La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

21 de diciembre de 2011

La República exiliada y Estados Unidos

En 1939 la República española fue derrotada militarmente; para los que la habían defendido con la pluma o con las armas en la mano comenzó un duro período de muerte, represión y exilio, para todos los que habían vivido bajo su régimen cayó la larga noche de piedra del franquismo. Sobre los que vivieron trasterrados recayó la responsabilidad histórica de mantener en pie las instituciones legales de la vencida República; sin el apoyo unánime de los partidos y sindicatos que habían luchado contra los militares que la habían derribado y, además, con la solidaridad menguante de unas naciones que fueron vencidas por el pragmatismo y la Guerra Fría. Cada vez más solos, cada vez con menos recursos, cada vez con menos ayuda de los exiliados y cada vez con menos eco en la España franquista, los republicanos se empeñaron en continuar leales a una República en la que creyeron. Reproducimos el documento que Álvaro de Albornoz hizo público para tratar de evitar el reconocimiento internacional y la admisión en las Naciones Unidas del régimen del general Franco en 1950.
Emblema de Izquierda Republicana, México, 1950 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
VALOR Y EFICACIA DE LA RESOLUCIÓN DE LA O. N. U. DE 1946
En la resolución adoptada por la Asamblea de las Naciones Unidas en 12 de diciembre de- 1946, culmina una serie de declaraciones que tienen como punto de partida la carta del Atlántico de agosto de 1941. En este inolvidable -aunque por lo visto, olvidado- documento, lanzado cuando los soldados de Hitler tenían la planta asentada sobre toda Europa, se prometía la devolución de la soberanía plena y el libre ejercicio del gobierno a cuantos pueblos hubieran sido privados de ellos por la fuerza. Siguió, tras la Declaración de las Naciones Unidas de 1 de enero de 1942 y la Conferencia de Teherán de diciembre de 1943, la trascendental Declaración de Yalta de 1945, en que las tres grandes potencias democráticas, Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia, se comprometían a ayudar a los pueblos de Europa liberada y a los de los antiguos Estados satélites del Eje, entre los que indiscutiblemente se encontraba España, a resolver por procedimientos democráticos sus problemas políticos y económicos más urgentes y a la restauración de los derechos soberanos y de auto-gobierno en provecho de aquellos pueblos que habían sido privados de ellos brutalmente por las potencias de agresión. Era, manifiesto, sangrante, el caso de España, cuyas instituciones republicanas, y con ellas todas las libertades, habían sido destruidas por las armas de Hitler y Mussolini al servicio de los rebeldes contra el régimen legítimo de su país, como debían declarar después solemnemente las propias Naciones Unidas. A esta inspiración responde la resolución de San Francisco de junio de 1945, que declara inaplicable la Carta de las Naciones Unidas a "Estados cuyo regímenes han sido establecidos con la ayuda de fuerzas militares de los países que han luchado contra las Naciones Unidas mientras esos regímenes permanezcan en el poder". Hay, después, la Declaración de Potsdam de 2 de agosto del mismo año, suscrita por los Estados Unidos, Rusia y Gran Bretaña, en que los tres Gobiernos afirman que "no apoyarán el ingreso en las Naciones Unidas del Gobierno de Franco", "el cual, establecido con la ayuda de las Potencias del Eje, no posee, dados sus orígenes, su naturaleza y su estrecha asociación con los países agresores, las cualidades necesarias para formar parte del organismo expresado". Y la Asamblea de Londres de febrero de 1946 reitera las declaraciones de San Francisco y de Potsdam. La resolución de las Naciones Unidas del 12 de diciembre de 1946 no es, pues, una novedad, una improvisación, una sorpresa, un arrebato debido a las circunstancias del momento; es menos el resultado de una maniobra en el seno de un organismo que todavía no se halla dividido en bloques ni es aun teatro de las enconadas luchas de la guerra fría. Es la consecuencia, lógica en cuanto a los principios políticos y necesaria conforme a las premisas morales, de toda una serie de manifestaciones, declaraciones y resoluciones anteriores que tienen el valor y el prestigio de actos de los más importantes Gobiernos y del más alto organismo internacional. Derogar esa resolución, suprimirla, borrarla, sería tanto como borrar de la historia la guerra por la democracia y por la libertad de los pueblos, olvidar los millones de muertos y todas las crueldades horribles de que fue la primera víctima el pueblo español, y considerarla como un error en que se ha persistido distraídamente, inadvertidamente, sería tanto como demostrar ante el mundo que la más encumbrada diplomacia no es sino un juego de una espantosa frivolidad.
Lo convencional en la diplomacia, aun siendo ésta del estilo más desenfadado, tiene un límite infranqueable, que es el respeto a la evidencia de los hechos. Y ese límite; que la diplomacia del Estado más poderoso no puede rebasar aunque quiera, se traspasa cuando se dice que la resolución de las Naciones Unidas de diciembre de 1946 sólo sirvió para vigorizar al régimen de Franco, y para unir en torno al dictador, por patriotismo, por españolismo, a la gran mayoría del pueblo. Si lo primero fuese cierto, todos los órganos de publicidad del Estado fascista español pedirían a grito herido que se mantuviese el boicot internacional contra Franco, en vez de combatir con las mayores violencias de lenguaje, al modo chabacano de la demagogia falangista, tanto la resolución de la ONU como a sus más ilustres defensores y a los países que representan , Y en cuanto a lo segundo, si puede darse el caso de que un pueblo se agrupe en torno a un dictador cuando la independencia del país es amenazada o el honor nacional gravemente ofendido, los ataques a la tiranía que se producen en el exterior confortan a la opinión independiente de dentro, cuyo júbilo se manifiesta en la forma que la vigilancia policíaca consiente. Prueba de ello, la singular, extraordinaria simpatía de que en España goza ahora México, el México de Cárdenas, de Ávila Camacho y de Alemán. La silueta de un artista, el esbozo de una danza o el preludio de una canción mexicana son bastante para que el entusiasmo del público desborde en los cines y en los teatros. Es el amor y la gratitud hacia el pueblo en que viven libres los padres, los hermanos, los esposos, los hijos, al amparo de un Estado que afirma los principios que tantos olvidan y practica la solidaridad democrática que tantos ignoran negándose a reconocer el régimen espurio que avasalla y deshonra a España.
Y si la resolución de las Naciones Unidas de diciembre de 1946 no fue todo lo eficaz que debiera, la culpa no es del pueblo español, ni puede atribuirse a ninguna modalidad psicológica suya, sino del propio organismo internacional que la dictó y cuyo Consejo de Seguridad no cumplió las recomendaciones que le hizo la Asamblea. Porque éstas no se limitaban al retiro de los embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados en Madrid, sino que además de excluir a la España de Franco de todos los organismos internacionales establecidos por las Naciones Unidas o que tengan nexos con ellos, así como de la participación en conferencias u otras actividades de los Estados miembros "hasta que se instaure en España un Gobierno nuevo y aceptable" encomendaban al Consejo de Seguridad, si dentro de un plazo razonable no se constituía en España un Gobierno que garantizara los derechos fundamentales y convocara al pueblo a elecciones libres, la adopción de las medidas necesarias para remediar tal situación. Nada hizo el Consejo, no obstante agravarse en España las manifestaciones de la tiranía, como lo demuestran informaciones y estadísticas que corren por el mundo, y nada hizo la Asamblea en sucesivas reuniones, a pesar de las voces tan autorizadas como elocuentes que resonaron en su tribuna. Por el contrario, se consintió que pequeños Estados -pequeños unos por su extensión y otros por su escasa autoridad moral- desconocieran irreverentemente la resolución de diciembre de 1946 y enviaran a Franco como un obsequio los embajadores o ministros de sus dictadores de mayor o menor cuantía, ya que no de sus pueblos. Legisladores que no se rasgan las solemnes vestiduras, sino que se las dejan salpicar de indelebles motas irónicas. Y así se llega -mientras Franco, el homúnculo surgido de la retorta de Hitler y Mussolini, debelador de masones ya que no pudo serlo de imperios, se burla de los colosos de la democracia, ante todo anhelantes de hacerse perdonar el triunfo sobre el nazismo y el fascismo- al anuncio de saldo del franquismo en liquidación de inusitada bancarrota internacional.
