Panfleto monárquico con una declaración de Don Juan de Borbón, Madrid,
1942 (Archivo La Alcarria Obrera)
Los monárquicos, partidarios de una u otra rama de los
Borbones, comprobaron en 1939 con decepción que la victoria militar en la
Guerra Civil no se traducía en la reinstauración de la monarquía en España.
Pero si este conflicto bélico fratricida les había sido adverso, otro conflicto
bélico, la Segunda Guerra Mundial, les ofreció renovadas esperanzas de que en
España volviese a reinar un monarca. A partir de 1943, cuando la victoria de
las potencias amigas del Eje se antojaba imposible, los monárquicos redoblaron
sus esfuerzos para postular una monarquía como salida a la crisis institucional
que se acercaba con la derrota de los dictadores amigos. Con Alfonso Carlos de
Borbón muerto y Javier de Borbón-Parma interno en el campo de concentración
nazi de Dachau, era Juan de Borbón, el hijo de Alfonso XIII, la apuesta más
segura de los monárquicos. Ofrecemos dos panfletos distribuidos en la Universidad
madrileña en torno a 1943; el primero fue elaborado por los franquistas temerosos
de unos ejércitos aliados clavados a las puertas de la Península y, el segundo,
era distribuido por unos monárquicos envalentonados, pero que mostraban con
claridad como en ellos pesaban más las hipotecas de un pasado reciente que la
apuesta por un futuro de libertad y reconciliación que, digan lo que digan, no vino de su mano.
POR LA BANDERA DEL 18 DE JULIO
Para desdicha nuestra, está tan borrado el recuerdo de lo que
significó el 18 de julio de 1936, que cuando apenas han transcurrido seis
aniversarios de aquella fecha gloriosa, es viable difundir por el ámbito
nacional las más absurdas y contradictorias especies contra el sentido de
nuestro Movimiento, y aun contra el sentido común, y, lo que es peor aún, se ha
creado un ambiente que hace posible que estas torpes propagandas prendan en la
credulidad papanata de las gentes.
Día a día ha ido desvirtuándose el desarrollo político del Estado
Nacional que surgió del Movimiento, desviándose de sus prístinos cauces y apartándose
paso a paso de los principios por los que luchamos y triunfamos en los campos
de batalla. Tal es la consecuencia del desplazamiento de los puestos directores
de la política española de las personas que más directamente prepararon el
alzamiento del Ejército contra la República del 14 de abril y el olvido sistemático
a que hemos sido relegados los combatientes que voluntariamente secundamos al
Ejército en los albores de la Cruzada hasta la victoria final.
Que existan aisladas excepciones a esta indudable realidad nada hace al caso,
ya que se trata de personas inoperantes políticamente por su aislamiento, cuando
no significan traiciones individuales al solidario compromiso de mantener
inconmovibles los principios profundamente españoles, y nada más que españoles,
que dieron vida al glorioso Movimiento Nacional. Medio preferente para lograr
tan infame propósito ha sido la confusión creada por la propaganda que
desorientando a las gentes, acaba por sumirlas en un escepticismo suicida. A la
postre ha sucedido que los propios directores de la política nacional han sido
presa de la confusión misma que su política ha creado.
Para poner un poco de claridad en este ambiente ensombrecido y salir
al paso de la más grave y torpe infamia de desunión y confusión que se ha
lanzado, escribimos estas líneas nosotros, combatientes de la Cruzada Nacional,
que vemos con rabia y dolor que hasta el hecho mismo del Alzamiento es puesto
en tela de juicio por los voceros oficiosos y oficiales de la política
imperante.
La presencia de las tropas anglonorteamericanas en el África
septentrional ha provocado en algunos sectores una reacción anglófila que no
podemos tolerar de ningún modo como españoles.
Tampoco podemos transigir con la posición imbécil y cobarde de los que
señalan que una victoria anglosajona supondrá automática mente el triunfo del
comunismo en España y la renovación de los crímenes que caracterizaron la etapa
republicana.
