudios la han disipado completamente. Creo que no tenemos necesidad de eso para triunfar, y que, en consecuencia, no debemos considerar la acción revolucionaria como medio de la reforma social, porque ese pretendido medio sería simplemente un llamamiento a la fuerza, a lo arbitrario; en una palabra, una contradicción. Yo me planteo así el problema: "hacer entrar en la sociedad, por una combinación económica, las riquezas que han salido de la sociedad por otra combinación económica". Dicho en otras palabras, convertir en Economía Política la teoría de la Propiedad, contra la Propiedad, de modo que engendre lo que ustedes, los socialistas alemanes, llaman comunidad, y que yo me limitaré, por ahora, a llamar libertad, igualdad. Ahora bien: creo saber el medio de resolver en corto plazo ese problema: prefiero, pues, consumir la propiedad a fuego lento a darle nueva fuerza haciendo una San Bartolomé de los propietarios.
Mi próxima obra, que en este momento está a medio imprimir, le dirá más acerca de esto.
He aquí, mi querido filósofo, lo que creo del momento; salvo que me engañe, y, si hay lugar a ello, reciba de usted un palmetazo, a lo que me someto de buena gana: esperando mi desquite. Debo decirle de pasada, que tales me parecen también los pensamientos de la clase obrera de Francia; nuestros proletarios tienen tanta sed de ciencia, que sería mal acogido por ellos quien no tuviera más que sangre para darles a beber. En una palabra: a mi juicio, haríamos mala política hablando en exterminadores; demasiado vendrán por sí mismas las medidas de rigor; el pueblo no tiene necesidad, para eso, de exhortación alguna.
Siento vivamente las pequeñas divisiones que, según parece, existen ya en el socialismo alemán, y de las que sus querellas contra el Sr. G... me ofrecen la prueba. Temo mucho que haya visto usted a ese escritor de modo equivocado; apelo, mi querido Marx, a su sereno juicio. G... se halla desterrado, sin fortuna, con mujer y dos niños, contando para vivir únicamente con su pluma. ¿Qué quiere usted que explote para vivir, si no son las ideas modernas? Comprendo el furor filosófico de usted, y convengo en que la santa palabra de la humanidad no debería ser jamás materia de tráfico; pero no quiero ver aquí más que la desgracia, la extrema necesidad, y excuso al hombre. ¡Ah!, si todos nosotros fuésemos millonarios, las cosas sucederían de un modo mejor. Seríamos santos y ángeles. Pero hay que vivir; y usted sabe que esta palabra no expresa aún, ni mucho menos, la idea que da la teoría pura de la asociación. Hay que vivir; es decir, comprar pan, leña, carne, pagar al casero; y, a fe mía, el que vende ideas sociales no es más indigno que el que vende un sermón. Ignoro en absoluto si G... ha dicho él mismo que era mi preceptor. ¿Preceptor de qué? No me ocupo más que de economía política, cosa de la que él apenas sabe nada; miro la literatura como juego de niños, y en cuanto a la filosofía, sé lo bastante para tener derecho a reírme de eso.
G... no ha descorrido en absoluto ningún velo para mí; si él ha dicho lo contrario, ha dicho una impertinencia, de lo que, estoy seguro, se arrepiente.
Lo que sé, y lo estimo más que censuro un pequeño exceso de vanidad, es que debo al Sr. G..., así como a su amigo Ewerbeck, el conocimiento que tengo de los escritos de usted, mi querido Marx, de los de su amigo Engels y de la obra tan importante de Feuerbach. Esos señores, a ruego mío, hicieron algunos análisis en francés, para mí (pues tengo la desgracia de no leer el alemán), de las publicaciones socialistas más importantes; y es a solicitud suya como menciono (cosa que, por otra parte, hubiera hecho yo por mí mismo) en mi próxima obra las de Marx, Engels, Feuerbach, etc. En fin, G... y Ewerbeck trabajan en conservar el fuego sagrado entre los alemanes que residen en París, y la deferencia que tienen a esos señores los obreros que los consultan me parece una segura garantía de la rectitud de sus intenciones.
Veré con placer, mi querido Marx, cómo rectifica usted un juicio fruto de un instante de irritación, pues usted se hallaba colérico cuando me escribió. G... me ha testimoniado el deseo de traducir mi libro actual; he comprendido que esta traducción le procuraría algún recurso; le agradeceré, pues, mucho, así como a sus amigos, no por mí, sino por él, que le presten ayuda en esta ocasión, contribuyendo a la venta de una obra que podría, sin duda, con la colaboración de ustedes, producirle más beneficio que a mí.
Si usted me da la seguridad de su concurso, querido Marx, enviaré inmediatamente las pruebas de la obra al Sr. G..., y creo, no obstante sus diferencias personales, de las que no quiero constituirme en juez, que esta conducta nos honraría a todos.
Saludos amistosos a sus amigos Engels y Gigot.
Su devoto.