DISIMILITUD ENTRE EL CASO DE RUSIA Y EL DE LA ESPAÑA DE FRANCO
El argumento de que si se mantienen relaciones diplomáticas normales con la Rusia soviética y los Estados de su Esfera de influencia no hay razón para no sostenerla de igual modo con la España fascista es simplemente una falacia. Prescindiendo de toda comparación entre los dos regímenes, el soviético, plausible o vituperable, no se debe a la intervención extranjera, sino a un gran movimiento de la historia del mismo pueblo ruso, el cual es un hecho nacional inconfundible. La Rusia soviética existe desde 1917 y uno de los primeros Estados en reconocerla fue la Italia de Mussolini. Las democracias, europeas, aun dirigidas por estadistas conservadores, habían celebrado pactos con ella, no considerándola extraña a la vida continental. Pero; sobre todo, la Rusia soviética fue un aliado de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos en la lucha contra las potencias del Eje. En qué medida el esfuerzo soviético contribuyó a la victoria común es asunto que corresponde a los técnicos. Mas el heroísmo ruso, que atestiguan millones de muertos, pertenece a la historia universal, en cuyas crónicas figuran entrelazados, en juntas y conferencias memorables, los nombres de Roosevelt, Churchill y Stalin.
Y los Estados llamados hoy desdeñosamente satélites de Rusia, cuyos regímenes tampoco importa considerar de momento, figuraban entonces en la gran constelación que se oponía a la totalitaria, y giraban indistintamente alrededor de las grandes estrellas del firmamento democrático. Polonia, Checoeslovaquia y Yugoeslavia tenían en Londres sus gobiernos en el destierro. Y no se pedía a los caudillos que en los países invadidos luchaban por la independencia nacional su cédula política, sino que eran aplaudidos y exaltados como héroes, no habiéndose formado tampoco ningún comité para investigar, el día del triunfo, la documentación de los libertadores.
La España de Franco fue, por el contrario, un aliado de Hitler y de Mussolini. Llegó en las manifestaciones de solidaridad con las potencias agresoras a la mayor insolencia. Felicitó a Hitler victorioso mediante despachos en que el entusiasmo era adulterado por la adulación y el servilismo. Celebró la caída de parís con ignominiosa alegría. Creó obstáculos y dificultades en Marruecos, pretendiendo apoderarse de Tánger, y alimentó a los submarinos alemanes e italianos en el Mediterráneo y en el Atlántico. Envió a Rusia la Legión Azul para dejar constancia de su intervención material en la guerra. Sometió al pueblo español a las privaciones más crueles en beneficio de los combatientes totalitarios. Y adonde no podían llegar las armas impotentes eran dirigidos el insulto y la procacidad. Todas las inepcias, todas las estolideces que la incomprensión del espíritu angloamericano sugirió a los ingenios más romos de los países latinos eran recogidos y recopiladas en artículos y panfletos. Se denigraba en las aulas a la revolución inglesa por su carácter hipócritamente puritano y tiránicamente anticatólico. Los Estados Unidos particularmente eran objeto de los ataques más soeces El sentido materialista e inferior de su civilización figuraba como un tema en los programas de la enseñanza secundaria. Otro tema era la inmoralidad financiera de la gran República. ¡Quién lo hubiera dicho a los excursionistas periféricos del Capitolio y a los plantadores y dueños de rebaños de la Florida y de Texas que se enternecen con las angustias del dictador español! Bien informados, no se hubieran dejado ganar por la superchería.
LOS ESTADOS UNIDOS FRENTE A LAS DEMOCRACIAS DE EUROPA
Europa ya no es la potencia material de otros tiempos, pero es todavía la cultura que sirve de fundamento espiritual al mundo contemporáneo. Políticamente, la Europa actual es el punto de confluencia de tres movimientos cuya savia no se ha agotado aún: el liberalismo británico, la democracia francesa y una nueva concepción de la historia debida a la filosofía alemana. Es la civilización hija del Renacimiento, de la Reforma y de la Revolución. España e Italia, aletargadas durante siglos, contribuyen al movimiento renovador del mundo con la profunda gestación de los ideales democráticos que florecen en el siglo de Castelar y de Mazzini. Y es esta civilización, en cuyo seno se han ido elaborando las doctrinas políticas y sociales que han prevalecido en la última centuria, la que opuso valladar insuperable a las fuerzas obscuras y tumultuosas que se lanzaron con Hitler y Mussolini, bajo el escudo da la barbarie gótica, al asalto de la conciencia moderna.
La misma civilización en que se embotaron, destructoras, pero impotentes, las armas de los grandes dictadores repele al epígono que señorea aún, con escándalo de la opinión universal, los destinos de España. De Churchill a Stalin, todos los votos de egregia calidad son contrarios a la dictadura abominable que esclaviza al pueblo español. Le son hostiles todos los partidos, no sólo los comunistas, sino los socialistas moderados, los republicanos burgueses, los liberales clásicos, los demócratas cristianos. Todos los gobiernos, desde las monarquías del norte, acrisoladas en la moral puritana y vivificadas por el socialismo humanista, hasta las democracias populares del centro y del mediodía, consideran el régimen fascista español como una monstruosa supervivencia. El propio Vaticano, sensible a la opinión dominante en la misma Italia, trata de ahuyentar al siniestro personaje que lo ronda como un espectro. Europa entera rechaza como a un cuerpo extraño, no ya ajeno a su vida política, moral, cultural y espiritual, sino perteneciente a un extinguido período geológico, al peligroso fósil que se dejó olvidado allende el Pirineo la victoria aliada.
Y no es sólo repudio de una civilización, repugnancia de una cultura y hostilidad de un sistema político y social. Es asimismo prevención y alarma de grandes y graves intereses que se sienten comprometidos. Inglaterra sabe bien cuánto hay de enemiga irreconciliable y de oposición irreductible al espíritu británico en el fondo de la reacción española de que Franco es el más caracterizado exponente. Francia necesita verse libre de la puñalada por la espalda lo mismo en los Alpes que en los Pirineos. Italia no ignora que la sombra de Franco es el fantasma de Mussolini, como la restauración de los Borbones sería la restauración de los Saboya. Toda organización de Europa es imposible si a la caperuza democrática sigue una turbulenta cola fascista. La unidad continental a base de Francia y de Alemania requiere firmeza y seguridad en los contrafuertes del Mediterráneo lo mismo que en los escandinavos. La Federación latina exige un triángulo equilátero que no pueden formar dos democracias republicanas y una dictadura fascista. Los mismos pactos en vigor; del Benelux al del Atlántico del Norte, prendidos con los alfileres de plan Marshall, serían resquebrajados por la desconfianza y el recelo que no podría menos de inspirar un elemento extraño y perturbador. Y en cuanto a la cooperación militar, la espada de Franco, traidor a sus progenitores en la desgracia y en la muerte, sería la espada de Damocles sobre las cabezas de los soldados de la libertad.
La pobreza puede llevar a Europa circunstancialmente a posiciones y actitudes subalternas impropias de su genio y de su prestigio. Mas por encima de la coyuntura y la emergencia está el alma permanente de los pueblos. Y es el alma de Europa lo que necesitan conquistar los Estados Unidos, sin perjuicio de echar un remiendo a la economía destrozada. La alta, noble y fecunda colaboración no nace del apremio, sino del libre designio. No tiene por musa la necesidad, sino el ideal.
LA CITA CON EL DESTINO
Los Estados Unidos fueron, al nacer, la esperanza del mundo. La Declaración de Filadelfia, formulada bajo religiosos auspicios, fue como la revelación de un nuevo Evangelio para todos los hombres. Los representantes de la joven República eran acogidos en la Francia de Rousseau y de Voltaire como los nuevos profetas de la Humanidad. Las sencillas máximas de Franklin eran escuchadas en París -el París que se acercaba a las jornadas de la Revolución- como sagradas respuestas de oráculo. El valeroso y apacible Washington -el Cincinato del nuevo continente- adquirió en los días de la guerra las proporciones de un héroe homérico. Jefferson, el político más consumado y poderoso de toda la historia de los Estados Unidos según Murray Butler, proclamaba su solidaridad con la Revolución francesa. Al estallar ésta, se constituyen en todo el territorio de los Estados Unidos sociedades democráticas que la defienden, y la de Charleston es adoptada como filial por el club parisiense de los jacobinos. Cuando, tras las guerras napoleónicas y el movimiento reaccionario de la Santa Alianza, la revolución renace en Europa, los republicanos de América tienden sus manos a los del viejo Continente. En 1848, la Convención nacional del Partido demócrata expresaba sus simpatías a la nueva República francesa, y poco después el secretario de Estado Daniel Webster afirmaba en una nota dirigida al Gobierno austríaco el derecho del pueblo americano a tener el más vivo interés por las naciones que luchaban en pro de un régimen semejante al de los Estados Unidos. En 1850 el Presidente Fillmore, con la autorización del Congreso, enviaba a Turquía un buque de guerra para transportar a los Estados Unidos al patriota húngaro Kossuth, desterrado de su país. En esta tradición democrática y humanística se forja el alma heroica de Lincoln, el redentor del los esclavos, y en la misma gloriosa tradición tiene sus raíces el pensamiento a la vez profundamente americano y universalista de Wilson y de Franklin D. Roosevelt. En la alusión a la cita con el destino de que hablaba el último al sentirse llamado a intervenir, al frente de su pueblo, en el más trágico conflicto de toda la historia, hay el temblor que agita a las almas en los umbrales del misterio bajo el presentimiento de que se está ante lo decisivo e irreparable.
