Era costumbre muy habitual que a los postres de las reuniones y comidas de trabajadores en general, y de funcionarios en particular, alguno de los presentes recitase algún poema alusivo a la ocasión. La práctica totalidad de estos versos se han perdido, pues nunca fueron recogidos o editados. Aquí reproducimos este poema escrito por Luis Cordavias, que se publicó en Flores y Abejas el 12 de noviembre de 1908, en el que cuenta en clave de humor las miserias de los funcionarios de principios de siglo y muestra con claridad la mentalidad de los modestos empleados del Estado. Luis Cordavias era hijo y sobrino de pioneros del marxismo español, tempranos afiliados en la Agrupación de Guadalajara a un PSOE todavía clandestino. Con el tiempo, pasó de tipógrafo a funcionario de Hacienda, y se alejó de sus juveniles ideas socialistas para convertirse en un fiel apoyo del liberal conde de Romanones desde las páginas del semanario Flores y Abejas, del que fue director. Al final de su vida, fue un vengativo franquista.
Yo no soy orador, ni me hace falta,
que siempre renegué de la elocuencia,
pues en todas las cosas de la vida,
lo mismo sean grandes que pequeñas,
opino yo que sobran las palabras:
hechos tan solo; las palabras huelgan.
Por eso, antes de entrar en discusiones
que han de ponernos locas las cabezas,
y antes de discutir si han de ser cuatro
o han de ser cuatrocientas
las bases que llevemos
los de Guadalajara a la Asamblea,
quiero exponer con brevedad y en plata
aquí de sobremesa,
lo que conviene a la sufrida clase
de empleados de Hacienda.
Para ello, me he valido de un cofrade,
de un compañero, ausente en esta fiesta
porque tiene la ropa en Peñaranda
y no está presentable con la vieja,
el cual es aspirante de segunda
desde el año setenta
y ha sufrido unas siete cesantías
y otros tantos traslados con paciencia.
Con dicho compañero, que es un santo,
aunque otra cosa de nosotros crean,
celebré una interviú, como decimos
los chicos de la prensa,
y con sinceridad, sencillamente,
me habló de esta manera:
“Antes de nada, hay que pedir que nos manden
a cada funcionario una chaqueta
y así podremos asistir a todos
los actos de la vida con decencia,
pues el que tiene un sueldo como el mío,
que en nómina aparecen mil pesetas
y al ir a percibirlas, el Tío Paco
viene con el descuento y nos revienta,
ni puede tener ropa presentable,
ni puede alzar la voz en la Asamblea,
porque comiendo alpiste y cañamones,
solamente los pájaros gorjean.
Una vez equipados, ya podremos
hablar claro, en defensa
de nuestra clase y trabajar unidos
por que desaparezcan
unos sueldos mezquinos, con los cuales
se nos hace pasar la pena negra.
Y el que, como este cura,
tiene mujer, seis hijos y dos nueras,
- que a lo mejor se casan los retoños
y hay que cargar con ellos y con ellas-
no le alcanza el haber ni para chofes
y hay que pasar la vida en abstinencia
y llevar los calzones con cuchillos
y renunciar al uso de las medias.
Conseguir el aumento de la paga,
que es lo que a todos más nos interesa,
la inamovilidad pedir debemos
Y que cada uno ascienda
por sus pasos contados, sin que nadie,
abusando de amigos e influencias,
pueda pasar la trocha
de dos en dos añitos y el que venga
detrás que se jorobe
viendo como otros suben y progresan.
Eso hay que procurar a todo trance,
por razón de equidad, que no suceda
y de ese modo ascenderemos todos
y será una verdad nuestra carrera”.
Así dijo el querido compañero
con quien anoche hablé de la Asamblea
y el cual es aspirante de segunda
desde el año setenta.
Yo estoy conforme con sus pretensiones,
porque las creo justas y hacederas
y creo que vosotros
todos, pensáis de igual manera.
No se rompa la unión que hoy iniciamos,
pues la unión es la fuerza;
atrás el egoísmo de la clase;
sea el bien general nuestra bandera
y saludemos al ilustre anciano
que hoy rige los destinos de la Hacienda
y del cual la nación aguarda ansiosa
que, con su gran talento, la engrandezca.
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