La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

25 de diciembre de 2007

Anarquía sin adjetivos, de Tarrida del Marmol

A finales del siglo XIX los anarquistas estaban algo divididos en cuanto a la forma económica que darían a la sociedad del porvenir por la que luchaban. Mientras que unos la concebían como colectivista, otros la pensaban comunista. Los primeros tenían como lema “a cada uno según su trabajo”; los segundos propugnaban un mundo en el que la contribución a las tareas y al reparto de productos se haría “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”. El español Fernando Tarrida del Mármol (1861-1915) escribió una carta a la redacción del periódico La Révolte, semanario anarquista parisino editado entre los años 1887 y 1894. Se trata de un documento importante que abrió una vía de entendimiento y superación de las diferencias entre los grupos anarquistas. También sirvió como ejemplo de trabajo eficaz para la difusión del ideal anarquista.

Compañeros de La Révolte:
Quisiera explicar con claridad la idea que me hago de la táctica revolucionaria de los anarquistas franceses; a ello se debe que, no pudiendo escribir una serie de artículos como haría falta, os envío esta carta. De ella sacaréis lo que contenga de bueno.
La decisión revolucionaria no ha faltado nunca en el carácter francés, habiendo demostrado los anarquistas, en infinidad de circunstancias, que no carecen de propagandistas y de revolucionarios. El número de adherentes es bastante grande y... con grandes pensadores, propagandistas decididos y adeptos entusiastas, Francia, en verdad, es el país donde se producen menos actos importantes para la anarquía. Esto es lo que me hace pensar. He aquí por qué os he dicho que creía que vuestra táctica revolucionaria no era buena. Nada fundamental divide a los anarquistas franceses de los anarquistas españoles y, sin embargo, en la práctica, nos encontramos a gran distancia. Todos nosotros aceptamos la anarquía como la integración de todas las libertades y su sola garantía; como la impulsión y la suma del bienestar humano. No más leyes ni represiones; desarrollo espontáneo, natural en todos los actos. Ni superiores ni inferiores, ni gobiernos ni gobernados. Anulación de toda distinción de rango; solamente seres conscientes que se buscan, que se atraen, discuten, resuelven, producen, se aman, sin otra finalidad que el bienestar común. Así es como todos concebimos la anarquía, como todos concebimos la sociedad del porvenir; y es para la realización de ese concepto que trabajamos todos. ¿Dónde, pues, están las diferencias?
Según me parece, vosotros, extasiados por la contemplación del Ideal, os habéis trazado una línea de conducta ideal, un puritanismo improductivo, en el cual malgastáis cantidad de fuerzas que podrían hacer desaparecer a los más fuertes organismos y que, así mal empleadas, nada producen. Olvidáis que no estáis rodeados por seres libres, celosos de su libertad y de su dignidad, sino por esclavos que esperan ser liberados. Olvidáis que vuestros adversarios están organizados y todos los días procuran fortalecerse más para continuar imperando. Olvidáis, en fin, que aun los que trabajan para el bien viven en la desorganización social actual y están llenos de vicios y prejuicios.
De todo esto se deduce que aceptáis una libertad absoluta y todo lo esperáis de la iniciativa individual, llevada a un punto tal en que ya no hay pacto o acuerdo posibles. Sin acuerdos, sin reuniones en las cuales se tomen resoluciones, lo importante y esencial sería que cada cual haga lo que más le plazca. Con el resultado de que si alguien desea hacer algo bueno, carece de lugar para reunirse con todos los que piensan como él, con el fin de exponer su iniciativa, escuchar sus consejos y aceptar su concurso; debe hacerlo todo por sí mismo o no hacer nada.
