La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

10 de diciembre de 2008

Sobre feminismo, de Isabel Muñoz Caravaca

Casa de Isabel Muñoz Caravaca en Atienza (Archivo La Alcarria Obrera)

Isabel Muñoz Caravaca fue una mujer adelantada a su tiempo. De raíces aristocráticas, creció entre la alta sociedad madrileña y fue educada en París, contrayendo matrimonio con Jorge Moya de la Torre, un eminente catedrático y científico. Al quedarse viuda, en el año 1885, lejos de acomodarse a una vida de recogimiento en la Corte sin más ocupación que el cuidado de sus hijos, Isabel Muñoz Caravaca marchó a Atienza para ejercer como maestra de niñas en la localidad, a pesar de que renunciaba a su generosa pensión de viudedad. Allí se implicó abiertamente en la lucha social y en la promoción cultural de la Guadalajara de su época y fue una propagandista incansable, hasta su muerte en 1917. Sus campañas a favor del feminismo, en contra de la pena de muerte y del maltrato a los animales, y su sintonía con la clase trabajadora dejaron un recuerdo que aún hoy no se apaga. El que aquí presentamos, Variaciones sobre feminismo, se publicó el 1 de octubre de 1905 en Flores y Abejas.

Han corrido impresas estos días pasados, unas opiniones sobre determinadas novísimas funciones femeninas: funciones intelectuales y sociales; y curiosas. Datos auxiliares para la resolución de un problema del porvenir.
El ilustre Janssen, en el banquete del Parque del Oeste, cuentan que dijo: “Las mujeres estudian ya también Astronomía: causa que las mujeres defiendan, causa ganada”.
En el Diario Universal apareció un artículo de la distinguida escritora que firma con el pseudónimo de Colombine. Se pregunta, es decir, nos pregunta a los lectores, que ocurriría si a las mujeres se extendiera el derecho electoral. Colombine no es feminista –no lo son en general nuestros talentos femeninos;- y supone que andarían las cosas peor que hoy; llevando la concesión del voto a las mujeres, tremendo contingente a la olla de grillos que se derrama cuando llega el caso, en mitins, colegios electorales, Cámaras legislativas, finalmente.
Yo –que no tengo talento- sí soy feminista: estoy en mi derecho. Y en la ocasión presente, me tomo la libertad de disentir de ambas opiniones.
No hay fundamento para considerar ganada la causa que defienden las mujeres: ¿qué es lo que llevamos defendiendo desde que el mundo es mundo hasta la fecha?
Hubo ocasiones en que ciertas mujeres pudieron influir en los actos de los hombres: aquellas espartanas que sacrificando sus hijos por la patria ahogaban sentimientos inmediatos en aras del fanatismo de las cosas remotas; aquellas mujeres de los bárbaros, que los acompañaban a la guerra, y escuchaban las decisiones en sus Asambleas primitivas; aquellas otras heroínas de la Caballería medioeval, medio señoras y semi esclavas de unos hombres forrados de hierro, que hasta en las estampas de la época da miedo verlos hoy…
Influir no es defender: esto último significa aquí la protección generosa de un individuo independiente y libre hacia una cosa justa; lo primero lleva consigo la intriga, un trabajo subterráneo, equívoco tal vez. Los seres superiores e inteligentes, defienden sus causas a la luz del día; los pequeños, los inferiores, los que desdeñan la conciencia de su propio valer, esos influyen cuando pueden y si un mezquino interés se lo aconseja: influyen esgrimiendo armas de todas clases, llegan al objeto deseado por sendas tortuosas, no importa cuales: el caso es llegar.
No asignaba el célebre astrónomo este papel subterráneo a las mujeres, lo sé: las igualaba a los hombres… ¡De esto se trata! La Naturaleza no nos ha dado a unos y otros capacidades mentales diferentes, por muchos y muy solemnes absurdos que se digan. Conviene, sin embargo, dar a las expresiones del pensamiento su completa significación; poner puntos sobre las íes y las jotas. Progresará la Astronomía si a ella se dedican las mujeres, no por ser mujeres, no por una condición habitual de vencedoras; sencillamente sí, porque se aumentará el número de ojos que se dirijan al cielo.
