En 1893, y en la imprenta donostiarra de J. Baroja e hijo, se publicó la obra La salud de Euskeria, escrita por Mariano Salaverría Ipenza. Consta el libro de una serie de diálogos entre personajes de ideas contrapuestas, una forma de difundir teorías políticas que era muy común en esos tiempos, que permite al autor exponer en provecho propio los argumentos y las alegaciones de unos y otros sobre un asunto que se considera de interés. En este caso, se trataba de mostrar como el tradicional sistema foral vasco está en abierta consonancia con el federalismo republicano, intentando arrebatar al Carlismo la bandera de un foralismo muy popular que ya estaba alentando al incipiente nacionalismo vasco de Sabino Arana; una tarea de los republicanos federales vascos poco conocida pero que, hoy como ayer, sigue siendo muy necesaria. Ofrecemos la introducción de esta desconocida obra, dedicada a Francisco Pi y Margall, y su primera parte, con los diálogos entre el carlista Calixto y el republicano federal Víctor.
INTRODUCCIÓN
En nuestro país hay un gran trabajo que realizar: vulgarizar el fuero, ha dicho don Joaquín Jamar. Nosotros podríamos decir parodiándole: En el país basco hay un gran trabajo que hacer: vulgarizar el programa del partido republicano federal. Hay entre el fuero y la federación una semejanza de origen. El fuero se templó al calor de la Reconquista por la exaltación de los pueblos en su espíritu de independencia amenazada por el anhelo de dominación de los árabes. La federación se forjó en el yunque de la historia malestar del sentimiento de libertad y régimen autonómico que animó en todas las épocas al pueblo español. En ese sentido, la federación viene á ser la hija de la historia concebida por el fuero. Este ha dado su sangre á la federación, la historia le ha dado su alma; aquél la robustez del cuerpo, la historia le ha dado su alma; aquél la robustez del cuerpo, la historia la educación del espíritu.
Mas el fuero solo, aislado, entregado á sus propias fuerzas, es la materia que obra por el instinto. Acompañado de la federación, es si se quiere el egoísmo de la bestia que todo lo quiere para sí; pero refinado ese sentimiento por el espíritu de asociación de derechos y deberes entre individuos ó pueblos que pactan y se unen para un fin general y común. Puede el hombre vivir apartado de todo centro de vida; puede habitar el interior de una selva, la intrincada montaña, la perdida isla en el dominio de los mares; pero el fuero no corresponde á un solo hombre, obliga y favorece á una colectividad, y ésta es forzoso que exista en comunicación con sus convecinos para entregarles lo que le sobra á cambio de lo que le falta.
De ahí que combatamos las ideas separatistas, no porque nuestra razón las rechace en absoluto, ni nuestro corazón deje de mirarlas con indulgente cariño, sino porque, para que tomen carne, forma en la realidad, serían precisos otros tiempos y otras circunstancias, circunstancias y tiempos que es cándido suponer se halle hoy Euskeria en condiciones de aprovecharlos. Y si negamos la virtualidad del separatismo para luchar con probabilidades de triunfo contra la nacionalidad española, hemos de admitir y querer se afirmen y prosperen tendencias ó partidos que ofrezcan verdaderas garantías de respeto de las libertades forales.
No es seguramente el partido conservador, ni el fusionista, ni alguno de éstos se forme, ni los republicanos unitarios el partido que conviene abrazar á estas provincias. Las medias sombras perjudicarán siempre al pueblo que ha gozado de tanta claridad en otros días. Ese partido es uno de estos dos: el carlista ó el federal. El primero, más que nosotros, sus mismos halagos lo rechazan como perturbador á Euskeria. Porque no puede ser el partido de estas provincias el que sólo á ellas, y á algunas más promete la vuelta de sus venerandos fueros. ¿Qué harían si no entonces las provincias que no gozaron nunca de la autonomía? Tenemos la pretensión de creer que si Andalucía hubiese tenido libertades que defender en las Cortes de 1876, Sánchez Silva no hubiese tronado como tronó contra las libertades euskeras, llamándolas privilegio, porque no existían en las demás provincias de la nación española.
El partido que conviene abrazar á Euskeria es el que dice que todas las provincias son libres para regirse por sus fueros, si los tienen, ó por los que ellas mismas se crearen para su vida interior, si no los han tenido nunca; y este partido es el partido federal. Los principales principios de ese partido expuestos quedan en los presentes DIÁLOGOS. Mediten sobre ellos los bascongados, desprendiéndose por un momento de parcialidades y preocupaciones suicidas para el pueblo que los vio nacer, y caigan en la cuenta de que antes de llorar como mujeres, debemos trabajar con ahínco porque luzca otra vez para siempre aquel sol de libertad que tanto calor diera á nuestra sangre en las pasadas épocas.
PARTE PRIMERA: EL CARLISMO Y LA FEDERACIÓN
DIÁLOGO PRIMERO: UTOPIA Y REALIDAD
VÍCTOR.- ¡Hola, hola! ¿Ya no me conoces, Calixto?
CALIXTO.- ¡Ah!, ¿eres tú? Dispénsame, chico. Como hace tanto tiempo que no nos vemos, no extrañes que haya pasado por tu lado sin hacerte caso. Ya ves, veinte y dos años no son un día.
VÍCTOR.- Verdad que veinte y dos años no son un día, pero ese tiempo no creo que sea bastante largo para borrar de tu corazón el afecto que en otras épocas me profesaste. No olvidaré jamás que en Choritokieta me salvaste la vida.
CALIXTO.- Sí; es más que posible que habrías muerto si mi fusil no te hubiese librado entonces del coraje de aquellos dos soldados. ¡Qué buenos tiempos!
VÍCTOR.- ¡Malditos! ¡Remalditos, dirás!
CALIXTO.- Qué, ¿ya no eres carlista?
VÍCTOR.- No, no lo soy. Al pasar á Francia por no hacer la entrega de mis armas á los vencedores de tu rey, me embarqué para América. Allí he vivido quince años, recorriéndola de Norte á Sur. Los restantes los he pasado en Europa. En todas esas tierras he visto mucho y comparado más.
