La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

27 de septiembre de 2011

Cretinópolis, de Carlos Malato

El movimiento obrero, siempre sin recursos y tantas veces sin libertad, se vio forzado a utilizar todos los medios posibles para la difusión de sus ideas emancipadoras. La literatura y el arte, la prensa y el panfleto, la música y el teatro... todo servía para extender y afianzar sus ideas. El teatro, al que tanta afición se tenía en pueblos y ciudades hasta el siglo XX, fue una de las vías más utilizadas: obras populares, no siempre exentas de calidad, representadas por grupos aficionados en teatrillos y locales de sociedades y sindicatos... Autores destacados del anarquismo, como Pietro Gori, decidieron escribir obras de teatro y otros, como Errico Malatesta, optaron por coloquios políticos fácilmente representables. Ofrecemos el breve sketch titulado Cretinópolis escrito por el anarquista francés Carlos Malato y que fue publicado en La Revista Blanca en su número del 15 de enero de 1901.

Cretinópolis
Un jardín público, en cuyo centro se levanta inmensa jaula de espesos barrotes. En ella hay varios hombres y algunas mujeres de melancólico rostro y sencillo vestir. Alrededor de la jaula se pasean libremente algunos monos, cual buenos burgueses, bien vestidos, fumando, charlando. Los hay que leen La Patrie o Petit Journal. Aquí y allá se ven monas ridículamente ataviadas unas; otras, de cuyos peinados penden cintas multicolores, conducen, vigilan o llevan en sus brazos pequeños monos. Henos, pues, en Cretinópolis.
Un Macaco (barrigudo, con gafas de oro, a su pequeñuelo, que conduce del brazo).- Totó, fíjate bien; es la hora en que se trae la comida a esas malas bestias. Verás ¡cuán feroces son!
El Pequeño Macaco.- Puesto que son malas, ¿por qué se les da de comer, en lugar de hacerlas morir de hambre?
El Macaco (con paternal orgullo).- ¡Sublime pensamiento, digno del cerebro de un cuadrumano! En verdad que siendo nuestra especie la reina de la naturaleza –creada a imagen de Dios, no lo olvides nunca, Totó-, tiene un indiscutible derecho de vida y muerte sobre todas las demás. Sin embargo, por repugnante, estúpido y feroces que parezcan esos animales, nos son útiles: les obligamos a trabajar.
Un Viejo Chimpancé (mezclándose familiarmente en la conversación).- ¡Doce horas por día solamente! ¿No os parece, querido congénere, que es muy poco?
El Macaco.- Evidentemente (moviendo la cabeza con petulancia). Nuestro ideal sería hacerles trabajar veinticinco horas diarias, cosa fácilmente realizable, en mi entender, haciéndoles trabajar una hora antes de amanecer.
El Chimpancé.- ¿Y cuándo pararían?
El Macaco (con resolución).- ¡Nunca!
El Chimpancé.- ¡Concepción tan admirable como sencilla! ¿Me permitís ponerla en conocimiento de los lectores de La Patrie?
El Macaco (admirado).- De La Patrie… Ciertamente… ¿Con quién, pues, tengo el honor de hablar?
El Chimpancé (sonriendo).- Con Francisco Coppée.
El Macaco (entusiasmado).- ¡Con Francisco Coppée! (dirigiéndose a su pequeñuelo) Totó, ¿ves ese gran señor que tienes delante, y de cuyo pecho salen sonidos armoniosos como de clarinete constipado?... ¡Es Francisco Coppée! No lo olvides jamás. Que este día sea el más hermoso de tu vida… ¡Francisco Coppée! (Se rasca el fémur de emoción).
Prisionero 1º (dirigiéndose a sus compañeros de prisión).- He ahí, sin embargo, nuestros primos hermanos, la imagen viviente de nuestros groseros ascendientes.
Prisionero 2º.- ¡Y hoy nuestros amos! Nosotros pensamos, nosotros creamos; los más fuertes de entre ellos se apoderan de todo y gozan sin comprender; los demás aplauden (con amargura). ¡Qué proclamen, pues, la soberanía de la razón sobre el instinto!
Prisionero 1º.- No sucederá siempre así. Esos mismos monstruos grotescos que nos esclavizan, porque son la multitud y nosotros no más que una minoría aún de la especie pensadora, constituyen un progreso sobre sus ascendientes, que fueron también los nuestros.
Prisionera 1ª.- ¡Lo dudo! Mirad esa mona joven que hace piruetas ante ese babuino ensotanado.
Prisionero 1º.- ¡Qué son ellos, qué somos nosotros, sino simples átomos –pensando y sufriendo, es cierto- en la marcha universal de los seres y de las cosas! Siempre y por todo, se cumple la incesante ley de la transformación. Más tarde, transcurridos que sean millones de años, la tierra y sus habitantes harán su evolución regresiva. Vendrá el decaimiento, la vejez; después, la muerte en espera de la resurrección, y de nuevas formas de vida en el infinito del tiempo y el espacio. Mas al presente todo demuestra que estamos todavía en la juventud del globo, en la evolución del sentido progresivo.
Totó (acercándose a la jaula y procurando oír).- ¿Qué dicen?
El Macaco.- ¿Lo sé yo acaso? ¡Palabras!
Totó.- Sin embargo, ¿tienen la misma lengua que nosotros los hombres?
El Macaco.- Sí, pero no los mismos pensamientos; no son más que animales.
Prisionero 3º (dirigiéndose a los monos).- ¡Si fuerais capaces de entendernos! Sin embargo, veamos: tenéis un cerebro; ¿no podéis poner algo dentro de él? (Los monos lanzan grandes carcajadas, saltan y hacen cabriolas; un cinocéfalo se busca piojos en la barba y muy amable los ofrece a Francisco Coppée)
El Chimpancé.- Sois demasiado bueno, señor Marc; no acostumbro… Mi salud me lo prohíbe. (Tose y se aleja)
Prisionero 2º.- No hay que hablarles en razón a esos brutos.
Una Mona (a otra).- ¿Habéis visto el traje de la señora Monkey en el baile del Ayuntamiento? ¡Tres hileras de perlas azules sobre fondo encarnado!
Mona 2ª.- ¡Y las plumas de su sombrero, querida mía! ¡No hay idea de cosa semejante!
(Un sapajú pasa saltiqueando, vestido con uniforme de teniente de húsares.)
Voces de Monos y (sobre todo) de  Monas.- ¡Viva el ejército!
El Babuino (con sotana).- ¡Dominus vobiscum! (Algunos monos y monas se santiguan)
Prisionera 1ª.- ¡Tener hijos, alimentarlos, amarlos, para después entregarlos a la discreción de esos brutos; hacer de ellos esclavos, carne de taller, carne de cañón, si son hijos; carne de lupanar, si son hijas!
Prisionero 3º.- ¿Qué quieres, hermana mía? Nosotros tenemos sobre esos seres el privilegio del pensamiento. Sufriendo más por ellos los rescataremos. Consolémonos viviendo con el cerebro y el corazón, la vida de la idea.
Prisionero 1º.- ¡Siempre la ilusión!
Prisionero 3º.- ¿Es un sueño? La evolución del feto, pasando en nueve meses por todas las formas animales, ¿no nos recuerda la inmensa serie de transformaciones físicas y morales cumplidas por nuestra especie? El camino recorrido en el pasado, ¿no indica el que se extiende en el porvenir hasta más allá de toda conjetura? Cuando Nietzsche evocaba para lo futuro la aparición del Superhombre, ¿hacía otra cosa más que anunciar en términos sublimes una conclusión que todos los pensadores habían ya formulado?
