Retrato de Lenin (Archivo La Alcarria Obrera)
En el mes de diciembre de 1930 se celebró en Moscú el proceso contra un grupo de ingenieros a los que se acusaba de pertenecer al llamado Partido de la Industria que, en connivencia con el Centro de la Industria y el Comercio formado en París por un puñado de rusos blancos, se decía que había entorpecido, boicoteado y saboteado la economía soviética; de esta manera se descargaba sobre ellos el posible incumplimiento del Plan Quinquenal de Iosif Stalin. Fue el anticipo de la Gran Purga que, a partir de 1936, sacudió la sociedad soviética y desató la persecución contra el POUM en España. Lo más sorprendente de estos procesos era la plena asunción de responsabilidades por parte de los acusados, juzgados por una larga serie de crímenes inverosímiles que, torturados y amenazados, reconocían públicamente unos hechos inverosímiles, sabiendo que su testimonio les condenaba a muerte. Arthur Koestler nos ofreció un testimonio, tan novelado como real, en su obra El cero y el infinito (Darkness at Noon).
En la novena sesión de la vista pronunciaron los defensores sus informes, terminados los cuales se concedió la palabra a los acusados.
L. K. Ramsin: ¡Ciudadanos! ¡Jueces del Tribunal Supremo! Tengo perfecta conciencia de que mis palabras de hoy habrán de ser, en realidad, mis últimas palabras. Ahora que sólo me separan del final unas cuantas horas, no es tiempo de mentir ni de disimular. No hay más que dos caminos. Uno lleva hacia la izquierda, hacia el Kremlin, y a través de él, adelante y hacia arriba; es el difícil camino que conduce a las cimas del socialismo. El segundo lleva hacia la derecha, y en estas circunstancias concretas, termina inevitablemente en París, en el laboratorio infernal del imperialismo belicoso, en el que se preparan las guerras por medio del espionaje, el sabotaje y la traición. No hay ni ha habido antes un tercer camino. Falta el camino de la neutralidad. Y así elegimos nosotros el camino de la derecha. ¿Adónde llegamos? Hoy; después de haber meditado detenidamente en el transcurso del año último durante los meses de mi prisión la instrucción del sumario y la vista del proceso, veo claramente adónde nos ha llevado este camino. Una intervención afortunada con la que previamente estábamos todos conformes, nos hubiera conducido inevitablemente a una desmembración territorial de nuestra patria, a enormes sacrificios económicos y políticos y a la pérdida de la independencia política y económica. Y aunque la intervención hubiese fracasado, siempre hubiera supuesto el hundimiento de la reconstrucción económica y del Plan quinquenal, y la perturbación del desarrollo económico del país. Ambas posibilidades hubieran tenido consecuencias contrarias a los intereses de la nación. Cuando llegué a comprenderlo así, claramente vi la necesidad de oponerme a ello, siquiera fuese tarde y en la única forma que aún estaba a mi alcance: descubriendo a los verdaderos inspiradores, organizadores e iniciadores de la carnicería proyectada, entre los cuales yo mismo me encuentro. Sí; es terrible decirlo: hemos ejecutado una labor destructora, ajena totalmente a la psicología del ingeniero, el cual es por naturaleza creador; y sin embargo, bajo la influencia de la lucha de clases un grupo de ingenieros emprendió tal camino. Sólo la implacable lucha de clases podía impulsar a los ingenieros a un tan monstruoso vandalismo, orgánicamente ajeno a su psicología. Reconozco nuestra traición, nuestra actividad destructora y nuestras tentativas de crear organizaciones militares contrarrevolucionarias. Ello ha sido el término natural de la rápida caída por el plano inclinado en el que se encontraba el Partido de la Industria. Independientemente de las consecuencias que para mí haya de tener el haber comparecido en esta sala voy a salir de ella con el ánimo más sereno que cuando en ella entré. Ahora que he reconocido mi delito v manifestado mi arrepentimiento, rindo mis armas e inclino mi cabeza ante la voluntad del proletariado. Debo reconocer honrada y valerosamente, que la sentencia que el ministerio fiscal ha pedido para mí es justa. Pero si la justicia proletaria considerase posible preservar mi vida, a pesar de la enorme gravedad de mi culpa, prometo firmemente consagrarla por entero a la consolidación del régimen soviético y trabajar infatigable y desinteresadamente en la obra socialista. Mis promesas no son vanas palabras. Después del derrumbamiento de mi antigua ideología, después de una crisis espiritual terriblemente dolorosa, puede creérseme.