CALIXTO.- También yo he procurado robustecer y aun aumentar los conocimientos que adquirí en el colegio antes de lanzarme á las aventuras de la guerra. El cultivo de las tierras que al morir me dejaron mis padres y la lectura de algunos buenos libros, han sido mis ocupaciones preferentes después que terminó la última guerra carlista. Sin embargo, reconozco que los conocimientos que hayas adquirido en tus viajes serán, por la misma observación y experiencia, más sólidos que los míos. Lo que no comprendo es cómo has podido perder el amor á nuestros venerados fueros.
VÍCTOR.- Te equivocas. Aquí nací, aquí sentí mis primeros goces y mis primeros desengaños, aquí los preliminares de la ciencia que en aquellos países me ha dado alguna consideración y fortuna. Mi sangre, además, es bascongada; y esta sangre no puede menos de ir con los ojos de la imaginación á buscar el origen de su engendro, á Aitor, y ofrecérsele en aras de nuestras libertades. Pero ya no daré una gota más de mi sangre por defender una causa que es de una familia sola. Mi causa es hoy la del pueblo bascongado, la de toda España, la del mundo entero. Paz y progreso; éste es mi lema. Mira, allá en América he visto á la entrada del puerto de Nueva York una estatua de colosales dimensiones, con una linterna poderosa en su mano tendida á lo alto, como si con la luz que de noche despide quisiera enseñar al mundo que la luz, y sólo la luz, es capaz de barrer las sombras de la noche de la ignorancia.
CALIXTO.- Maravillado te escucho. Pero dime, ¿cómo ibas á asegurar los fueros bascos, dado que los rescataras, sin un hombre que por la tradición de su familia, por su poder y prestigio los colores á tal altura, que fuera imposible perderlos otra vez?
VÍCTOR.- Cuanto más alto los colocara, más terrible sería la caída. El día que esto sucediera, ya para nunca jamás habían de volver, porque sus fragmentos se hallarían tan disgregados, que sería locura recogerlos y unirlos unos con otros. Mas fijémonos principalmente en eso que dices, que un hombre puede hacer la felicidad de nuestra muy amada Euskeria. Después, si tenemos tiempo, hablaremos de otras cosas.
CALIXTO.- Sí, hablemos de don Carlos. Tenemos todavía un buen rato de paseo hasta llegar á mi casa.
VÍCTOR.- Tú, y contigo muchos bascongados, os creéis que un rey, y más que un rey, don Carlos, os reintegrarían en vuestros antiguos fueros.
CALIXTO.- Y tanto pesa en nosotros esa idea, que para que él suba al trono estamos moralmente comprometidos á sacrificar nuestras vidas y haciendas, porque la exaltación de don Carlos al trono es la exaltación de los fueros al lugar de donde nunca debían haber descendido.
VÍCTOR.- Bien sabes que yo también soy bascongado, pero, á diferencia de tu parecer, creo que un sentimiento de humanidad me impone la obligación de mirar á los hombres como hermanos, deseando para todos ellos el mayor perfeccionamiento posible en sus deberes y derechos. No obstante, aunque en mí hablase sólo el egoísmo de raza, ¿cómo á reconocer iba en don Carlos ó en su hijo la facultad y potestad de darme lo que es mío, lo que ha nacido con mi sangre y con mi sangre lo he alimentado y defendido? Tal necedad traería irremisiblemente el derecho en ese rey de poderme quitar lo que me había dado. Yo quiero que yo, y nadie más que yo, me de ese derecho, ese fuero, esas libertades. Entonces yo lo adaptaré á mis medios de vida quitando ó poniendo aquello que sobre ó falte.
CALIXTO.- Todo eso está bien dicho; pero has de reconocer que el fuero es la tradición, y la tradición nos dice que nunca estuvieron mejor garantidas estas provincias que cuando el rey las protegía con su poder.
VÍCTOR.- Sí, mientras los reyes tuvieron de su parte el temor, ya que no el amor de los pueblos, sin fijarnos en que antes de esos reyes Euskeria ya tenía su derecho. Hoy las cosas han variado. Juan Pueblo ha aprendido mucho en esos dos libros que se llaman la Revolución francesa y la Revolución norteamericana. En ésta vio cómo una colonia sacude el yugo de la metrópoli opresora y se declara independiente, escribiendo leyes que la han colocado á la cabeza de las naciones más cultas y poderosas. En aquél vio más, vio que los reyes caen de sus solios cuando el pueblo se cansa de pedir de rodillas pan para su cuerpo y luz para su inteligencia.
CALIXTO.- Pues esa misma confianza que muestras tener en el pueblo, constituiría la desconfianza de don Carlos. Como á ti, también á él le habrán impresionado esas enseñanzas de la historia, y lo harán prudente y justiciero cuando la voluntad de los españoles lo eleve al trono de sus ascendientes.
VÍCTOR.- ¡Candidez supina! No digo yo que sus primeros años fueran de mal gobierno. Procuraría, por el contrario, portarse bien en los primeros instantes. Mas, ¿qué sucedería después cuando de su lado estuviese la fuerza y la adhesión de las provincias? ¿Crees, por otra parte, que es poca cosa contentar las ansias de poderío de los que hoy le protegen oculta ó abiertamente: el clero, la nobleza, todas las clases conservadoras, el pueblo ignorante, sobre todo, agitado por la leyenda de las epopeyas españolas? ¡Desdichados de nosotros si tales ideas predominasen algún día! Quizás volvería España con tus reyes á las glorias militares de Carlos V; lo seguro es que retornara á las negruras de Carlos II el Hechizado. Ni uno ni otro para mí son buenos; el primero quita hierro al arado para dárselo á los cañones, á los matadores del cuerpo; el segundo quita la verdadera luz del espíritu para sustituirla por la superstición, matadora del alma, que, por la fuerza de la razón, se recrea en el origen de las cosas.