De este modo, crear comisiones para trabajos administrativos, o fijar contribuciones para hacer frente a tal o cual necesidad, sería una imposición. De manera que si un compañero o un grupo quiere relacionarse con todos los anarquistas de Francia o del mundo para una determinada idea, no puede hacerlo y debe renunciar a la idea. Todo cuanto no sea la revolución social sería así una tontería. ¿Preocuparse los anarquistas porque los salarios se vuelvan aún más insuficientes, porque la jornada de trabajo se alargue, porque se insulte a los obreros en los talleres o porque las mujeres sean prostituidas por los patronos? Vuestro criterio es que mientras dure el régimen burgués esas cosas ocurrirán siempre y sólo hay que preocuparse por la meta final. Procediendo así ocurre que la mayoría de los proletarios que sufren y creen en una liberación próxima no hacen caso a los anarquistas.
Si continuara podría amontonar ejemplos, que nos llevarían siempre al mismo resultado: impotencia. No porque vosotros carezcáis de elementos, sino porque están dispersos, sin conexión entre ellos.
En España seguimos una táctica completamente diferente, que a no dudar para vosotros será una herejía digna de la mayor excomunión, una práctica falaz que debe separarse del campo de acción anarquista. No obstante, creemos que solamente de este modo podremos hacer penetrar nuestras ideas en el seno del proletariado y deshacernos del mundo burgués. Al igual que vosotros, deseamos la pureza del programa anarquista. Nada hay tan intransigente y categórico como las ideas. No admitimos términos medios y ninguna clase de atenuantes. Por eso en nuestros escritos tratamos de ser tan explícitos como podemos. Nuestro norte es la anarquía, el punto que deseamos alcanzar y hacia el cual dirigimos nuestra marcha. Pero en nuestro camino hay toda clase de obstáculos y para despejarlo empleamos los medios que nos parecen mejores. Si no podemos adaptar nuestra conducta a nuestras ideas, lo hacemos saber, tratando así de acercarnos lo más posible al Ideal. Hacemos lo que haría un viajero que quisiera ir a un país de clima templado y para llegar a él debiera atravesar los trópicos y las zonas glaciares: iría provisto de ropa liviana y de buenas mantas, que dejará a un lado llegado a destino. Sería estúpido y también ridículo querer pelear a puñetazos contra un enemigo tan bien armado.
De lo expresado procede nuestra táctica. Somos anarquistas y expresamos la anarquía sin adjetivos. La anarquía es un axioma y la cuestión económica algo secundario. Se nos objetará que es por la cuestión económica que la anarquía es una verdad. Pero nosotros creemos que ser anarquista significa ser adversario de toda autoridad e imposición y, por consecuencia, sea cual sea el sistema que se preconice, es por considerarlo la mejor defensa de la anarquía, no deseando imponerlo a quienes no lo aceptan.
Lo que no quiere decir que pongamos de lado la cuestión económica. Al contrario, nos agrada discutirla, pero solamente como una aportación a la solución o soluciones definitivas. Cosas excelentes han dicho Cabet, Saint-Simon, Fourier, Robert Owen y otros; pero todos sus sistemas han desaparecido porque querían encerrar a la Sociedad en los conceptos de sus cerebros, aunque mucho de bueno hicieran para el esclarecimiento de la gran cuestión.
Observad que desde el instante en que proponéis delinear la sociedad futura por un lado surgen las objeciones y las preguntas a los adversarios; y por el otro, el deseo natural por hacer una obra completa y perfeccionada nos llevará a inventar y trazar un sistema que, de ello estamos seguros, habrá de desaparecer como los otros.
Del individualismo anarquista de Spencer y otros pensadores burgueses, hasta los anarquistas-individualistas socializantes –no encuentro otras expresiones- hay una gran distancia, como ocurre entre los anarquistas colectivistas españoles de una región a otra; entre los mutualistas ingleses y norteamericanos, los comunistas libertarios, etc.
Kropotkin, por ejemplo, nos habla de la aldea industriosa, reduciendo su sistema, o si se quiere su teoría, a la reunión de pequeñas comunidades que producen lo que quieren, el actual progreso de la civilización. En cambio Malatesta, que también es comunista libertario, desea la construcción de grandes organizaciones intercambiando sus productos, que aún habrán de aumentar la potencia creadora y la asombrosa actividad de este siglo XIX, exenta de toda acción nociva.
