La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

15 de diciembre de 2008

Instrucción y educación, de Carlos Malato

La preocupación y la promoción de la enseñanza, por sus contenidos y por sus métodos didácticos, ha sido una de las señas de identidad del movimiento libertario, no con el objetivo de procurar una falsa igualdad de oportunidades sino como vía necesaria para la revolución social. Proyectos como la escuela de Cempuis, de Paul Robin, y de Yasnaia Poliana, de León Tolstoi, servían en las últimas décadas del siglo XIX como ejemplos de una escuela de inspiración anarquista, lejos del dogmatismo y del proselitismo. En esos mismos años, Carlos Malato escribió su libro Filosofía del anarquismo, en el que dedicaba un capítulo a la "Instrucción y educación", que reproducimos íntegramente en La Alcarria Obrera. En él se reflexiona sobre la instrucción, la educación y la formación del cerebro y del corazón de los niños de entonces y de siempre.

Existe, sin embargo, una rama que, aun en la sociedad más libertaria, exige una determinada suma de autoridad, y es la instrucción.
Ciertamente se abolirán los sistemas pedagógicos que reposan sobre la base de castigos corporales y amenazas terroríficas que torturan el cerebro y fatigan y abruman; pero no resulta de aquí que toda autoridad debe ser suprimida en las relaciones de los profesores con los alumnos, y que se puede conceder a niños ignorantes de todo la misma libertad que a hombres formales.
El verdadero precursor de la anarquía, Bakounine, dice que a los niños se les debe someter a una disciplina más atenuada, a medida que avanzan en edad. De este modo, cuando lleguen a la adolescencia, no encontrarán en sus maestros más que amigos y consejeros.
Esta racional progresión es la que ha señalado las fases de la existencia de los pueblos. Sometidos en su infancia al despotismo absoluto de la fuerza, se emancipan poco á poco, obtienen garantías y constituciones que mañana despreciarán hallándolas insuficientes. El derecho electivo reemplazará al derecho hereditario, y muy pronto la elección misma será juzgada incompatible con la autonomía de todos. El poder impuesto ó consentido desaparecerá.
La humanidad es, en efecto, un hombre que se perfecciona siempre y que jamás muere. El hombre es un resumen de la humanidad.
Es preciso no confundir la instrucción y la educación: esta última, que es la asimilación de las costumbres sociales, debe inspirarse en el más grande principio libertad. La instrucción, al contrario, como enseñanza de útiles conocimientos, pero áridos generalmente, supone un plan, un método que, por intenso que sea su atractivo, siempre será autoritario. Creemos inútil decir que nunca lo será tanto como ahora.
La enseñanza universitaria, en la que se pierde un tiempo precioso estudiando las lenguas muertas que encarnan la historia de los hechos y gestos de los soberanos, suministrando frecuentemente datos y fechas inexactas, que embota los cerebros aún no desarrollados de matemáticas aprendidas en el libro ó sobre la negra pizarra y no en la práctica diaria, esta enseñanza está, desde hace mucho tiempo y á pesar de las pseudo-reformas introducidas, condenada por todos los espíritus cultos. Resulta preferible la instrucción que se da en las escuelas profesionales. Es menos brillante pero más sólida, perdiéndose menos tiempo en el estudio de fórmulas latinas o matemáticas inaplicables. Sin embargo, hay que convenir en que esto no es más que un bosquejo de lo que será la enseñanza en el porvenir. El internado, fórmula de reclusión que tiene al alumno en la ignorancia del mundo exterior, se abolirá; los estudios