CALIXTO.- Sin embargo, tus razonamientos son aplicables á otro pueblo que el nuestro. Aquí no podrías hermanar esa libertad de que hablas con el respeto á los poderes constituidos.
VÍCTOR.- ¿De qué poderes constituidos hablas? Seguramente de los que creara el carlismo. En ese caso tienes razón. El carlismo dice absolutismo, y absolutismo no significa otra cosa que el poder de uno sobre los demás. No podías, por tanto, ser tú libre, ni yo, ni todos nuestros convecinos, ni todos los españoles, si nuestra libertad mermaba la libertad del rey. Sin querer has dicho con tus palabras que no es posible la libertad individual, la del pueblo, la de la provincia y la de la nación con ese poder absorbente, que es más poderoso y duradero cuanta más libertad tiene á costa de la libertad de los demás.
CALIXTO.- Entonces, ¿qué libertad le ibas á conceder?
VÍCTOR.- Yo, ninguna, porque no juzgo necesarios los reyes para el adelanto y felicidad de las naciones.
CALIXTO.- Acabas de hacer tu profesión de fe republicana. Pero, ¿es mejor tu República que mi Monarquía? Lo mío es conocido; lo tuyo no; cuando más, ha pasado por el cielo de la política de España como un meteoro siniestro que no ha dejado atrás de sí más que desconfianzas y recelos para lo porvenir.
VÍCTOR.- Hay mucho de exageración en esas desconfianzas y recelos que la República de 1873 dejó, según tú, para lo porvenir. Sabes bien que entraron á formar parte de ella hasta monárquicos al objeto de ocupar los principales puestos del Estado. Fue aquello una mezcla de avanzados y retrógrados, y permaneció compacta mientras no hubo esperanza de un nuevo orden de cosas. También el lobo y la oveja permanecen juntos, sin molestarse, en tanto que las subidas de las aguas los tienen aislados en una elevación del terreno de la parte no inundada. La república que yo he visto practicada en otras naciones, particularmente en los Estados Unidos del Norte de América y en Suiza, está muy lejos de ser aquella República que viste por espacio de once meses en España.
CALIXTO.- Sí; pero España no es Suiza ni los Estados Unidos. Cada pueblo su gobierno.
VÍCTOR.- Por lo mismo que cada pueblo su gobierno, quiero para el mío, el gobierno que él mismo se elija, no el que cualquier advenedizo ó hijo de reina quiera imponerle.
CALIXTO.- Es que mi rey sería la garantía de ese gobierno. A su amparo el fuero viviría ganando en poder. Siempre los reyes juraron las libertades de estas provincias al tiempo de subir al trono de sus mayores. Las ideas liberales del otro lado de los Pirineos fueron la causa de su pérdida.
VÍCTOR.- No negaré en absoluto que el espíritu de igualdad traído á España por los vientos de la Revolución francesa, fuera una de las causas de la ruina de nuestros fueros. La mayor, á mi modo de entender, fue, sin embargo, la envidia de las otras provincias de ver en éstas lo que ellas consideraban un privilegio. Puede sospecharse que Sánchez Silva no hiciera oposición tan porfiada en el Senado del año 1876, si Andalucía hubiese gozado de libertades semejantes á las nuestras en aquella época. Aunque, si bien se mira, ¿quién nos dice que sin aquellos vientos de igualdad regional no hubiesen sufrido igual suerte las libertades euskeras? ¿Será preciso que te recuerde, ya que no por otra cosa, como por vía de ejemplo, la pérdida de los fueros valencianos, castellanos, aragoneses y catalanes? ¿Hubo también allí vientos de libertad ó igualdad importados á España?
CALIXTO.- Cierto que las causas fueron interiores; pero por lo mismo que se sublevaron contra el poder real, justo era que pagasen su audacia.
VÍCTOR.- ¡La audacia de sublevarse contra el poder real porque éste se mezclaba en las interioridades de las provincias! De modo que, según tú, el día que Guipúzcoa, Álava, Vizcaya ó Navarra mostraran su descontento, ya porque el rey atendiese más á los intereses extranjeros que á los nacionales, ya porque valiéndose de su autoridad y poder disolviese una Diputación, un Ayuntamiento ó cualquier institución ó corporación de la provincia ó del pueblo, castigando motu propio á todos ó algunos de sus individuos, porque el interés del pueblo ó de la provincia había sido pospuesto al interés particular del rey ó de sus allegados, ¿podría éste cortar de raíz las libertades regionales? ¿Qué criterio es el tuyo, que así dejas á merced de los caprichos ó ambiciones de un hombre la suerte de una provincia, de una nación entera?
CALIXTO.- ¿Iba á dejarla á merced de tu gobierno?
VÍCTOR.- ¿Por qué no, si mi gobierno era elegido por ti, por mí, por todos los españoles? Al contrario de tu rey, sería ese gobierno renovado de tiempo en tiempo por períodos fijos, y si se apartaba de la norma y conducta que al nombrarle le habían señalado sus electores, podría ser destituido, juzgado y castigado, según su delito, por los tribunales que nombrasen las provincias confederadas. Este es el criterio que siguen las naciones que marchan á la cabeza del mundo civilizado.
CALIXTO.- Sí; pero no va un rey á vivir á merced de las provincias. Podían éstas pedirle cosas que él no pudiera cumplir por ser opuestas á su dignidad de soberano.
VÍCTOR.- Y ¿qué cosas iban á pedirle que el rey no pudiera cumplir? ¿Lo sería, por ejemplo, advertirle los inconvenientes de una guerra, los males de una ley general, los daños que los abusos de sus ministros ó delegados irrogasen á los pueblos? Pues no tendría otro remedio que pasar por ello. Esos atributos son de la nación y no del rey. Éste, por muy paternal que sea, es hombre, y como tal, sujeto á pasiones necias ó locas. Las provincias son cosa más abstracta y compleja. Sus pasiones, por lo mismo que responden á mayor número de individuos, se funden y aquilatan en una sola aspiración, que será egoísta, todo lo que se quiera, pero al fin noble y justa.