A continuación de N. F. Tscharnowski, que solicita brevemente se tengan en cuenta algunos aspectos positivos de su actividad científica y pedagógica, toma la palabra W. A. Laritschew: Las fuerzas creadoras de la clase obrera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, han desarrollado con tal maestría un amplio sistema económico y de aplicación de la técnica moderna, que han llegado a imponemos la convicción de que lograran llevar a feliz término su obra socialista y el desarrollo económico proyectado en términos insospechados por el mundo capitalista. La U.R.S.S. es un poder invencible. Ahora lo creo firmemente. La socialización no es ni una utopía ni una fantasía. Fantasía es aquel fin por el cual luchamos nosotros los miembros del Partido de la Industria: la restauración del régimen capitalista en la U.R.S.S. Nosotros, un puñado de ingenieros, nos hemos excluido, con nuestros propios actos, de toda colaboración en la obra socialista, engañados por aquella fantasía. Pero el pasado ha muerto en nosotros y queda el intenso deseo apasionado de participar en dicha colaboración en lo futuro. No tengo derecho alguno a solicitar benevolencia, y tendré por merecida la pena que se me aplique. Pero desearía que me hiciese posible rescatar mi culpa con una labor honrada.
A. L. Fedotow: Se me ha concedido la palabra por última vez en esta vista. He confesado mis delitos. ¿Qué más puedo decir? Tan sólo repetir que me reconozco culpable. Ya dije al Tribunal que consideraría justa cualquier pena que se me aplicase y, sin embargo, vuelvo a tomar ahora la palabra. Todos repetimos lo mismo. No nos lo reprochéis; es natural. Nos encontramos todos en la misma situación y tenemos los mismos sentimientos. Hemos caído en un abismo, en el que en un principio no pensamos; en un abismo que no creímos posible. Lanzados por un plano inclinado, llegamos con velocidad acelerada a la intervención, al espionaje, a traicionar a Rusia, a traicionar a nuestra patria, a la posibilidad de su desmembración. Declaro sinceramente que nuestra aventura ha terminado mejor, más favorablemente que si no hubiéramos sido detenidos y hubiera llegado la intervención. Es mejor morir condenados por la Justicia, que sabemos responsables, que la intervención. El peligro de la intervención no ha pasado aún. En el Extranjero hay todavía círculos muy influyentes que, ahora como antes, intentan provocarla y seguirán buscando aliados para atacar a Rusia. Los lacayos de este interés, los emigrados blancos, continuarán quizá apoyando la intervenci6n. Pero aquí, en la U.R.S.S. no encontrarán ya auxiliares. El ministerio fiscal ha tenido palabras muy duras... Muy duras... Pero yo le aseguro y os aseguro, que las palabras que yo me he dirigido durante las noches de insomnio, vividas en estos últimos seis meses, han sido todavía más duras. Pues el ministerio fiscal tiene razón. Eso es lo triste; que tiene razón... Somos culpables y no hay perdón para nosotros. Somos culpables de todos los delitos que ha enumerado. Pero además, yo soy culpable de haber traicionado los principios fundamentales de toda mi vida. He hecho traición al honor y a la moral... He descendido hasta dejarme sobornar. Si sólo fuera un enemigo, no se me podría despreciar. Pero así, ¿quién me mirará aún con simpatía? El ministerio fiscal ha dicho que en los primeros días desperté en él simpatías que luego fueron desapareciendo. Es natural y perfectamente comprensible. N o puedo imaginarme lo que sucederá si me es dado permanecer en vida. Cómo podré presentarme ante los ojos de los hombres, ni cómo éstos se conducirán conmigo. Lo que sí sé es que no me atreveré ya a ser el primero en tender la mano para