serán lo más atractivos posible y estimulados insensiblemente en las horas de recreo; se sostendrá la emulación empleando distintos sistemas al de los castigos; se aprenderá la historia en la vida de los pueblos y no en la de los reyes; se enseñarán las lenguas vivas con preferencia á las muertas, y estas últimas aprendidas en sus raíces, en su mecanismo, no ya a través de podridos libracos de autores momificados en la noche de los siglos; las matemáticas serán enseñadas insensiblemente y de un modo práctico durante los momentos de distracción y de paseo; la geología será aprendida sobre el terreno, practicando divertidas excursiones; !a mecánica será ensenada en el taller con más frecuencia que en las tablas; los ejercicios corporales se harán paralelos á los estudios técnicos, y, por fin, como coronación, se enseñará la filosofía experimental, sintetizando todas las ciencias é iluminando á la humanidad en su marcha interrumpida hacia el progreso indefinido. Estas son, á grandes rasgos, las bases de la nueva enseñanza.
Los Estados Unidos, que no sufren nuestro viejo barbarismo universitario, producen más ingenieros que nosotros, más físicos, químicos, sabios de ciencia práctica, en una palabra, hombres verdaderamente útiles. Su sistema de enseñanza, puesto enteramente en relación con las modernas tendencias y depurado por el genio de las razas latinas, prevalecerá sobre las pedagogías del pasado.
La educación difiere de la instrucción. Dos individuos igualmente instruidos pueden ser uno un animal orgulloso, otro un hombre modesto y servicial.
La educación comienza en la cuna y puede decirse que continúa durante toda la vida, porque el medio social se modifica indefinidamente, y las ideas que se reciben y las costumbres contraídas sufren forzosamente una modificación. Es evidente que ejercerá menos influencia en un viejo cuyas ideas han echado hondas raíces, aferrado á sus costumbres, que en un niño de espíritu despierto, de ingenua y confiada imaginación.
La verdadera educación no debe ser la enseñanza de convencionalismos mas ó menos ridículos y de fórmulas aprendidas sistemáticamente, sino el desenvolvimiento normal de las aptitudes y la adaptación al medio social; el enderezamiento de propensiones peligrosas legadas por herencia ó más bien por desviación, de modo que se las pueda utilizar; porque hay que advertir que, aun los defectos, como son orgullo, avaricia, cólera, pueden, orientados de cierto modo, volverse en provecho de los individuos y de la sociedad entera. Debe, sobre todo, dirigirse á hacer del niño un hombre libre, teniendo conciencia de su libertad, considerando su independencia y su bienestar como íntimamente ligados á la independencia y al bienestar de sus semejantes.
La primera educación comienza á recibirse por los ojos. Los sentidos se despiertan mucho antes que la razón. Importará, pues, que el niño no tenga jamás ante su vista ningún espectáculo degradante, como por ejemplo, el padre y la madre que se humillan ó se maltratan, camaradas golpeados por sus padres, delaciones, aunque sean pueriles, terror ante un peligro real ó imaginario.
El amor propio y el espíritu de solidaridad son dos sentimientos que conviene despertar y desenvolver paralelamente en el niño, corrigiendo uno lo que pueda tener de excesivo el otro. Mientras que el cristianismo predica la degradante resignación, “presentar la mejilla izquierda después de haber dado la derecha”, el individuo, viviendo en el seno de una sociedad anarquista, no debe sufrir la menor molestia en su imprescriptible derecho de ser libre. Mientras que la palabra de orden de la burguesía es “cada uno para sí, y Dios para todos”, bestial egoísmo que no garantiza la digestión de los ahítos contra la turbulencia de los famélicos, la divisa del comunismo es: “Todos para uno y uno para todos”.