CALIXTO.- ¿Qué lazo iba, pues, á establecerse entre el rey y las provincias?
VÍCTOR.- Vuelvo á decirte que niego la necesidad de los reyes. Por incidencia te contestaré que ese lazo sería el pacto.
CALIXTO.- ¿El pacto?
VÍCTOR.- ¿Te extraña? ¿Cómo entró Guipúzcoa a formar parte de la nacionalidad española, si no por el pacto? ¿Cómo Álava y Vizcaya? El pacto obligaba a Castilla á reconocer el fuero en la época de la adhesión. Y ¿no eran también pactos los que se establecían cada vez que subía al trono de Castilla un nuevo rey y juraba mantener los fueros bascongados? Siquiera entonces había el e si non, non, frase con la cual querían significar nuestros mayores que se desligarían de todo compromiso si el monarca no cumplía durante su reinado lo que pactado había al comenzar en él. Nada queda ya de esa frase. La habéis sustituido por el servil lo que quiera el señor.
CALIXTO.- Dudo mucho que sin dar al Estado una autoridad absoluta, sea fácil mantener el orden necesario para que las provincias vivan en paz y en gloria.
VÍCTOR.- Me extrañan mucho en ti esas dudas. ¿Olvidas que el orden se mantenía perfectamente en estas provincias en la época del fuero, á pesar de su independencia? Sólo ellas cuidaban de sofocar sus revueltas interiores, cuando las había, por medio de sus milicias. Sólo ellas, también, juzgaban y castigaban á los delincuentes que atropellasen la costumbre o el derecho establecido. Lo más que al rey tocaba, era intervenir en los asuntos internacionales, que diríamos ahora, en aquellos en que la provincia se había comprometido á respetar de acuerdo con el monarca. Eran completamente libres en su vida interior, y lo eran aún en las relaciones con otros pueblos ó países, siempre que no quebrantaran el pacto. Todo precisamente lo mismo que da mi República, como consecuencia de su principio autonómico. ¿Daría tanto tu rey? No, no podría, porque pide la centralización política á cambio de la descentralización administrativa que cede, y la descentralización política está reconocida y se cumple en todas las Repúblicas federales. Desengáñate, Calixto. Tu rey volvería los fueros; con la República federal se volverían por sí mismos. Es decir, que como don Carlos traería los fueros, podría quitarlos, en tanto que con la República federal vendrían sin que nadie los llamase, porque el alma de la federación es la autonomía, y el fuero no puede vivir sin ese principio capital del sistema federativo... Pero me sospechó que hemos llegado á tu casa, y fuerza es que nos separemos.
CALIXTO.- Espero que nos veremos con frecuencia.
VÍCTOR.- Mañana al atardecer salgo para Suiza, donde me reclama un asunto urgente. Antes de esa hora, si no te molesta, podemos charlar un rato sobre política.
CALIXTO.- Ya sabes que soy ante todo bascongado. Si me convences, lo que dudo mucho, de que tu sistema de gobierno es el más honroso y conveniente para estas provincias, á él serviré con todas las energías de mi alma.
VÍCTOR.- Nada me cuesta intentarlo. ¡Hasta muy pronto!
DIÁLOGO SEGUNDO: LA IGNACIOLESIA Y EL ESTADO
VÍCTOR.- ¡Ah! ¿Eres tú?
CALIXTO.- Perdóname que te haya hecho levantar tan temprano. Esta noche he creído volverme loco pensando y repensando en la conversación que ayer tarde tuvimos.
VÍCTOR.- ¡Pobre amigo mío! Quién sabe si te he hecho un mal creyendo hacerte un bien.
CALIXTO.- ¡Si no fuera por esa maldita separación de la Iglesia y el Estado que tenéis en vuestro programa los federales!
VÍCTOR.- Y ¿no es más que eso lo que causa tu martirio?
CALIXTO.- Lo demás es para mí cosa secundaria.
VÍCTOR.- ¡Bah, bah! Mira, vas á venirte conmigo á Suiza; mejor que mis palabras, tus ojos te enseñarán eso que no comprendes.
CALIXTO.- Agradezco tu ofrecimiento, pero no lo acepto. Aquí, aquí quisiera yo convencerme de que no hay peligro para mis creencias religiosas en abrazar en absoluto tu credo político.
VÍCTOR.- Cualquier al escucharte pensaría que sólo tú crees en algo superior á lo que vemos o tocamos.
CALIXTO.- Sentiría que te enfadaras...
VÍCTOR.- Haría mal ¿Qué tú piensas de un modo? Pues yo pienso de otro, y en paz. ¿Crees lealmente que te perjudico al pensar de distinta manera que tú lo haces?
CALIXTO.- No, en tanto que no exteriorices tu pensamiento presentándolo en abierta oposición al mío.
VÍCTOR.- Luego, ni yo ni tú debemos usar de medios que ataquen descaradamente tu tranquilidad ó la mía.
CALIXTO.- Lo que no quieras para ti, no quieras para los demás. Pero no sé qué relación puede tener esto...
VÍCTOR.- Que es la consecuencia de que nadie debe ser molestado en el ejercicio de sus creencias religiosas.
CALIXTO.- Y que la Iglesia debe vivir separada del Estado, ¿es verdad?
VÍCTOR.- Y ¿por qué no? Pues que, ¿la República federal no respeta y ampara al catolicismo, como respeta y ampara á cualquier otra institución religiosa?
CALIXTO.- Pero no le da la preferencia sobre las demás.
VÍCTOR.- ¿Se la dan los otros Estados?
CALIXTO.- Convengo en que hay diversidad de conductas en las naciones sobre este punto; pero aquí, en España, pongo por encima de toda idea la idea de Dios Uno y Trino y la de su Santa Madre concebida sin mancilla.
VÍCTOR.- Según eso, consideras la vida religiosa superior a la civil, el sacerdote al seglar, el Papa al Rey.
CALIXTO.- Cierto.