Los Estados Unidos fueron, sobre todo, el gran ejemplo de América; los maestros, los guías de todo el Continente. Las espadas de los libertadores se vuelven hacia la invicta de Washington, ya inmortal trofeo, en busca a un tiempo de la inspiración militar y del espaldarazo caballeresco. La Constitución de los Estados Unidos es adoptada por todos los pueblos que van conquistando su independencia. Todos se erigen en federaciones para desprenderse del espíritu unitario y centralista de las viejas metrópolis. Desde la pampa y desde la manigua se mira al Capitolio como a una estrella que no puede sufrir eclipse. Pero la marcha de los pueblos libertados hacia la democracia es lenta, difícil, dolorosa... El yugo colonial queda dentro de las almas sobre las cumbres bravías y los desiertos inmensos. El viejo despotismo, sin la grandeza de las monarquías históricas, renace en los tiranos can espíritu de capataces y codicia de negreros. Las guerras intestinas se suceden y el espíritu de los Rosas, los Francia y los García Moreno alienta en sucesivas reencarnaciones. Es la herencia a la vez de rebeldía y de esclavitud, de un pasado que las armas no pudieron romper en lo espiritual, como las soldaduras materiales de la administración y del gobierno, en los campos de batalla.
Los Estados Unidos, maestros de América, se encuentran ante una grave situación. El prestigio de su hegemonía democrática universal no puede menos de padecer con el espectáculo de las dictaduras iberoamericanas, sensibles a su influencia económica, pero refractarias a su magisterio político. Porque es importante llevar la democracia a China, y al Japón, y al Medio Oriente, y a los negros de África, pero es mucho más importante para un americano establecerla en América. Bien está que inquieten y preocupen los progresos del totalitarismo donde quiera, allende el Atlántico y allende el Pacífico, en las estepas de Asia o en las islas oceánicas; pero es mucho más peligroso en el propio continente, como si se dijera a las puertas del Capitolio, al alcance de los anteojos de la Casa Blanca. Para la democracia son igualmente inadmisibles todas las dictaduras. Y son las más peligrosas las más próximas. Las dictaduras de América se oponen a la unidad moral del hemisferio e impiden la solidaridad democrática continental. Y es singular modo de procurar la desaparición de estas dictaduras, de vieja raigambre española y que aspiran a ser un remedo del régimen franquista, salvar a Franco de la bancarrota y del desastre y presentarlo, rehabilitado, a la contemplación de los pueblos de América.
Había, en efecto, en los discursos de Franklin D. Roosevelt, sencillos apólogos y edificantes parábolas, el hondo temblor de la cita con el Destino. Y todas las mañanas se renueva la emoción ante la magnitud de los sucesos mundiales que se precipitan El mundo escapa a la razón y no hay sino presentimientos, vaticinios, profecías, augurios. Se espera en el umbral del misterio con temor y zozobra. Verdaderamente, sería inaudito que la sagrada cita con el Destino se convirtiera en sórdido y premioso diálogo con el dictador español, bajo la mirada escéptica e irónica de Chíang-Kai-Shek.
EL EQUIVOCO DE LAS RELACIONES DIPLOMATICAS
El problema que la carta del Secretario Dean Acheson plantea ante las Naciones Unidas no es, como erróneamente se ha dicho, el de reconocer o no al régimen de Franco; los Estados Unidos lo reconocieron el 3 de abril de 1939, siguiendo el deplorable ejemplo de Inglaterra y Francia, que lo habían hecho el 27 de febrero; reconocimientos sin condiciones, sin reservas, sin atender lo más mínimo a la peligrosa situación ni adoptar la menor prevención contra las represalias de los vencedores, que fueron, como es bien sabido, cruelísimas. Tampoco se trata del problema referente al reconocimiento de los gobiernos de facto, por lo que es ocioso invocar la doctrina
Estrada, mal comprendida por otra parte, sobre la materia. Ni es del caso entrar a discutir si procede o no sostener relaciones diplomáticas normales con gobiernos cuya significación ideológica se reprueba o cuya conducta atentatoria a los derechos humanos fundamentales, merece universal execración. Por estos caminos de circunvalación del problema se procura dar a éste una falsa perspectiva que permita un cínico y escandaloso camuflage.
La iniciativa de reconocer a Franco en 1939 fue del reaccionario y pusilánime Chamberlain, cuya táctica de abrir el paraguas antes de la lluvia tanto se parece a la del avestruz. Francia tuvo la flaqueza de secundar la actitud de Inglaterra -aunque ambos reconocimientos lleven la misma fecha- y los Estados Unidos siguieron, a considerable distancia, a las dos grandes democracias de Europa. Era el momento de la pacificación a todo trance; el miedo erigido en razón de Estado; el atolondramiento del pánico; la pendiente resbaladiza de Múnich. Mas, al estallar la guerra, Franco se apresura a proclamar su solidaridad con las Potencias del Eje; es moralmente, y materialmente en lo que la debilidad de España consiente, un aliado de Hitler y Mussolini; se cruzan los plácemes y las fe licitaciones, ya que no puedan entrelazarse las armas; las vulpejas fascistas, incapaces de convertirse en leones, palmotean ante el vuelo de las águilas alemanas, El panorama ha cambiado. El posible colaborador, siquiera fuese bajo una neutralidad hipócrita, es manifiestamente un enemigo. Entonces, con intervalos que marcan los lentos pasos de la victoria, la Carta del Atlántico, la Declaración de las Naciones Unidas, Teherán, Yalta... Los republicanos españoles siguen anhelantes desde los presidios y por encima de las alambradas de los campos de concentración la marcha de los soldados de la libertad, a cuyo lado combaten los compatriotas que pudieron salvarse de la mazmorra y del verdugo. Y después de la victoria, ya sin la nerviosidad de la lucha incierta, entre el repique triunfal de las campanas, San Francisco, Potsdam. Seguidamente, Londres, Nueva York.
Y he aquí el problema. No se trata de elucubraciones de derecho internacional. Se trata de si las Naciones Unidas son capaces de borrar todas esas declaraciones y todos esos actos, de entonar un mea culpa vergonzoso, de incurrir en una escandalosa retractación, de una palinodia histórica, de arrastrarse hasta Canosa como el emperador germano, de desfilar en procesión por las horcas caudinas, provocando el estupor del mundo.
Esperamos que no sea así. La sombra de Chamberlain "el pacificador" no podrá ganar la batalla. Hay el compromiso de honor de las democracias de Europa, a las que se unirán las nuevamente constituidas en Asia y todos los pueblos libres representados en el alto organismo internacional. Hay, sobre todo, las democracias de América, que al repudiar el fascismo de la madre patria defienden su libertad y su espíritu. México, cuya tradición internacional tiene el insigne abolengo de Francisco de Vitoria, en que se inspira la doctrina del gran demócrata y amigo inolvidable de la República española Jenaro Estrada. Guatemala, que ha aventado en heroica lucha las cenizas de la dictadura. Panamá, cuya representación en las Naciones Unidas ha ofrecido las más altas lecciones de derecho, Cuba, en cuya lucha por la libertad rivalizaron los soldados y los poetas. Chile, de tan fuerte y vivaz espíritu político que es ejemplo en el Continente de resistencia a las más extremadas, corrientes de avance y de retroceso social. El Uruguay de Batlle Ordóñez, el genial hombre de Estado que hizo de su pueblo una democracia modelo. Algunas de estas democracias pueden ufanarse de las instituciones más progresivas, y todas comparten el ideal forjado por la espada del Libertador y la musa de Martí, ideal que es también el de los pueblos oprimidos por una nueva forma del yugo colonial. En las Naciones Unidas es siempre la voz de una democracia americana la que defiende la causa más noble, la que propone la solución más justa, la que invita a la concordia y a la fraternidad. Y al cerrar el paso a Franco, las democracias americanas prosiguen la lucha centenaria por la independencia espiritual de las patrias arrancadas a la vieja dominación de que es símbolo el dictador de España.