Cada persona inteligente señala y crea rutas nuevas para la sociedad futura, haciendo adeptos por fuerza hipnótica –si así se puede decir-, sugestionando a otros cerebros con estas ideas. Todos, en general, tenemos sobre esto nuestro plan particular.
Convengamos, pues, como casi todos hemos hecho en España, en llamarnos simplemente anarquistas. En nuestras conversaciones, en nuestras conferencias y en nuestra prensa, discutamos sobre las cuestiones económicas, pero nunca las mismas deberían ser causa de división entre los anarquistas. Para el desarrollo de la propaganda, para la conservación del Ideal, tenemos necesidad de conocernos y vernos, debiendo para esto constituir grupos. En España los hay en casi todas las ciudades, pueblos y aldeas donde hay anarquistas. Son la fuerza impulsora de todo movimiento revolucionario. Los anarquistas no tienen dinero ni medios fáciles para procurárselo; para obviar esto, la mayoría de nosotros se ha impuesto una pequeña contribución semanal o mensual.
Procediendo así, podemos mantener las relaciones necesarias entre todos los asociados y podríamos tenerlas con toda la Tierra, si los otros países tuviesen una organización como la nuestra. En nuestros grupos no hay autoridad. Ponemos a un compañero como secretario para recibir la correspondencia, a otro como cajero, etc. Cuando son ordinarias, las reuniones se hacen cada semana o cada quince días; si son extraordinarias, cuantas veces sea necesario. Para ahorrar gastos y trabajo, y también como medida de prudencia en caso de persecución, se crea una comisión de relaciones a escala nacional. La que no toma iniciativas. Quienes la componen deben dirigirse a su grupo si desean hacer proposiciones. Su misión es la de hacer conocer a todos los grupos las resoluciones y proposiciones que se le comuniquen desde uno o varios grupos, tomar nota de todas las direcciones que se le comunican y enviarlas a los grupos que las solicitan, para ponerse en relación directa con otros.
Tales son las líneas generales de la organización que fue aceptada en el congreso de Valencia y de la que hablasteis en La Révolte. El bien que produce es inmenso. Es el que mantiene vivas las ideas anarquistas. Pero, estad seguros, si redujéramos nuestra acción a la sola organización anarquista, obtendríamos poca cosa. Acabaríamos por transformarla en una organización de pensadores discutiendo sobre ideas, que con seguridad degeneraría en una sociedad de metafísicos discutiendo sobre palabras. Algo y mucho de esto os ocurre a vosotros en Francia. Al emplear vuestra actividad solamente para discutir sobre el Ideal, acabáis discutiendo sobre el significado de los vocablos. Unos os llamáis egoístas y otros altruistas, para querer ambos la misma cosa; u os llamáis comunistas libertarios los unos y los otros individualistas, para en el fondo expresar las mismas ideas.
No debemos olvidar que la mayoría de los proletarios está obligada a trabajar un número excesivo de horas, que se encuentra en la mayor miseria y que, por consecuencia, no puede comprar libros de Buchner, Darwin, Spencer, Lombroso, Max Nordau, etc., de los cuales apenas si conoce los nombres. Y si aún el proletario pudiese procurarse libros, carece de estudios preparatorios de física, química, historia natural y matemáticas necesarios para comprender bien lo que se lee. Tampoco tiene tiempo para estudiar con método ni su cerebro está lo bastante ejercitado para poder asimilar bien estos estudios. Hay excepciones como la de Esteban en Germinal. Sedientos por saber, devoran cuanto pueden leer, pero casi nada retienen.
Nuestro campo de acción no está solamente en el seno de los grupos, sino en medio del proletariado.