La Naturaleza exterior al mundo en que vivimos, inmensa, magnífica, esplendorosa, saldrá además ganando en admiración: ella seducirá más a las mujeres que a los hombres en la respectiva condición actual: somos más extrañas a los desatinos de las costumbres, más inocentes de las culpas sociales; ineducadas, sin grandes resabios atávicos, y por esto, fáciles de reformar. Nuestra pasión por los pingajos, nuestra sumisión a las contorsiones de salón, son superficiales… Demostradnos los que sabéis más que nosotras ignorantes, que esas cosas son ridículas, y las rechazaremos y de ellas no conservaremos nada. Los hombres, por el contrario, han hecho las leyes, han dividido a la Humanidad en clases o en castas, han matado y se han dejado matar en guerras estérilmente: esos son los ineducados: son mal educados; torcidos desde la primera generación que se dio cuenta de que, en general, tenían un poco más de fuerza física que nosotras.
Si fuéramos lectoras y elegibles, ¡quién sabe si reformaríamos o no la sociedad! Por lo menos, llevaríamos a ella en un momento crítico, un elemento nuevo. En los niños, en los habitantes de pueblos no civilizados, en todos los seres elementales cuya educación se emprende racionalmente, brota como primera manifestación moral un sentimiento de justicia intransigente y severa. Ese sentimiento pudiera quizás dirigir los destinos del mundo cuando las mujeres, dejando de ser objetos, conquistaran la categoría de seres humanos.
Y no vayan ustedes a creer que pido ahora, para mí y para las otras, sin más ni más, el derecho de sufragio: sobre este punto y en este país, tengo yo mis ideas particulares… Las expondré y así habremos hablado de todo.
Soy ultraradical; sólo me encuentro bien al lado de los que van los primeros camino de la revolución teórica; y a pesar de eso, si me preguntan qué sistema político conviene hoy a nuestro pueblo, diré que un gobierno absoluto: no el absolutismo de un rey; es poco: una oligarquía semejante a la de las antiguas repúblicas aristocráticas de Italia: dos docenas o tres de caballeros con unos cuantos cientos de satélites, que por arreglos o a farolazos se repartieran el poder: poder en toda su plenitud para esos pocos; y los demás, la muchedumbre inmensa, a vegetar, trabajar poco y mal, comer pan negro, ir a los toros… A mí, particularmente, esto me parece abominable; pero hace cuarenta años, desde mi obscuridad femenina, vengo observando: ese sistema es el espíritu nacional, el ideal no confesado, la aspiración inconsciente de la mayoría, casi puesto en práctica; con costumbres y hasta palabras propias: el santonismo, el caciquismo, los partidos turnantes, cosas y exclusivamente españolas, se cultivan aquí como los melones y garbanzos: y son ese espíritu, esa aspiración, y nada más.
Por cierto que son hombres los que bullen y arreglan al mundo de este modo; las mujeres, detrás, cosen calcetines, oyen malas razones o se pasan la vida en visita y paseo; llorando imposiciones, o discutiendo el modo de dejar la cucharilla en la taza de thé y demás trascendentalísimas cuestiones por el estilo.
¿Qué es feminismo? Es una de tantas manifestaciones revolucionarias: revolucionarias de verdad. No es el sueño de la Isla de San Balandrán con las actuales condiciones recíprocas invertidas; es la aspiración a un estado más perfecto, dentro de lo que permite la imperfección humana, en el que la mitad del género humano no se dedique especialmente a hacer disparates y la otra mitad exclusivamente a hacer tonterías.

30 de noviembre de 2008

Anarco-colectivismo y anarco-comunismo

Cabecera de la revista Acracia, Barcelona, enero de 1886 (Archivo La Alcarria Obrera)

La revista anarquista La Revolte de París publicó en sus números correspondientes al 12 y 20 de agosto de 1887 dos artículos en los que se ofrecían los elementos básicos para entender el debate que agitaba al movimiento libertario en esos años: anarco-colectivismo o anarco-comunismo. Los redactores de La Revolte se alineaban claramente con esta última tendencia, mientras que la revista Acracia, publicada por entonces en Barcelona, se mostraba más partidaria de la primera corriente, a pesar de lo cual reprodujo ambos artículos en su número de octubre de ese mismo año. Finalmente, el comunismo anárquico de Piotr Kropotkin se impuso sobre el colectivismo anárquico de Mijaíl Bakunin, mostrando la capacidad de evolución y la madurez del pensamiento ácrata. Reproducimos aquí ambos artículos de La Revolte.