La curiosidad, que es insoportable cuando se ejerce á costas de otro, dirigida en un sentido científico, será un precioso estímulo para el espíritu de iniciativa. Conducirá á sostener la actividad que los pesimistas temen se extinga en una sociedad en la que los hombres ahítos de bienestar podrán, sin gran suma de trabajo, satisfacer todas sus necesidades.
La emulación, necesaria para mantener el progreso, obrará sobre los niños y los hombres; se alimentará por medio de la satisfacción moral, é igualmente ese otro sentimiento, quizás menos perfecto, pero así y todo necesario: la vanidad, No se puede, pues, bajo el pretexto de una estrecha igualdad, destruir toda iniciativa individual y cortar las alas al genio. Sí es falso pretender que un sabio tenga derecho á privilegios y distinciones negadas al carpintero ó al albañil, la admiración es un sentimiento que no se puede ni se debe proscribir. Admirar los versos de un poeta, las cinceladuras del joyero, las formas de un sastre y los muebles del ebanista, no puede turbar la paz social ni herir en nada los sentimientos igualitarios.
Con su carácter artístico, la raza latina siente más entusiasmo que otras por las obras atractivas y bellas. La raza sajona, al contrario, da la preferencia á la utilidad. Un cuadro admirado por los franceses lo desdeñarán los americanos, prefiriendo una cosa útil perfeccionada. De estas distintas tendencias se formará, cuando el comunismo haya internacionalizado los pueblos y fusionado las costumbres, un justo medio, una resultante.
Las razas tienden á equilibrarse. Las cualidades ausentes en unas existen en otras hasta el exceso. Los pueblos latinos están dotados de una vivacidad de sentimientos de que las naciones sajonas, más rígidamente sabias.
¡Qué diferencia entre el flemático inglés y el ardiente napolitano traduciendo todas sus impresiones por medio de gritos, risas y llantos, y con el juego de su movible fisonomía!
Proscribir la pasión como lo sueñan algunos desenfrenados sectarios, seria proscribir la vida misma, hacer, según la máxima jesuita, del ser humano un cadáver. Ciertamente habrá necesidad, cuando se aproxime la tempestad que barrerá el mundo burgués, de guardarse del sentimentalismo; pero al día siguiente de la crisis el sentimentalismo revivirá. Es una ley natural la que quiere que los excesos contrarios se sucedan antes del restablecimiento del equilibrio. Hasta que la revolución no haya terminado su obra los campeones de la nueva sociedad tendrán que acorazarse el corazón. Frecuentemente, las efusiones de piedad, los desbordamientos intempestivos de ternura, han hecho perder la batalla, conduciendo al proletariado á la matanza, saludado por las aclamaciones de filántropos á lo Julio Simón. Pero después, cuando el bienestar sea general, y ya no existan papas, reyes, emperadores ni gobiernos de ninguna clase y las luchas del pasado no sean más que un recuerdo histórico, se experimentará lo bueno que es vivir amándose; y el nuevo estado social conducirá á una explosión de sentimentalismo, pero no de ese sentimentalismo hipócrita que prevaleció durante el siglo XVIII entre las falsas pastoras de Tríanón, no ese sentimentalismo bestial que al día siguiente de la victoria supo la burguesía inculcar al pueblo ignorante.
Lo que se manifestará entonces en toda su amplitud, será ese sentimiento, más entrevisto hasta ahora que realizado, é irrealizable además en nuestra sociedad podrida: la fraternidad.