Es en las sociedades de resistencia donde estudiamos y preparamos nuestro plan de lucha. Estas sociedades existirán mientras dure el régimen burgués. Los trabajadores que no son escritores, poco se preocupan de si existe o no libertad de prensa. Los trabajadores que no son oradores, poco se ocupan de la libertad de reunión. Consideran que las libertades políticas son cosa secundaria, pues todos desean mejorar su condición económica en el presente, sacudiendo el yugo de la burguesía. Debido a esto habrá sindicatos y sociedades de resistencia mientras persista la explotación del hombre por el hombre. Aquí está nuestro lugar. Abandonando a los proletarios como vosotros habéis hecho en Francia, caen presa de cuatro vividores que hablan a los trabajadores de socialismo científico o practicismo, posibilismo, colaboracionismo, amontonamiento de capitales para sostener huelgas pacíficas, solicitudes de ayuda y apoyo a las autoridades, etc., con el fin de adormecerlos y frenar su impulso revolucionario. Si los anarquistas estuviesen en estas sociedades, al menos impedirían que los adormecedores hicieran propaganda contra nosotros. Y si además ocurriese, cual pasa en España, que los anarquistas fuesen los miembros más activos de dichas sociedades, los que hacen todo el trabajo necesario sin retribución alguna, contrariamente a dichos adormecedores que explotan a los proletarios, ocurriría que estas sociedades estarían siempre de nuestro lado. En España son estas sociedades las que, todas las semanas, compran periódicos anarquistas en gran cantidad para distribuirlos gratis a sus miembros; son estas sociedades las que dan el dinero para sostener nuestras publicaciones y para socorrer a los prisioneros y a los perseguidos. Por nuestra conducta mostramos en estas sociedades que luchamos por amor a nuestras ideas. Además, vamos a todas partes donde hay obreros e incluso a donde no los hay, cuando creemos que nuestra presencia puede ser útil a la causa de la anarquía. Así es como en Cataluña (y ahora también ocurre en las otras regiones de España) no existe un municipio en donde no hayamos creado, o al menos ayudado a crear, corporaciones con el nombre de círculos, ateneos, centros obreros, etc., que sin llamarse anarquistas y sin serlo realmente, simpatizan con nuestras ideas.
Allí damos conferencias puramente anarquistas, propagando en las reuniones musicales o literarias nuestros trabajos revolucionarios. En estos lugares, sentados en la mesa del café, discutimos y nos vemos todas las noches. O estudiamos en la biblioteca.
Es en sitios así donde instalamos las redacciones de nuestros periódicos y los que llegan como canje van a parar al salón de lectura. Todo esto con una organización libre y casi sin gastos. Por ejemplo, en nuestros círculos de Barcelona no se está obligado a ser socio; lo son quienes quieren y la contribución de 25 céntimos al mes es también voluntaria. De los tres mil obreros que vienen a nuestros locales, solamente trescientos son socios. Podríamos afirmar que estos locales son los focos de nuestras ideas. Sin embargo, aunque el gobierno ha buscado siempre pretextos para cerrarlos, no lo ha logrado, pues no se rotulan anarquistas y tampoco es en ellos donde se tienen las reuniones específicas. Nada se hace en dichos lugares que no se haría en no importa qué café público; pero como allí van a menudo todos los elementos activos, a menudo surgen grandes cosas. Y esto sin formulismos, saboreando una taza de café o un vaso de aguardiente.
Tampoco olvidamos a las sociedades cooperativas de consumo. En casi todos los pueblos de Cataluña, excepto en Barcelona, donde es imposible a causa de las grandes distancias y del modo de vivir, se han creado cooperativas de consumo. Allí los obreros encuentran comestibles más baratos y de mejor calidad que en las tiendas minoristas; y esto sin que ninguno de los socios mire a la cooperación como meta final, sino solamente como un buen medio que debe aprovechar. Hay sociedades cooperativas que hacen grandes compras y que tienen un crédito de cincuenta o sesenta mil pesetas. Han sido de gran utilidad en la huelga, dando créditos a los obreros. En los ateneos de los señores –o de los sabios, cual se los llama- se discute sobre el socialismo; entonces van dos compañeros a inscribirse como miembros (si no tienen dinero se lo da la corporación) y sostienen allí nuestro Ideal.
