La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

29 de marzo de 2013

Influjo de América en el atraso económico español

La familia Pasarón era originaria de la comarca del río Eo, a caballo entre Asturias y Galicia, tuvo una estrecha relación con la provincia de Guadalajara, donde residieron varios de sus miembros como alumnos de la Academia de Ingenieros, como magistrados o como políticos, siempre en las filas del liberalismo progresista. Ramón Pasarón Lastra, diputado por el distrito de Pastrana en las Cortes de 1871, bajo la monarquía de Amadeo I de Saboya, y padre de Benito Pasarón Lima, gobernador civil de la provincia de Guadalajara en esas mismas fechas, escribió el siguiente artículo que se publicó en la revista La América, en su número del 8 de noviembre de 1857. En él se ofrece un magnífico resumen de la situación económica española en los primeros años del siglo XIX y, mostrando sus debilidades, se ofrecen pistas que permiten explicar el fracaso de la Revolución Industrial en nuestro país en las décadas siguientes, las posteriores a la Guerra de la Independencia, que mostraron la capacidad de los españoles para situarse a la vanguardia de los cambios políticos y su incompetencia para realizar las más necesarias transformaciones económicas.
Retrato de Ramón Pasarón Lastra (Archivo La Alcarria Obrera)

INFLUJO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA EN LOS INTERESES MATERIALES DE LA PENÍNSULA HASTA FINES DEL ÚLTIMO SIGLO.
El inmortal Colón dio a la corona de Castilla un mundo nuevo cuyas entrañas encerraban tesoros inmensos, mientras que en su vasta superficie se ostentaban todas las riquezas de una tierra privilegiada y virgen. ¡Coincidencia rara! Los monarcas poderosos cuyo reinado es una de las mejores glorias de la nación española, al mismo tiempo que adquirían aquellas magníficas regiones que presentaban un mercado inagotable al comercio universal, lanzaban de la Península el 30 de marzo de 1492 la parte de su población que desde algunos siglos venía siendo casi la única comerciante.
Y no porque faltase a la generalidad de los españoles el genio activo y emprendedor que exige la vida mercantil. Ocho siglos, sin embargo, de una guerra de restauración y de proselitismo contra los árabes, habían mantenido en la nación aquel espíritu marcial y guerrero que caracterizó a los visigodos, para quienes las profesiones pacíficas habían sido primitivamente consideradas como indignas del hombre elevado. Adoptando como la sociedad romana que acababan de destruir, la distinción de nobles y plebeyos, aunque no sobre iguales bases ni para el mismo fin, los primeros ocuparon los altos puestos militares y sacerdotales, hasta que fundada por San Fernando la universidad de Salamanca, sacados de ella por este monarca los doce primeros varones que formaron su Consejo, iniciaron la formación de nuestro segundo código nacional; fijados después de largas luchas los límites de la jurisdicción feudal, y reivindicada la suprema que correspondía fundamentalmente a la corona, se erigieron tribunales de orden superior. En ellos encontró la nobleza nuevos asientos, y todas las industrias quedaron relegadas en manos que se consideraban inferiores.
En cambio huían aquellas de los pueblos de señorío para llevar la vida y el movimiento a los de realengo, en donde se desarrollaba bajo la sombra protectora de la libertad municipal, una de las pocas instituciones civiles que se habían salvado de la ruina del imperio, y que era favorecida con empeño por nuestros soberanos para oponerla al turbulento poder de los señores. La inteligencia, el acrecentamiento y la prosperidad en las primeras: la miseria, la abyección y la soledad en las segundas. Tal fue el contraste que por algunos siglos ofreció la Península, y tal es la huella que de esta organización social se ve todavía en algunas de sus provincias.
En el seno de esta sociedad vivía, no sin frecuentes contrariedades, una masa numerosa de judíos que extraña á las preocupaciones sociales de la época, y sin más cuidados que los de su interés material, acabó por apoderarse de todas las industrias lucrativas, principalmente de la mercantil. Entonces nuestro comercio se colocó delante del que hacían la mayor parte de las naciones. En solo Toledo a principios del siglo XVI había, según Robertson 130.000 operarios dedicados a elaborar la seda, y se cree que fabricaban 450.000 libras en más de 15.000 telares.
Pocos años después de la conquista de Granada producía allí aquel ramo un millón de libras que se fabricaban en unos 6.000 tornos. Todavía a mediados del siglo XVII, a pesar de la rápida decadencia que había experimentado nuestra industria fabril, existían en la Península más de 10.000 telares de lana y seda. Entre los años 1663 y 1675 Toledo perdió 8.761 de aquellos, prueba inequívoca de la altura a que habían llegado nuestras fábricas de tejidos. Segovia, Santa María de Nieva y otros pueblos vecinos llegaron a tener más de 13.000 operarios en sus fábricas de paños; y es indudable que en el siglo XV las manufacturas españolas eran las que mejor se apreciaban en Europa, como lo atestiguan las célebres ferias de Medina del Campo que tenían lugar dos veces al año. Así se acumulaban la plata y el oro circulante en las manos laboriosas, mientras que careciendo de aquella riqueza nuestros adustos infanzones y ricoshombres se iban apoderando de ellos al mismo tiempo inspiraciones de galantería y de fausto, a cuyo impulso abandonaban sus castillos feudales para venir a las grandes poblaciones en pos de una vida más agradable. Desde entonces la nobleza se hizo tributaria del talento y del genio industrial.
Con la expulsión de los judíos que tanto habían hecho florecer el comercio, faltó de la Península uno de los principales elementos que habían de sacar partido del Nuevo Mundo que se descubría en aquella grande época. Las personas que tenían medios para instruirse en la ciencia mercantil, desdeñaban estos estudios abrazando con avidez los que conducían a las carreras de las armas ó de las letras; y puede asegurarse que la mano providencial trajo a España las dos terceras partes de la riqueza universal, al mismo tiempo que desaparecía de ella el instrumento poderoso que debía explotar tanto bien.
