Juan Francisco Correas fue un seminarista seguntino que, después de ser ordenado sacerdote, recorrió buena parte de la geografía peninsular organizando sindicatos católicos agrarios, hasta el punto de que se puede afirmar que fue uno de los más importantes teóricos y prácticos del catolicismo social español. Sacerdote, activista, escritor, periodista y siempre viajero, encontramos su huella en las diócesis de Sigüenza, Toledo, Jaén… Cuando la doctrina social de la Iglesia alcanzó la madurez, también encontramos a Juan Francisco Correas en el nacimiento del Partido Social Popular. Pero en 1923 la Dictadura de Primo de Rivera fracturó las filas del catolicismo social. Correas se sumó con entusiasmo a los corifeos del dictador y otros, como Ángel Ossorio Gallardo fueron excluidos políticamente y, en el caso de Jaime Torrubiano Ripoll, excomulgados y encarcelados. Ofrecemos dos artículos sobre Juan Francisco Correas y su obra escritos por José Torrubiano antes de que el catoliscismo social mostrase todas sus contradicciones y se malograsen sus proyectos comunes.
CUMPLIENDO UN DEBER
Pocas veces tomo mi pluma con más cariño que lo hago para trazar estas líneas, necesariamente demasiado breves.
Ahítos de convencionalismos y de farsas, aterido el corazón en medio del mar de hielo del egoísmo de esta desorientada sociedad, se siente una nueva vida, se respira aire puro de brisa mañanera de la montaña, cuando se halla un hombre apóstol totalmente penetrado del espíritu de Cristo, que no mide las penas cuando de evangelizar la paz se trata, enamorado del pueblo sobre el que derrama su corazón grande, siempre en consonancia con sus palabras y con sus obras.
Tal es el infatigable propagandista social agrario, R.P. Juan Francisco Correas, sacerdote de extraordinaria competencia y celo extraordinario.
Él más que nadie conoce a nuestro pueblo; él ha pulsado sus necesidades y se ha consagrado en holocausto a su remedio. Su peregrinación por España, derramando amor y consuelo, dignificando las almas y echando los más firmes cimientos del enriquecimiento de la patria, es ya merecedora de una historia biográfica que comienza a levantar el monumento que le debe el agradecimiento nacional.
Lo que le ha enseñado una rica experiencia de muchos años y ha rumiado él incesantemente al calor de su celo, acaba de verterlo en una hermosa obra titulada La reconstitución nacional por los sindicatos agrícolas.
No es obra ésta, como tantas que se anuncian, vulgares y que nada dicen: es un tesoro de amor cristiano y de organización sindical. Es obra de que no debiera carecer un solo párroco, ni un solo gran propietario, ni un solo propagandista cristiano.
No falta en ella la consideración doctrinal ni el rasgo oratorio de gran elocuencia relativos a la palpitante cuestión social de España; consideración y rasgos que sacuden vigorosamente a las conciencias dormidas y son aguijonazos fuertes a cuantos tienen alguna misión social que cumplir; pero es, ante todo, la obra del P. Correas obra de práctico y de organizador. No falta en ella el más insignificante dato que pueda necesitar el que se siente con vocación social en el campo; todas las dificultades de organización y de funcionamiento interno y legal que se presentan en las asociaciones agrarias están llanamente resueltas en La reconstitución nacional por los sindicatos agrícolas; de suerte que el más corto de alcance puede con su ayuda constituirse en director y propulsor de la más provechosa obra de restauración nacional.
¿Cuándo aprenderemos los españoles a gastarnos el dinero no en locuras que nos disipan y empequeñecen, sino en elementos de estudio que nos rehabiliten y engrandezcan? Seis pesetas cincuenta céntimos cuesta la obra que recomendamos; pero, no lo duden los lectores, darlas por ella es canjear escoria por oro puro, no sólo por elemento intelectual sólido que ella contiene, sino también porque en su doctrina hallarán la fuente del enriquecimiento material de los pueblos.