I
A cada uno según sus servicios, dicen los colectivistas. A cada uno según sus necesidades, decimos los comunistas. Diferencia secundaria, dicen nuestros amigos de España. Diferencia esencial, decimos nosotros.
No nos impedirá esto marchar fraternalmente unidos con nuestros buenos amigos españoles el día que den la batalla á la propiedad individual y á la autoridad; como tampoco nos impide nuestra unión hoy y participar de los mismos odios contra este orden social que todos queremos enterrar bajo sus propios escombros.
Pero prevenimos á nuestros amigos que, ó han de ser comunistas desde la iniciación del movimiento, ó perecerán ahogados en sangre.
La Revolución Social ha de ser comunista si ha de cumplir su obra regeneradora; si no es más que colectivista, perecerá: tal es nuestra profunda convicción.
Analicemos la diferencia entre las dos escuelas:
Entre los colectivistas, el individuo retribuido, casi diríamos recompensado, por la sociedad según los servicios practicados. Entre nosotros, el individuo pidiendo de pleno derecho á la sociedad la satisfacción de todas sus necesidades. Estas dos concepciones difieren completamente, como filosofía, como programa de acción y como inmediatas consecuencias. La una es conforme á la esencia misma de la idea anarquista, á su manera de concebir el individuo y la sociedad; la otra es lo diametralmente opuesto. La una es la destrucción de las instituciones existentes, un nuevo punto de partida; la otra no es más que una reparación ó reforma del sistema económico actual. La una es la negación del asalariado; la otra no es más que una modificación del mismo. La una, el comunismo, ve al consumidor, el hombre de las necesidades positivas, para ella trabajar es satisfacer sus necesidades; la otra ve al productor, el productor de la sociedad actual, produciendo para un consumidor desconocido, para un comprador. La una responde á las aspiraciones del pueblo, el pueblo comprende el comunismo; la otra nada dice al que tanto ha sufrido de esta sociedad: hambre y frío, penuria y enfermedad, presidio, metralla. La una es práctica y se impondrá por la marcha misma de los acontecimientos; la otra no lo es y será desbordada por la primera.
Tal es el comunismo anárquico, tal el colectivismo.
Antes no había más que comunistas é individualistas: el burgués, el explotador, permanecía individualista; el trabajador, el explotado, el rebelde se declaraba comunista; constituían dos campos opuestos é irreconciliables; se les vio frente á frente en las barricadas de Junio de 1848, porque, dígase lo que se quiera de la influencia de la organización del trabajo de Luis Blanch y de la república y del sufragio universal de Ledru-Rollin, lo que el trabajador veía detrás de esas palabras era el camino del comunismo.
Más tarde se introdujo la palabra socialismo, palabra bastarda, nacida en Inglaterra, como compromiso entre los comunistas y los individualistas; una de esas palabras que, como el colectivismo de la Internacional, la liquidación social en lugar de la revolución social ó la nacionalización del suelo, de las minas y de las fábricas, se han lanzado recientemente, siempre en Inglaterra, para no asustar a los burgueses.
Después se dio aún un paso en la vía de las conciliaciones. Tomando la economía política de los burgueses, ciencia que estudia especialmente los medios de sacar más provecho de la producción actual, se trató de amoldar esta ciencia á la manera socialista.
Admitiendo, como Marx, que la “fuerza de trabajo se compre á su justo valor”, lo que es una enormidad, se crea la teoría del aumento de valor, y se procura reducir el socialismo a esta cuestión: “¿á quién, entre el obrero y el capitalista, pertenece el aumento de valor?”. El socialismo, esa idea inmensa que abarca todo: costumbres, creencias, necesidades, riqueza, arte, ciencia y moral, se reduce á esta cuestión mezquina: “¿A quién pertenecen las ganancias de tal manufactura? ¿A los obreros que han trabajado en ella ó al capitalista que posee la fábrica bajo la protección de la ley?” Cuestión grave es esta indudablemente, pero ínfima frente al conjunto de cuestiones vitales suscitadas por el socialismo, ó más bien por el comunismo, cuando arroja el guante á la sociedad entera, á todas sus instituciones económicas y políticas, á sus costumbres como á sus leyes.
Ya que de tal modo se había empequeñecido el socialismo, sólo faltaba un paso para decir: A cada uno según sus servicios, ó mejor: á cada uno según los servicios que haya efectuado en tal manufactura. Y así se ha hecho. El colectivismo nació.
¿Pero es eso el socialismo?
Para nosotros el socialismo, idea madre del siglo XIX, es una idea mucho más grande; nuestra concepción es mucho más vasta, y, á nuestro juicio, mucho más justa, y esta vez, como siempre, lo más justo es también lo más práctico.