VÍCTOR.- ¿Para qué, entonces, quieres Rey teniendo Papa? Lo más lógico y breve sería reunir en una sola persona los atributos religiosos y seglares. ¿No es á un mismo tiempo el czar de Rusia, Papa de la Iglesia cismática? ¿No lo es la reina Victoria de la anglicana?
CALIXTO.- Es que Jesucristo dijo: “Dad al César lo que es del César, y á Dios lo que es de Dios”. “El reino de Dios no vendrá con muestra exterior, ni dirán hélo aquí ó hélo allí, porque el reino de Dios está dentro de vosotros”. “Mi reino no es de este mundo”. “Si mi reino fuera de este mundo, pelearían mis ministros para que yo no fuera entregado á los judíos”. Con todo lo cual quiso decir que un Papa no puede ser á un mismo tiempo Rey, ni un Rey á un mismo tiempo papa. En la antigua Roma, el Paterfamilias era dueño y sacerdote de su hogar, y antes de él, en la India y en el Egipto se vio esa confusión de potestades. El czar de Rusia y la reina Victoria no son otra cosa que continuadores del símbolo representativo de las religiones paganas.
VÍCTOR.- Tus palabras vienen á negar de modo claro y terminante el poder temporal de los Papas, al decir que un Papa no puede ser al propio tiempo Rey; y por consiguiente, has venido á coincidir conmigo; esto es, que el Estado debe ser libre.
CALIXTO.- ¡No! Yo no digo eso. Yo digo que el Estado es el cuerpo y la Iglesia el alma, y que así como el espíritu dirige la materia, debe regirse el Estado por la Iglesia. En este concepto no puede haber separación posible entre uno y otra.
VÍCTOR.- Sin duda alguna, puesto que tu teoría encierra en los moldes de la Iglesia todas las cuestiones del orden temporal de la vida. Con ella, ciencia, arte, industria, comercio, agricultura, derecho, todo lo que constituye nuestra manera de ser y de obrar, cae sobre el tamiz religioso. El Estado, todos sus problemas, han de ser solucionados por la Iglesia.
CALIXTO.- Y nada menos.
VÍCTOR.- Luego, sois más papistas que el Papa, más cristianos que Cristo... ¿Blasfemia? ¡Ah! No confundamos lo que es atributo del sentimiento de lo que es atributo de la razón. Corazón y espíritu, cuerpo y alma moran en un mismo organismo, pero sus funciones son distintas. Podrán, cuando más, ayudarse, ampararse, defenderse cuando las necesidades de su vida lo pidan; mas no podemos, sin incurrir en crimen de lesa justicia, hacer que latan al unísono y se alimenten de la misma savia, de la misma ciencia. Distingamos la psicología de la anatomía. Cuerpo y alma, repito, se complementan, pero no se confunden.
CALIXTO.- ¡Siempre la razón señora de todo!
VÍCTOR.- Y ¿por qué no si ella nos descubre la verdad ó falsedad de las cosas? ¿En que es infalible el Papa? En asuntos de fe y de moral, mas no en materia de derecho. Y ¿cuál, si no la razón, es la que resuelve los problemas de derecho? Oye lo que dice San Isidoro: “La razón es la guía de la vida, maestra de la virtud y regla para el derecho”. Y ¿qué es el Estado, sino la acción del derecho? Luego, si el Estado es el derecho, la razón, ¿para qué quererle enmarañar con la religión, con el sentimiento? ¿No dice Santo Tomás, “que no deben absorberse el derecho divino, que es de gracia, y el derecho humano, que es de razón natural”? ¿No dice también León XIII en una de sus Encíclicas “que todo cuanto en las cosas y personas, de cualquier modo que sea, tenga razón de sagrado, todo lo que pertenece á la salvación de las almas y al culto de Dios, bien sea tal por su propia naturaleza ó bien se entienda ser así en virtud de la causa á que se refiere, todo ello cae bajo el dominio y arbitrio de la Iglesia; pero las demás cosas que el régimen civil y político, como tal, abraza y comprende, justo es que le estén sujetas, puesto que Jesucristo mandó expresamente que se dé al César lo que es del César, y á Dios lo que es de Dios”?...
CALIXTO.- ¡Basta! No me abrumes con más textos.
VÍCTOR.- Algo es menester, ya que en ellos encuentro las mejores armas para rebatir tus escrúpulos. Empero, ¿prefieres los hechos? ¿Quieres mejor que te hable de cómo obran los Estados Unidos en el particular? El Cristianismo es la religión nacional de aquel pueblo, pero no la religión del Estado. Éste no tiene religión alguna; es ateo, según decís vosotros; y sin embargo, si preguntas á los protestantes, los que constituyen la mayoría en las religiones de aquella nación, te contestarán que viven bien en semejante estado de cosas. ¿Es esto que son aquellos cristianos menos cristianos que tú católico? No. Como tú desean y se afanan por que sus creencias religiosas se abran camino entre sus conciudadanos; pero usan de otras armas que tú: confían en la bondad de sus doctrinas para redimir á los hombres de la servidumbre del pecado, bastándoles para conseguir esto que el Estado “garantice la libertad de conciencia, de pensamiento y de palabras, y permita que los individuos se asocien para fomentar la religión y la enseñanza”. A esa libertad absoluta deben los católicos norteamericanos sus incesantes conquistas en el campo de la religión. “Admito que esa libertad es altamente beneficiosa para el desarrollo de la religión”, decía León XIII al recibir de manos del arzobispo de Filadelfia el presente que Mr. Cleveland hiciera al Pontífice romano con motivo de la celebración de su jubileo. Y añadía: “Como cabeza de la Iglesia, debo mis cuidados, mi amor y mi solicitud á toda ella, pero tengo especial cariño á los Estados Unidos. Su gobierno es libre y su porvenir está lleno de esperanzas. Experimento una altísima admiración por vuestro Presidente, y por esto su ofrenda (un ejemplar de la Constitución de 1789, ¡de esa Constitución que separa la Iglesia del Estado!) ha conmovido profundamente mi corazón”. Dime, después de estas palabras, cómo es posible armonizar tu intransigencia religiosa con la expansión de las ideas que reconoce ser necesaria el sucesor de San Pedro, para que vivan si son buenas, y mueran si se ponen á la verdad.