AYUDA ECONÓMICA A ESPAÑA Y SUBSIDIO A FRANCO
Ningún español se opondría por motivos políticos y menos por fanatismo de secta o empecinamiento de facción a las colaboraciones que requiere la restauración económica de la patria, destrozada y empobrecida por una rebelión criminal que ha reducido su población trabajadora en más de un millón de hombres y arrojado al destierro a lo más granado de los elementos científicos y técnicos. Nadie profesa entre nosotros la concepción catastrófica que hace de la miseria la palanca de los movimientos históricos, ni confunde el espíritu civil con el odio que engendra el sufrimiento cruelmente prolongado. Fueron los pueblos sombríos, duros y tenaces -no deben olvidar esto los potentados de hoy- los que llevaron a cabo las empresas más trascendentales y gloriosas. Pero los pueblos pobres que han hecho y seguirán haciendo, lo más rudo de la historia no son los pueblos famélicos y miserables.
El español normal es capaz de distinguir entre la ayuda que se ofrezca a la patria y el apoyo que se preste al régimen que la esclaviza. La verdadera ayuda al país necesita para ser tal, obedecer a las condiciones naturales del movimiento económico, responder a las necesidades recíprocas de los pueblos y comenzar por manifestarse libre de todo intento de explotación y de todo espíritu de corrupción. Para un capitalismo sano, la España de Franco no es ni puede ser "campo de inversiones", como se dice en la jerga financiera. El régimen de Franco es como una tierra seca y ardorosa y absorbería los chorros de oro de modo absolutamente improductivo. La dictadura no es sólo el despotismo político; es la inmoralidad administrativa y la orgía económica; tanto como el patíbulo y la cárcel, es símbolo de esta clase de regímenes un tonel sin fondo. Nada es bastante para el aparato de fuerza que suplanta a la opinión pública y la corrompida burocracia que hace las veces de Gobierno. Un ejército sin soldados, con veinte mil oficiales y jefes es un parásito monstruoso aun para la economía más frondosa. Y lo que el ejército de dominación no consume, lo devoran los parásitos secundarios, no menos ávidos por subalternos. La miseria de la España de Franco es esto: una gusanera hedionda. Y hay que cuidarse mucho de confundir la codicia de los gobernantes, que necesita cebo, con el hambre del pueblo, que se pretende explotar.
Toda pretendida ayuda económica a España no sería, pues, sino un, subsidio a Franco, la soldada del dictador y el entretenimiento de su siniestro equipo. No serviría sino para reforzar cerrojos y mordazas y apuntalar las prisiones que se hunden al peso de los reclusos. Sería el presupuesto macabro del verdugo. Lejos de favorecer al pueblo español remacharía sus cadenas. Y resultaría, a la postre, un mal negocio, aun prescindiendo de toda consideración de orden moral. Porque no es de creer que un Gobierno honesto que suceda al régimen de Franco reconozca como deuda nacional la contraída por el usurpador de la soberanía española a fin de mantenerse en su execrable dictadura.
CONJURO REVOLUCIONARIO EN VEZ DE GESTO PACIFICADOR
Si el Secretario Dean Acheson, al hacer sus declaraciones, tuvo el propósito de contribuir a la pacificación de España procurando la evolución democrática de la dictadura, puede darlo por fracasado desde el momento mismo de la publicación de su carta. Esta no satisfizo, a causa de sus reservas y reticencias, a los defensores de Franco, y concitó las iras de los enemigos del dictador. Es la suerte reservada a las combinaciones híbridas de toda política artificiosa e insincera.
El régimen actual de España no es susceptible de transformación. Ni el propio Franco podría hacerla aunque quisiera. No es probable que el dictador, más hombre de armas que de letras, haya leído a Quevedo, pero no dejará de saber por intuición la profunda filosofía de la siguiente máxima del gran polígrafo: "Los tiranos son tan malos que las virtudes son su riesgo. Si prosiguen en la violencia, se despeñan, si se reportan, los despeñan; de tal condición es su iniquidad que la obstinación los edifica y la enmienda los arruina".
El problema de España no consiste en camuflar la dictadura; consiste en devolver al pueblo español la soberanía de que fue despojado. Y para ello no hay más camino que el que arranca del inmortal discurso de Roosevelt sobre "las cuatro libertades" y van señalando, después de la Carta del Atlántico y la Declaración de las Naciones Unidas, los hitos de Yalta, San Francisco, Potsdam, Londres y Nueva York. En vez de desandar esa ruta, lo que procede es seguirla hasta el fin, y si las medidas hasta ahora adoptadas contra la dictadura española no han tenido eficacia bastante, sustituidas por otras de mayor rigor. Si se desea sinceramente la instauración en España de un régimen democrático, lo que exige ante todo el derrocamiento de Franco, es deber ineludible favorecer y estimular, con los poderosos recursos de que las grandes democracias disponen, y sin necesidad de nada que implique material intervención a las fuerzas que en el interior del país y en el destierro luchan por libertar a su patria de la dictadura. Y no se las favorece y estimula, sino que, por el contrario, se las debilita y deprime con actos como el realizado por Dean Acheson. Lamentar que la oposición a Franco no sea más fuerte, en sentir de demócratas como Dean Acheson, y a la vez impedir su desarrollo y fortalecimiento, rebasa, dicho sea con prudente eufemismo, el mayor desenfado. Proclamar la necesidad de una alternativa a la dictadura y apoyar a ésta directa o indirectamente es juego político demasiado frívolo y demasiado peligroso. Los auspicios de 1950 son harto premonitorios para que puedan desdeñarlos los hombres de, Estado de las democracias.
El Gobierno de la República española en el destierro, al dirigirse a la opinión pública internacional, no ha incurrido una sola vez en vanos alardes impropios de su representación y de su responsabilidad. En el lenguaje que le dicta el respeto a sí propio y a la causa que defiende no caben el insulto ni el desplante. Al expresar el hondo dolor que la carta de Dean Acheson al senador Tom Connally le produjo no quiere proferir agravio ni provocarlo , Aun espera en el gran pueblo de los Estados Unidos, cuya fuerte democracia tiene el poder de rectificar los errores de sus gobernantes, y donde tantos amigos cuenta la República Española. Y en su convicción inquebrantable de que este régimen, última manifestación de la voluntad nacional, es la única solución posible a la crisis de España, deplora amargamente que en vez de ofrecer al pueblo español caminos legales se le obligue a escoger entre la sumisión abyecta y la apelación a la violencia a que le conjuran los árbitros de la guerra y de la paz.
ÁLVARO DE ALBORNOZ
Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Estado
París. México, 16 de febrero de 1950.

19 de diciembre de 2011

El MC y la Junta Democrática

En el mes de julio de 1974, con una dictadura que acompañaba al general Franco en una sórdida decrepitud que anunciaba el inminente final de la una y del otro, se constituía en París la Junta Democrática de España, un proyecto político impulsado por el Partido Comunista para intervenir en la inminente transición y en el que, básicamente, participaban otras fuerzas políticas de la izquierda no socialdemócrata. Únicamente el PTE, que cambio por ese motivo su antiguo nombre de PCE(i), se sumó al proyecto desde la izquierda radical; el resto de grupos maoístas (ORT, MC, OCE(BR), PCE(ml)...) criticó su adhesión a la Junta, aunque al año siguiente tanto la ORT como el MC se incorporaron a la Plataforma de Convergencia Democrática, un segundo proyecto unitario aún más moderado animado por el PSOE. Reproducimos un artículo publicado en el número 36, correspondiente al mes de febrero de 1975, de Servir al Pueblo, el portavoz del Movimiento Comunista, en el que se distancia de la citada Junta Democrática.
Pegatina del MC, ¿1976? (Archivo La Alcarria Obrera)
 
LA CUESTIÓN DE LOS COMPROMISOS Y EL PROGRAMA DE LA JUNTA DEMOCRÁTICA 
La creación de la Junta Democrática, con lo que tiene de propuesta de alianza entre todas las clases sociales españolas, y el hecho de que dicha Junta esté patrocinada por un partido que se pretende comunista, plantea de una manera frontal el problema de los compromisos. Y en esta situación, no han faltado quienes, ante la postura de nuestro Partido de rechazar lo que supone esta Junta, nos acusen de "sectarios", de "izquierdistas" o de "anarquistas" por negarnos "a contraer compromisos".