Lo mismo hace nuestra prensa. Nunca deja de lado las ideas anarquistas; pero da cabida a manifiestos, comunicaciones y noticias que, aunque puedan parecer sin importancia, sirven, sin embargo, para hacer penetrar nuestro periódico y con él nuestras ideas en los pueblos o en los círculos que no las conocían. He aquí nuestra táctica y creo que, si se la adoptase en otros países, pronto verían los anarquistas ampliarse su campo de acción.
Pensad que en España la mayoría no sabe leer y, sin embargo, se publican seis periódicos anarquistas, libros, folletos, etc., en gran cantidad. Continuamente se dan mítines y, sin que tengamos grandes propagandistas, se producen hechos muy importantes.
En España, la burguesía es despiadada y rencorosa, no pudiendo sufrir que alguien de su clase simpatice con nosotros. Cuando algún hombre de posición se pone de nuestro lado, se le saca enseguida todo medio de vida, obligándole a que nos abandone, de manera que sólo puede ayudarnos en privado. Al contrario, la burguesía le da cuanto desea si se aleja de nosotros. Por consiguiente, todo el trabajo a favor de la anarquía reposa en los hombros de los trabajadores manuales, que por él deben sacrificar sus horas de descanso.
Si en Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Bélgica y América del Norte, donde hay un número bastante grande de buenos elementos, se cambiase de táctica ¡qué progreso haríamos!
Creo haber dicho bastante para hacerme comprender de vosotros.
Vuestro y de la revolución social.

24 de diciembre de 2007

Agrupación Socialista de Madrid a los electores

En las elecciones legislativas de 1903 el PSOE presentó a sus candidatos por Madrid: Pablo Iglesias y Jaime Vera. La evidente recuperación electoral de los republicanos, que habían conseguido la alcaldía de una capital de provincias como Guadalajara, y el innegable éxito de la Huelga General convocada en Barcelona por las Sociedades obreras anarquistas, habían situado a la defensiva a un PSOE que no obtenía una representación institucional significativa. En el presente Manifiesto electoral de su Comité Local de Madrid, el partido obrero se dedica principalmente a atacar a los militantes anarquistas y a los trabajadores que siguen sus consignas abstencionistas, a los que califica de imbéciles, mientras tiende puentes hacia los republicanos. En estos comicios, el PSOE no ganó ningún escaño, los republicanos siguieron siendo una exigua minoría parlamentaria, pero los anarquistas desarrollaron una exitosa estrategia sindical que desembocó en 1907 en la Solidaridad Obrera catalana y en 1910 en la CNT.

La frecuencia con que los partidos del turno gobernante necesitan convocar los comicios, es por sí sola demostración palmaria de que nuestras clases directoras carecen de aptitud para regir los destinos de la nación con aquella normalidad resultante de un criterio ilustrado y maduro acerca de las necesidades del país en cada momento histórico, de tal modo que podría creerse, vista la inestabilidad de los Gobiernos españoles, que vivimos en indefinido período constituyente y muy lejos de alcanzar ese equilibrio y esa segura orientación con que los Parlamentos burgueses de otros pueblos llegan al término del ciclo constitucional que tienen que recorrer.
Merced a esta repetida y estéril consulta al cuerpo electoral, pónese en evidencia un hecho por demás triste y desconsolador, cual es que en España no existe verdadera opinión pública con vigor bastante a imponer su voluntad y sus decisiones, y que la función soberana que en otros países determina con imperio incontrastable la dirección que han de seguir los gobernantes, es aquí repugnante comedia que acaba siempre en victoria de los cínicos histriones llamados a presidirla, en virtud de esas artes taumatúrgicas del chanchullo y del pucherazo en que son maestros consumados conservadores y liberales, auxiliados por la indiferencia musulmana de la mayoría de los ciudadanos.
Aún luchando contra esa inercia y contra esas malas artes, el Partido Socialista va de nuevo a la pelea, si no con la seguridad del triunfo, animado del cumplimiento del deber cívico que le impone su misión educadora de la clase obrera, juguete o comparsa hasta ahora de todos los partidos políticos, y para dar una vez más la nota de honradez, de seriedad y de entereza en este género de luchas, alcanzando el lauro inestimable de la consideración de los hombres rectos, y capacitándose para lograr resultados positivos en fecha no lejana.