II
Imagínese el efecto que produciría en Europa un telegrama publicado por los periódicos, concebido en los siguientes términos: “Los insurrectos de París, Lyon, Viena, etc., se han apoderado de los bancos; han proclamado las fábricas, los ferrocarriles, propiedad común y discuten en estos momentos los medios de organizar el trabajo en común”. Se comprende el efecto de este telegrama, sobre todo si añade que han tenido lugar algunas venganzas populares. Ocultaríase el capital; perderíanse los pedidos y, con ellos, las industrias. La materia primera que desde el Japón, la China, los Estados-Unidos y Brasil se dirige hoy á nuestros centros industriales no llegaría, y toda vez que ello no se compra con oro, porque la moneda no bastaría para cubrir la centésima parte de las transacciones, sino con letras de cambio, y el crédito desaparecería, á menos que sobre toda la superficie de la tierra se haga la Revolución Social á una hora fija, suposición absurda é inadmisible, todas nuestras grandes industrias se paralizarían de repente. Todo lo que hacía vivir á millones de seres humanos se paralizaría.
La Revolución es la Revolución, y ante ella no basta esconder la cabeza entre la arena como hace el avestruz cuando el simoun amenaza, creyendo huir del peligro sólo con no verle.
Paralización de los cambios; paralización de la industria; carencia absoluta de jornales; la negra miseria al cabo de quince días. He aquí lo que ha de preverse, en lugar de mecerse en ilusiones.
Es muy bonito decir: el Estado, ó la Commune, ó las corporaciones obreras federadas van á reorganizar la industria. ¿Quién es, pues, ese señor Estado? Quinientos individuos salidos de las loterías electorales o llevados al poder por la Revolución: los unos predicando el respeto á la propiedad; los otros no queriendo comprometerse; los terceros, nulidades ambiciosas, y algunos hombres honrados entre ellos; que charlan y disputan sin llegar jamás á entenderse sobre ningún asunto, como en el Consejo de la Commune de 1781. O si no, una reunión de concejales que repiten en pequeño la comedia de los grandes parlamentos. O en fin, corporaciones obreras en las cuales el elemento revolucionario se encuentra sumido en un medio, muy honrado sin duda, pero muy poco revolucionario. Y sobre todo, nótese bien, que no se puede reimpulsar la industria, porque ésta se halla fundada sobre la explotación burguesa, sobre el crédito burgués, y sobre las transacciones y las necesidades de los burgueses; en tanto que todo debe reconstruirse sobre una base nueva: las necesidades de las masas.
Los bonos de trabajo de Proudhon, tomados hoy por su cuenta por los marxistas, es una cosa hermosa en el papel y aun podría parecer excelente á quien no se fijase mucho, al que sueña que ha de llegar un día en que quedando todo del mismo modo, salvo la expulsión del burgués, cada uno irá á la misma fábrica donde después de su jornada se le dará un bono que representará “el valor íntegro de su trabajo” -frase de efecto que se repite sin preguntarse lo que significa- y con ese bono de trabajo escogerá en los almacenes un pañuelo para su mujer, pan para sus hijos ó vino puro para la comida.
¡Pura utopía!
No obstante, pasemos por la utopía: admitamos por un momento que todo esto es realizable; que se encontrarán los medios de procurarse en seguida la primera materia y los compradores para los objetos de lujo y de exportación que se continúen fabricando; pero que se admita al menos que ha de invertirse tiempo en organizarlo.
He aquí entonces nuestra pregunta: ¿Qué comerá el obrero durante ese tiempo? ¿Dónde habitará? ¿Con qué calzará sus hijos? El calzado pronto se gasta, y es preciso comer todos los días. ¿Qué hará el trabajador mientras esos señores organizan su producción y sus bonos de trabajo?
¿Morirá de hambre para dar gusto á los teóricos?
Muy al contrario: creemos que en el curso de los tres ó cuatro primeros días á contar desde el momento en que se haya dado el primer paso hacia la Revolución Social es preciso que los que han sufrido á consecuencia del orden burgués se aperciban que la Revolución marcha en una nueva vía: que ha llegado su hora.
Se proclamó la Commune el 18 de Marzo, y, á nuestro juicio, fue necesario que el 19 no hubiese ya una sola familia trabajadora que no sintiese los efectos de la Revolución en forma de bienestar; que no hubiese un solo individuo obligado á dormir al sereno ó sobre un mal jergón, bajo un techo con goteras. La Commune entonces hubiese tenido doscientos mil combatientes en lugar de diez mil y hubiese sido invencible hasta frente á los cañones prusianos.
Por eso decimos: si la Revolución será ahogada en sangre o, despreciando los bonos de trabajo por los “servicios efectuados” a la sociedad, proclamará: Todos, por el hecho de hallarnos aquí, tenemos derecho á una habitación saludable; todos, en tanto que formamos parte de la ciudad rebelde, tenemos derecho á satisfacer nuestra hambre; tenemos tantas casas edificadas, tanto trigo en los almacenes, tantas reses en el matadero, todo es de todos; arreglémonos para hartar á los que lo necesitan; abriguemos á los que carecen de abrigo.
En cuanto á saber si mañana tal trabajador tendrá la dicha de ocupar un empleo útil, ó si á la noche llevará á su casa ó no un bono de trabajo, ya se verá después cuando el trabajo se haya organizado de manera que cada miembro social encuentre trabajo útil que hacer; en espera de esto, tratemos de que todos coman, y cuando todos hayan comido, entonces veremos lo que convenga y lo que no convenga producir; ya veremos si se producen demasiados géneros de algodón y poco pan, sobra de muebles incrustados y poca cantidad de sencillas y buenas sillas que escasean en la familia del trabajador.
En lugar de aceptar la industria como los burgueses la han fundado, modelaremos nuestra industria y nuestra producción sobre nuestras necesidades.
Por eso afirmamos que el comunismo se impondrá desde los primeros momentos de la Revolución Social.
Vemos las cosas como son, no á través de los espejuelos de Adam Smith ni de Marx, su continuador; por eso somos comunistas.