Un Orangután (con rostro casi humano, vestido de obrero).- Es singular; me parece que comprendo algo.
Los demás Monos (con indignación).- ¡Comprende! ¡Nos deshonra! Es un falso mono.
El Babuino (con severidad).- Eso no es un mono; es un hombre.
Voces de Monos.- ¡Encerrémosle! (Se apoderan del orangután, el cual resiste. Un carcelero abre la puerta de la jaula y arrojan en la al mono demasiado humano)
El Cinocéfalo.- ¡Indulgencia muy peligrosa, hermanos míos! ¿No os parece que una camisa azufrada?... (Se interrumpe para rascarse. En la jaula los prisioneros examinan, no sin desconfianza, a su nuevo compañero)
Prisionero 1º.- ¿Eres hombre?
Orangután.- No sé; a veces me parece que sí; a veces que no.
Prisionera 1ª.- ¡Por lo menos, te gustaría llegar a serlo!
El Orangután.- Sí; querría poder pensar como vosotros; pero a condición de ser libre.
Prisionero 2º.- ¡Ser libres! No buscamos más que eso.
El Orangután.- ¿Y no habéis encontrado el medio? ¿De qué os sirve vuestra superior inteligencia?
Prisionero 4º (con desaliento).- ¡Somos muy pocos!
El Orangután.- ¡Muy pocos! Un inmenso número de monos desearían como yo llegar a ser hombres. Escuchadme, por extraño que os parezca, yo os diré cómo habéis de tomarla. (Habla a los cautivos al oído)
El Babuino (a Totó).- Respóndeme, amiguito mío: ¿cuántos dioses hay?
Totó.- No sé, señor Abate.
El Babuino.- ¡Cómo! ¿No lo sabes? Veamos, cuenta conmigo: el Padre…
Totó.- ¡Ah, sí, el padre! Uno. (Durante este tiempo los carceleros que traen la comida de los hombres abren la puerta de la jaula; las mujeres les entretienen; los hombres se acercan con cautela rodeándoles)
El Babuino.- Después… el hijo.
Totó.- El hijo, dos.
El Babuino (con impaciencia).- Bien, después.
Totó (con timidez).- ¿El… Nieto?
El Babuino (gruñendo).- Vamos, el Espíritu Santo.
Totó.- ¡Ah, sí, el Espíritu Santo! Pues, bien; con éste son tres.
El Babuino (rojo de cólera).- No, desgraciadillo, con ese no son más que UNO. ¡Ah, ya! ¿Es que tú también querías llegar a ser hombre? ¡Ten cuidado! (Prisioneros y prisioneras se precipitan sobre sus carceleros, les quitan las llaves y huyen)
Voces Desoladas de Monos.- ¡Los hombres se han escapado!
El Sapajú (sacando el sable).- ¡Sálvese quien pueda!
El Babuino (huyendo).- ¡Se acabó Cretinópolis!

Nota de La Alcarria Obrera: Francisco Coppée: Escritor francés, nacido y muerto en París. En su juventud perteneció al grupo de poetas «parnasianos» y destacó con la publicación de la colección de poemas Le reliquaire (1867). Fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1884 y obtuvo la Legión de Honor en 1888. La obra de Coppée, muy cuidada, pero carente de inspiración, aborda, aunque muy superficialmente, emociones elementales. Sus temas más frecuentes fueron la piedad hacia los pobres y desventurados, el patriotismo, las alegrías del amor y, en sus últimas obras, el fervor religioso; La bonne souffrance (1898), una de las más populares, fue escrita después de su reconversión al catolicismo. En sus últimos años tomó parte activa en la política y, como uno de los organizadores de la famosa Ligue de la Patrie Française, desempeñó un papel poco noble en el caso Dreyfus, tomando partido contra el acusado. Entre sus obras dramáticas destacan Le luthier de Cremone (1876), Les jacobites (1885) y Pour la couronne (1895).

26 de septiembre de 2011

Foralismo y federalismo en Euskal Herria

La política española del siglo XIX estuvo trágicamente marcada por la pulsión unificadora de los liberales, que mantenía la centralización de los Borbones, y la defensa de las particularidades territoriales enmarcadas por los fueros, de los que los carlistas eran celosos defensores. Los republicanos federales, con Pi y Margall a la cabeza, intentaron la síntesis entre una unidad enemiga de la uniformidad y una diversidad que no se tradujese en privilegios. La actividad de los republicanos federales en Cataluña es sobradamente conocida, pero la que desarrollaron en Eukal Herria, corazón del carlismo, ha pasado casi desapercibida. Ofrecemos uno de los capítulos de la obra Lo que es el fuero, escrita por Joaquín Jamar y publicada en San Sebastián en 1868, que resume perfectamente su línea ideológica. Añadimos un llamamiento "A los hombres de influencia en el País Vascongado" que, como apéndice, cerraba este interesante folleto.
Recluta de jóvenes carlistas en la iglesia, The Illustrated London News, 1874

IX. REFLEXIONES
Que en el Fuero "se descubre la huella del espíritu democrático más vigoroso y más puro," hemos dicho al concluir el capítulo anterior. Aquí se nos presenta ya de frente una preocupación y queremos abordarla desde luego.
De espíritu democrático hemos hablado. Los que de la palabra "democracia" tienen una idea equivocada a fuerza de verla presentar como un espantajo, y los que de la palabra "Fueros" tienen una idea equivocada también a fuerza de juzgar por las apariencias sin haber penetrado nunca en su sentido íntimo, podrán oponer alguna resistencia a nuestra apreciación. Nada más fácil, sin embargo, que desvanecer esa resistencia; nada más necesario que desvanecerla hoy, en que necesitamos más que nunca fortificar el sentimiento foral por la unión de todos en el pensamiento íntimo del Fuero.
Ha sido bastante común en este país, oír decir a gentes consideradas de buen sentido, "yo no soy fuerista porque soy liberal," ó esto otro que en contrario sentido viene a significar lo mismo, "yo no soy liberal, soy fuerista".
Ha sido bastante común oír esa doble paradoja en nuestro país; y como consecuencia de esa doble paradoja, ha pasado como moneda corriente el ver a los reaccionarios en política erigirse ufanamente a veces en defensores únicos del Fuero.
Hay en esto un cambio lastimoso de papeles; hay aquí un error grosero que puede llegar a ser una verdadera calamidad para el país. Si se quiere que no perezcan las libertades vascongadas, es necesario que ese error lastimoso cese, es necesario que todos abramos los ojos a la luz y no nos dejemos llevar por necias preocupaciones, porque necia preocupación es ese divorcio imposible entre la libertad y el Fuero, esa imposible alianza entre el Fuero y la reacción.
¿Qué es la reacción? El retroceso a un derecho político que ya murió para no resucitar jamás, a una forma de gobierno que ya se hundió para siempre; a la forma absolutista y al derecho divino, negación descarada de todos los derechos del hombre.
 ¿Y qué es la libertad? La consagración de los derechos del hombre; el advenimiento del pueblo a la vida política, afirmando el principio de que las sociedades humanas no son vil rebaño sujeto a la voluntad de un amo, sino colectividades de hombres que tienen derecho a gobernarse de la manera más conforme a sus intereses y a su voluntad.