El problema planteado es interesante y merece la pena considerar esas críticas. Para enfocarlo correctamente conviene, lo primero de todo, hacer una distinción entre la cuestión de los compromisos en general y el problema de aceptar los compromisos que plantea en concreto la Junta ya que ambas cosas son muy distintas.
La primera cuestión no encierra dificultades mayores y seguramente, nos podríamos poner de acuerdo muy rápidamente con quienes nos tachan de "izquierdistas". La experiencia del movimiento comunista internacional y, dentro de su modestia, la nuestra propia, nos han demostrado que, en efecto, no se pueden rechazar los compromisos, todos los compromisos, así sin más. "Rechazar los compromisos 'por principio', negar la legitimidad de todo compromiso en general, cualesquiera que sea -escribía Lenin-, constituye una puerilidad que incluso es difícil de tomar en serio".
Estamos plenamente de acuerdo con esta idea leninista, y no sólo de palabra sino también en los hechos. Nuestra experiencia nos ha probado que los compromisos pueden ser útiles, y hasta imprescindibles, para empujar la revolución hacia adelante. Así, por ejemplo, si nuestro Partido participa en un organismo unitario o trata de lograr la unidad de acción con fuerzas burguesas o pequeño burguesas, cosa que ocurre con relativa frecuencia, no supedita su participación a que sea aceptado por todos el programa que nosotros propugnamos para el momento actual de la revolución española, sino que tratamos de buscar unos puntos de acuerdo entre todos los presentes que, sin estar en contradicción con los objetivos fundamentales de la revolución, sirvan para establecer una cierta unidad. Es decir, tratamos de llegar a un compromiso.
Ahora bien, el hecho de no estar en contra de todos los compromisos no significa, claro está, dar por bueno cualquier tipo de compromiso. Como muy bien escribía Lenin "Hay compromisos y compromisos. Es preciso saber analizar la situación y las circunstancias concretas de cada compromiso o de cada variedad de compromiso". "Toda la cuestión -decía también- consiste en saber aplicar esta táctica (la de los compromisos y los acuerdos) para elevar, y no rebajar, el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario y de capacidad de lucha y de victoria del proletariado".
Esta es la cuestión. Ver en cada caso si determinado compromiso va a servir para desarrollar la lucha de clases o, por el contrario, la va a frenar. Si nuestro Partido está en contra del compromiso que propone la Junta Democrática, si lo critica, no es por el mero hecho de que dicha Junta sea portavoz. y defensora de un compromiso, sin más explicaciones, sino por el hecho de que ese compromiso, establecido sobre las bases precisas planteadas por la Junta, si se realiza como desean sus promotores (cosa que hasta ahora no ha ocurrido más que en una pequeña medida), lejos de ayudar al avance de la revolución, lo entorpecería.
Para darse cuenta de ello hay que examinar en concreto las circunstancias concretas en las que la Junta ha nacido y el contenido de su programa. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, el extraordinario auge de las luchas de masas que se está registrando en los últimos tiempos; frente al cual los explotadores se encuentran sin más armas que la represión pura y simple, privados, como están, del concurso de unos sindicatos legales reformistas que "encaucen'.' por una vía "razonable" las aspiraciones de las masas. Hay que tener en cuenta, también, la necesidad, cada vez mayor, para el capitalismo español de participar en el proceso de integración económica europea, lo cual es hoy, imposible debido a la existencia del régimen franquista. Hay que tener en cuenta, en fin, la crisis económica que está azotando a los países capitalistas occidentales y que hace aún más estrecho el margen de maniobra de los explotadores para tratar de frenar las luchas de masas apoyándose en concesiones económicas.
En estas circunstancias la clase en el Poder está interesada en caminar hacia unas formas de Gobierno más o menos cercanas a las de las democracias burguesas parlamentarias del occidente europeo. Tal es el deseo expresado por la mayor parte de la prensa, portavoz destacado los puntos de vista de la burguesía, y por no pocos políticos que siempre han estado al servicio de esta clase.
La utilización de unas formas de Gobierno más próximas a las de las democracias burguesas occidentales supondría la posibilidad de ampliar sensiblemente el número de partidarios del sistema político, cosa muy necesaria para obstaculizar el desarrollo de las luchas obreras y populares y dificultar el progreso de las fuerzas revolucionarias, y, por otro lado, permitiría a la burguesía monopolista española beneficiarse del proceso de integración europea, lo que sería extremadamente ventajoso para el capitalismo español. En una palabra, si la oligarquía española se interesa hoy por un tipo de régimen (con Partidos, con Parlamento, con ciertas libertades...) del que antes decía pestes, ello se debe a que con un régimen de esas características podría dar a su poder político una estabilidad que hoy no tiene y, al propio tiempo, reforzar el sistema económico capitalista.
Y es aquí precisamente donde entra en escena la Junta Democrática. Sus dirigentes vienen a ofrecerse a la clase en el Poder para ayudarle a consolidar su dominación bajo nuevas formas.
A la burguesía no le asusta demasiado que haya ciertas libertades. Lo que le asusta es que el pueblo se sirva de ellas para dar un nuevo impulso a sus luchas. Pues bien, la Junta Democrática se compromete a ser fiel a un Programa cuya médula es precisamente el mantenimiento de los instrumentos más fundamentales de la burguesía monopolista sobre el pueblo.
Así, la Junta Democrática renuncia el exigir el desmantelamiento de los organismos represivos, de los cuerpos de policía cuya única misión es la de someter al pueblo usando los medios más brutales.
La Junta Democrática, igualmente, se compromete a respetar al Ejército tal cual es actualmente, sin reclamar el menor cambio en él. Más aún, se empeña en tratar de convencer a la gente de que este Ejército no está al servicio de los explotadores y de que si no se le ataca, no hay nada que temer de él.
La Junta Democrática pide la amnistía para los presos políticos y para los exilados antifranquistas. Esto está muy bien. Pero la pide también para todos aquellos que tienen las manos manchadas de sangre popular, para los autores de crímenes contra el pueblo, para los torturadores y verdugos fascistas.
La Junta Democrática se compromete a defender la unidad del actual Estado español, oponiéndose al derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas.
La Junta Democrática da por buenos todos los acuerdos internacionales concluidos por el franquismo, entre los que figuran los firmados con los Estados Unidos y en virtud de los cuales están clavadas en nuestro país varias bases militares imperialistas.
La Junta Democrática, en fin, apoya la acción de la oligarquía encaminada a introducir a España en la Comunidad Económica Europea dominada por los monopolios europeos.
Esta es una política que concuerda plenamente con los intereses de la clase en el Poder.
¿Significa cuanto precede que para nosotros no vale nada la lucha por la democracia, la lucha por la libertad? Nada más falso: nuestro Partido lucha sin cesar por las conquistas democráticas, por las pequeñas y por las grandes. Y en esta lucha se une con todos aquellos que caminan en esa dirección.
Nosotros no desdeñamos la conquista de las libertades políticas, no despreciamos ningún tipo de mejora democrática por más que sea una mejora dentro del cuadro de una democracia burguesa.
Diremos más: estimamos que en los momentos actuales, en que la burguesía está siendo tentada por una táctica consistente en evolucionar hacia un régimen parlamentario, es preciso airear con más fuerza si cabe las consignas democráticas de todo tipo.
El problema no es ese. El problema no es que unos den más importancia a las libertades democráticas y que otros les demos menos importancia. El problema real estriba en que algunas fuerzas políticas, como las que integran la Junta Democrática, están dispuestas a contribuir a consolidar la dominación de la gran burguesía con tal de que ésta adopte otras formas, unas formas democrático-parlamentarias.
Este es el verdadero problema.
¿Rechazamos los compromisos? ¡En absoluto! Rechazamos unos compromisos concretos como los propuestos por la Junta Democrática, unos compromisos en los que a cambio de ciertas libertades se nos pide que apoyemos al Estado de la gran burguesía, que renunciemos a exigir la disolución de los cuerpos represivos –de esos cuerpos que mientras subsistan serán una amenaza permanente para toda conquista democrática-, que demos nuestra bendición al Ejército -recurso supremo de la dominación de la oligarquía sobre el pueblo trabajador-, que no pidamos cuentas a los verdugos y torturadores fascistas por sus múltiples delitos contra el pueblo, que no sumemos nuestra voz a la de las nacionalidades oprimidas cuando reclaman el derecho a la autodeterminación, que no pidamos que las tropas norteamericanas se vuelvan a su país, que no escarbemos en la estercolera de los escándalos financieros, de los fraudes y chanchullos múltiples que han realizado durante estos años, que aplaudamos el ingreso de España en la Europa de los monopolios capitalistas...