Y acuden los socialistas a las urnas porque, lógicos con su táctica de combate contra la sociedad capitalista, estiman que no basta batir al patrono solamente bajo el aspecto económico en el terreno de la Sociedad de resistencia, sino que hay que acometerle con igual o mayor empuje en el terreno político, en su fortaleza del Estado, amparadora de sus privilegios de clase e instrumento de opresión de los productores de la riqueza. Y si el propio convencimiento no nos dictara esta regla de conducta, nos lo aconsejaría el ejemplo del proletariado de los países más adelantados, donde valiosas y enérgicas minorías socialistas conquistan cada día mejoras para la clase obrera y son la más segura garantía contra las asechanzas de los elementos reaccionarios.
Vamos, pues, en primer término, a reavivar el espíritu de esa gran parte de nuestros conciudadanos que, ya sea por escepticismo nacido de pasados desengaños, ya por desconocimiento del verdadero valor del derecho de sufragio, son cómplices inconscientes de la sucesión de esta serie de Gobiernos que nos aniquilan y envilecen, y cuya sola existencia es signo evidente de la degeneración y carencia de energías de la sociedad española.
Hemos de luchar también contra esa propaganda abstencionista que por ciertos elementos se hace entre los trabajadores, argumentando que la contienda electoral deprime las energías de éstos, que el acceso de los obreros a los cargos electivos los hace venales, y que la actividad de los proletarios sólo debe ejercitarse en actos de violencia revolucionaria.
Los que tal propalan, resultan en realidad verdaderos enemigos de la clase obrera, auxiliadores no siempre inconscientes de los explotadores. Saben los anarquistas que nosotros no pretendemos transformar por arte mágica la naturaleza moral de todos los hombres, y que si no es imposible que un diputado socialista deshonre o venda su investidura –eventualidad que hallaría inmediato correctivo con la desautorización de sus electores-, también es muy posible que terribles propagadores de la abstención electoral, partidarios incansables del hecho de fuerza sin ton ni son, autoridades reconocidas y acatadas en el campo libertario, puedan vender o hayan vendido su influencia y sus servicios a favor de determinados personajes políticos burgueses.
Además, una buena parte de estos consecuentes panegiristas de la abstención, sin duda para reforzar con hechos su tarea cómicamente demoledora, no dejan de depositar su voto en las urnas, no a favor de los candidatos de su clase, sino en pro de los odiados burgueses, y casi siempre por el consiguiente estipendio.
Cuanto a que la lucha electoral adormece las energías obreras, que deben emplearse en hechos de fuerza, nada más falso; para demostrarlo, basta invocar el ejemplo de los demás pueblos: allí donde la representación parlamentaria obrera es más numerosa y pujante, la verdadera energía revolucionaria es más poderosa y temible: por el contrario, en España, donde hasta ahora no existe tal representación y donde los anarquistas han apelado varias veces a la violencia, es donde la conciencia revolucionaria se halla más adormecida. Porque esto es así, se explican los repetidos fracasos de las empresas libertarias, inspiradas por el anticuado concepto de los partidos burgueses avanzados acerca de la revolución, que sin duda creen que consiste en la efímera algarada o en el trastorno estéril, de los que al cabo quedan como único resultado unas cuantas víctimas y un mayor ajuste de los tornillos de la coerción; desconociendo quienes así proceden que, en el estado actual del problema social, y muy especialmente en esta rezagada España, la labor esencialmente revolucionaria consiste en despertar el espíritu de clase, en poner de relieve los antagonismos sociales, en estudiar los complejos aspectos del problema magno de la transformación de la propiedad, en crear caracteres y capacidades para una lucha tremenda y difícil que exige grandes virtudes y un temple excepcional, en hacer, en fin, todo lo que en la medida de sus fuerzas hace el Partido Socialista español, con resultados quizá no brillantes y deslumbradores para los imbéciles, pero suficientemente positivos para afirmarle en la creencia de que cumple una misión civilizadora.