Otra coincidencia fatal para los adelantos de nuestra prosperidad sobrevino entonces. Acababa de tener su fin la aristocracia feudal que había venido desafiando el poder de nuestros monarcas por más de siete siglos: que lanzara del trono al sabio D. Alonso; que enfrenada por D. Alonso XI se vengó en su hijo D. Pedro; que dominó en los reinados sucesivos particularmente en los de D. Juan II y de los dos Enriques III y IV; y que levantó sobre el solio de Castilla a la misma doña Isabel.
Pero si razones de alta conveniencia política hacían desaparecer aquella aristocracia poderosa e inquieta, las había también para que se la reemplazase por otra más tranquila y subordinada a la suprema potestad de los reyes. La base de esta nueva nobleza y de su perpetuidad en las familias fue la propiedad inalienable e indivisible como lo era la sucesión de la corona, y las leyes acordadas en las Cortes de Toledo de 1502 y promulgadas en las de Toro dos años después, permitiendo que cada generación vinculase la tercera y quinta parte de toda la masa de bienes, además de los mayorazgos que se fundaban con real facultad, y de tenerse por vinculadas cuantas mejoras se hicieren en los unos y las otras, produjeron el estancamiento en la mayor parte de la poca propiedad libre que había quedado fuera de las manos muertas civiles y eclesiásticas. Así desaparecieron a un mismo tiempo la clase casi exclusivamente comerciante y la circulación de bienes que los hubiera llevado siempre al dominio de personas productoras capaces de mejorarlos y de dar alimento y vida a las demás industrias.
A estas causas de nuestra decadencia comercial en los tres últimos siglos es preciso agregar otras que consisten:
-En la expulsión de los moriscos que apartó de nuestra población muchos capitales y brazos laboriosos.
-En las costosas y estériles guerras de Flandes e Italia cuyas glorias adquiríamos a expensas de nuestros tesoros y de los hombres que arrancaban a las industrias.
-En la montuosidad de nuestro suelo no allanada por vías de comunicación.
-En la sequedad de nuestros terrenos del interior que no se venció con canales de riego.
-En lo poco navegables que son nuestros ríos, y en la incomodidad y peligros que ofrecen los puertos situados en sus embocaduras sin limpiar.
-En las trabas fiscales que embarazaron siempre nuestro movimiento interior; y en el sistema de prohibición que erigiendo el monopolio alejó la saludable competencia que debía estimular la mejora de los productos domésticos.
-En los privilegios concedidos a la ganadería a costa de los adelantos del cultivo. En la diferencia de pesas, y medidas y moneda que dificultan las transacciones.
-En la escasez de buques y carestía de sus fletes.
-En la emigración que los españoles dedicados al comercio y a otras industrias hacían para América, atraídos por las mayores probabilidades de obtener fortuna.
A pesar de tantos y tan graves obstáculos el genio español sostuvo por un lado la supremacía en las bellas artes que se ostentaron en la magnificencia de nuestras catedrales, monasterios y palacios; e hizo, por otro, esfuerzos asombrosos para elevar sus industrias, de cuya verdad responden la excelencia de sus tejidos de seda y algodones en algunas provincias, sus encajes, la especialidad de sus bordados y las numerosas fábricas establecidas en Cataluña, Valencia, Segovia, Talavera, Sevilla y otros puntos de España. Era imposible, sin embargo, que estos ramos de producción traspasados a nuevas manos, por decirlo así, desde principios del siglo XVI, pudiesen luchar a un mismo tiempo con las trabas fiscales y con el torrente extranjero que explotando la baratura de sus jornales, e inventando todos los días perfeccionamientos en sus manufacturas y fábricas, inundaban con sus producciones la Península, y se llevaban a falta de otro cambio las fabulosas sumas de plata y oro que recibía de América.
Llegó la libra de seda peninsular a tener sobre sí el enorme impuesto de 15 1/2 rs. próximamente; así es que el millón de libras que producía el antiguo reino de Granada, pocos años después de su conquista, vino a quedar reducido a mediados del siglo XVII á poco mas de 200.000. Prohibióse después su extracción, que fue otro golpe mortal para este ramo de industria; y las franquicias que obtuvieron los géneros importados de Génova, Milán, Nápoles, y Holanda, en el concepto de nacionales, mientras los nuestros se hallaban lamentablemente gravados, dieron a estos países el comercio casi exclusivo de España a cuyas poblaciones vinieron a establecerse numerosas casas de aquellos extranjeros que recogían nuestro oro y plata, tomando así una represalia funesta de la dominación que habíamos impuesto a su patria.
Antes del descubrimiento de la América todo el metálico circulante de Europa no pasaba de 850 millones de francos a lo más, según los cálculos del célebre estadista Mr. Jacob, y por consiguiente, los precios de todos los géneros eran bajos en proporción a la escasez del numerario. El mismo estadista con el cual se halla casi conforme Humbold, asegura que el metálico traído en el primer siglo después de aquel grande acontecimiento, ascendió a tres millares y medio de millones. En el segundo a ocho millares y medio de millones que constituyen un aumento de 128 por 100, y en el tercero, hasta el año de 1809, a veinte y dos millares de millones, siendo de advertir que en estos cálculos se hallan deducidas las cuantiosas sumas de pesos que salieron de Europa para la India, y la parte de moneda que se convirtió en alhajas de lujo.
Este fabuloso y rápido incremento de moneda debía producir naturalmente desnivelaciones violentas entre las necesidades del mercado y de la circulación. Lejos de seguir los precios el indicado incremento, sus oscilaciones eran continuas: el valor que tenían hoy los géneros, no guardaba relación con el de ayer, ni servía de base para calcular el de mañana. Nuestra península, por lo mismo que era la que recibía aquellos cargamentos de metal acuñado, debía también experimentar consecuencias más graves, y así fue en efecto. De un lado la abundancia de dinero suplía nuestra falta de artículos domésticos para cambiar con los extranjeros; y por otro, estimulados estos con el aliciente que les ofrecía el metal precioso que con seguridad hallaban en la península, y aprovechando la baratura de su mano de obra, desarrollaban de un modo prodigioso sus industrias cuyos productos nos enviaban por las aduanas ó de contrabando a precios más cómodos que los que tenían los nuestros, llevándose en cambio los tesoros que recibíamos de América.