Estos son los compromisos concretos que algunos quisieran que contrajéramos. Y estos son justamente los compromisos que los comunistas no podemos contraer.
Primero, porque la defensa de toda conquista democrática supone ni más ni menos el castigo de los que han impedido esa conquista hasta ahora, no por afán de venganza sino para lograr que esas conquistas no se derrumben como castillos de naipes.
Y segundo porque los comunistas no podemos concebir las reivindicaciones democrático-burguesas -pues de democracia burguesa estamos hablando- sino como un medio para proseguir nuestra lucha revolucionaria, nuestra lucha contra el poder político y económico de la burguesía. Y ¿cómo proseguir esta lucha, cómo extenderla y profundizarla, si nos comprometemos a respetar los diversos dispositivos del Poder político actual, si renunciamos a ajustar cuentas con el fascismo, si prometemos no tocar y no poner en cuestión el Poder económico de los enemigos del pueblo, si educamos a la gente en el espíritu de no atentar contra el Estado burgués?
A diferencia de lo que hacen los reformistas, los revolucionarios consideramos las reformas democráticas no como un fin en sí, por el cual se pueden sacrificar los intereses cardinales del proletariado revolucionario, sino un puente para llegar a metas más altas. No podemos por tanto renunciar a estas metas para así obtener tal o cual reforma democrática.
Es así como entendemos que deben abordarse los compromisos.

16 de diciembre de 2011

Mundo obrero y no-violencia

El recurso a la violencia por segmentos más o menos numerosos del movimiento obrero ha sido repetidamente señalado por las clases dominantes como si estuviese incluido en el ADN del auténtico sindicalismo. Sin embargo, este análisis simplista oculta la violencia del Estado y de las clases propietarias y, sobre todo, olvida que el movimiento obrero es de naturaleza pacífica y que generalmente sólo recurre a la violencia cuando se le cierran todas las puertas del diálogo. Además, no se habla de otras corrientes de la izquierda que optaban por las estrategias pacifistas, como los anarquistas tolstoyanos. Presentamos un documento elaborado en 1978 por el Grupo de Acción No-violenta de Málaga, cuyos militantes estaban estrechamente vinculados con la izquierda radical y, al mismo tiempo, a sectores del catolicismo más progresista de su tiempo; lo reproducimos íntegramente.
Portada del folleto, Málaga, 1978 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
INTRODUCCIÓN
En un principio la no-violencia se nos presenta con una perspectiva negativa: la definimos entonces como la condena y el rechazo de la violencia. A nadie le gusta la violencia, pero ésta se nos plantea como una necesidad para combatir las injusticias en un mundo lleno de violencias y violento en sus mismas estructuras. De esta forma nos parece entonces que renunciar a la violencia supondría renunciar a la acción, a la lucha, y resignarse finalmente a aceptar el desorden establecido.
Por esto el mundo obrero no le ha prestado todavía la atención suficiente. En efecto, frecuentemente la no-violencia no se percibe más que a través de equívocos, de malentendidos y de confusiones que no nos presentan de ellas más que caricaturas. El fin de éstas páginas es el de aportar un poco de claridad en el debate, con la perspectiva de llegar a establecer un provechoso diálogo.
LA VIOLENCIA DEL DESORDEN ESTABLECIDO
Ante todo conviene definir qué entendemos por violencia. Podemos dar una definición general que sirva para todas las violencias: violencia e s aquello que supone un atentado a la libertad y dignidad humana; la violencia es aquella que conduce a la destrucción de la personalidad del otro. Pero eso es muy general y demasiado abstracto. Nos hace falta algo más preciso y más concreto.
De hecho no nos encontramos con la violencia, sino con distintas violencias que se nos presentan con distintos rostros.
La primera violencia que necesitamos identificar es la violencia de las estructuras y situaciones de injusticia. Es la injusticia del desorden establecido, madre de todas las demás. Es la violencia de las estructuras sociales, la violencia de los ricos y los poderosos contra los desposeídos de poder y propiedad.
No solamente la de naturaleza militar, sino también la de carácter económico, cultural y político., Es esta violencia la que debemos ante todo denunciar y combatir porque es la que provoca y explica todas las demás. Es de destacar que, en este punto, la tradición del movimiento obrero y la de la no-violencia están completamente de acuerdo. Así todas las grandes figuras de la no-violencia se levantaron ante todo contra la violencia del desorden establecido: para Gandhi la violencia era ante todo la injusticia hecha a los indios por el colonialismo inglés. Para Martin Luther King, la opresión sufrida por los negros estadounidenses debido al racismo blanco. Para Danilo Dolci, es la miseria impuesta a los pobres de Sicilia por el sistema económico capitalista en Italia. Para Helder Cámara, la opresión que pesa sobre los campesinos del Brasil bajo la dictadura militar de los capitalistas. Para César Chávez, es la injusticia sufrida por los braceros chicanos bajo el capitalismo yanqui.
Desde el momento en que la violencia está ante todo en las situaciones de injusticia sufridas por los oprimidos la no-violencia debe definirse corno un combate que pretende hacer justicia a los oprimidos. Así pues, al contrario de lo que la palabra no-violencia podría dar a entender a primera impresión, la no-violencia no supone que vivimos en un mundo sin conflictos, sin tensiones y sin enfrentamientos. Cierto que la no-violencia pretende corno fin, una sociedad pacificada, una sociedad realmente libre y socialista, para ello proponemos unos medios, unos métodos de acción que son métodos de lucha.
Es muy importante distinguir entre conflicto, lucha, fuerza y violencia. Tenemos la mala costumbre de emplear estas palabras indistintamente confundiendo sus significados, metiendo una por otra y embrollando las discusiones: así resulta imposible entenderse.
Muchas veces se dice que "la violencia es necesaria”, cuando en realidad lo que se quiere decir es que para resolver una situación conflictiva es necesaria la lucha, etc. ya que no está nada claro que el recurso a la violencia propiamente dicha sea necesario para el triunfo de la lucha.
Esto se debe a que la no-violencia es entendida por mucha gente como negación de conflictos y rechazo del combate, por lo que aparece como algo desmovilizador. De hecho, la no-violencia no predica ni la paz social, ni la colaboración de clases ni el reformismo. No acepta, sino que contesta y rechaza los discursos de los medios bien-pensantes sobre la necesidad del respeto del orden establecido y la posibilidad de resolver las diferencias que surgen entre unos y otros, acudiendo solamente al diálogo, en el marco de las instituciones y los cauces legales: por su propia lógica, la no-violencia preconiza la lucha de clases como único medio de avanzar hacia una sociedad más justa; la no-violencia no pretende aquello de que “todos somos hermanos y que basta con tener buena voluntad para superar los antagonismo que separan a las clases sociales”.
LA ESTRATEGIA DE LA ACCIÓN NO -VIOLENTA
Conviene ahora precisar cuál es la estrategia de la acción no-violenta, en qué principios se basa y qué métodos propone. El principio esencial de la acción no-violenta es el principio de no colaboración. Este principio se basa en el siguiente análisis: la fuerza de las injusticias en una sociedad viene sobre todo de que éstas se benefician de la complicidad de la mayor parte de los miembros de dicha sociedad. Frente a la injusticia, incluso si se trata de una injusticia en la que nosotros mismos somos las víctimas, nuestra mayor tentación es callarnos, resignarnos y, finalmente, convertirnos en cómplices, aceptando cooperar con ella. La acción no-violenta consiste en llegar a romper esta cooperación de la mayoría silenciosa, organizando acciones de ruptura que puedan recibir el apoyo de un gran número de gente, acabando así con la fuente de poder del adversario.
Se trata de negarse, siempre que sea posible, a toda colaboración con las estructuras, las leyes, los regímenes y los sistemas que engendran y mantienen la injusticia con el fin de paralizarlos y colocarlos fuera de combate.
Poniendo en práctica el análisis que hizo Gandhi, es decir, negándose a colaborar con aquellos millares de ingleses que les imponían su dominación, los millones de indios consiguieron la independencia.