¿Y qué es el Fuero? La afirmación enérgica de que el pueblo vascongado no reconoce amos; la afirmación enérgica de que es un pueblo libre; la afirmación enérgica de que, como pueblo libre, tiene derecho a gobernarse por sí mismo sin que a su soberana voluntad se sobreponga ninguna voluntad avasalladora.
¿Qué hay de común entre el Fuero y la reacción? ¿Qué hay que no sea común entre el Fuero y la libertad?
Sin embargo, el divorcio que hemos señalado, ó algo que se le parece, existe: vale la pena de que nos detengamos un poco a meditar sobre él. No hay efecto sin causa, hemos dicho al empezar; y nos parece que pueden señalarse algunas causas de ese fatal divorcio.
"Ese no es el Fuero:" nos dirán los que, sin conocer el fuero más que por lo que ven en ciertas prácticas, quieran justificar su sacramental paradoja, "yo no soy fuerista; porque soy liberal".
Ese es el Fuero, les contestaremos; el Fuero es ese: tomáis por el Fuero algunas pocas corruptelas de legislación foral; olvidáis que en puntos muy importantes el Fuero en acción no es el Fuero escrito.
Grandes tajos se han dado al Fuero de larga fecha acá, y es digno de notarse que casi todos han obedecido a la idea de mermar los derechos del pueblo.
Dos grandes demoledores ha tenido nuestra vieja legislación en el sentido del retroceso, uno fuera y otro dentro del país: fuera, el poder central; dentro, el caciquismo o para que el lector nos entienda mejor, la jaunchería. Como pareja de ratones que apoderándose de un queso, lo horadan hasta el corazón y lo roen hasta no dejar mas parte sana que el armazón, así esos dos demoledores han roído al pobre Fuero a través de las edades. Pero el armazón ha quedado: el armazón es sólido: y sobre él puede levantarse con nuevos materiales un edificio duradero.
No vemos hoy esas grandes manifestaciones de la vida pública que en las viejas páginas del Fuero hemos visto consignadas. No se congregan hoy los guipuzcoanos al son de campana para elegir sus jueces: no vemos hoy rodeados a los Alcaldes de esa respetabilidad de que rodea el Fuero al primer magistrado popular: no vemos rodeado de tan firmes garantías al individuo, no vemos tan respetada la inviolabilidad del domicilio, ni la autonomía del municipio, ni la dignidad de la provincia; no vemos las cargas públicas sostenidas con la justa contribución del repartimiento.
Vemos, al contrario, la administración de justicia despojada de su forma popular: los pueblos sometidos a un Alcalde de real orden, los Alcaldes reducidos a alguaciles de un Gobernador; la seguridad del individuo expuesta a la arbitrariedad del Gobierno central, el municipio sin acción, la provincia en muchos puntos cohibida en su autonomía; vemos a la administración foral turnando entre un reducido círculo de familias, vemos al pobre consumidor sostener sobre sus flacas espaldas todo el peso de las cargas públicas...
Partidarios de la libertad, nada de esto debéis achacar al Fuero. Partidarios del retroceso y de la libertad, todos debéis trabajar unidos para desagraviar en esos importantísimos Contrafueros a nuestra vieja ley. Hay que desagraviar la justicia, en puntos tan fundamentales vulnerada: hay que desagraviar al pueblo, porque ante el Fuero, el pueblo es Rey.
No se habla de otra cosa en las tres provincias hoy que de abolir contrafueros, y en son de abolición de contrafueros se dirigen vizcaínos y alaveses y guipuzcoanos al Gobierno central. Bien está eso, y bendigamos todos la libertad que a ello nos abre la puerta. Pero de la abolición de los contrafueros interiores ¿quién se acuerda? ¿No tenemos también, aquí dentro de nuestra casa, contrafueros que abolir? ¿No hemos tenido también aquí dentro demoledores del Fuero?
Empecemos por restaurar esa obra de demolición en el interior: empecemos por abolir los contrafueros interiores. Los contrafueros del exterior, la libertad reinando en España los borrará. Esa libertad política en España, que tanto asustaba ayer á los que hoy piden a esa misma libertad apenas asentada en su trono, la abolición de los contrafueros del régimen absolutista y doctrinario, esa libertad tan temida lo traerá, repetimos. Ella asentará sobre firmes cimientos, si se la deja consolidar, la autonomía de las provincias; el programa democrático en el gobierno salvará nuestras libertades de todo ataque del exterior.
Entre tanto apliquémonos nosotros a abolir los contrafueros interiores; vengamos al régimen genuinamente popular dentro de nuestra administración, vengamos á la doctrina foral en materia de impuesto que es por hoy lo más urgente.
Entre los que por ignorancia muestran desafecto a nuestro código foral, entre los que al ver expuesta su doctrina en toda su sencillez dicen –"ese no es el fuero"- influye mucho sin género de duda el presenciar ese doble hecho que hemos señalado: el predominio de una oligarquía mas ó menos simpática, mas ó menos suave, sobre el país, y el sostenimiento de las cargas públicas por el impuesto de consumos, injusto en su esencia, oneroso en su percepción, destructor para el comercio, contrario en todo a la doctrina que debe regir en todo gobierno verdaderamente popular.
Urge quitar de en medio esas dos causas de desafecto, porque urge quitar de raíz toda causa de división. Jamás ha necesitado más que hoy el pueblo vascongado de la unión que da la fuerza: jamás ha necesitado más que hoy fortificar en el corazón de sus hijos el puro sentimiento foral, que es el que dará al país una unión inquebrantable.
¡Abajo, pues, los contrafueros interiores! volvamos a la doctrina foral, a lo menos en aquellos puntos que estén en nuestra mano corregir. No es doctrina foral el impuesto de consumos: no es doctrina foral la Jaunchería. ¡Abajo el impuesto de consumos! ¡Abajo la Jaunchería! Seamos fueristas aquí, si queremos ser respetados como fueristas allá.
Desde que Guipúzcoa arrasaba las casas-fuertes de los ricos-homes, hasta que los ricos-homes degenerados en jaunchos dominaban como señores en nuestras Juntas, habíamos retrocedido mucho. Desde que los jaunchos arrojaban de las Juntas a los comerciantes, ó poco menos, hasta hoy que en las Juntas y Diputaciones se sientan algunos comerciantes, hemos avanzado algo. Pero de ahí al espíritu popular e igualador del Fuero va mucho. La oligarquía se ha debilitado algo, pero todavía existe: todavía tenemos Jaunchos; todavía la propiedad territorial puebla nuestras juntas y nuestras Diputaciones, con exclusión casi del elemento industrial y mercantil que son hoy dos brazos robustísimos en la sociedad guipuzcoana.
Digamos en honor de esa oligarquía que todavía priva en el país, que su administración es honrada, que es íntegra. Mantiene la administración del país á la altura de sus honrosas tradiciones: es grato rendir a sus hombres sobre este punto el justo homenaje que se merece su acrisolada virtud. Este homenaje será para esos hombres más honroso todavía, la gratitud del país hacia ellos será más merecida, si ellos mismos son los que inician con ánimo resuelto la abolición de todos los contrafueros interiores que hoy son un agravio para el pueblo, que son una causa de desafecto en algunos hacia la administración foral, que son una causa de desunión en los ánimos.