Así se preparó en nuestra vecina Francia ese grande acontecimiento que debía ejercer un influjo tan decisivo en los destinos del mundo. La actividad industrial que su clase media desplegó, para recoger en cambio nuestra moneda americana, puso en sus manos abundantes riquezas que alzaron los precios de los consumos sin levantar el de los jornales. Los propietarios que tenían arrendadas sus tierras a largos plazos, no pudieron subir los arriendos, y el importe de estos ya no bastaba como antes para cubrir sus necesidades. Solo había logrado hacerse opulento el tercer estado, que tomando por falange suya la masa pobre y abyecta, se lanzó a la lucha contra la decrépita aristocracia para arrollarla, vencerla y consumar ese cambio universal de intereses morales y materiales que la misteriosa mano providencial reservaba al siglo XIX.
Fuese, pues, quedando atrás nuestra industria nacional: la imposibilidad de competir en precio, en calidad y en diversidad de productos con la extranjera, redujo la española casi exclusivamente a nuestros mercados del interior y de las provincias de Ultramar; y el resultado fue que el comercio de exportación de la península quedó limitado a algunos artículos salidos de su suelo, a las lanas finas que con el tiempo lograron aclimatar otros países, llevándose ganados nuestros, y a la pequeña reexportación de productos coloniales, mientras que los extranjeros no adquirieron bastantes posesiones para surtirse de ellos.
La pequeña importación permitida por nuestros aranceles, y el asombroso contrabando que inundaba la península, se llevaban en cambio la plata y oro que nos enviaba América, y los puertos de esta parte del mundo, cerrados por completo al comercio extranjero bajo penas increíbles, recibían nuestros sobrantes domésticos, los productos de la industria fabril nacional, y los géneros extranjeros que importados en España no habían encontrado salida en su mercado interior. Así es que el alto precio de nuestras producciones, originado por el alza de jornal a que habían dado lugar la abundancia del metálico y el monopolio nacido del sistema prohibitivo, alejaba de ellas al consumidor nacional, y lo llevaban en busca de los géneros extranjeros y del contrabando.
Tal es el cuadro triste y en bosquejo que presentó nuestro comercio mientras reinó en la península la dinastía austríaca. La guerra de sucesión que sobrevino á la muerte del señor D. Carlos II, detuvo los progresos que debía hacer en nuestro país la escuela económica que principiaba a fundarse entonces y que continuó desenvolviéndose hasta nuestros días. Sulli y Collbert habían dado la señal en la vecina Francia. Siguiéronlos allí Quesney, Say, Mirabeau y otros maestros de la ciencia. Levantaron también su voz muchos españoles ilustres, entre ellos Ensenada, Campomanes y Jovellanos; uno de los primeros y grandes resultados que produjeron las nuevas doctrinas, fue el célebre reglamento llamado del comercio libre de 12 de octubre de 1778 que forma una de las glorias del señor D. Carlos III. Del reinado de este augusto monarca arranca una nueva era para nuestro comercio con América, que puede ser objeto de otros artículos sucesivos, particularmente en lo que tenga relación con la preciosa isla de Cuba.
No concluiré, sin embargo, el presente sin ofrecer a la consideración del lector en cifras exactas tomadas de datos semioficiales el verdadero estado que tenia nuestro comercio exterior con las naciones extrañas y con la América española en el año común del septenio último que precedió al de 1793 en que tuvo principio nuestra guerra con la república francesa.
BALANZA CON AMÉRICA:
Remitió la península a todas sus provincias de América en el año común y en productos nacionales. 179.234,743 rs. vn.
ídem en extranjeros 171.349,772 rs. vn.
Retornó a la península en oro y plata 485.277,190 rs. vn.
ídem en frutos y géneros 255.357,094 rs. vn.
Balanza favorable a la península por rs. vn. 390.049,769
BALANZA CON EL EXTRANJERO:
El comercio extranjero importó por las aduanas de la península en el año común del septenio 714.858,698 rs. vn.
Exportó esta para el extranjero en productos domésticos 397.395,533 rs. vn.
Diferencia en contra de la península por rs. vn.: 317.463,165
De modo que después de pagar con el sobrante de América el déficit con el extranjero, nos quedaban 72.586,600
Y como esta desnivelación en contra de la balanza extranjera la pagábamos con la favorable que teníamos en metálico de la de América, resulta demostrado de una manera evidente que en la mejor época de nuestro comercio en el siglo último, y a pesar del inmenso mercado que teníamos en nuestras vastas provincias americanas, todas las ventajas mercantiles de España estuvieron reducidas a los 72.586,600 rs. Y aun nada tendríamos que deplorar sí esta suma se quedase entre nosotros. El contrabando, mayor entonces que la importación legítima, se encargaba de arrebatarnos con muchas creces aquel insignificante resto en que estaba representada la grandeza comercial española, aparente y quizá funesta para nosotros, pero real y fecunda para las naciones que levantaron la suya a expensas de la nuestra.
RAMÓN PASARON Y LASTRA

22 de marzo de 2013

La Escuela del Sindicato Metalúrgico de la UGT de Madrid

Una de las principales diferencias del sindicalismo clásico con respecto a las antiguas Sociedades de Socorros Mutuos y a las actuales centrales sindicales reformistas, es su preocupación por el conjunto de las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora, más allá de pequeñas reivindicaciones o avances de menor cuantía; sabiendo, además, que la mejora de estas condiciones vitales sólo podría ser plenamente desarrollada en un régimen no capitalista. Frente al señuelo de los actuales cursos de formación que imparten las centrales sindicales mayoritarias sin más objetivo que llenar sus arcas huérfanas de cotizaciones, los obreros metalúrgicos de la UGT de Madrid se plantearon, en plena Dictadura de Primo de Rivera, crear una escuela de formación profesional completa, que ofreciese formación laboral general y capacitación profesional especializada. Aquí reproducimos el Reglamento de la Escuela.