25 de noviembre de 2008

Pacto de Unión y Solidaridad de 1888

Decía la revista Acracia: “En los días 18, 19 y 20 de mayo de 1888 se celebró el Congreso amplio de Sociedades de Resistencia, convocado por la Comisión Federal de la Federación de Trabajadores de la Región Española, en cumplimiento de un acuerdo del Congreso que esta Federación celebró en Madrid en Mayo de 1887. El Congreso amplio, compuesto de un regular número de delegados de importantes colectividades obreras, como podrá verse por los extractos que publica la prensa socialista, ha entrado de lleno en la nueva vía señalada por la experiencia y la razón, que consiste en aprovechar las fuerzas que todos podemos agrupar para el sostenimiento de un pensamiento común, y en dejar libre lo que por ser de carácter limitado ha de tener siempre manifestaciones heterogéneas y discordantes. Los acuerdos del mismo Congreso constituyen su propia defensa á la par que brillante exposición de su pensamiento, por lo que nos limitamos á reproducirlos”. Y lo mismo hacemos nosotros.

El desarrollo del socialismo moderno ha venido á establecer de una manera evidente que en la actual manera de poseer, de producir y de distribuir la producción se comete una iniquidad.
Los tres actos eminentemente sociales, posesión, producción y distribución, no sólo se efectúan fuera de las más elementales nociones de la economía y de la justicia, sino que la injusticia y la defraudación sistemática; generadoras del privilegio dominante, se han rodeado de tales garantías de seguridad, que han levantado un fuerte obstáculo á la marcha del progreso, imposible de superar por la tranquila evolución progresiva.
Después de tantos siglos de luchas en que la humanidad se ha agitado buscando un punto de reposo, hemos alcanzado una situación que parece como la constitución definitiva de la sociedad humana: las naciones hállanse regidas generalmente por principios democráticos y tienen garantida su independencia por su propia fuerza y por tratados de recíproca fraternidad; los mares y los continentes hállanse cruzados por líneas de vapores y ferro-carriles que facilitan de un modo asombroso el transporte de mercancías á todos los mercados del mundo á la par que la relación y confraternidad entre todas las razas; las ciencias producen cada día los más sorprendentes descubrimientos, difundiéndose con rapidez eléctrica por los inmensos dominios de la civilización, donde inmediatamente alcanzan la correspondiente aplicación práctica; las más atrevidas concepciones del pensamiento se convierten rápidamente en obras admirables, como ruptura de istmos, túneles submarinos, perforación de montañas y soberbios monumentos; las artes han sorprendido el secreto de la belleza natural y los más íntimos misterios de la existencia del sentimiento, produciendo como resultado de la armonía objetiva y subjetiva, las más sorprendentes maravillas artísticas... y sin embargo, el trabajador permanece sujeto á la cadena del salario.
Tanta riqueza y tantos medios de desarrollo vinculados en las clases privilegiadas frente á la escasez y raquitismo á que se condena á los desheredados, hacen que la civilización actual tenga señalado un término, que se cumplirá el día que los trabajadores se entiendan para establecer una acción común y la dirijan para combatir esta sociedad y fundar otra basada en la justicia. Esto es evidentísimo, y lo saben ya, lo mismo los trabajadores agrícolas de las más apartadas aldeas, que los industriales de las populosas ciudades.
Todos lamentan que esa acción común no se haya establecido, y por ello, los unos, poseídos de letal fatalismo, desconfían de que pueda establecerse, y se entregan á la indiferencia, en tanto que los otros, dominados por irreflexivo entusiasmo, se lanzan á intransigentes exclusivismos.
Llegados á este caso, únicamente la razón y la voluntad, pueden darnos la clave y los medios para resolver el problema.
Es un hecho positivo é innegable que el mal que pesa sobre los trabajadores no puede ni debe continuar, y todos estamos interesados en que cese; es un hecho no menos positivo é innegable que las soluciones prácticas de la sociología no se plantean nunca por el exclusivo conducto de una escuela filosófica sino por el concurso y la sanción de las generaciones. En la historia de las ciencias se halla siempre el mismo procedimiento: ante cualquier problema científico surgen primero multitud de hipótesis; los hombres estudiosos hácense partidarios apasionados é intransigentes de una de ellas; la crítica y la pasión entablan lucha tenaz, hasta que la solución perfecta y verdadera destella los rayos de luz de la evidencia, y cesan los antagonismos, aplácanse las pasiones y todos unánimemente proclaman la verdad. La sociología, ciencia esencialmente revolucionaria en lo presente y consolidadora en lo porvenir, no puede exceptuarse de esta ley: cada una de las diferentes escuelas que dividen el socialismo, cual más cual menos, participan de la intransigencia, y por consiguiente, domina el antagonismo donde solo debiera existir el perfecto acuerdo.
Queremos, pues, la unión de los trabajadores, pero sin ningún género de abdicaciones; antes al contrario, deseamos que la fuerza del pensamiento individual que ha dado origen á la creación de las actuales divisiones socialistas, siga poderosa y enérgica hasta convertir á cada individuo, no en sectario, sino en creador de una nueva idea, porque sólo por esta gran potencia intelectual puede acelerarse la adquisición de la verdad que todos anhelamos. Como consecuencia natural, deseamos que por todos sea reconocida la libertad del pensamiento, para que resulte bien demostrado que los que aspiran á la libertad se despojan de todo autoritarismo y respetan en sus compañeros esa misma libertad que para sí propios reivindican.