CALIXTO.- Líbreme Dios de censurar palabras tan sensatas; pero á bien seguro que hablaría de otro modo á los súbditos de otras naciones.
VÍCTOR.- Casi igual, por no decir igual. En la vecina República, en Francia –y también aquí en España, el clero ha recibido repetidas veces de la Cabeza visible de Dios en la tierra la orden expresa de respetar la Constitución del Estado, aconsejándole trabajar dentro de la legalidad por la mayor gloria de la religión católica. Cierto que ese Estado paga al clero católico, mas paga también al mahometano, al judío y al protestante. ¿No es este hecho de igualar para los efectos del pago á tres religiones distintas de la católica un paso grande para la separación de la religión y la política en sus más altos organismos? No te dirá nada de Suiza. Allí caben todas las religiones, pueden todas manifestarse y desenvolverse; mas el Estado, respetando á todas por igual, las deja á sus solas fuerzas; no abraza ni distingue preferentemente á ninguna de ellas. Sólo así se comprende la libertad de que goza aquella República.
CALIXTO.- No obstante, ¿cómo viviría el clero en España sin el auxilio del Estado?
VÍCTOR.- Viviría como vive en otros países, al amparo de las leyes de asociación, y aún mejor que aquéllos, ya que aquí las creencias están bien arraigadas. Atiende, si no, lo que decía el cardenal Mauning: “Yo creo que la Iglesia en Francia no podrá ser libre mientras se mantenga el presupuesto de Cultos; el salario destruye el prestigio... ¡Ah! Ya oigo las objeciones; preveo las dificultades. Me dicen que habrá muchas parroquias que no podrán sostener sus curas; pero esto no sucederá más que en las parroquias muy pequeñas, muy pobres ó poco cristianas. Hay siempre un medio transitorio de remediarlo. Si hace falta, que los sacerdotes se agrupen por cantones; que vivan en comunidad, y que vayan á celebrar misa donde haya cristianos, y como tendrán gran interés en conquistar las almas, ¿no es de creer que tengan también más celo? Se haría en Francia lo que se hace en Irlanda, en América y en Inglaterra; el pueblo daría á los sacerdotes con qué vivir”. Aplica estas palabras a España y tienes resuelto el problema.
CALIXTO.- Quizás tengas razón. ¡Quién sabe si el clero ganaría en dignidad y prestigio lo que ahora gana en riqueza! Pero, ¡qué quieres! soy católico y, como consecuencia, es natural en mí el temor de que la religión que profeso viva débil y enfermiza separando la Iglesia y el Estado. Mas dejemos estas cuestiones, y permíteme te abandone por unos momentos.
VÍCTOR.- No, si no me prometes acompañarme á comer.
CALIXTO.- Sea como tú quieras. Así te marearé un poco pidiéndote más datos de tu credo político.
DIÁLOGO TERCERO: MECANISMO DE LA FEDERACION
CALIXTO.- Déjame ya de filosofías. Práctica, práctica es lo que yo quiero. Algo que yo vea sin forzar mucho la imaginación, sobre todo ahora que mi estómago ha entrado en el laborioso trabajo digestivo. Trázame, pues, en cuatro líneas toda tu República federal. Yo la compararé para mis adentros con nuestras libertades, y veremos después el rumbo que sigo en lo porvenir.
VÍCTOR.- Nada más de mi gusto. Lo que teníamos que hacer aquí lo hemos hecho ya. En marcha, y pasito a pasito hablaremos de eso hasta la hora de subir al tren. Bueno es, sin embargo, advertirte que cuanto te diga no será sino lo más saliente de nuestra organización política, pues la premura del tiempo no nos permite entrar en detalles y explicaciones que es fácil colegir de los principios. Empezaré diciendo que toda la máquina del sistema federal gira alrededor de un eje que llamamos autonomía. Esta palabra no es para nosotros los federales un convencionalismo, una palabra más ó menos bonita con que vestimos nuestro programa, como los salvajes visten sus cuerpos con las más brillantes y hermosas plumas. Es para nosotros la palabra autonomía algo muy esencial, el sine qua non de nuestro sistema político. Los demás partidos se valen también de esa palabra para ganarse la confianza de los pueblos, pues hasta el carlista entre los monárquicos y el progresista entre los republicanos, dicen que son autonomistas, es decir, que quieren la autonomía de los municipios y las provincias. Más éstos me recuerdan á los pajareros que cazan con reclamo. Sólo los federales rendimos verdadero culto á la autonomía. Quítanos ese sol que brilla sin igual en nuestro cielo político, y nos quedamos á obscuras.
CALIXTO.- Baja un poco tu entusiasmo y dime cómo entendéis el municipio los federales.
VÍCTOR.- El municipio es para nosotros la primera encarnación de la sociedad política, el primer peldaño después del individuo para llegar á la entidad nación. Sin nación, el compuesto de provincias y regiones, sin provincias, el compuesto de municipios, puede concebirse el municipio; lo que no puede concebirse es la nación y la provincia sin el municipio. Son, pues, la nación y la provincia instituciones artificiales; natural, y muy natural, el municipio. De aquí que su organización debe correr pareja con su importancia, y nada más justo que le entreguemos aquello que es su vida: las calles, los paseos, los caminos vecinales, las obras de beneficencia y de enseñanza, los establecimientos de crédito, todo, en fin, que para su uso ó esplendor haya realizado y realice en lo futuro. Tendrá, como consecuencia, sus autoridades nombradas por el mismo, por los vecinos del lugar, y estas autoridades recaudarán y administrarán los tributos y haciendas que para la conservación ó aumento de aquellas cosas imponga ó reciba el Ayuntamiento de sus administrados.
CALIXTO.- Muy autónomo me parece tu municipio, tan autónomo que, después de él, no comprendo la autonomía de la provincia.