Reglamento del Sindicato Metalúrgico de la UGT de Madrid (Archivo La Alcarria Obrera)
 
CAPITULO PRIMERO.- LA ESCUELA, SU ORIENTACIÓN Y SU RÉGIMEN
Artículo 1º. Por entender el Sindicato Metalúrgico El Baluarte que no debe limitar su labor a defender los derechos de sus afiliados en las fábricas y talleres, sino que encarnan debidamente en sus fines los problemas que lleva en sí el progreso contemporáneo de la organización obrera internacional entre los que se manifiesta primordialmente uno, que es la educación técnicoprofesional, ha creado la Escuela de Aprendices Metalúrgicos.
Art. 2º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos tiene por objeto capacitar social y técnicoprofesionalmente a los aprendices metalúrgicos afiliados al Sindicato Metalúrgico El Baluarte.
Art. 3º. Para subvenir a los gastos que la Escuela de Aprendices Metalúrgicos origina, el Sindicato Metalúrgico dedicará una cantidad que se fijará en cada curso, según las necesidades materiales, y también se solicitarán subvenciones de las entidades patronales, ministerio de Trabajo, Junta de Pensiones, Casa del Pueblo, Ateneos, Asociaciones, de ingenieros y Sociedades particulares.
Art. 4º. En ningún caso podrán matricularse en nuestra Escuela otros que los aprendices que pertenezcan al Sindicato Metalúrgico El Baluarte.
Art, 5º. Los alumnos de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos tendrán a su ingreso una edad comprendida entre quince y dieciocho años cumplidos, teniendo en cuenta la legislación social vigente.
Art. 6º. Ningún alumno podrá pertenecer a la Escuela de Aprendices Metalúrgicos cumplidos los tres años de duración del plan de estudios.
Art. 7º. Los alumnos que dentro de un curso alcanzaran el límite de la edad reglamentaria podrán matricularse en éste, como asimismo podrán hacerlo los que cumplan los quince años de edad dentro de dicho curso.
Art. 8º. Será condición indispensable para poder ingresar en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos haber cursado los estudios de primera enseñanza, oficial o privadamente, cuya .comprobación la hará el Claustro de profesores al realizar la selección anual de nuevas matrículas.
Art. 9º. También será condición precisa para matricularse en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos pertenecer o haber ya pertenecido al personal de alguna fábrica o talleres metalúrgicos.
Art. 10º. Con el fin de obtener un factor de rendimiento lo más elevado posible, no eludiendo una responsabilidad moral que podría muy bien mermar la autoridad de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, y puesto que oficial y gratuitamente existe el Instituto Nacional de Orientación Profesional, se harán con los alumnos todos los cursos las experiencias psicológicas, psicotécnicas y fisiológicas que exige la orientación profesional, a fin de conocer la verdadera predisposición de los aprendices metalúrgicos, e informar a sus familiares en caso negativo.
Art.11º. Los cursos serán netamente técnicoprofesionales, considerando que la práctica del trabajo diario ha de ser la experiencia de aplicación de los estudios realizados en la Escuela.
Art. 12º. Los aprendices adquieren, al ser matriculados en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, el compromiso moral de asistir con regularidad a los cursos y de observar todo lo que prescribe este reglamento como régimen y gobierno interior de la Escuela.
Art. 13º. Asimismo se comprometen a costearse los libros y el material que necesiten para sus enseñanzas, en tanto que la Escuela de Aprendices Metalúrgicos no lo pueda costear.
Art. 14º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos tratará, en lo posible, de que los propietarios, jefes y encargados de taller ejerzan el debido control moral sobre los aprendices para que éstos asistan a la Escuela.
Art. 15º. Las faltas de asistencia y de indisciplina serán juzgadas en primer grado por los profesores, apercibiendo al alumno, a sus familiares y jefes, para que éstos influyan en su ánimo, y en segundo y tercer grado, el Claustro de profesores tomará las decisiones oportunas, llegando a la expulsión, si fuere preciso.
Art. 16º. Los aprendices que sean dados de baja en el Sindicato, sea cual fuere la causa, serán dados de baja también en la Escuela en el momento en que a ésta llegue la debida comunicación.
CAPITULO II.- DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN DE LA ESCUELA DE APRENDICES METALÚRGICOS
Art. I7º. La Junta de gobierno y administración interna de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos se compondrá de un director de la Escuela, un secretario, un contador-cajero, un archivero-bibliotecario, dos representantes del Comité del Sindicato, que nombrará este mismo, y los vocales correspondientes.
Art. 18º. El director de la Escuela, secretario, contador-cajero y archivero-bibliotecario serán nombrados por el Claustro de profesores entre ellos mismos, quedando como vocales adjuntos el resto del profesorado, sea cual fuere su número.
Art. 19º. El director de la Escuela orientará y encauzará la labor de los profesores, estudiando y poniendo en práctica todo aquello que estime oportuno para el engrandecimiento de la Escuela; presidirá las reuniones de la Junta de gobierno y los tribunales de examen, inspeccionará las cuentas y ordenará los pagos, autorizando éstos con su firma.
Art. 20º. El secretario levantará las actas de las sesiones, tendrá bajo su custodia la documentación de la Escuela, expedirá los certificados de aptitud, dirigirá las comunicaciones y tendrá a su cargo las publicaciones de la misma.
Art. 21º. El contador-cajero tendrá en su poder los fondos precisos para las atenciones momentáneas de la Escuela; llevará las cuentas y efectuará los pagos, no pudiendo realizar los sin que éstos hayan sido previamente autorizados por el director, siendo imprescindible en cada caso la firma-recibo del interesado.
Art. 22º. El archivero-bibliotecario revisará y clasificará todas aquellas publicaciones interesantes para la Escuela, tanto profesionales como sociales, que ésta pueda adquirir por compra o donación. También estará a su cargo la información bibliográfica de las adquisiciones hechas por la Escuela, así como, las publicaciones técnicoprofesionales que vayan apareciendo y que sean de interés para los aprendices profesionales metalúrgicos.
Art. 23º. La elección de la Junta de gobierno y administración la hará el profesorado con toda autonomía, a excepción de los representantes del Comité.
Art. 24º. Los dos compañeros representantes del Comité tendrán intervención en las reuniones que celebre la Junta de gobierno, con voz y voto.