Den la señal los hombres que hoy se encuentran al frente de la administración del país. A su cabeza se halla el hombre que, por plebeyo, recibió durante largos años el desdén de la ya para entonces decrépita jaunchería. Dé con el pié ese hombre a toda esa vieja armazón de contrafueros interiores; prepare la sustitución radical del impuesto de consumos por el impuesto foral del repartimiento tomando por base la riqueza, y con esto solo habrá dejado un noble rastro de su paso por la administración del país.
Que todo lo que dentro del país contraría, el espíritu abiertamente popular del Fuero desaparezca: que nadie pueda decir al tener el libro en la mano y la práctica a la vista –esto no es el fuero, y entonces ya esa fatal división de escuelas políticas dentro de nuestro país habrá desaparecido para siempre; entonces ya no habrá quien diga "yo no soy fuerista porque soy liberal," ni "yo no soy liberal, porque soy fuerista; entonces habrá muerto ya la paradoja, y el Fuero tendrá un cimiento inquebrantable porque descansará en el caliente amor de todos.
Entonces ya, con la seguridad de ser oídos por reaccionarios y liberales con la benevolencia que se merece nuestra honrada convicción, podremos decir a los que sostienen ambos extremos de la paradoja, "liberales del país; vosotros que profesáis las doctrinas de la escuela liberal, estáis, y no podéis menos de estar, dentro del Fuero”. "Reaccionarios del país, vosotros que defendéis el Fuero, estáis, y no podéis menos de estar dentro de la escuela liberal. El Fuero es la negación de vuestras ideas políticas; vuestras ideas políticas son la negación del Fuero. Si defendéis el Fuero pues, y no hay vascongado que no lo defienda, estáis dentro de la escuela democrática. Si sois fueristas, sois demócratas. Solo el miedo a una palabra nos separa; el miedo a la palabra democracia cuyo significado se desfigura presentándolo a los ojos de las gentes sencillas como un espantajo.
Democracia es la forma de gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía: eso es democracia, y el Fuero es eso mismo; el Fuero es la soberanía popular en acción y nada más.
Dejémonos ya de terrores insensatos: no hagamos de una palabra mal comprendida un valladar entre dos partidos. Aquí, en el país vascongado, no cabe más que un partido; el partido vascongado, el partido del fuero, el partido de la libertad.
Penetrémonos todos de esta verdad, que importa hoy más de lo que parece. No achaquemos al fuero imperfecciones y abusos que no son hijos del fuero, que son transgresiones del Fuero. Clamemos contra esas transgresiones pero respetemos el Fuero mismo, porque el Fuero no es solo una tradición venerable, es la solemne consagración de los eternos principios de la justicia.
Si nuestro Fuero, mutilado y todo, inspira hoy respeto a los extraños ¡qué veneración no inspirará, qué espíritu de noble emulación no despertará en las provincias castellanas, libre de los errores, purgado de los agravios que le han inferido la acción corruptora del tiempo y las injusticias de los hombres!
Ame, si, el país al Fuero: el Fuero merece todo el amor del país, pero no le ame por sentimiento tan solo, ámele por convicción. Conózcalo, estúdielo, y su amor hacia él será más duradero, más firme, más digno sobre todo de un pueblo libre.

A LOS HOMBRES DE INFLUENCIA EN EL PAÍS VASCONGADO
Al poner en manos del público este librito, he creído llenar una necesidad y cumplir un deber. Llenar la necesidad de llevar a la inteligencia del pueblo el conocimiento de los principios fundamentales y del organismo de nuestra vieja ley: cumplir el deber de cooperar a la mejora de nuestra organización aquí dentro, y al afianzamiento de esta organización en nuestras relaciones con España.
Esa necesidad que a todos llama hoy, ese deber que a todos se impone, llama y se impone con más fuerza que a nadie, a vosotros hombres de influencia del país, que con vuestro prestigio podéis conducir la dócil voluntad de vuestros compatriotas, por el camino que conduzca al logro de aquella noble aspiración.
A vosotros me dirijo, pues, lleno de confianza: las ideas que se siembran en el pueblo germinan siempre; pero la germinación es lenta. Cuando urge obrar, no basta fiar en los gérmenes lanzados al campo de la opinión; es necesario que los que tienen en su mano los resortes que pueden activar la fecundación de esa semilla obren; es necesario ayudar a la obra de la naturaleza, que lo mismo en el orden moral como en el orden físico, se realizan con lentitud.
Y aquí urge obrar hoy.
Yo miro en derredor, y descubro en el pueblo vascongado dos hechos que acusan dos grandes necesidades de momento; dos problemas que urge mucho resolver, si el pueblo vascongado se ha de levantar de la crisis presente erguido y robusto sobre la firme roca de sus tradiciones.
En el interior, descubro enfriamiento del espíritu foral, gérmenes de desunión, desafecciones latentes hacia instituciones que a toda costa debemos conservar; efecto todo eso de un relajamiento, ya crónico, de los principios del Fuero en la práctica de nuestra administración.
En el exterior descubro un libro en blanco abierto para recibir el pacto que los españoles quieran contraer en uso de su voluntad libérrima, y veo que en las  páginas de ese libro que mañana se escribirán, puede encerrarse para el pueblo vascongado, lo mismo una garantía de tranquilidad perpetua, como un manantial de zozobras perpetuo también.
Es necesario, aquí dentro, fortificar el espíritu foral, es necesario matar aquellos gérmenes de desunión, es necesario que desaparezcan aquellas desafecciones latentes. Para eso hay que dar satisfacción a los agravios que los engendran. Ya he dicho brevemente cuáles son en las breves páginas que anteceden. Vosotros, los hombres de influencia en el país, debéis adelantaros en esto a las reclamaciones de la opinión, poniendo nuestra administración interior en armonía con el criterio de las prescripciones forales, y tomando por guía el criterio del derecho en aquello a que el Fuero por su antigüedad no alcance.Vosotros podéis hacerlo: para vosotros querer es poder.
Es necesario, allí fuera, llevar también el espíritu de nuestra constitución por criterio, y el derecho también en donde aquel no alcance, porque del derecho es el porvenir, para ese edificio que la España va a levantar y en el que os ha de tocar ser obreros. Ya he dicho, según mi recta intención me dicta, cuál es el camino que a los representantes vascongados señala en esta ocasión la moral y el interés. Vosotros podéis llevar al pueblo vascongado por ese camino: para vosotros querer es poder.
Queredlo, porque el porvenir de vuestro país lo quiere y lo necesita. No digáis esa eterna vulgaridad de que el país vascongado no está suficientemente preparado para esa política, esa vulgaridad de que los representantes del pueblo deben reflejar la opinión del pueblo, y no deben ir en el camino de la libertad mas allá de donde vaya la opinión de su pueblo...
Sofisma, y sofisma peligroso aquí, os contestaré. ¿Habéis medido alguna vez hasta dónde llega el sentimiento de la libertad en el pueblo vascongado? No; la timidez, la vacilación no está en el pueblo; la timidez, la vacilación está en vosotros que, seducidos por un sofisma sois, más que sus representantes, sus compresores. En vosotros que, más que sus compresores, debierais ser sus guías.