La base de nuestra unión ha de ser el pacto, y su garantía de éxito se hallará en la voluntad que empleemos para su cumplimiento.
La eficacia del pacto estriba en que por él se liga un número indeterminado de individuos ó colectividades, dedicándole una parte de su propio modo de ser y dejando libre el resto. Por ejemplo: dos ó más individuos pactan para emprender una obra; á ello dedican la actividad de que los pactantes disponen, quedan libres para contraer otro género de pactos, para dedicarse á las atenciones propias de la subsistencia, para emprender los estudios á que le inclinen sus aficiones, ó aun para entregarse á la inactividad y al descanso.
El pacto ha de proponerse un objeto racional y práctico, y además, para el objeto de conseguir la unión obrera, ha de establecerse sobre un principio común á todas las escuelas socialistas.
La resistencia se halla en este caso: mejor dicho, la resistencia se impone.
La resistencia es un arma revolucionaria que tiene siempre á mano el trabajador y que responde perfectamente á la impremeditación que por falta de superior educación distingue al obrero. Es además la resistencia el único recurso que le queda para poner á salvo su dignidad cuando el burgués le ofende con la injuria ó con exageradas exigencias. Pero, entiéndase bien, hablamos de la resistencia espontánea y natural, no de la que presupone una organización universal, paciente y calculada para alcanzar unos céntimos más de jornal o una hora menos de trabajo, porque ese género de resistencia, muy bello para consignado en unos estatutos de organización, por el hecho de presuponer una paciencia que no pueden tener nunca los oprimidos y un capital que no podrá reunirse con las miserables cuotas de los explotados, ni ha podido ni podrá practicarse nunca. Esa clase de resistencia es tan ineficaz é impracticable como la cooperación, y es lógico que lo sea, porque esperar á reunir capital para luchar contra la burguesía, cuando se halla demostrado que la riqueza social está monopolizada por la burguesía sin que quede nada para los trabajadores, es tan absurdo como la pretendida creación bíblica.
N o hay escuela socialista que no acepte la resistencia, sea fundada en una organización reglamentada, sea como manifestación espontánea del espíritu de protesta de los trabajadores, y la historia del moderno socialismo enseña que las huelgas no han podido sujetarse nunca al patrón á que quisieron imponerles los reglamentadores, ni tampoco á las condiciones de prudencia que quisieran ciertos oportunistas, porque la dignidad humana, cuando se siente atropellada, estalla siempre en un arranque espontáneo, saltando por encima de conveniencias que, por atendibles que sean, carecen de fuerza para someter al hombre á la indignidad.
Puede asegurarse que no ha habido una huelga reglamentaria en las diferentes federaciones obreras de resistencia; del mismo modo que no ha habido huelga alguna chica ni grande que no haya tenido las simpatías de los trabajadores.
Esto nos lleva al reconocimiento de la existencia de una fuerza que, aplicada á la obra revolucionaria, puede ser muy aprovechable y tal vez de resultados muy eficaces, si sabemos imitar al físico que, en cuanto descubre una fuerza natural, trata de emplearla en beneficio de la producción y de la satisfacción de las necesidades de la vida.
Para favorecer esa fuerza necesítase de la solidaridad, pero de una solidaridad espontánea é impremeditada, no de aquella calculada y fría que sólo da un dividendo en virtud de una orden emanada de la comisión correspondiente, como si dijésemos de una autoridad jerárquica.
Donde quiera que un oficio tenga exceso de trabajo, ó malas condiciones, ó el taller ó la fábrica, regentados por un déspota, o donde se haya ofendido á un obrero, puede iniciarse una chispa revolucionaria que, convenientemente alimentada por la solidaridad, podría alcanzar grandes y trascendentales proporciones.
Para lograr esto se necesita que cada trabajador se halle agrupado á la sociedad de su oficio, que cada sociedad forme parte de la federación de resistencia ó de oposición al capital, que esta federación apoye toda huelga qué surja en el territorio de la federación o fuera de él, que los federados se comprometan á no ocupar plaza alguna de huelguista, que se reúnan, metodicen y publiquen por las comisiones todos cuantos datos estadísticos puedan recogerse concernientes al capital, á la producción, al salario, horas de trabajo, distribución, consumo, comercio, etc., etc.
Para perseverar en este plan y darle carácter internacional á la vez que se entra de lleno en el período de lucha contra la burguesía, es necesario adherirse al movimiento de la jornada de ocho horas de trabajo, con lo cual se colocará el proletariado español en el terreno de la solidaridad internacional y empiezan las hostilidades contra la burguesía española. .
La jornada de ocho horas es el grito de .guerra de todos los trabajadores del mundo civilizado; ha tenido ya en armas grandes masas de trabajadores en Bélgica, Francia y los Estados Unidos y gloriosos mártires en Chicago; todas las organizaciones obreras de Europa y América van á la conquista de las ocho horas; los trabajadores españoles no pueden permanecer inactivos ante ese movimiento internacional, y si á él no vienen los primeros, en cambio reivindican para sí la honra de tener la prioridad en constituir una federación de oposición al capital compuesta de individuos y entidades de todas las escuelas socialistas, donde se verifica el hecho de que se da para la unión la parte de actividad y de ideas en que todos se hallan conformes, y se reserva cada cual para sus ideales particulares la parte privativa que á los mismos corresponde.
La federación española de resistencia al capital es, pues, el ejército de la libertad en cuanto á su formación, y de igualdad en cuanto á su objetivo.