Art. 25º. Los efectivos de que disponga la Escuela de Aprendices Metalúrgicos estarán depositados en la caja del Sindicato Metalúrgico, que, a su vez, abrirá una cuenta corriente separada para dichos fondos.
Art. 26. El capital efectivo que posea la Escuela de Aprendices Metalúrgicos no podrá ser nunca destinado a otros fines, siendo necesario para cualquier inversión de éstos, que los libramientos sean firmados por el director de la Escuela.
Art. 27º. La Junta de gobierno tendrá absoluta autonomía en la dirección y administración de la Escuela, pudiendo emplear sus fondos, dentro del desarrollo de la misma, en la forma que estime conveniente.
Art. 28º. La Junta de gobierno celebrará una reunión de coordinación quincenal, a fin de mantener este factor y establecer un cambio de impresiones. De estas reuniones depende la buena marcha de La Escuela.
Art. 29º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos publicará un boletín de sus actividades, trimestral, semestral o anual, según lo permita su situación económica, en el que han de colaborar los alumnos que de por sí propios lo estimen conveniente, orientados por sus profesores.
CAPITULO III. DESARROLLO DEL FUNCIONAMIENTO DE LOS CURSOS DE LA ESCUELA DE APRENDICES METALÚRGICOS
Art. 30º. Atentos al funcionamiento en principio de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, que para su mejor puesta en marcha ha de aligerar los programas de las lecciones dadas de toda complejidad o extensión, se estatuye:
-Que para conseguir la capacitación profesional requerida a un certificado de aptitud, los estudios podrán hacerse en tres cursos:
Primer curso.- General para todas las especialidades mecánicas, ha de comprender: Cálculos matemáticos, tecnología industrial, croquización y dibujo geométrico, y nomenclatura profesional francesa.
Segundo curso.- Especial, según la profesión: Cálculos matemáticos, tecnología de taller especializada, dibujo industrial y artístico, francés.
Tercer curso.- Complementario para todos los alumnos; comprende: Organización y administración de talleres, legislación social e industrial, durante medio curso, empleando el otro medio curso en formar más la especialización, que comprenderá: Cálculos industriales, fabricación y tecnología de taller, francés e inglés.
La especialización comprenderá los grupos siguientes:
a) Ajustadores, torneros, fresadores, montadores y forjadores,
b) Caldereros y obreros de la viga armada.
e) Moldeadores en hierro y metal, broncistas y modelistas.
d) Plateros, cerrajeros artísticos, cinceladores y galvanoplastas.
Art. 31º. La enseñanza se dará en forma de conferencias de una y media horas de duración, dos días alternos por semana en cada curso, durando éstas treinta y cuatro semanas, desde el día 15 de septiembre hasta el 15 de mayo.
Art. 32º. El tiempo de clase será distribuido en forma de utilizar una hora en la explicación y media hora para verificar si los alumnos han comprendido la materia tratada, para comentarla.     ,
Art. 33º. Cada lección comprenderá obligatoriamente un problema o ejercicio a resolver en casa por los alumnos, y que compendie de una forma escalonada las lecciones hasta entonces tratadas.
Art. 34º. Las dos primeras lecciones de cada medio curso serán dedicadas a hacer unos ejercicios de prueba por los alumnos, para decidir si han de continuar en él o deben volver al curso inmediato inferior. La pérdida de cuatro lecciones seguidas imposibilita al alumno continuar inscrito en el
curso.
CAPITULO IV.- DEL PROFESORADO
Art. 35º. El cuadro de profesores estará compuesto de compañeros afiliados al Sindicato en primer término, y si no hubiera número suficiente de éstos, podrá completarse con los ofrecimientos de personas de otra organización obrera perteneciente al organismo nacional Unión General de Trabajadores (U.G.T.).
Art. 36º. Esta Comisión nombrará en primer lugar al director de la Escuela de entre los profesores que se le han ofrecido, y el cual, a su vez, propondrá el profesorado, que, ratificado por la misma con él, forme el primer cuadro de profesores.
Para lo sucesivo el Claustro nombrará los profesores por concurso de méritos y aptitudes entre aquellos que deseen formar parte del profesorado de la Escuela,
Art. 37º. Los profesores serán gratificados por la Caja de la Escuela con una cantidad de seis pesetas por lección explicada.
Art. 38º. Serán nombrados profesores subalternos, para sustitución en caso de enfermedad o ausencia justificada, en las mismas condiciones que los primeros,
Art. 39º. Las faltas cometidas por los profesores serán puestas en conocimiento de la Junta de gobierno, quien juzgará debidamente.
Art. 40º. Las decisiones de los profesores, con arreglo a casos de indisciplina y faltas de los alumnos, serán puestas a disposición del Comité del Sindicato, para que éste, a su vez, tenga conocimiento de lo actuado.
CAPÍTULO V.- ENTIDADES PARTICULARES
Art. 41º. Las entidades que subvencionen la Escuela de Aprendices Metalúrgicos tendrán derecho a investigar el empleo de sus fondos y la labor que en ella se realiza.
Art. 42º. Para llevar a efecto la investigación que se menciona será preciso avisar al director de la Escuela con cuarenta y ocho horas de antelación.
La Dirección de la Escuela publicará en sus boletines una Memoria de la marcha de los cursos, con todo detalle, a fin de ilustrar a cuantas personas interese la labor de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos.
Art. 43º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos estará en continuo contacto con las entidades que la subvencionen para que éstas le faciliten las visitas a fábricas y talleres, donde sus técnicos organizarán las debidas conferencias tecnicoprácticas.
ARTÍCULOS ADICIONALES
Art. 44º. Queda facultada la Junta de gobierno de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos para resolver como estime conveniente, de acuerdo con el Comité del sindicato, todo lo no previsto en este Reglamento.
Art. 45º. Este reglamento es susceptible de modificación siempre que la Junta de gobierno lo estime necesario; pero de acuerdo con el Comité del Sindicato y con la aprobación de la junta general.
La Comisión pro Escuela: Severo García, Antonio González, José María Cobas, Agustín Redondo, Marcelino Rodríguez, Pablo Prieto y Antonio Trigo.