13 de diciembre de 2008

Las colonias anarquistas, de Eliseo Reclus

Eliseo Reclus es, junto a Piotr Kropotkin, el mejor representante de un anarquismo científico, sostenido sobre la razón humana y el estudio de las sociedades y, por eso mismo, el mejor ejemplo de un científico que, por razón de su conocimiento, está comprometido con la humanidad: nada humano le es ajeno. Su influencia en la comunidad científica de su tiempo, postulando una Geografía social frente a la Geografía regional de Vidal de la Blanche, y su eco popular, a través de numerosas ediciones y traducciones de sus obras entre los que destaca la enciclopédica El hombre y la tierra, no es inferior a su activa presencia en la prensa libertaria del último tercio del siglo XIX. Aquí presentamos uno de sus textos ideológicos, en el que analiza las colonias anarquistas que, entonces y ahora, se fundan con la esperanza de vivir, aquí y ahora, una vida mejor en un mundo mejor.

Hace poco tuve el gusto de asistir á la representación de La Clairiere, de Lucien Descares y Maurice Donnay, lo que me causó una alegría que hacía muchos años no había sentido en el teatro, y esta vez, á la verdad, menos por la obra que por los espectadores, que me parecieron conmovidos en lo más hondo de sus sentimientos, y esto no sólo los del paraíso, sino todos en general. Con simpatía profunda, con palpitante ansiedad miraban todos los clairiere anarquista, tan diferente, á lo menos en sueño, de los turnos infectos ó la tiránica boite en que se consume la vida en esta sociedad; todos elevaban su ideal hacia una sociedad decente y honrada, y cuanto más altas y dignas eran las palabras que oían, mejor parecían comprenderlas. Por algunas horas los burgueses, los hartos, los medrosos, arrojaban lejos de sí sus anejas preocupaciones y su trasnochada moral; se despojaban del hombre viejo.
No haré la crítica de la obra; no señalaré sus méritos ni sus defectos: muchos compañeros lo han hecho con nimia sagacidad y con simpatía hacia los autores; por mi parte no siento necesidad de analizar sutilmente mis placeres: lo que me interesa es el asunto, que tan profundamente nos ha conmovido á todos. Este claro que ha desaparecido de nuestra vista como un miraje del desierto, ¿reaparecerá de modo más duradero? En medio de esta sociedad mala, tan torpemente incoherente, ¿llegaremos á agrupar los buenos en microcosmos distintos, constituyéndose en falanges armónicas, como quería Fourier, de modo que la satisfacción de los intereses individuales coincidan y se ajusten perfectamente con el interés común, rimando sus pasiones en un conjunto á la vez poderoso y pacífico, sin que nadie experimente por ello el menor sufrimiento? En una palabra, ¿crearán los anarquistas Icarias para su uso particular del mundo burgués?
Ni lo creo ni lo deseo.
Nuestros enemigos nos aconsejan con buena voluntad y mala intención que nos alejemos de la sociedad burguesa y pongamos el Océano entre ella y nosotros; nos animan á hacer nuevos experimentos de utopía, en países con la doble esperanza de desembarazarse de nosotros y de exponernos al ridículo de nuevos fracasos: se ha llegado hasta hacer la proposición seria y formal de embarcar todos los anarquistas declarados y conducirlos á una isla de la Oceanía, que se les regalaría, á condición de no salir jamás de ella y de acostumbrarse á la vista de un barco de guerra que apuntase continuamente sus cañones al campamento.
¡Muchas gracias, amables conciudadanos! Aceptamos vuestra “Isla Afortunada”, pero á condición de ir á ella cuando nos plazca, y entretanto quedamos en el mundo civilizado, donde, evitando vuestras persecuciones del mejor modo posible, continuaremos nuestra propaganda en vuestros talleres, fábricas, heredades, cuarteles y escuelas; proseguiremos nuestra obra donde nuestra esfera de acción sea más extensa, en las grandes ciudades y en las campiñas populosas.
Pero aunque no pensemos en retiramos del mundo para fundar una especie de Ciudad del Sol, habitada únicamente por elegidos, no hay duda que durante el curso de nuestra lucha secular contra los opresores de toda categoría, tendremos repetidas ocasiones de agruparnos temporalmente, practicando el nuevo modo de respeto mutuo y de completa igualdad. Las peripecias mismas de la lucha nos agruparán frecuentemente á la fuerza, y en estos casos es imposible que nuestras sociedades no se constituyan conforme á nuestro ideal común.
Puedo citar como ejemplo la “comuna de Montreuil” y otros varios ensayos que pueden animarnos poderosamente. Lo imprevisto no dejará de ayudarnos en nuevas y favorables ocasiones, y gracias á la creciente fuerza colectiva que nos dan el número, la iniciativa, la fortaleza moral, la clara comprensión de las cosas; gracias también á la penetración gradual de nuestras ideas lógicas en el mundo enemigo, veremos realizarse cada vez con más frecuencia obras de toda clase: escuelas, sociedades, trabajos en común que nos aproximarán al ideal soñado. Ciego es quien no vea el trabajo subterráneo que se efectúa y cristaliza, como hecho consumado, en sentido libertario, en cada familia y en cada grupo de individuos, legal ó espontáneo.