Pacto de unión y solidaridad
La Federación reconoce á todos los individuos, sociedades y federaciones pactantes su perfecta autonomía; nada tiene que ver con las ideas individuales ni con las constituciones y objetivos propios de cada entidad.
La concordancia del modo de ser y pensar de los pactantes con el objeto del presente pacto es de la competencia exclusiva de los mismos.
La Federación se propone reunir en una acción común la fuerza resistente del proletariado español para dirigirla contra el capitalismo imperante, valiéndose al objeto de los siguientes medios:
Apoyo incondicional á toda huelga promovida por los trabajadores para poner á salvo su dignidad ultrajada ó para mejorar sus condiciones de trabajo.
Todo federado se compromete á no ocupar ninguna plaza de huelguista, aunque se le ofrezcan condiciones iguales ó superiores que las reclamadas por los compañeros en huelga.
La sección federada que juzgue hallarse en condiciones favorables para lanzarse á la lucha debe hacerlo inmediatamente, participándolo al mismo tiempo á la Federación para conocimiento de todos los federados; pero procurando por todos los medios que estén á su alcance que éstas sean lo más generales posible, ya que la práctica ha enseñado á las secciones de resistencia que lo que hace vencer las huelgas es mucho movimiento y no el dinero, porque primero se agotan las cajas del obrero que las del capital.
Todo federado falto de trabajo, ó que por consecuencia del cumplimiento de sus deberes sociales hubiese de cambiar de residencia, tiene derecho, mediante la exhibición del documento que le acredite como á tal, á la protección individual y colectiva de todos los federados. .
Del mismo derecho disfrutarán, aunque no sean federados, todos los trabajadores que se hallen en las condiciones mencionadas en la cláusula anterior á consecuencia de haber tomado parte en una huelga.
La Federación reunida en Congreso nombra una Comisión representativa, compuesta de cinco federados residentes en una misma localidad, encargada de dar curso á las comunicaciones que le transmitan las secciones federadas, de facilitar los datos que las mismas le pidan, de coleccionar los datos estadísticos que se le remitan y de mantener relaciones con las federaciones de otros países.
Para los gastos de correspondencia y administración los federados pagarán á la Comisión representativa la cuota que fije el Congreso, de cuyo empleo dará cuenta detallada por los medios que el Congreso determine.
El Congreso de la Federación se reunirá en la fecha que señale el Congreso anterior ó cuando lo pida el número de secciones é individuos que se fije por acuerdo del Congreso.
El presente pacto es revisable y modificable siempre por los medios que la Federación reunida en Congreso determine.
Este pacto compromete á los individuos y á las secciones respecto de la Federación y á la Federación respecto de las secciones é individuos con las formalidades y garantías que los hombres de honor y de conciencia prestan siempre al pacto libre y espontáneamente contratado.
Local del Congreso 20 Mayo 1888.