Nota.- Este reglamento fue aprobado en la asamblea general del Sindicato Metalúrgico El Baluarte celebrada el día 5 de agosto de 1926.

15 de marzo de 2013

La religión al alcance de todos, de Rogelio H. de Ibarreta

Las corrientes ideológicas más progresistas han tenido en la Iglesia Católica española a uno de sus feroces enemigos; las distintas tendencias socialistas y, en general, revolucionarias, han tenido que enfrentarse al anatema que se les lanzaba desde los púlpitos y a la represión que se excitaba desde los sectores religiosos, fuesen laicos o eclesiásticos. No es de extrañar que en España se haya producido una rica literatura anticlerical, respuesta a los ataques furibundos de quienes no sólo se creían en posesión de la verdad más absoluta, sino de quienes en nuestro país nunca habían visto erosionarse el ejercicio altivo del mando sobre una ciudadanía a quienes consideraban rebaño. De esa amplia batería de escritos anticlericales, destacan algunas obras como, por ejemplo, La religión al alcance de todos, de Rogelio Herques de Ibarreta, que conoció un gran número de ediciones a lo largo del siglo XX. También en el exilio, la CNT sacó a la calle una edición, de la que reproducimos uno de sus capítulos, en el que se demuestra la incompatibilidad entre lo que nos dice la ciencia y lo que nos cuenta la Biblia sobre el origen del Universo y de sus fenómenos.
Portada de La religión al alcance de todos, de Rogelio H. de Ibarreta
 
SEGUNDA PARTE
Los sacerdotes de la Iglesia comprendieron que una vez enterados los hombres de lo que real y verdaderamente es el Universo, si llegaban a leer la Biblia verían en ella todo cuanto vosotros acabáis de ver, pero al mismo tiempo no era posible privarles de toda noticia acerca de su Dios y de cómo formó el mundo, y, por tanto, compusieron todas esas Historias sagradas con las que enseñan a los muchachos y en las que se dice simplemente que Dios creó el Universo en seis días, De esta manera han salido de este mal paso, porque Universo se llama a lo que las Escrituras dicen hizo su Dios, y Universo se llama a lo que vemos ser el verdadero Universo, del mismo modo que República se llama a la República de Andorra, que es un pequeño valle, y República se llama a la República norteamericana, que es mayor que todas las naciones de Europa juntas.
En esas Historias sagradas no se os dice que vuestro Dios hizo la luz antes que el Sol o las estrellas, no se os dice que la Tierra es plana y está inmóvil, no se os dice que estamos en una cueva colocada debajo del agua, no se os dice que la Luna tiene luz propia como el Sol, ni que éste es más pequeño que la Tierra, no se os dice que vuestro Dios hizo otros hombres y otras mujeres antes de formar a Adán y a Eva, no se os dice que la manera que tuvo vuestro Dios de bendecir a los primeros hombres fue diciéndoles: Creced y multiplicaos, que es la bendición que conserva el pueblo de Israel, lo cual es muy diferente de lo que la Iglesia romana dice, de que es más agradable a Su Dios ser cura o monja que casarse. En esas Historias sagradas no se os dice eso ni una infinidad de otras cosas, porque sí continuáis leyendo la Biblia, continuáis encontrando desatinos que en vano han tratado en España el padre Scio y otros padres de hacer creíbles por medio de notas más disparatadas todavía que el texto, y que acaban de poner en ridículo a vuestro Dios.
Por eso a vuestros sacerdotes no les gusta que leáis la Biblia, porque si la leéis empezaréis a abrir los ojos y a comprender la verdad, y entonces los curas, que ganan diez, y veinte, y treinta mil reales por decir una misa por la mañana y enterarse de vidas ajenas en el confesionario, tendrían que dejar ese modo tan agradable de pasar la vida, y los canónigos, que ganan sus buenos miles por ir a dormir la siesta al coro de las catedrales, tendrían que despabilarse; y los obispos y arzobispos tendrían que dejar sus palacios y sus coches y sus miles y miles de duros de sueldo; y el Papa tendría que salir del palacio del Vaticano de Roma, palacio tan inmenso, que dentro de él hay museos enteros; palacio cuyos jardines, si quisierais recorrerlos a pie, os sería, imposible hacerlo en un día entero, y tendríais que subir en uno de los magníficos coches que usa el Papa para pasearse en ellos, como nosotros lo hemos visto por nuestros propios ojos.
Ese es el Sumo Pontífice que os dicen está prisionero, cuando en aquel enorme edificio no hay más guardias que sus propios guardias, con uniformes más ricos que los de nuestros capitanes generales, porque dentro de aquel palacio el Papa es dueño y señor absoluto.
Lejos de estar preso, el mayor placer del Gobierno italiano sería, verle salir de su palacio; pero no tengáis cuidado, que no lo hará mientras no lo echen de él. ¿Sabéis cuántas habitaciones tiene ese edificio en que vive vuestro Papa? ¿Serán cincuenta, o llegarán acaso a ciento? De seguro que no pasarán de quinientas. No os canséis en adivinar; porque os quedaréis cortos; porque en aquel palacio, además de su inmensa biblioteca, la más rica del mundo en manuscritos, cuyo valor es incalculable; además de sus museos, cada uno de cuyos cuadros o estatuas vale millones; además de sus capillas, una sola de las cuales, llamada Sixtina, es mayor que muchas catedrales; además de los talleres, en los que se fabrican mosaicos que valen sumas prodigiosas; además de sus salones, en cada uno de los cuales caben mil personas; además, en fin, de toda esa inmensidad, el palacio Vaticano, en el que vive el Papa de la Iglesia de Roma, contiene cuatro mil cuatrocientas veintidós grandes habitaciones, y seis mil quinientas ochenta y tres pequeñas, pero no tanto que no pueda caber una cama en la más pequeña de ellas. Total, más de once mil habitaciones.