Tanto más hemos de adquirirle ejemplares de su hermosa obra al P. Correas, cuanto es ya hora de que no sólo hallen apoyo y prosperen entre nosotros los danzantes y toreros, sino más que nadie los hombres sacrificados, que han consagrado su vida a la prosperidad material y espiritual de España. Esa obra será en todas las bibliotecas, aunque las ocupaciones no permitan leerla, una ejecutoria de españolismo y de protesta a la leyenda de nuestra frivolidad.
Los pedidos al autor, Secretariado Nacional Católico Agrario, Cervantes 25, Madrid.
Jaime Torrubiano Ripoll (El Defensor de Córdoba, 10 de marzo de 1918)
UN GRAN APOSTOL
Tal vez sea yo el escritor contemporáneo que más se ha preocupado y más ha escrito, de un tiempo a esta parte, de la cuestión clerical en España, cuestión en la cual, a la hostilidad callejera siempre contraproducente, a la corta o a la larga, ha sucedido la terrible y mortífera hostilidad del silencio calculado y satánico.
Los proyectos que el estudio de tal cuestión me ha sugerido, que comencé a exponer en El Correo Español y que he de desenvolver en El Pensamiento Español, próximo a salir a la luz, van acompañados de la obsesión de unos pocos hombres, escasísimos por desgracia, del clero actual, cuya obra tenaz y perseverante de sabia evangelización es preciso poner a la luz del día.
De uno de ellos quiero ocuparme hoy, estrella de primera magnitud en el cielo del apostolado social.
Tiempo ha que profeso adoración cariñosísima al infatigable y virtuosísimo sacerdote don Juan Francisco Correas; ha sido maestro de todos los propagandistas agrarios que hoy siembran con tanto fruto por España la semilla de la sindicación cristiana. En este terreno, tres hombres han precedido a todos en la acción y en la organización: Aznar, Correas y Morán; Aznar y Morán son los hombres del cerebro. Correas es el hombre del corazón y de la acción. Correas ha templado las almas de esa brillante juventud, que enamora, que es la esperanza de la patria futura, que pisa con huella de luz y de amor los campos esquilmados por la usura y quemados por las lágrimas del pobre. La gigante Confederación Nacional Católico Agraria tiene por padres a Aznar, a Correas y a Morán; no puede desconocerse sin ingratitud y España o puede olvidarlo sin deshonor.
Con dolor he contemplado como otros se han alzado con la honra y con el provecho, no, tal vez, por culpa de ellos, que son también grandes apóstoles, sino por obra de cierta prensa personalista, cuyos extravíos no nos es lícito todavía poner de manifiesto. Yo que, voluntariamente, en el altar de la sinceridad y de la pureza cristiana, me he cerrado todas las puertas que se me abrían a la gloria y al esplendor humanos, por aquello de San Pablo: “lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”, rompo una lanza por esos hombres ilustres, cumpliendo el precepto del divino maestro: “Que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos”.
La obra de Correas es extensísima y de hondas raíces. Sólo un sacerdote como Correas pido en cada diócesis; uno solo.
En sucesivos artículos quiero poner de manifiesto la obra de Correas. El señor Obispo de Jaén, como vigilante pastor, ha sabido conocer el gran valor, escondido por intereses personales, y lo ha llevado a sí, y ha hecho de su palacio episcopal nido de águila social agraria para que lo convierta en hoguera de apostolado cristiano; y desde él ha remontado ya su vuelo el ave de la paz de los campos andaluces y extremeños.
Felicitamos muy calurosamente al insigne Prelado de Jaén por el insuperable acierto, ¡y el Padre Correas nos perdone la audacia de poner nuestra mano pecadora en su gloriosa historia!; tiempo ha que debimos hacerlo, pero inexcusables ocupaciones nos lo han impedido.
Debemos acompañar en su camino a los hombres que trabajan, sembrándolos de flores y colmándoles de dulzuras y de alientos para que no desfallezcan, ¡el consuelo de la gratitud no mancilla la rectitud de la intención ni la pureza del merecimiento; somos hombres, y los suaves caminos del espíritu, cuando son verdaderamente divinos, son muy humanos.
Jaime Torrubiano Ripoll (El Defensor de Córdoba, 14 de junio de 1919 y Gaceta de Tenerife, 1 de julio de 1919)
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