Acordóse que la Comisión representativa residirá en Alcoy y la compondrán el delegado en este Congreso de dicha localidad y cuatro compañeros más que nombren las sociedades obreras de Alcoy reunidas; que la cuota sea de tres céntimos por federado y por mes; que el próximo Congreso se celebre en Valencia en el mes de Julio del 89, y que para convocar Congreso extraordinario ha de acordarse por mayoría de secciones federadas, pudiendo partir la iniciativa de una sola.
Proposiciones generales:
1º El Congreso reconoce la necesidad de promover el movimiento de la jornada de ocho horas, y por lo tanto, la Federación que se forme debe trabajar preferentemente en este sentido.
2º El Congreso reconoce la conveniencia de estudiar la celebración de un Congreso amplio universal.
3º Se hará un cuño para la Comisión Representativa, que diga: “Federación de Resistencia al Capital. - Pacto de Unión y Solidaridad. - Comisión Representativa”
4º El Congreso protesta contra la salvaje matanza de los obreros de las minas de Río Tinto, é invita á todos los trabajadores á que cooperen á la suscripción abierta al efecto en El Productor.
5º El Congreso declara beneméritos de la humanidad á los desgraciados compañeros que han perdido la vida en las obras de la Exposición Universal.
En los actuales momentos, cuando la burguesía cubre de ramaje y percalina aquellos edificios y se entrega á los placeres y la orgía, invocando hipócritamente las glorias del trabajo, los trabajadores debemos ensalzar á los que han caído gloriosamente en la lucha víctimas de la explotación.
Finalizó el Congreso aprobando por unanimidad una comunicación que un delegado había redactado al efecto por encargo del Congreso dirigida á la Comisión ejecutiva del Congreso Obrero Nacional, comunicación que acordó remitirse junto con los acuerdos.
Dirección para la correspondencia: Francisco Segura, Tap, 18, Alcoy.