La abstención electoral, mírese bajo cualquier aspecto, es, pues, suicida y favorecedora de la reacción imperante: pese a todas las argucias, ciudadano que se abstiene es ciudadano que vota la candidatura ministerial. Hubiera un cuerpo electoral celoso de sus deberes y de sus derechos, con la entereza que da el perfecto conocimiento de la función de la ciudadanía, y los amaños, trapacerías y habilidades de los seudo-gobernantes serían impotentes para burlar sus dictados.
Hoy más que nunca es necesario que todos los ciudadanos, y singularmente los trabajadores, emitan sus sufragios en son de protesta contra un Gobierno y contra unas instituciones divorciados de la opinión, mantenidos por la fuerza coercitiva del Estado y por una oligarquía jesuítico-capitalista que, a trueque de su odioso predominio, conculca todos los derechos, avasalla las conciencias, pisotea sus propias leyes, hace de España ludibrio de las demás naciones y nos aleja del concierto de la civilización.
La candidatura socialista no es, pues, ya sólo de enérgica protesta contra el régimen del salario, contra la explotación de los mejores y más útiles por los parásitos dañinos, sino también cartel de guerra contra estos Gobiernos ineptos que no soportaría una burguesía ilustrada y conocedora de sus propios intereses, y hábiles sólo para provocar conflictos de toda especie, que no solucionan sino con la humillación o con el máuser.
Felizmente, si hemos de creer recientes y solemnes protestas, hoy no están solos los socialistas para velar por la pureza relativa del sufragio: el renacimiento de las fuerzas republicanas, que nosotros vemos con simpatía como esperanza de renovación progresiva y nuncio de mayores avances del Socialismo, lo estimamos como garantía contra los amaños ministeriales. Luchan los republicanos con su bandera y su candidatura propias; luchamos los socialistas, como siempre, con nuestra bandera desplegada y sin confusiones ni acomodos con ninguna fracción burguesa; mas para el hecho concreto de imponer el respeto a la emisión libre del voto, sin pacto alguno previo, sin estipulación de compensaciones interesadas e indecorosas, esperamos coincidir con los elemento republicanos, hallando éstos en los socialistas auxiliares tan decididos cuanto sea necesario, así como censores implacables de su conducta si ésta no se ajusta a la moralidad política más estricta.
A las urnas, pues, trabajadores manuales, a votar la candidatura socialista, la que representa vuestros intereses de clase, vuestras reivindicaciones económicas y políticas, la que complementa vuestros anhelos y esfuerzos de mejora en la Sociedad de resistencia.
Y vosotros, proletarios del bufete, del mostrador, de la redacción, de la escuela, de la cátedra…, tan oprimidos y a veces más vejados que los obreros del músculo, y que, si sois verdaderos intelectuales, debéis rebelaros contra esta infamante organización social y contra esta odiosa pandilla gubernamental que sojuzga las conciencias, perpetúa la ignorancia, agrava la miseria, y que ni siquiera da muestras del instinto de conservación que poseen hasta los seres más inferiores de la escala zoológica, a votar también la candidatura socialista, para demostrar al mundo que si España está prostituida y agonizante por la estulticia de su clase directora y por su falta de medianos estadistas, no deja de haber en ella un proletariado con la vista fija en los supremos destinos de la humanidad, dispuesto a colaborar en la obra gigantesca del Socialismo internacional.
Si esto hacéis, tened la seguridad de que muy en breve será imposible que ningún ministro imprudente, refiriéndose al Partido Socialista, pueda decir, como respecto a otros elementos se ha dicho, con frase despectiva y cortesana, que sus actos no tienen la eficacia de los bíblicos trompetazos ante los muros de Jericó.