El deber de los hombres que por su ilustración ven un poco más allá que la generalidad del pueblo, es enseñar lo que saben al pueblo, es dirigir al pueblo, es elevar el nivel del sentimiento liberal en el pueblo hasta donde deba elevarse para que queden suficientemente garantidos los derechos y los intereses del pueblo. Es sofístico, es hasta inmoral políticamente hablando, el decir: "Yo voy más adelante que la opinión, yo sé que la opinión no va aquí tan adelante como debiera ir, porque no está bastante ilustrada; pero yo me bajo hasta el nivel de esa opinión para ir al nivel de ella".
Esto es sofístico, esto es inmoral en política. Si la opinión no está suficientemente ilustrada, ilustradla. Este es el deber de los que aspiren a ser útiles a su país: no bajarse hasta el nivel del vulgo, para explotarle tal vez; elevar el vulgo hasta su nivel ilustrándolo y dirigiéndolo: he ahí el deber de los hombres de representación en nuestro país. Cumplid ese deber hoy, hombres de influencia en el país vascongado, y el país os lo tendrá en cuenta, y recogeréis las bendiciones de la posteridad. No lo cumpláis, y habréis creado un semillero de conflictos que la posteridad verá llegar con amargura, ó cuando menos habréis pasado por la tierra como planta estéril que muere y pasa sin dejar fruto ni rastro de su existencia.

25 de septiembre de 2011

Prólogo de Mella a La ciencia moderna

El vigués Ricardo Mella sigue siendo, sin duda ninguna, el mejor teórico hispano del anarquismo. No supera a Juan Montseny en su labor divulgativa, ni su estilo es comparable al de Rafael Barret, ni su activismo es parejo al de Tarrida del Mármol, ni ejerció tanta influencia como Juan Peiró. Sin embargo, Mella fue el autor de más profundidad del movimiento libertario en España y vivió una época clave en su formación y desarrollo. Su obra dispersa en artículos, folletos y otros textos no es, por desgracia, suficientemente conocida. Ofrecemos aquí su prólogo a la segunda edición de La ciencia moderna y el anarquismo, un libro poco conocido de Piotr Kropotkin, para que sirva de ejemplo de su ideario y de la profundidad de su pensamiento.

Publicada en alemán la primera edición de La ciencia moderna y el anarquismo, amplióla su autor para darla a luz en lengua inglesa. Caer en mis manos esta segunda edición, darme cuenta de su real importancia y ponerme a traducirla al castellano, fue todo uno. La traducción será mejor o peor, pero tengo la seguridad de haber permanecido fiel al texto constantemente, aun a expensas de la pureza del estilo y del rigor sintáctico. En obras de esta naturaleza es preferible la exactitud a la elegancia en la dicción.
Tratándose de Pedro Kropotkin, cuyos estudios sociológicos circulan profusamente en todos los idiomas, no era dudoso que este su último trabajo, calificado modestamente de ensayo por el autor, tuviera el alcance que todo el mundo ha reconocido en sus precedentes libros.
Pero si hasta ahora se había reconocido principalmente en sus obras un gran valor de propaganda, una fuerza probatoria de razonamiento poco comunes en otros estudios sociales, habrá que reconocer en presencia de este nuevo libro esas mismas cualidades y una más, muy importante: la comprobación de que la idea anarquista no es un sueño de ilusos, sino esencialmente derivación necesaria de las modernas teorías científicas.
La prueba a posteriori, estamos por decir experimental, es concluyente. Con rigor inflexible llega el autor de La conquista del pan a las conclusiones finales en cuya virtud el anarquismo deja de ser definitivamente credo de partido, aspiración de secta, definición de dogma.
Precisamente cuando la vulgaridad general ha vaciado sobre el anarquismo todos los lugares comunes y todas las diatribas del repertorio al uso, viene Kropotkin a demostrar, como dos y dos son cuatro, que la anarquía es la expresión sintética de la filosofía natural fundada en los descubrimientos científicos más recientes y se propone, no sólo la reedificación de la sociedad, sino la reconstrucción del conocimiento.
La opinión corriente, que se figura al anarquismo como un programa más, como un plan ideado en vista de determinados fines, como uno de tantos proyectos formulados a priori y sin base sólida que lo soporte, ha recibido en esa obra el golpe de gracia.
No es la anarquía un forzamiento de las cosas. Es el desenvolvimiento natural y continuo de todos los elementos de integración vital qué están contenidos en la humanidad, trátese del individuo o de las agrupaciones sociales. No se reduce al mecanismo simplista de la existencia ordinaria, sino que abarca el conjunto de la existencia universal y se propone explicarse, en suprema síntesis la totalidad de la vida y la totalidad de las relaciones. No es una invención, sino una verificación.
En este respecto, aun las opiniones de muchos anarquistas necesitan ser corregidas. Hay en la educación popular resabios de jacobinismos, tendencias vivas al forzamiento de las cosas. La multitud dirigida se coloca en el mismo plano de los directores y actúa conforme a las sugestiones del dogma propio.
Muchos anarquistas no son más que impulsivos que piensan y obran en radical, en revolucionario motinesco. Todo su anarquismo se reduce a la rebeldía instintiva, que no es precisamente la rebeldía consciente, y a la imposición o a la dictadura de la multitud, lo que no sería mejor que otras dictaduras y otras imposiciones.
Las desviaciones y errores de la opinión acerca del anarquismo tienen en esas pobres traducciones del ideal un auxiliar poderoso. Parece como si partidarios y adversarios se empeñasen en perpetuar la leyenda de las agitaciones estériles, de las violencias bárbaras, de los inextinguibles odios.
Cierto que en la crudeza de las luchas de nuestros días son fatales las estridencias de concepto y de hecho. Inútil poner diques a la corriente. La lucha es la lucha. Mas si las cosas tienen siempre explicación, no siempre tienen justificación. Y en todo caso, a hombres que se dicen renovadores no convienen cosas y palabras rancias.
El lenguaje denuncia frecuentemente el atavismo de club. Es preciso ser un poco bárbaros, un poco sectarios, un poco fanáticos. La acción está representada en caricatura por un obrero fornido, provisto de recia estaca. La bomba ya se hizo anacrónica. Teóricamente, muy anarquistas; prácticamente, déspotas. Se levanta altares a la Razón y se impone la propia a garrotazos.
Ni aun se tolera disentir del novísimo dogma. La aberración llega al límite cuando se ve a tales hombres en amigable consorcio con todos los radicalismos de escuela y en la grata compañía de caudillos de opereta, conspiradores bufos de peluca rubia y trenza gris.
Afortunadamente, la multitud obrera, y entre ella los anarquistas conscientes, se aparta de aquellos que cifran la emancipación humana en serviles traducciones de la rutina político-jacobina. Pero al propio tiempo el hecho hacia estos ideales y hacia sus propagandistas se extiende y levanta como una recia muralla que impide toda compenetración de pensamiento y de conducta.
Contrayéndonos a España, puede observarse un periodo de seria propaganda y de estudios que se desenvuelve rápidamente y gana las multitudes, no sólo obreras, sino también mesocráticas; después viene el período llamado heroico, que siembra el espanto con sus formidables aldabonazos: la idolatría por los hombres se revela hasta en las denominaciones de los grupos. Se empieza a olvidar las ideas. Finalmente se inicia el período de decadencia bien patente en la enorme vulgaridad de las locuciones y de los nombres actuales que haría reír si no indignara.
No se juega a los comités ni a los diputados, pero sí a las conspiraciones y a las algaradas infantiles de una ingenuidad tal que, a veces, toca los linderos de la maldad.