saludar. Y así no merece la pena de vivir. Mas, a pesar de todo, alienta en mí el deseo de rescatar mi culpa. No me asusta la muerte; de todos modos, no puedo ya vivir mucho tiempo. Soy el más viejo de los acusados; tengo sesenta y siete años. ¿Cuánto tiempo puedo vivir aún? Quizá dos o tres años. Pero no quisiera morir ejecutado; por mi familia, por mis hijos, desearía poder rehabilitar mi nombre. He de decir que antes de ser detenido se inició ya en mi espíritu una transformación. ¡Compañeros! (Perdonad; no tengo derecho a llamaros así.) Si los jueces de este supremo Tribunal hojean el sumario, verán que en la segunda mitad del año 1929 y en el año 1930 quise cesar en mi labor destructora. Libre aún, empecé a comprender adónde íbamos a parar. Soy culpable; lo repito y estoy dispuesto a confirmarlo nuevamente. Consideraré justa cualquier pena que se me imponga, pero pido que, si es posible, se me permita trabajar. No es sólo arrepentimiento lo que siento es también vergüenza. Me avergüenzo de mi deshonra, de la marca infamante que habré de llevar sobre mí toda mi vida, si se me permite seguir viviendo. Espero, sin embargo, que de ser así reconquistaré la confianza de que hasta ahora he gozado y quizá el compañero Krylenko, al encontrarme, extenderá su mano para estrechar la mía.
W. I. Otschkin: Me siento feliz viendo llegado a su término el terrible drama que en mi alma se ha desarrollado. Durante mi prisión he meditado mucho. ¡Y si supierais qué ansia de trabajar me ha atormentado en ella! Hasta en mis sueños me veía nuevamente al lado de una turbina de vapor o de una locomotora. Lo he confesado todo y sólo me queda una defensa: la justicia proletaria. Me arrepiento sinceramente y ruego al Gobierno soviético que no extreme su rigor conmigo por mis delitos contra el proletariado y me otorgue la posibilidad de rescatar mi culpa. Prometo demostrar, trabajando honradamente y participando con laboriosidad en el desarrollo del Plan quinquenal, mi fidelidad a la causa de la clase obrera, y borrar así la vergüenza que yo mismo he echado sobre mí. No tengo más que decir.
I. A. Kalinnikow: No es éste el lugar ni el momento de hacer el balance de mi vida. El ministerio fiscal ha acertado plenamente al afirmar que he sido siempre un obstinado contrarrevolucionario. Permitidme ahora exponer las conclusiones y las enseñanzas que he extraído de mi pasada actividad y que pueden ser útiles a aquellos que aún gozan de libertad y precisan de enmienda. La investigación judicial ha demostrado que somos responsables de la actividad de muchas organizaciones de ingenieros. ¿Cuáles han sido los resultados de nuestra labor de sabotaje? A pesar de la campaña destructora desarrollada en todos los ramos de la economía nacional, prospera y crece el poder económico y defensivo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El Plan quinquenal perfeccionado y ampliado progresa y es puesto en práctica. Dos años han pasado sin el menor fracaso, el tercero traerá consigo un crecimiento inaudito de la producción industrial. Esto demuestra cuán vana ha sido nuestra labor destructora. La energía y el entusiasmo de la clase obrera han hecho fracasar nuestros planes.
K. W. Sitnin: Me entrego por completo a la justicia proletaria, que procederá conmigo como lo considere necesario. Lo he merecido.
S. W. Kuprijanow: Reconozco haber merecido la pena más grave, pero sé también que el régimen soviético no es vengativo y tendrá en cuenta la sinceridad de nuestras declaraciones y de nuestro arrepentimiento. Por esta razón pido benevolencia al Tribunal. Puedo trabajar y quiero trabajar honradamente. Nada más.
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