Seguros estamos que no lo creeréis; pero si os mostrasen una escalera por la que con toda comodidad pueden subir una docena de personas de frente; si después os llevasen a otra tan grande como la anterior, y luego a otra, y otra, hasta ocho, todas igualmente inmensas y magníficas, empezaríais a suponer que esas escaleras monstruosas no se han hecho para subir a un cuarto de dormir; si después os cansaseis de recorrer escaleras más pequeñas, porque hay ciento noventa y seis; si os asomaseis a un patio en el que puede bailar la plaza de vuestro pueblo, y después a otro, y a otro, hasta veinte; si anduvieseis de habitación en habitación por horas enteras, hoy y mañana y al día siguiente, sin pasar dos veces por el mismo punto; si hicieseis todo eso, como lo hemos hecho nosotros, entonces quedaríais convencidos, como lo quedamos nosotros, de que aquel palacio es realmente el mayor del mundo.
Allí, los pintores más famosos que han existido no han pintado cuadros de una vara, ni de dos, sino las paredes y los techos de las habitaciones, ¿Qué decimos habitaciones? ¿Habéis oído hablar de Rafael? Pues Rafael fue un pintor italiano, el más grande que jamás ha producido la Naturaleza. El Museo que posee un cuadro de él se considera rico; una pintura de aquel gran maestro, aunque no sea más que de un palmo cuadrado, vale una fortuna de millones; pues en el palacio de vuestro Papa hay corredores cuyas paredes están pintadas por Rafael. La magnificencia de aquel edificio maravilloso es indescriptible; el valor de los tesoros que encima no es de millones, ni de cientos de millones, sino de miles de millones. Repitamos las palabras de Jesús: Los que tengan oídos, que oigan. ¡Once mil habitaciones para un hombre solo, y tantos infelices que no tienen un techo que les guarezca; y este hombre es el que pretende ser el representante de Cristo, que vivió de limosnas y ordenó a sus apóstoles no tener bienes!
¿Y sabéis de dónde viene todo ese lujo, todo ese aparato, mayor que el de ningún rey? Pues no viene de los millones que le da el Gobierno de Italia, porque con ellos no tendría el Santo Padre bastante para pagar a sus guardias y mantener sus caballos; viene de lo que vosotros, de lo que todos los millones de crédulos y engañados católicos pagáis; porque una parte de todo cuanto entregáis en las iglesias a vuestros curas se separa para mandarlo a Roma, para mantener esa magnificencia de que se ha rodeado a vuestro Papa, para deslumbrar a los que en peregrinación van a postrarse ante él y a besarle, no las manos, sino los pies.
II
Desde luego, comprendéis que Dios no puede haber escrito tantos desatinos corno hay en la Biblia, y, naturalmente, preguntáis: ¿Quién los escribió? Los escribió Moisés. ¿Y quién es Moisés? Moisés fue el fundador o inventor de vuestra religión y, como todos los fundadores o inventores de religiones, tuvo que empezar la suya por el principio, es decir, refiriéndonos de qué manera le había contado su Dios haber fabricado el mundo. Como las Sagradas Escrituras de las otras religiones os tienen a vosotros sin ningún cuidado, porque dais por seguro que son falsas, aunque no sabéis una palabra de ellas, no evitáis el trabajo de demostraros que también las otras Escrituras disparatan. ¿Y por qué estaba Moisés tan equivocado? Porque aunque Moisés era considerado un sabio en aquellos tiempos, hoy cualquier muchacho que va al colegio sabe más de la Tierra y del Sol que sabía él. Cuando Moisés escribió la Biblia, había tres opiniones acerca de cómo se había formado la Tierra. Unos decían que la materia primitiva había sido el fuego, otros el agua y otros el aire o los vapores, en lo cual todos los tres partidos se acercaban a la verdad, porque en la Tierra tenemos el fuego de los líquidos interiores, el agua de los mares, el aire de nuestra atmósfera y los vapores de las nubes. Moisés era partidario de que la materia primera había sido el agua, en lo cual se equivocó, como hemos visto.
En aquellos tiempos los hombres no tenían ni telescopios, ni él más pequeño anteojo ni instrumentos de ninguna clase; y como Moisés no estaba más inspirado por Dios que cualquiera otro, le fue tan imposible como a los demás formarse idea verdadera de lo que es el Universo, o sea la creación infinita. Moisés estaba persuadido de que el espacio sin fin y el color azul que refleja la atmósfera era una media naranja sólida, como la bóveda de una iglesia; que el Sol era algo mayor que una plaza de toros, que la Tierra no sólo estaba inmóvil, sino fija en una cosa sólida que no acababa nunca, porque entonces no se sabía nada, que la fuerza de atracción, y, por consiguiente, para Moisés el espacio sin fin tenía arriba y abajo, y creía que, si no apoyaba la Tierra en alguna parte, se caería. Como veían que el Sol salía por el lado opuesto al que se ponía, imaginaban que había algún agujero por bajo tierra, como un túnel, por el que el Sol rodaba por la noche. Otros eran de opinión de que todas las tardes, al ponerse, se apagaba en el mar, y por la noche desandaba el camino sin que nadie lo viese, entrando en un mar de fuego o en un volcán, en donde volvía a encenderse, saliendo nuevamente por la mañana.
¿Vosotros habéis oído hablar de los siete cielos? Pues ahora veréis su origen. Ya sabemos que los antiguos estaban persuadidos de que sobre nuestras cabezas teníamos un firmamento o bóveda, en la que Dios había pegado las estrellas como quien pega obleas, o como las pegamos nosotros para formar los cielos de los teatros. La vuelta, que sobre sí misma da la Tierra cada veinticuatro horas, nos hace aparecer por la noche como si las estrellas fueran las que girasen a nuestro alrededor. Los antiguos se explicaban este aparente movimiento suponiendo que el firmamento era el que giraba; pero como éste descansaba sobre la Tierra, con objeto de que, al girar no se enterrase en ella y la cortase, creían que, a pesar de la gran fortaleza del firmamento, podía éste enrollarse como quien enrolla un telón; es decir, que la bóveda azul, con estrellas y todo, se envolvía del lado que parecía bajar y se desenrollaba del lado que parecía subir.