Así, en España, el anarquismo, como fuerza, anda maltrecho y vacilante. Si las masas obran, no obstante, en anarquista a cada movimiento que se produce, débese a ese su espíritu, a ese su genio creador de que habla Kropotkin.
Se actúa en anarquista aun sin saberlo y muchas veces a pesar y en contra de los mismos anarquistas.
Es verdaderamente decisiva la manera como Kropotkin establece el paralelismo entre el progreso de las ciencias, el desarrollo de las ideas y los desenvolvimientos y rebeliones populares.
Las parciales evoluciones en el dominio de la religión, en el de la filosofía, en el de las formas políticas y económicas, en el de las instituciones sociales se resuelven en una misma evolución de general tendencia hacia la libertad integral, libertad de pensamiento, libertad de acción, libertad de vida.
La enorme diversidad de manifestaciones y modalidades, que parece inducir multitud de resultantes distintas, no es más que la expresión de detalle de una gran síntesis que comprende la vida entera de la humanidad y de la Naturaleza. La metafísica sucede a la teología: la filosofía especulativa a la metafísica; la filosofía natural, la ciencia propiamente dicha., a la filosofía especulativa. Los esfuerzos de la razón se ven al fin coronados por el éxito en los dominios de las ciencias naturales. Construimos, ahora de nuevo, el edificio del conocimiento sobre los firmes bloques de la experimentación. ¡Gloria, no obstante, al pensamiento humano, que tantas veces ha sabido adivinar la realidad y adelantarse a la ciencia!
¿Y qué son, en suma, las transformaciones políticas y sociales, las transformaciones económicas, sino gradaciones de esa misma evolución general? La historia entera de la humanidad se compone de la sucesión ininterrumpida, un poco idealista, un poco materialista, de cambios continuos en el modo de pensar, en el modo de relacionarse, en el modo de vivir. La idea y el hecho tienen un mismo desenvolvimiento: se suponen, se compenetran. Aún cuando aparezcan a veces divergentes, la resultante y la finalidad son siempre de concurrencia por el mejoramiento de la vida, por la elevación del pensamiento, por el dominio de la existencia entera. Imposible escindir lo ideal y lo material.
Es sorprendente cómo el autor de La ciencia moderna y el anarquismo sigue paso a paso la evolución de las multitudes y la evolución en el orden de los conocimientos. Estas páginas son un canto triunfal al hombre y la ciencia. Y son también el golpe de gracia a las rutinas dialécticas aun de los seudocientíficos del socialismo. No hay manera de negarse a la evidencia que brota sencilla y naturalmente de este libro.
Todos los forzamientos teóricos quedan desvanecidos. La tendencia general en todo el curso de la historia es de independencia tanto como de igualdad, el equivalente de la justicia.
Nace en el seno de las multitudes el anarquismo. Nace instintivamente, porque el hombre se siente por naturaleza libre, y este instinto, esta tendencia labra un día y otro el porvenir que más tarde construyen teóricamente los filósofos, los hombres de ciencia contrarios a la Academia, a la Universidad, a la verdad oficial. Viene en seguida la falange de inteligencias despiertas, de nobles corazones que difunden las novísimas doctrinas en el seno del proletariado y de la clase media modesta. Idealmente, la batalla está ganada.
En nuestros días, cuando mayor parece la preponderancia del Estado, cuando todos los partidos se empeñan en repetir la historia luchando rabiosamente por el poder, por la centralización, por ideales de unificación y de uniformidad fuera de las condiciones reales de la vida ha pasado de la esfera de las ideas al terreno de los hechos.
Las multitudes actúan de manera que da un mentís continuo a la prepotencia de todas las direcciones y jefaturas que las solicitan. Obran por su cuenta, olvidadas de programas, descuidadas de disciplinas y reglamentos que de nada le servirían como no fuera de estorbo en el momento de las airadas rebeldías.
Ciertamente que hay mucho de instintivo también en esta conducta, porque frecuentemente el espíritu anarquista no persiste más allá de los días de revuelta y las multitudes apaciguadas no dejan de clamar bien pronto por una nueva disciplina, por una nueva dirección. Se obra en anarquista para destruir; rutinariamente para edificar. Las solicitaciones del autoritarismo y del capitalismo hallan un fiel aliado en la inexperiencia popular.
El atraso mental es bastante fuerte para permitir que, en ausencia de una orientación indicada se alce una dirección impuesta y la falta de hábitos de independencia hace todo lo demás.
Periodo de transición el presente, explica bien por qué las multitudes se detienen a mitad del camino y que en el desarrollo de las aplicaciones prácticas del anarquismo no son tan indispensables las disertaciones teóricas como las lecciones de cosas. No de otro modo que a costa de grandes esfuerzos, de repetidos ensayos, de sucesivas aproximaciones, llegará el Ideal libertario a traducirse en hechos. Es la experiencia la que ha de contrastar, la que ha de verificar la exactitud de nuestras conclusiones.
La difusión de las ideas tuvo la falange de inteligencias despiertas y de nobles corazones. La tiene ahora mismo. Pero en los momentos de revolución, la propaganda cede el puesto a los actos y entonces es necesaria la falange de los abnegados y de los prácticos. No queda a tal hora más que el aleccionamiento por medio de los hechos o la dictadura. La dictadura es todo lo contrario del anarquismo. Es, pues, preciso sugerir la práctica con la práctica; es necesario proceder experimentalmente ante las multitudes para que su grande espíritu de renovación haga libre y espontáneamente todo lo demás.
Y es también necesario que a esta hora suprema nadie se deje arrastrar por la sugestión jacobina, por la obsesión de la violencia que, en el curso de la evolución, no puede ni debe ser más que un episodio. Lo esencial es reconstruir la vida y reconstruirla de tal modo que permita todas las experiencias. El solo deseo de una organización uniforme lanzará a las masas por el camino de la imposición. La imposición tendrá necesidad de un órgano. El órgano será un gobierno franco o disimulado. El espíritu libertario quedará otra vez vencido. La revolución habrá sido inútil.
En este punto estimamos que Kropotkin exagera la necesidad de aplicaciones comunistas, exclusivamente comunistas, aun cuando en esta obra parece franquear el amurallado recinto de la uniformidad.
Porque en el fondo es un economista al revés, o porque argumenta bajo la influencia del medio ruso o bien porque le obsesiona la cuestión del pan para las multitudes hambrientas. Kropotkin en todas sus obras desenvuelve insistentemente el principio comunista cerrado, unificado, hasta sus últimas consecuencias, del mismo modo que se esfuerza en la afirmación del municipio libre y apenas concede atención a las formas subsiguientes del organismo social, tan complejas como complejas son las necesidades de la vida moderna.
La práctica del comunismo anarquista la reduce el autor de Campos, fábricas y talleres a su más sencilla expresión. Si no temiéramos excedernos, diríamos que plantea y resuelve la cuestión en forma harto simplista para que concuerde con la extrema complicación de la vida social. Ello podrá parecer bien a las multitudes; podrá satisfacer necesidades de fácil, podrá llenar cumplidamente el objeto primordial de hacer asequible la idea a todas las inteligencias. Pero de ningún modo está de acuerdo con la evolución social.