Por lo demás, nada nos cuesta reconocer que, hasta el presente, casi todas las tentativas formales de establecimiento de colonias anarquistas en Francia, Rusia, Estados Unidos, Méjico, Brasil, etc., han fracasado, como La Clairière, de Descares y Donnay. ¿Podía ser de otro modo, cuando las instituciones del exterior, unión y fraternidad legales, subordinación de la mujer, propiedad individual, compras y ventas, empleo del dinero, habían penetrado en la colonia como malas semillas en un campo de trigo? Sostenidas por el entusiasmo de algunos, por la belleza misma de la idea dominante, pudieron durar algún tiempo esas empresas, á pesar del veneno que las consumía lentamente; pero á la larga hicieron su obra los elementos disgregantes, y todo se hundió por su propio peso, sin necesidad de violencia exterior.
Aun cuando los desorganizadores, introducidos por dos escritores en La Clairiere, el borracho, el ladrón, el perezoso, el escéptico, el adúltero, el mercader y el denunciador, no hubiesen estado en el número de los socios, no por eso hubiera dejado de predecir la ruina de la colonia, después de un período más ó menos largo de decadencia y languidez, porque el aislamiento no queda impune: el árbol que se trasplanta y que se pone bajo cristal, corre peligro de perder su savia, y el ser humano es mucho más sensible aún que la planta. La cerca puesta alrededor de sí por los límites de la colonia, es letal; acostumbrase á su estrecho medio, y de ciudadano del mundo que era, empequeñecerse gradualmente á las mínimas dimensiones de un propietario; las preocupaciones del negocio colectivo que lleva entre manos, estrechan su horizonte; á la larga se convierte en un despreciable gana/dinero.
En la época en que los mismos revolucionarios se cobijaban bajo el manto de la Iglesia católica, viéronse frecuentemente monjes rebelados contra el mundo de los opresores, salir de él ruidosamente para entregarse al trabajo y participar fraternalmente de la miseria del pueblo; pero es regla general y absoluta que los monasterios fundados por fanáticos de justicia y de verdad, no guardaron jamás su entusiasmo y su celo inicial, y acabaron siempre por convertirse en abrigo de parásitos, lo mismo que todos los conventos.
La consecuencia es que por ningún pretexto ni interés de ningún género debemos encerrarnos: es preciso permanecer en el amplio mundo, para recibir de él todos los impulsos, para tomar parte en todas las vicisitudes y recibir todas las enseñanzas. Retirarse unos cuantos amigos al campo para pasearse y hablar de las cosas eternas á la manera de los discípulos de Aristóteles, es abandonar la lucha, y como dice Lucrecio, soltar la positividad de la vida para coger una ficción de ella. Nuestros amigos de la “Joven Icaria”, en los Estados Unidos del Oeste, parecen haberlo comprendido perfectamente: herederos de las tradiciones comunistas de la antigua Icaria comprendieron felizmente que las celosas reglamentaciones antiguas y toda la logomaquia de estatutos y leyes sólo sirven para crear enemistades y rebeldías, y, declarándose anarquistas, “hacen lo que quieren”, es decir, trabajan fraternalmente para el bien común, que es al mismo tiempo para su provecho personal; pero su campaña, por dulce y buena que sea para los viejos cansados de las luchas y amantes del reposo, parece insípida para los jóvenes ardientes que necesitan la práctica de las cosas, la ruda experiencia de la vida, los conflictos que forman el carácter y que permiten conocer los hombres. Vanse, pues, alegremente á engolfarse en el mundo, llevando siempre el consuelo de saber que si la adversidad los persigue y la miseria les aprieta, pueden volver cerca de sus viejos amigos, donde tendrán pan, aire puro y palabras amistosas para reconfortarse moral y materialmente.
En realidad, aquellos de nuestros compañeros á quienes seduce la idea de retirarse del mundo en algún paraíso cerrado, tienen la ilusión de que los anarquistas constituyen un partido fuera de la sociedad, lo cual es absolutamente erróneo. Gozamos y nos apasionamos en la práctica de lo que juzgamos igualador y justo, no solamente entre nuestros compañeros, sino entre todo el mundo. La humanidad es mucho más grande que la anarquía en su más elevado ideal. ¡Cuántas cosas ignoradas aún nos serán reveladas por el estudio profundo de la Naturaleza; por la amorosa solidaridad hacia todos los hombres, con todos los desgraciados que han sufrido como nosotros la influencia del medio incoherente que queremos restaurar bajo su forma armónica! En nuestro plan de existencia y de lucha, no es la capillita de los compañeros lo que nos interesa, es el mundo entero. Nuestra ambición consiste en conquistar para la verdad todo el planeta, con amigos y enemigos, hasta aquellos á quienes una educación funesta, todo el atavismo de las castas y el virus de las iglesias, han agrupado y armado para caer como fieras contra la verdad.