LA HUELGA
Incluidas las huelgas que se desarrollan en un clima de violencia (a pesar de que generalmente las violencias sean marginales en relación con la huelga propiamente dicha), la huelga es esencialmente una acción de no-cooperación. La huelga es la organización de la no-cooperación de los trabajadores con el poder de los propietarios de los medios de producción. El poder y la riqueza de estos últimos no existen, en parte, sino por la cooperación de los obreros. Si esta cooperación se acaba, los propietarios de los medios de producción pierden el control de la situación y se ven obligados a ceder ante la presión social que pesa sobre ellos.
Todo esto es lo que constatamos en las luchas huelguísticas. Sería ridículo, y fuera de nuestro propósito, intentar recuperar las huelgas obreras al seno de la no-violencia. La clase obrera no ha necesitado nunca de unos padres no-violentos, ni violentos, que le dijeran cómo debía plantear la lucha. Al contrario, son las enseñanzas que se pueden sacar de la lucha obrera la que se convierte en maestra que facilitará la victoria.
EL BOICOT
El boicot es igualmente un método tipo de acción no-violenta. El boicot es la organización de la no-cooperación de los consumidores contra el poder de los productores.
Este método de lucha es, desgraciadamente, muy poco conocido y poco utilizado en Europa. Por el contrario, en la lucha por los derechos civiles, los negros norteamericanos lo utilizaron muy a menudo: boicot por los clientes negros a las tiendas, supermercados o almacenes que se negaran a emplear negros; boicot de los autobuses donde se aplicaba la segregación...
Las experiencias de boicot demuestran bien claramente que la acción no-violenta es una demostración de fuerza que intenta ejercer una verdadera presión sobre el adversario.
Es necesario rechazar toda presentación de la no-violencia que diera a entender que la liberación de la clase oprimida ha de pasar por la convicción de la clase privilegiada. No se puede convencer a los capitalistas, por ejemplo, de que renuncien a la explotación, fuente de sus privilegios; es preciso obligarlos a ello. La conversión solo puede darse entre personas; entre clases antagónicas sólo es posible una lucha, La que terminará con la desaparición de las mismas.
LA ACCIÓN DE LOS BRACEROS CHICANOS. CESAR CHAVEZ.
En Florida (EE.UU.) donde los jornaleros agrícolas se encontraban sufriendo un estado de explotación extrema, privados de todos los derechos sindicales y sociales, César Chávez, nacido en este medio del peonaje agrícola, emprendió una tarea de organizar la lucha de los jornaleros y esto lo hizo proponiendo métodos de acción no-violenta: huelgas pacíficas, boicot de las uvas de los terratenientes más explotadores (este boicot se generalizó a todos los EE.UU. y también a otros países), etc. Luego de cinco años de lucha, gracias al apoyo de la opinión pública y del poderoso sindicato que crearon los jornaleros para llevar adelante su lucha, los terratenientes tuvieron que ceder y aceptaron las exigencias de los trabajadores. La acción de los braceros chicanos, desgraciadamente poco conocida en Europa, ilustra perfectamente la eficacia de los métodos de lucha no-violentos. Los resultados obtenidos y la determinación de los trabajadores agrícolas que tomaron conciencia en el curso de la lucha de su valor como hombres, garantizaron el éxito final.
Si se pregunta a César Chávez por qué ha elegido la no-violencia responde: "Porque soy un hombre extremadamente práctico. Es una locura intentar arriesgarlo todo a una sola jugada. Nosotros somos no-violentos porque queremos salvar nuestras almas, somos no-violentos porque queremos obtener la justicia social para los obreros".
El boicot puede ser igualmente un arma particularmente eficaz para manifestar una solidaridad activa con otros pueblos oprimidos. Así en Holanda, un comité de de acción de solidaridad con Angola lanzó en 1972 el boicot del café que venía de esta colonia portuguesa. Se explicó a la opinión pública cómo el hecho de consumir café angoleño era una forma de colaborar con la política racista y colonialista llevada por Portugal en África. Esta acción tuvo un gran eco entre la población holandesa y pronto no pudo venderse en el mercado holandés ni un grano del café procedente de Angola. El colonialismo portugués acababa de perder una batalla.
Es evidente que para emprender con éxito una tal campaña de boicot el apoyo activo del movimiento obrero es absolutamente necesario.
LA DESOBEDIENCIA CIVIL
De las formas no-violentas de no colaboración, la más fuerte es la desobediencia civil generalizada.
Las leyes son sólo papel mojado si nadie las obedece. Lo que origina la injusticia no son las leyes injustas sino la obediencia a esas leyes. Por tanto, la desobediencia civil aparece corno el arma más eficaz contra la legalidad burguesa que trata de mantener el desorden establecido. Según la doctrina oficial de los Estados, cada ciudadano ejerce el poder. Una vez que el ciudadano ha votado ya, entonces debe obedecer las leyes aprobadas por la mayoría. Es esto lo que priva al pueblo, a pesar de todo "soberano", de toda posibilidad de control efectivo sobre aquellos que ejercen el poder, es decir, todo lo contrario a las exigencias de la democracia. Así pues, no conviene actuar solamente por las vías legales, cuando esto sea posible para que el poder cambie de política o para provocar un cambio de poder. Es necesario ejercer el propio poder de ciudadano, rechazando, por un acto de desobediencia civil, toda colaboración con las leyes injustas decididas por el Estado.
En el camino hacia la verdadera democracia, la torna del poder para el pueblo supone dar un rodeo demasiado peligroso, en el que puede acabar por perderse uno. La no-violencia pretende evitar ese rodeo. En su intención revolucionaria no tiene por objetivo el de la torna del poder para el pueblo, sino más directamente la torna del poder por el pueblo. No es un Estado fuerte el que realiza la verdadera democracia sino los ciudadanos libres y responsables. En esta perspectiva Bernanos tenía razón cuando decía "hacen falta muchos rebeldes para hacer un pueblo libre". Esto coincide muy particularmente con la perspectiva de un socialismo de autogestión donde la primera y última palabra la debe tener siempre la base.
Una de las formas posibles de desobediencia civil es la negación colectiva a pagar los impuestos. En Francia algunos grupos han organizado ya una campaña de negativa a pagar una parte de los impuestos (la que hubiera sido dedicada a gastos militares) y redistribuirla por su cuenta, enviándosela a los campesinos de Larzac. Pero no basta con el rechazo de la colaboración con la injusticia; conviene organizar también un programa constructivo que se esfuerce en realizar la justicia.
En una campaña de acción no-violenta el programa constructivo consiste en organizar paralelamente a las instituciones y estructuras alternativas que permiten aportar una solución constructiva a todos los problemas planteados.
La función confesada por el ejército es la de defender el territorio nacional, pero la función inconfesada, y sin embargo cada vez más evidente, es la de defender un determinado sistema social y político y prepararse para intervenir contra el "enemigo interior". Así, el secretario de Estado de la Defensa Nacional francés, no dudó en declarar: "La Defensa Nacional del Territorio (DOT) está organizada para evitar que se repitan acontecimientos como los que conmovieron a Francia en Mayo de 1968". En cuanto al general Beauvellet, multiplica declaraciones inequívocamente claras: "Hay que considerar como la amenaza más inmediatamente peligrosa todo lo que ponga en peligre la cohesión del país". Así, la militarización creciente de nuestra sociedad se muestra como una amenaza constante contra la libertad.
Por tanto, todo combate por una verdadera sociedad libre, debe incluir en sus perspectivas la lucha contra el militarismo. La búsqueda de la autogestión nos obliga a poner en marcha desde ahora el proceso de desaparición del ejército.
LA VENTA DE ARMAS AL EXTRANJERO
Una de las consecuencias más graves de la política militar y que concierne directamente a los trabajadores, es la venta de armas al extranjero. Con este sucio negocio, aumenta el peligro de conflictos armados por todo el mundo. Por desgracia es demasiado evidente que estas armas provienen de los países ricos, incluida España.
En el caso concreto de España, que vende armas a Mauritania y Marruecos, acepta graves complicidades ya que estos regímenes pisotean el principio mismo de la libertad e independencia. Esto nos hace directamente cómplices de la opresión que pesa sobre los pueblos de esos países, y especialmente sobre los trabajadores.
Para justificar este tráfico de armas, el Ministro del Ejército francés no duda en invocar la defensa de los intereses de los "obreros franceses": "Nunca he tenido la intención -precisó- de detener nuestros esfuerzos de exportación de armamento; no tengo ningún derecho a dejar sin trabajo a obreros en nombre de un principio moral que ningún estado piensa respetar'". Así pues, el ministro tiene clara conciencia de que dedicándose al tráfico de armas viola lo que él mismo llama "principio moral", pero cree poder justificar su propia inmoralidad por la inmoralidad de los demás. Pero esta afirmación del ministro, plantea una grave cuestión a los obreros.