Véase como quiera, no hay en toda la historia de los pueblos un solo caso de realización integral de una idea. Todo lo más hay una tendencia, una finalidad, un camino cuya meta se aleja delante del caminante. El individualismo, el industrialismo, el capitalismo no son realizaciones totales, totalmente idénticas al principio que las informa. No son siquiera idénticos a sí mismos en todos los puntos de la tierra. Son una tendencia hacia la realización de una idea. Y las prácticas de esta tendencia difieren de tal modo, que no cabe posibilidad de encerrarlas en un enunciado común. Cierto que tienen el mismo punto de partida y la misma finalidad. Cierto que disponen de un mismo instrumento de realización, pero los hechos que traducen la idea en la marcha ordinaria de la vida no sólo no concurren siempre en una expresión uniforme, sino que frecuentemente difieren y se oponen los unos a los otros.
"Dondequiera que un sistema ha predominado --he dicho en otra parte- o predomina, los hechos están lejos de seguir reglas invariables. El principio es generalmente uno; las experiencias prácticas varían notablemente, desviándose del punto de partida. Del comunismo de algunos pueblos sólo puede obtenerse una característica ideal. En los hechos no hay comunismo igual a otro comunismo. En todas partes se hacen concesiones al individualismo en diverso grado. La reglamentación de la vida oscila desde el libre acuerdo hasta el despotismo más duro. De los esquimales que viven en comunidades libres al comunismo autoritario del antiguo imperio peruano, la distancia es enorme. Y sin embargo, las prácticas del comunismo se derivan de un solo principio: el derecho eminente de la colectividad que, en los países gubernamentales, se trueca en el derecho eminente del príncipe que asume la representación y los derechos de los súbditos. Este principio no subsiste, empero, sin limitaciones esenciales. En todas partes las reservas en beneficio de la Individualidad son numerosas. En unos casos es de propiedad privada la casa y el jardín. En otros la comunidad no alcanza sino a una porción de la tierra, reservándose las otras el Estado, los sacerdotes, los guerreros. Finalmente, los esquimales en sus libres comunidades reconocen en el individuo el derecho a separarse de la comunidad para establecerse en otra parte, cazando y pescando a su solo riesgo...
"Del mismo modo el régimen individualista se halla en ciertas regiones más cerca del comunismo que del individualismo propiamente dicho. La propiedad en muchos casos se reduce a la posesión o al usufructo que el Estado, a voluntad, concede o retira. En otros el uso de la tierra se da por repartos periódicos, porque teóricamente se considera el suelo propiedad de todos.
"Si analizamos la experiencia actual del individualismo en la industria y en la agricultura, veremos que el principio o regla es uno: el derecho a la propiedad exclusiva y absoluta de las cosas, pero que los métodos de aplicación varían de país a país y de pueblo a pueblo. No obstante, el empeño de unificación de los legisladores y el poder absorbente del Estado, las leyes son un verdadero maremágnum, y los usos y costumbres en la industria, la agricultura y el comercio tan opuestos entre sí, que lo que es equitativo en un lugar se tiene frecuentemente por injusto en otro.
"Hay naciones o comarcas donde la asociación obra milagros y otras donde cada cual prefiere luchar solo en su propio beneficio. Regiones enteras pertenecen en una misma nación a una docena de individuos, mientras otras están divididas y subdivididas, hasta lo inverosímil. Aquí prevalece la gran industria. Allá perdura el antiguo artesano trabajando en su pequeño taller. La transmisión de la propiedad afecta las más variadas formas. En unos lugares han sido suprimidas las rentas, en otros persisten invariables".
En ningún punto del globo subsiste el individualismo sin algo de comunismo y mucho de cooperación y de asociación. No se puede prescindir del hospital, del asilo, de la oficina pública, del público paseo; no se puede prescindir del comunismo en los servicios de comunicaciones, de transportes, de alumbrado; no se puede prescindir de crear fuertes asociaciones, grandes empresas, de sumar capitales y hombres con fines de cooperación. No importa por qué ni para qué. Importa saber que el individualismo no tiene ni puede tener realización totalizada, pura, como el ideal de que se deriva.
Otro tanto ocurre con las instituciones políticas. Es tan grande la diversidad de códigos, que no tendremos que insistir. El constitucionalismo, sea monárquico, sea republicano, ya unitario, ya federalista, varía radicalmente de pueblo a pueblo. No hay una constitución tipo después de un largo siglo de experiencia. La tendencia es siempre la misma; la práctica distinta en todas partes.
Toda la ciencia del mundo no sería bastante para ofrecernos un esquema ideal, así del individualismo como del constitucionalismo, de acuerdo con la realidad.
Así nosotros, anarquistas como Kropotkin, no podemos comprender una sociedad que produce, cambia o distribuye y consume casi mecánicamente, automáticamente, de un mismo modo en todos los puntos del globo. El estudio de la evolución nos dice lo contrario, nos habla de la inmensa variabilidad de las aplicaciones. Y como es el lenguaje de la realidad y observamos también que todos los intentos de unificación han fracasado y que está a la diferenciación, no nos conformamos con la concepción del comunismo uniforme.
Hay una cuestión previa, que es la de la igualdad de medios para la vida. Esta afirmación constituye todo el socialismo, o todo el comunismo, o todo el colectivismo prácticos. El nombre importa poco. Más allá de esta afirmación no puede haber más que agrupaciones formadas para cooperar, como quiera que sea, a fines determinados. Los métodos de cooperación pueden ser tan variados como las opiniones, los gustos, las necesidades, etc. Todavía más, es preciso que lo sean, porque sin diversidad de experiencias no puede haber elección de lo mejor. El progreso del mundo consiste precisamente en esta selección experimental.
Cualquier intento de método uniforme, cualquier propósito de unificación, sería un nuevo forzamiento de las cosas, y el anarquismo no trata de forzar, sino de favorecer y fomentar el desarrollo de todas las condiciones que están dadas en la Naturaleza para la vida individual y para la vida social.
¿Quién es capaz de predecir las maravillas de los desenvolvimientos futuros en función de un régimen de libertad y de cooperación voluntaria fundado en la igualdad de condiciones?
El error del comunismo anarquista es del mismo género que el error del anarquismo individualista. Así como éste vuelve fatalmente al Estado, así aquél volvería necesariamente a la autoridad y al oficialismo. Toda tendencia de unificación requiere un factor, un elemento que ejecute, que arregle, que coordine. El principio de autoridad, la idea de gobierno está siempre en acecho.
La unidad no puede ser más que una resultante. La vida es variación continua. A partir de ésta, es como únicamente podemos aspirar al desenvolvimiento creciente de todas nuestras facultades.
No se nos oculta que la manera más sencilla, demasiado sencilla, de satisfacer las necesidades elementales de la existencia es el método comunista íntegro. La multitud proletaria hallaría de pronto la solución del apremiante problema del pan. La multitud proletaria se daría cuenta en seguida de la manera como tendría que conducirse para no padecer hambre ni frío, para no andar cubierta de andrajos, comida por la miseria. Comprenderíamos que todos los obreros fuesen comunistas a ultranza.
Pero, ¿y después? Sería menester rehacer los muros de la pequeña villa, los cercados de la gran ciudad; transponer los límites de la comarca, de la nación. Habría algo más que hacer que comer y vestirse. Cada uno, individuo o grupo, querría desenvolver su actividad en distinto sentido, de modo diferente. La vida recuperaría toda su gran complejidad y las complicaciones de organización nos saldrían al paso por todas partes.