23 de diciembre de 2007

Un postre con ripios, de Luis Cordavias

Era costumbre muy habitual que a los postres de las reuniones y comidas de trabajadores en general, y de funcionarios en particular, alguno de los presentes recitase algún poema alusivo a la ocasión. La práctica totalidad de estos versos se han perdido, pues nunca fueron recogidos o editados. Aquí reproducimos este poema escrito por Luis Cordavias, que se publicó en Flores y Abejas el 12 de noviembre de 1908, en el que cuenta en clave de humor las miserias de los funcionarios de principios de siglo y muestra con claridad la mentalidad de los modestos empleados del Estado. Luis Cordavias era hijo y sobrino de pioneros del marxismo español, tempranos afiliados en la Agrupación de Guadalajara a un PSOE todavía clandestino. Con el tiempo, pasó de tipógrafo a funcionario de Hacienda, y se alejó de sus juveniles ideas socialistas para convertirse en un fiel apoyo del liberal conde de Romanones desde las páginas del semanario Flores y Abejas, del que fue director. Al final de su vida, fue un vengativo franquista.

Yo no soy orador, ni me hace falta,
que siempre renegué de la elocuencia,
pues en todas las cosas de la vida,
lo mismo sean grandes que pequeñas,
opino yo que sobran las palabras:
hechos tan solo; las palabras huelgan.
Por eso, antes de entrar en discusiones
que han de ponernos locas las cabezas,
y antes de discutir si han de ser cuatro
o han de ser cuatrocientas
las bases que llevemos
los de Guadalajara a la Asamblea,
quiero exponer con brevedad y en plata
aquí de sobremesa,
lo que conviene a la sufrida clase
de empleados de Hacienda.
Para ello, me he valido de un cofrade,
de un compañero, ausente en esta fiesta
porque tiene la ropa en Peñaranda
y no está presentable con la vieja,
el cual es aspirante de segunda
desde el año setenta
y ha sufrido unas siete cesantías
y otros tantos traslados con paciencia.
Con dicho compañero, que es un santo,
aunque otra cosa de nosotros crean,
celebré una interviú, como decimos
los chicos de la prensa,
y con sinceridad, sencillamente,
me habló de esta manera:
“Antes de nada, hay que pedir que nos manden
a cada funcionario una chaqueta
y así podremos asistir a todos
los actos de la vida con decencia,
pues el que tiene un sueldo como el mío,
que en nómina aparecen mil pesetas
y al ir a percibirlas, el Tío Paco
viene con el descuento y nos revienta,
ni puede tener ropa presentable,
ni puede alzar la voz en la Asamblea,
porque comiendo alpiste y cañamones,
solamente los pájaros gorjean.
Una vez equipados, ya podremos
hablar claro, en defensa
de nuestra clase y trabajar unidos
por que desaparezcan
unos sueldos mezquinos, con los cuales
se nos hace pasar la pena negra.
Y el que, como este cura,
tiene mujer, seis hijos y dos nueras,
- que a lo mejor se casan los retoños
y hay que cargar con ellos y con ellas-
no le alcanza el haber ni para chofes
y hay que pasar la vida en abstinencia
y llevar los calzones con cuchillos
y renunciar al uso de las medias.
Conseguir el aumento de la paga,
que es lo que a todos más nos interesa,
la inamovilidad pedir debemos
Y que cada uno ascienda
por sus pasos contados, sin que nadie,
abusando de amigos e influencias,
pueda pasar la trocha
de dos en dos añitos y el que venga
detrás que se jorobe
viendo como otros suben y progresan.
Eso hay que procurar a todo trance,
por razón de equidad, que no suceda
y de ese modo ascenderemos todos
y será una verdad nuestra carrera”.
Así dijo el querido compañero
con quien anoche hablé de la Asamblea
y el cual es aspirante de segunda
desde el año setenta.
Yo estoy conforme con sus pretensiones,
porque las creo justas y hacederas
y creo que vosotros
todos, pensáis de igual manera.
No se rompa la unión que hoy iniciamos,
pues la unión es la fuerza;
atrás el egoísmo de la clase;
sea el bien general nuestra bandera
y saludemos al ilustre anciano
que hoy rige los destinos de la Hacienda
y del cual la nación aguarda ansiosa
que, con su gran talento, la engrandezca.