10 de diciembre de 2008

Sobre feminismo, de Isabel Muñoz Caravaca

Casa de Isabel Muñoz Caravaca en Atienza (Archivo La Alcarria Obrera)

Isabel Muñoz Caravaca fue una mujer adelantada a su tiempo. De raíces aristocráticas, creció entre la alta sociedad madrileña y fue educada en París, contrayendo matrimonio con Jorge Moya de la Torre, un eminente catedrático y científico. Al quedarse viuda, en el año 1885, lejos de acomodarse a una vida de recogimiento en la Corte sin más ocupación que el cuidado de sus hijos, Isabel Muñoz Caravaca marchó a Atienza para ejercer como maestra de niñas en la localidad, a pesar de que renunciaba a su generosa pensión de viudedad. Allí se implicó abiertamente en la lucha social y en la promoción cultural de la Guadalajara de su época y fue una propagandista incansable, hasta su muerte en 1917. Sus campañas a favor del feminismo, en contra de la pena de muerte y del maltrato a los animales, y su sintonía con la clase trabajadora dejaron un recuerdo que aún hoy no se apaga. El que aquí presentamos, Variaciones sobre feminismo, se publicó el 1 de octubre de 1905 en Flores y Abejas.

Han corrido impresas estos días pasados, unas opiniones sobre determinadas novísimas funciones femeninas: funciones intelectuales y sociales; y curiosas. Datos auxiliares para la resolución de un problema del porvenir.
El ilustre Janssen, en el banquete del Parque del Oeste, cuentan que dijo: “Las mujeres estudian ya también Astronomía: causa que las mujeres defiendan, causa ganada”.
En el Diario Universal apareció un artículo de la distinguida escritora que firma con el pseudónimo de Colombine. Se pregunta, es decir, nos pregunta a los lectores, que ocurriría si a las mujeres se extendiera el derecho electoral. Colombine no es feminista –no lo son en general nuestros talentos femeninos;- y supone que andarían las cosas peor que hoy; llevando la concesión del voto a las mujeres, tremendo contingente a la olla de grillos que se derrama cuando llega el caso, en mitins, colegios electorales, Cámaras legislativas, finalmente.
Yo –que no tengo talento- sí soy feminista: estoy en mi derecho. Y en la ocasión presente, me tomo la libertad de disentir de ambas opiniones.
No hay fundamento para considerar ganada la causa que defienden las mujeres: ¿qué es lo que llevamos defendiendo desde que el mundo es mundo hasta la fecha?
Hubo ocasiones en que ciertas mujeres pudieron influir en los actos de los hombres: aquellas espartanas que sacrificando sus hijos por la patria ahogaban sentimientos inmediatos en aras del fanatismo de las cosas remotas; aquellas mujeres de los bárbaros, que los acompañaban a la guerra, y escuchaban las decisiones en sus Asambleas primitivas; aquellas otras heroínas de la Caballería medioeval, medio señoras y semi esclavas de unos hombres forrados de hierro, que hasta en las estampas de la época da miedo verlos hoy…
Influir no es defender: esto último significa aquí la protección generosa de un individuo independiente y libre hacia una cosa justa; lo primero lleva consigo la intriga, un trabajo subterráneo, equívoco tal vez. Los seres superiores e inteligentes, defienden sus causas a la luz del día; los pequeños, los inferiores, los que desdeñan la conciencia de su propio valer, esos influyen cuando pueden y si un mezquino interés se lo aconseja: influyen esgrimiendo armas de todas clases, llegan al objeto deseado por sendas tortuosas, no importa cuales: el caso es llegar.
No asignaba el célebre astrónomo este papel subterráneo a las mujeres, lo sé: las igualaba a los hombres… ¡De esto se trata! La Naturaleza no nos ha dado a unos y otros capacidades mentales diferentes, por muchos y muy solemnes absurdos que se digan. Conviene, sin embargo, dar a las expresiones del pensamiento su completa significación; poner puntos sobre las íes y las jotas. Progresará la Astronomía si a ella se dedican las mujeres, no por ser mujeres, no por una condición habitual de vencedoras; sencillamente sí, porque se aumentará el número de ojos que se dirijan al cielo.