El Espíritu Santo, que, como ya hemos tenido ocasión de ver, no es muy fuerte en astronomía, nos dice de la manera más terminante que esto es así, según puede verse en las Sagradas Escrituras, en el Apocalipsis (Cap. VI, Verso 14), asegurándonos que el cielo puede enrollarse como quien enrolla un pergamino. Con esto quedaba explicado lo que ellos creían ser movimiento de las estrellas; pero al mismo tiempo veían que la Luna se hallaba a veces cerca de unas estrellas y a veces cerca de otras, lo cual demostraba no hallarse pegada, al firmamento; pues aun cuando se supusiera que resbalaba por él, podía tropezar con las estrellas y despegar alguna; luego, si esto era así, ¿cómo es que no se caía la Luna?
Después de mucho meditar, los sabios de aquellos tiempos decidieron que la Luna no se nos venía encima porque estaba sujeta a un cielo como el firmamento, con la diferencia de que en lugar de ser azul era de cristal y, por lo tanto, invisible. En cuanto a la manera como se hallaba sujeta la Luna, unos decían que estaba pegada en su cielo como las estrellas en el suyo, siendo éste el que se movía, y otros, que resbalaba por encima del cristal. Habiendo provisto a la Luna de un cielo, Se proveyó al Sol de otro; ya tenemos dos cielos.
Los planetas que se distinguen a simple vista son cinco, a saber: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Estos, en sus vueltas alrededor del Sol, los vemos ya en un punto, ya en otro. Los antiguos, pues, notaron cinco estrellas (que tales les parecían), cada una de las cuales se veía por su lado, y a cada una le adjudicaron su correspondiente cielo de cristal para que se agarrase a él, lo que parece indicar que tendrían uñas con puntas de diamante; de lo contrario, estarían siempre resbalándose. Resulta, pues, que la Tierra está colocada debajo de siete fanales de cristal, o sean los siete cielos, los cuales a su vez están cubiertos por la bóveda azul del firmamento. Afortunadamente, los ciento setenta y pico de planetas que hay entre Marte y Júpiter no se distinguen a simple vista; de lo contrario, nos habrían colocado encima otros tantos fanales más.
¿Sabéis cuál es el verdadero origen de los siete días de la semana? Pues el mismo que el de los siete cielos. Domingo viene de la palabra latina dominus, o señor, o sea día del Sol, como todavía se llama en algunos idiomas. (En inglés el domingo se llama sunday: sun, sol; day, día). De aquí, el domingo. Del mismo modo con los restantes días de Ia semana: lunes, día de la Luna; martes, día del planeta Marte; miércoles, día del planeta Mercurio; jueves, día del planeta Júpiter o Jove, que también así se llama; viernes, día del planeta. Venus, y sábado, día, del planeta Saturno. La semana existía miles de años antes de nacer Moisés, y al escribir éste la Santa Biblia se le ocurrió darle un origen divino, haciendo que su Dios trabajase seis días y descansase uno. Otras religiones, en las que no se dice una palabra de que Dios trabajase tantos ni cuantos días, tienen la semana al igual que la nuestra.
La creencia en que estaba Moisés de que todo era agua, es la razón, por la que no quiso que su Dios empezase por hacer el Sol, como parecía natural; pues aun cuando le hubiese fabricado fuera del agua, al meterle en la bóveda o, como dice la Biblia, firmamento, como éste se hallaba sumergido, al tiempo de entrar el Sol se habría entrado el agua, y, además, el Sol se abría apagado al atravesar toda el agua que había sobre el firmamento.
Os diremos de qué manera se explicaba entonces la lluvia. Hoy la Ciencia nos muestra que las lluvias provienen de vapores que el calor del Sol levanta invisiblemente de los mares. Esto, aunque, no se ve, tenemos instrumentos que nos lo enseñan tan claro como un reloj marca la hora, midiendo la cantidad de humedad de la atmósfera. Estos vapores, al llegar a cierta altura, los condensa el frío, que es cada vez más fuerte según nos elevamos sobre la tierra, siendo esta la razón por la que dura tanto la nieve en las montañas. Una vez condensados o hechos más espesos los vapores, los vemos, y eso es lo que llamamos las nubes. Estas nubes las lleva el viento a todas partes, y caen luego en forma de lluvia. Si el agua no es salada, como lo es el agua del mar, es porque al evaporarse se separa de la sal. Esta experiencia podéis hacerla cociendo agua de mar en una cazuela, hasta que toda se evapore, y entonces veréis que la sal ha quedado en la cazuela.
En tiempo de Moisés se figuraban que Dios, que estaba del otro lado de la bóveda, metido en otra bóveda para no mojarse, abría unas compuertas y soltaba el agua sobre la Tierra; pero que, como la bóveda era sumamente alta, el agua se convertía en nubes antes de que llegara abajo, que es lo que ellos veían suceder cuando un chorro de agua, como por ejemplo un torrente en las montañas, cae de una gran altura; cuando acontece que una parte del agua se evapora, formando una nube, de la que se desprende humedad bajo la forma de lluvia fina, Se dirá que esto se halla en contradicción con la creencia de los siete cielos de cristal, pero no es así; porque, según los contemporáneos de Moisés, aquel cristal era diferente del que fabricamos nosotros, y dejaba que el agua se filtrase, como se filtra a través de las piedras de destilar, ayudando de este modo a que la lluvia se extendiese sobre mayor espacio de terreno.
Además, los cielos cristalinos tenían otro uso muy importante, y que prueba la sabiduría del Dios de Moisés, Cuando aquel Dios abría las compuertas del firmamento, junto con las aguas se escapaban peces, los cuales iban a dar contra el cristal del último cielo y, resbalando sobre él, caían en alguno de los mares de que se creía estaba rodeada la Tierra, evitando así el que, de cuando en cuando, le cayese a alguien un tiburón o una ballena encima del paraguas.
Moisés podía haber dicho que su Dios fabricó la bóveda en la obscuridad, y formó después el Sol dentro de ella; pero, como la idea que Moisés tenía de Dios era la de un Dios-Hombre que hablaba, que dormía, que se cansaba, etc., y como los hombres no trabajan a obscuras, por eso hizo que su Dios fabricase una luz especial con la que se alumbró hasta el cuarto día, en el que por fin formó el Sol y las estrellas.