VÍCTOR.- He dicho antes que el municipio era el primer peldaño, insustituible, de la escalera cuyo último peldaño es la nación. Pues bien; un peldaño no hace escalera; esto es axiomático; son necesarios, por lo menos, dos peldaños, y aun con los dos no conseguirás tener escalera si no los unes por los extremos con algo que los sujete y les haga formar un solo cuerpo. Ese algo que sujeta los peldaños municipios á los peldaños provincias, es la ley de atracción universal concretada á las entidades políticas. Según esto, el municipio es libre, es autónomo, es uno; pero necesita de la provincia para subir en carácter é importancia. Para alcanzar este fin, se reúnen varios municipios y constituyen la provincia. Esta tiene, por consiguiente, la autonomía que le han cedido los municipios, ó sea en la nación; autonomía que, si bien es refleja, se hace compacta y poderosa, por cuanto los municipios no pueden rebelarse á capricho contra la provincia sin sentir el peso de ésta.
CALIXTO.- Me has mostrado, con eso que acabas de decir, la provincia como poder; mas nada me dices de los términos que abraza su autonomía y el uso que hace de ella.
VÍCTOR.- Así como el municipio es autónomo en todo lo que cae bajo su vida peculiar y propia, la provincia lo es también en su propia existencia y en las relaciones que mantiene con los municipios, los montes, carreteras, canales y ríos que son de todos ó de varios municipios, y que no son, sin embargo, de ninguno de ellos, es decir, aquellos bienes naturales ó artificiales que sirven de provecho á varios municipios, sin que nadie pueda llamarse único propietario, son cosas que la provincia debe administrar, conservar y dirigir. De esta administración, conservación y dirección nace la necesidad de funcionarios que desempeñen los cargos que esas cuestiones origina; y de aquí el nombramiento por la provincia misma de las personas que han de prestar aquellos servicios. O menos atributo de la provincia es la resolución de las cuestiones que se susciten entre los municipios. En el sistema federal, la nación, el Estado, no se ocupa de los municipios si no en los casos en que éstos apelen. El superior jerárquico de ellos es la provincia, y sólo la provincia, la cual, en último extremo, se hace responsable ante la nación de la severidad ó templanza que use con los municipios.
CALIXTO.- Dime ahora cómo entra en la nación la provincia.
VÍCTOR.- De igual modo que el municipio entra en la provincia, esto es, por la mutua conveniencia, ó por los afectos ó intereses creados. Si la provincia es conjunto de municipios, conjunto de provincias es la nación. El mecanismo de ésta es semejante al de la provincia. Tiene como ella su autonomía, que consiste en aquello que las provincias no pueden realizar por ser superior á sus fuerzas ó salirse de los límites de su vida peculiar y propia. Lo es, por tanto, entender en los servicios de correos y telégrafos que se extienden como una red por todo el territorio; los derechos y propiedades que posee el Estado, montes, minas, fortificaciones, fábricas, edificios; el orden y la paz generales, y como consecuencia, el ejército nacional y la armada; las reglas y derechos á que debe sujetarse la navegación y el comercio de las provincias con otras naciones; los tribunales nacionales; la enseñanza que le esté encomendada; la legislación penal, salvando las provincias su legislación civil, que es lo que principalmente constituye su particular fisonomía; su hacienda, su gobierno, su administración. Al igual que los anteriores organismos, tiene la provincia para el desempeño de éstas funciones, autoridades y empleados, todo ellos elegidos y nombrados bajo la base de la justicia, de la aptitud física, intelectual y moral, y responsable, y sujetos á las leyes generales del Estado y á las del ramo á que pertenezcan.
CALIXTO.- Has dicho que corresponde á la nación el ejército nacional y la armada. Explícame cómo entendéis esto los federales.
VÍCTOR.- La federación ama la paz, porque la paz es la prosperidad y alegría de los pueblos que buscan en el trabajo la fuente de sus libertades y progresos. Mas no por eso deja de estar preparada para la guerra. Tiene su ejército nacional en activo, que aquí en España bastaría constase de 40.000 hombres (27.000 tienen en tiempos normales los Estados Unidos del Norte América), todos ellos voluntarios y pagados, como lo están hoy los carabineros y guardias civiles. Además, contaría, en caso de guerra, con la milicia de las provincias, pues todas podían tener sus gentes armadas, sostenidas indudablemente por la provincia ó región; pero sin que la suma de la milicia de las provincias todas superase al total de los hombres armados que tuviese el Estado. Este límite se funda en la necesidad de contar con un contingente de fuerzas mayores á las de cualquier provincia, para el caso en que ésta se sublevase contra la nación ó usurpase el derecho de otra provincia y fuera preciso hacerla comprender, con medios represivos, lo desleal de su conducta. En cuanto á la armada, como hay provincias que están lejos del mar, sería de la nación sola.
CALIXTO.- Luego, en la República federal, ¿no habría quintas?
VÍCTOR.- No las habría llamadas por la nación. En el ejército nacional, siendo voluntario, podrían entrar los ciudadanos que quisieran y que fueran útiles, hasta llenar el número que se determinase ser necesario para la seguridad pública. Las provincias seguirían en el articular la conducta que más conviniera á sus intereses. Podrían llamar al servicio á los ciudadanos por suerte ó por voluntad propia para formar su ejército, si bien era de desear que para constituirlo se basaran en el libre consentimiento. Sólo en el caso de una guerra con el extranjero, ya para defender el propio territorio, ya para defender un derecho nacional, todos los españoles, sin determinación de provincias ó regiones, serían obligados á tomar las armas, en tanto que su edad ó fuerzas lo permitiesen.
CALIXTO.- No me disgusta eso que dices del ejército. Lo encuentro perfectamente acomodado á lo que los bascongados queremos. Aclárame otro punto. Deseo me digas cómo recaudaría el Estado de tu República los fondos que necesitase para atender á sus funciones y compromisos.
VÍCTOR.- Los percibiría mirando á la riqueza y población de las provincias. Por lo demás, éstas serían libres de recaudar por los medios que creyeren más fáciles y menos onerosos el tanto que por aquel concepto se las señalase.