La Naturaleza exterior al mundo en que vivimos, inmensa, magnífica, esplendorosa, saldrá además ganando en admiración: ella seducirá más a las mujeres que a los hombres en la respectiva condición actual: somos más extrañas a los desatinos de las costumbres, más inocentes de las culpas sociales; ineducadas, sin grandes resabios atávicos, y por esto, fáciles de reformar. Nuestra pasión por los pingajos, nuestra sumisión a las contorsiones de salón, son superficiales… Demostradnos los que sabéis más que nosotras ignorantes, que esas cosas son ridículas, y las rechazaremos y de ellas no conservaremos nada. Los hombres, por el contrario, han hecho las leyes, han dividido a la Humanidad en clases o en castas, han matado y se han dejado matar en guerras estérilmente: esos son los ineducados: son mal educados; torcidos desde la primera generación que se dio cuenta de que, en general, tenían un poco más de fuerza física que nosotras.
Si fuéramos lectoras y elegibles, ¡quién sabe si reformaríamos o no la sociedad! Por lo menos, llevaríamos a ella en un momento crítico, un elemento nuevo. En los niños, en los habitantes de pueblos no civilizados, en todos los seres elementales cuya educación se emprende racionalmente, brota como primera manifestación moral un sentimiento de justicia intransigente y severa. Ese sentimiento pudiera quizás dirigir los destinos del mundo cuando las mujeres, dejando de ser objetos, conquistaran la categoría de seres humanos.
Y no vayan ustedes a creer que pido ahora, para mí y para las otras, sin más ni más, el derecho de sufragio: sobre este punto y en este país, tengo yo mis ideas particulares… Las expondré y así habremos hablado de todo.
Soy ultraradical; sólo me encuentro bien al lado de los que van los primeros camino de la revolución teórica; y a pesar de eso, si me preguntan qué sistema político conviene hoy a nuestro pueblo, diré que un gobierno absoluto: no el absolutismo de un rey; es poco: una oligarquía semejante a la de las antiguas repúblicas aristocráticas de Italia: dos docenas o tres de caballeros con unos cuantos cientos de satélites, que por arreglos o a farolazos se repartieran el poder: poder en toda su plenitud para esos pocos; y los demás, la muchedumbre inmensa, a vegetar, trabajar poco y mal, comer pan negro, ir a los toros… A mí, particularmente, esto me parece abominable; pero hace cuarenta años, desde mi obscuridad femenina, vengo observando: ese sistema es el espíritu nacional, el ideal no confesado, la aspiración inconsciente de la mayoría, casi puesto en práctica; con costumbres y hasta palabras propias: el santonismo, el caciquismo, los partidos turnantes, cosas y exclusivamente españolas, se cultivan aquí como los melones y garbanzos: y son ese espíritu, esa aspiración, y nada más.
Por cierto que son hombres los que bullen y arreglan al mundo de este modo; las mujeres, detrás, cosen calcetines, oyen malas razones o se pasan la vida en visita y paseo; llorando imposiciones, o discutiendo el modo de dejar la cucharilla en la taza de thé y demás trascendentalísimas cuestiones por el estilo.
¿Qué es feminismo? Es una de tantas manifestaciones revolucionarias: revolucionarias de verdad. No es el sueño de la Isla de San Balandrán con las actuales condiciones recíprocas invertidas; es la aspiración a un estado más perfecto, dentro de lo que permite la imperfección humana, en el que la mitad del género humano no se dedique especialmente a hacer disparates y la otra mitad exclusivamente a hacer tonterías.