Sería particularmente grave, sería desesperante que los sindicatos reclamaran el pleno empleo para los obreros a costa del sacrificio deliberado de la libertad de los obreros oprimidos por los regímenes a los que vendemos armas ¿No debería la solidaridad internacional, y más concretamente aquí el internacionalismo proletario, movilizar a todos los trabajadores para detener este tráfico de armas? Sin esta movilización los trabajadores podemos esperar poner fin a este negocio sangriento.
FRENTE A LA REPRESIÓN
Toda acción de impugnación de desorden establecido habrá de hacer frente a la represión que lanzará el poder constituido. Y aquí, en contra de ciertas impresiones que prevalecen a veces, los métodos de lucha no-violentos ofrecen mayores garantías a las minorías que luchan por el reconocimiento de sus derechos. Si los oprimidos se sitúan en el terreno de la violencia, se colocan ellos mismos en una posición de inferioridad. Pues la capacidad de violencia de los opresores será siempre desmesuradamente mayor que la de los oprimidos.
Es muy significativo a este respecto, considerar la acción de los negros estadounidenses. Durante años, Martin Luther King supo movilizar a miles de negros en un combate no-violento contra las injusticias de la América blanca y, si bien todo no ha podido resolverse, el balance de este combate es altamente positivo. Los Panteras Negras, que fueron presentados como continuadores de M.L.King, y que estaban persuadidos de la superioridad de la violencia ("criticaremos lo injusto con las armas"), fracasaron y fueron inutilizados para proseguir su acción, mediante la represión. Sus responsables reconocen hoy el fracaso total de la lucha armada. Desgraciadamente esto parece ser cierto en todas las situaciones. Incluido Chile. Basta considerar un poco más de cerca la situación para comprender que es ilusorio pretender que no había más solución que la de armar al pueblo" para poner en jaque a la junta militar. Todos los observadores han mostrado que los partidarios de Allende no podían esperar nada de un enfrentamiento armado que era "en las condiciones actuales de la técnica militar, no sólo desesperado,' sino suicida" (Regis Debray)
LA VIOLENCIA ES UNA TRAMPA
Esta imposibilidad de recurrir a la violencia para obtener justicia es más clara todavía en una situación como la de Francia. Si utilizan la violencia, atraerán la atención pública no sobre la injusticia que quieren combatir sino sobre la violencia que cometan. Ahora bien, toda acción para ser eficaz, necesita la adhesión de la población, y es un hecho comprobado que la violencia desacredita a sus autores ante la opinión pública, Las necesidades de la población exigen a los que se comprometen en una acción que se atenga a la no- violencia. Esto ha sido demostrado de una manera particularmente clara tanto por los campesinos de Larzac como por los trabajadores de LIP (ambos en Francia). Así Charles Piaget, militante obrero de la LIP declaraba en agosto del 73: "la relación de fuerza sólo nos será favorable si nuestra acción prosigue en la unidad, la tranquilidad y la no-violencia" (declaraciones a citadas a la vez por "Le Croix" y "Le Monde").
Por la acción violenta ofrecemos a nuestros adversarios, es decir, al poder establecido, los argumentos que necesita para justificar su propia violencia. Frente a la violencia callejera es muy fácil para un gobierno sacar todos los medios de represión que quiera, y hacerlo contando con el apoyo de la mayor parte de la población, que está convencida de que "los terroristas deben pagarla". A este respecto es muy significativa la ley antiterrorista elaborada por el gobierno francés en 1970. El entonces ministro de justicia defendía así esa ley ante el parlamento: "este proyecto de ley, acerca de la cual he leído una y otra vez que estaba dirigido contra los estudiantes, contra los obreros, contra los huelguistas, contra los sindicatos, contra las libertades públicas e individuales, no es en realidad nada de todo eso. Es un proyecto de ley contra la violencia".
Así todos los gobiernos hacen lo mismo, se condena todo uso de la violencia declarando que ésta es el mal absoluto, destructor del "orden" y de la "libertad", y se extiende esta condena a todos los que recurren a la acción violenta, cualquiera que sean sus motivaciones y sus objetivos, salvo que sean policías, y entonces la cosa ya está clara.
El mejor método de denunciar la hipocresía de semejantes procedimientos es precisamente atenerse a los métodos de la acción no-violenta. La violencia aparece, en efecto, como una trampa; es el mejor medio de hacernos recuperar por el sistema que combatimos, ya sea el capitalismo o el socialismo de estado, es decir, precisamente el sistema de la violencia.
LA ACCIÓN NO-VIOLENTA ES UN DESAFÍO
Ciertamente, un movimiento obrero debe contar con la represión que los poderes establecidos no dejarán de ejercer sobre él en el momento en que lo juzguen necesario. Sin embargo, con tal de que las causas defendidas sean justas, la represión que golpea a un movimiento no-violento carece realmente de justificación (lo que no impide que triunfe si puede). Aquí ya no es la oposición la que ha de justificar su violencia al ser condenada a una oposición defensiva, especialmente incómoda, sino que es el gobierno el que ha de justificar la violencia a la que recurre para destruir la acción de sus oponentes.
Se cambian las tornas y esto es esencial en la estrategia de la acción no-violenta. En realidad, la represión que castiga a un movimiento no-violento corre el riesgo de beneficiarle, al darle toda la publicidad que necesita y al poner en evidencia a los ojos de la opinión pública, los verdaderos datos del conflicto. En este sentido la acción no-violenta comporta un desafío a la represión. De ésta resulta que la fuerza de un movimiento rio-violento está directamente relacionada con su capacidad para resistir a la represión del adversario. Importa pues, no desafiar al gobierno antes de que el movimiento sea lo bastante fuerte para no ser destrozado por la represión, es decir, antes de haber desarrollado una toma de conciencia suficiente entre los trabajadores.
Las posibilidades ofrecidas por la acción no-violenta parecen pues permitir a las víctimas de las injusticias de nuestra sociedad (en particular a la clase obrera oprimida por el sistema capitalista) luchar con eficacia por el reconocimiento de sus derechos, Pero, ¿aporta la no-violencia alternativas a los problemas planteados por el ejército y la llamada "defensa nacional"?
Una vez más no hemos simplificado el problema sino que hemos tratado sólo de plantearlo, con todas las dificultades que entraña. Lo peor sería negarse a planteársela tomando como pretexto estas dificultades.
HACIA UNA DEFENSA POPULAR NO-ARMADA
En lo que respecta al problema global planteado por el ejército, la no-violencia nos lleva a estudiar las posibilidades de una defensa popular no-armada basada esencialmente en la determinación de la población de negar toda colaboración a un posible agresor. El poder de un ocupante es, en efecto, función del grado de colaboración que es capaz de suscitar en el seno de la población invadida. Si le resulta imposible contar con el apoyo del pueblo, que le opone una resistencia no-violenta, negándose a obedecer sus órdenes, entonces toda ocupación se hace prácticamente imposible. La preparación de esta resistencia popular no-violenta está encaminada a disuadir a un posible agresor. Además, y este punto nos parece esencial, el hecho de promover una defensa popular, ha de favorecer naturalmente el desarrollo de la libertad. Así como el ejército es un instrumento en las manos de los poderosos para disuadir y desbaratar las revueltas de las clases desfavorecidas, la organización de una resistencia popular no-violenta, por el contrario, proporciona a los ciudadanos medios para combatir las injusticias sociales. Al mismo tiempo que quedan capacitados para defenderse de una agresión exterior.
Además, así como la preparación militar tiende a desarrollar en cada ciudadano los reflejos de obediencia y disciplina que lo condicionan para una sumisión total al Estado, la puesta en práctica de una estrategia de resistencia no-violenta desarrolla, por el contrario, el sentido de responsabilidad y las iniciativas personales. Por su propia lógica la no-violencia es un fermento de cambio social y dinamismo revolucionario. En este sentido es irrecuperable por los poderes establecidos.
He aquí, brevemente, demasiado brevemente expuestos, algunos de los principios básicos de la no-violencia. Queremos suscitar un diálogo, no llevar un mensaje. Los que estamos comprometidos en la acción no-violenta necesitamos al máximo este diálogo, en el que sabemos que tenemos mucho que aprender. Estas páginas más que aportar respuestas, quieren plantear problemas. Por esto tenemos esperanza de que este diálogo será posible y que nos permitirá a unos y otros avanzar juntos hacia verdaderas respuestas a nuestros verdaderos problemas.