El comunismo puede dar y da respuesta a todo esto; señala un camino, marca un rumbo. Pero la humanidad, entonces como ahora, hará poco o ningún caso de orientaciones y de caminos y de rumbos. Emprenderá de nuevo la ruta como sepa y como quiera. Cada uno elegirá un sendero. No sería ningún bien que todo el mundo marchara por la misma carretera. No habría variedad, no habría selección, no habría progreso.
Si en el seno del anarquismo prevalece la idea comunista actualmente, no es sin que provoque divergencias, entre ellas la necesaria reacción individualista. Son extremos que están pidiendo a gritos una solución. Estaremos en camino de alcanzarla si atendemos a las realidades del desenvolvimiento social más que a nuestros resabios dialécticos.
El colectivismo con su principio de alternativa respecto a los medios de distribución ha pasado a la historia. Igual suerte correrá el comunismo actual. Si el anarquismo es la expresión sintética de toda la evolución social en el pasado, en el presente y en el futuro no puede encerrarse en la monomanía de un procedimiento único. Por el contrario, supone la más grande variedad de procedimientos, la más grande variedad de aplicaciones, la más grande variedad de resultados.
Basta al principio de justicia la realización de la igualdad, porque ésta es el equivalente de aquélla, según prueba cumplidamente Kropotkin. Mas la igualdad queda realizada tan pronto como los hombres todos entran en posesión de la riqueza natural y social; y así, entonces, las formas del mejor empleo de los medios puestos a disposición de todos y cada uno, no pueden ser sino objeto de libres conciertos, de contratos libres, que es lo que constituye el sistema de cooperación voluntaria, o en otros términos, el método anarquista.
En este mismo sentido hace Kropotkin las salvedades necesarias, admitiendo la posibilidad de diversas aplicaciones, y lo que es mejor, considerando el anarquismo individualista como un freno a las probables exageraciones comunistas, pero insiste siempre en el punto de vista del comunismo libre como verdadera expresión del anarquismo. El adjetivo libre, no altera los términos de la cuestión, pues o el comunismo es la cooperación voluntaria con toda su segura multiplicidad de métodos o es uniformidad y unificación, forzamiento, en fin, del desenvolvimiento social.
* * *
Tampoco es posible concebir cómo las transformaciones del futuro han de reducirse a la idea elemental del municipio libre. Este es ciertamente el punto de partida, pero no hay ninguna razón para detenerse en él.
Habla Kropotkin de federaciones profesionales, de organizaciones políticas, de asociaciones mil de libre iniciativa, y ello supone una concepción vastísima de la organización social entera. En realidad, la insistencia acerca del municipio libre tiene fácil explicación en el hecho de que las asociaciones de más compleja forma tienen siempre la tendencia absorbente, y contra la preponderancia centralizadora de toda la asociación de asociaciones no existe otro freno que la independencia de sus elementos componentes.
Pero el municipio independiente no tiene más realidad que el individuo independiente. El hecho de la mayor proximidad entre los individuos dentro de un municipio, no es bastante para establecer la independencia del primero y la no independencia de los segundos. Las necesidades de la misma vida social implican el acuerdo, no sólo de los individuos dentro del municipio, sino también de los municipios entre sí.
Las necesidades de la producción, del cambio y del consumo, suponen el acuerdo por industrias, así dentro del municipio como de industria a industria en un territorio dado. Aun cuando cada municipio pudiera bastarse a sí mismo económicamente, lo que es problemático en sumo grado, no podría encerrarse en murallas chinescas. Se vive con todo lo que está próximo o lejano en mayor o menor grado, pero no se vive en el aislamiento.
Y si tenemos en cuenta la gran población diseminada en los campos, sin más que pequeñísimas agrupaciones de viviendas, y la naturaleza misma de los trabajos agrícolas, se comprenderá en seguida cómo la vida de relación ha de rebasar necesariamente los linderos del municipio ciudadano.
Tan variables e inestables como se quiera, surgirán federaciones locales y extralocales, federaciones de campesinos y federaciones de industrias, federaciones de deporte, de arte, de ciencia. El porvenir pertenece por entero a esta forma de organización libre, de abajo a arriba, de lo sencillo a lo más complicado.
Por eso decimos que el municipio libre no es todo el anarquismo, como no lo es tampoco exclusivamente el comunismo, aunque se le adjetive como se quiera.
No hay en lo apuntado grandes divergencias con lo dicho por Kropotkin. Pero aunque las hubiere, conviene no olvidar que nuestro buen camarada admite de grado todas las posibilidades Y se coloca en la posición del hombre de ciencia que no da opiniones, sino principios demostrados. Y como él, hasta donde él va, vamos nosotros corroborando y suscribiendo la afirmación de que verificar nuestras respectivas conclusiones solamente es posible por medio del método científico inductivo-deductivo, sobre el cual se han constituido todas las ciencias y por cuyo medio se han desenvuelto todas las concepciones científicas del universo.
Una palabra todavía. Prevenidos contra las reacciones posibles en los dominios de las propias ciencias, es menester guardarse de las seducciones de la novedad. No todo lo que aparece vestido con ropaje científico es verdadera ciencia. La loca de la casa hace prodigios; el entusiasmo se complace en aceptarlos sin discusión.
Las demostraciones verbales suelen ser fáciles; la comprobación y la verificación de la verdad, trabajosas. No admitamos sin análisis y sin prueba bastante.
Ya por razones de especialización, que es a un tiempo mismo una necesidad y un peligro; ya por la intervención de prejuicios inveterados, ocurre que circulan muchas verdades a medias y muchos errores ocultos como hechos de evidencia científica. Hombres de talento colosal que afirman resueltamente el ateísmo -y damos este hecho como ejemplo-, sostienen al mismo tiempo la imposibilidad de una sociedad de ateos. Se lanzan a los mayores atrevimientos científicos y tienen por inmutable el mundo social en que viven. Encerrados en su torre de marfil, no ven más allá de sus narices en cuanto tocan a la realidad ambiente, y perdónesenos esta rudeza de lenguaje.
Para mayor comodidad han inventado una lógica especial, seca, dura, mecánica, que los hace tan peligrosos como los mismos metafísicos. Repudian lo que llaman lógica de sentimientos, como si el mecanismo mental fuera un simple aritmómetro, una máquina de cálculo, sin advertir que no hay, que no puede haber otra lógica que la intervenida por el complejo de nuestro organismo con sus afectos, sus pasiones y sus nervios. Estamos en presencia de los hombres, de nosotros mismos, que no somos simples mecanismos silogísticos o sencillos aparatos de registro, sino trabazón de ideas y sentimientos, de funciones y órganos, de nervios y arterias y huesos, carne, sangre, etc. La lógica nuestra, y no podemos conocer otra, será necesariamente la resultante de todo lo que en nosotros está de antemano.
Como este sencillo ejemplo podríamos citar bastantes. Los libros científicos, o que parecen científicos, andan repletos de prejuicios y de errores. En cuanto se toca a los problemas sociales, reviven todos los atavismos de casta y el conocimiento científico suele hacer quiebra.
Vayamos con tino en la investigación de la verdad, exijamos siempre a la ciencia la verificación de sus principios. Procediendo de esta manera llegaremos, antes o después -¿quién lo sabe?-, pero llegaremos en firme a las conclusiones necesarias que expresen las formas precisas de la existencia social.