CALIXTO.- Esto ya lo tenemos en estas provincias, siquiera sea el último reflejo de nuestra pasada autonomía. Bueno sería, sin embargo que lo tuvieran las demás, porque el derecho de las otras haría el derecho de éstas.
VÍCTOR.- ¿Vas comprendiendo la necesidad de apoyar las libertades bascongadas en las libertades de los demás españoles?
CALIXTO.- Confieso que es una idea que me han sugerido tus argumentos. Sin embargo, hay otra cuestión, no ya económica, sino política, que tiempo hace me da vueltas en la cabeza, y es; si el Estado tiene poder sobre la provincia, cuando ésta falta á los compromisos que tiene para con la nación, ¿cómo sabe la época y circunstancias de la falta si no hay un delegado que viva en la misma provincia y sienta sus menores palpitaciones?
VÍCTOR.- ¿Es de los gobernadores de quienes hablas?
CALIXTO.- Sí; es de ellos.
VÍCTOR.- Pues no los habría en la República federal. ¿Comprendes tú que sería respetar la inmunidad del domicilio si el alcalde de tu pueblo plantara un alguacil en la puerta de tu casa, y aún dentro de ella, para que vigilase cuánto tú en ella hicieras? ¿Bastaría que dijese, para legitimar ó excusar su conducta, que miraba por el cuidado de tu persona y hacienda, cuando á nada y á nadie temías? Pues la comparación, aunque burda, es lógicamente aplicable á este caso. Toda delegación del poder central en las provincias, viene á coartar la autonomía de éstas. ¿No tendrían las provincias su constitución aprobada por el Estado? Lógico es pues que su código político las enseñase los deberes que tenían para con el poder central, y cuando no, ¿habían de ser todos los habitantes de una provincia amparadores de la injusticia ó desafuero? ¿No es de suponer que habría, sin que hiciera de ello un oficio ó profesión, quien enterase al Estado de lo que la provincia hacía ó pensaba hacer á espaldas del derecho de la nación? Y antes de esto, ¿no habría tribunales provinciales ó regionales que mirasen por el buen cumplimiento de las leyes?
CALIXTO.- Entonces tampoco habría alcaldes nombrados por la provincia, ya que, según se desprende de tus palabras, sería imposible que los hubiese de real orden, como hoy se dicen.
VÍCTOR.- Ni nombrados por la provincia, ni nombrados por el poder central, no los habría, no los podía haber, si la autonomía de los municipios llegaba á la autonomía política. El poder central tiene su fuerza, porque no se concibe poder sin fuerza, pero ha de dejar á los municipios y á las provincias todo aquello que les es particular y propio. Si no fuera así el sistema federal se vendría abajo, por faltarle la base, que es la autonomía.
CALIXTO.- Luego, vuestra fórmula política es...
VÍCTOR.- Al municipio lo que es del municipio, á la provincia lo que es de la provincia, á la nación lo que es de la nación.
CALIXTO.- Mucho habla esa fórmula en favor de mis sentimientos bascongados. Por ella es indudable que Euskeria tendría su derecho asentado sobre sólidas bases. Mas no, no puedo aceptar sin reservas tu credo político. Tenéis en él la cuestión religiosa, que empaña la alegría que podría sentir al reconocerle superior á cualquier otra organización de gobierno.
VÍCTOR.- Faltan unos minutos para que salga el tren y en vano me cansaría en convencerte de tu error, ya que muestras sentir muy hondo tus creencias religiosas. Sólo añadiré á lo manifestado antes, que, como tú, con tus creencias, hay muchos federales, no solo fuera, sino dentro de España, y todos ellos defienden la federación como sistema y la república como forma de gobierno. No creo, pues, necesario que reniegues de tu credo religioso al buscar en la federación el respeto á las libertades euskeras. Basta con que reconozcas la justicia y el derecho que todos tenemos de pensar y de obrar libremente, siempre que nuestros actos no destruyan el derecho legítimo de los demás. Por otra parte, dices que eres bascongado, pues trabaja como bascongado. Ya que no tu razón, tu egoísmo, tú fe de raza, la tradición é historia de este pueblo debe ser la guía de tu conducta. Considera que la monarquía es tanto más fuerte cuando más centraliza los poderes y los intereses de los pueblos. No quieres gobernadores pues no quieras monarquía. No quieres alcaldes de real orden, pues no quieras monarquía ni república unitaria. Quieres que tu gobierno sea tu gobierno, nombrado por ti, sin que las demás provincias de España se mezclen en ese tu derecho, pues ama la república y ámala en la federación, que abandona á cada pueblo el ejercicio de sus facultades. Resumiendo. ¿Amas á tus creencias por Euskeria ó amas á Euskeria por tus creencias? ¿Amas á la monarquía por Euskeria ó amas á Euskeria, por la monarquía? Resuelve, resuelve esos dos puntos, y decídete á ser monje ó ciudadano bascongado, siervo de la corte de Madrid u hombre libre en la nación española. Ahora bien; si, como es mi mayor deseo, te decides por la federación y la república, difunde la doctrina que he expuesto por todos los rincones de Euskeria. No dejes aldea ni ciudad sin visitarla y enseñarle que la República federal reconocería como natural y legítimo derecho al pueblo bascongado sus más caras libertades: la autonomía política; porque estos atributos son, como he dicho tantas veces, la vida de nuestro sistema político, y la federación es tanto más perfecta, más próspera y feliz, cuanto más expansión encuentran los municipios y las provincias en sus peculiares medios de existencia. Mata, en fin, en lo que puedas, ese loco afán de querer separar Euskeria de la nacionalidad española, porque es suicida tal pretensión en los actuales momentos. Llena, llena de libertades el municipio y la provincia: coopera con tu esfuerzo á que todas las energías de esta viril raza se desarrollen en medio de un régimen que, como el federal, deja en manos del pueblo su vida y hacienda; y ahí tienes la mayor gloria que puede apetecer Euskeria: ser libre entre los pueblos libres.
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