La causa española no debe depender en manera alguna del triunfo de
Alemania o de Inglaterra, en cuya contienda se disputan problemas materiales
que nos son absolutamente ajenos. Nuestra postura no puede responder a
postulados geográficos o económicos. Nos debemos al servicio de Dios y a la hermandad
con Portugal e Hispanoamérica que la Historia nos exige. Para que España fuera
contendiente en la lucha actual sería menester que en ella se ventilaran los
mismos principios por los que el Ejército y el pueblo español peleamos hasta
ganar en la Cruzada Nacional. Ello no es, ciertamente, así; y hay que repetir
muy alto, tan alto como sea menester, para que lo oigan los que se apartan de
esta verdad inconmovible, que España sustenta unos principios religiosos y políticos
consecuencia de su manera de sentir profunda y entrañablemente católica y un determinado
quehacer en la Historia, que nada tienen que ver con el pasillo de Dantzig.
Nosotros nos lanzamos cara a las ametralladoras en los campos de España
por la Fe de nuestros padres; para rescatar la independencia de nuestra Patria entregada
precisamente a políticos dependientes del extranjero; para devolver a la nación
española una vida que el Frente Popular amenazaba; para restaurar, en fin, el
sentido tradicional de nuestra historia.
Nada de esto, digámoslo una vez más, se ventila en la guerra mundial
y, precisamente porque no existe quehacer español en esta contienda, es por lo
que los combatientes del Movimiento Nacional asistimos como espectadores a
cuanto ocurre. Cuando realmente existe alguna sustantividad que defender, solidaria
con nuestro sentir, acudimos prestos los españoles a defenderla. Así, en Rusia,
con nuestra tradicional bravura, la División de voluntarios combate al
comunismo. Interpretar las cosas de manera distinta es apartarse de la claridad
transparente del pensamiento español y de nuestro sentido ante la Historia.
Por ello, nosotros, combatientes de la Cruzada Nacional, hacemos
constar que no estamos dispuestos a dejar la defensa de España y de los
principios por los que murieron nuestros hermanos al beneplácito extranjero, ni
tampoco a jugarnos el destino de España a una de las posturas del tapete verde
internacional.
Para que no se pierda lo que conquistamos a tan duro precio, estamos
absolutamente decididos a unir nuestra sangre a la ya gloriosamente derramada,
luchando hasta morir, si preciso fuera, por la unidad y la independencia de
España.
LOS ESTUDIANTES MONARQUICOS
Tenemos una manera de pensar;
Debemos de tener sobre todo una manera de
ser.
En estos momentos en que se abren de nuevo las aulas universitarias
para recibimos a los estudiantes, divididos por virtud de una reciente
disposición oficial en dos «castas»: la de los «gendarmes» y la de los que no lo
son; la de los «soplones» y la de los que no queremos serio; nosotros, los
estudiantes monárquicos, pertenecientes o no a la Milicia Universitaria,
hacemos pública la norma de conducta que nos trazamos para las jornadas que se
avecinan.
Nos proponemos ser siempre VALIENTES, no MATONES; LEALES, no
DELATORES; CONSECUENTES CON NUESTRAS IDEAS, no PROVOCADORES; en una palabra: CABALLEROS,
no CHULOS. Procuraremos ser inmejorables en los estudios, en el servicio militar
y en los deportes.
Profundizaremos en el estudio de la verdadera doctrina monárquica,
para así, diariamente, en cuantas ocasiones se nos presenten, poder propagar
sin jactancias, pero con hombría de bien, entre nuestros compañeros aún
desviados, las ideas de salvación patria. Aquellas, cuya difusión no puede lícitamente
ser prohibida porque la falta de libertad para hacer el mal no debe en buena
ley ser negada también para hacer el bien; esas ideas que habrán de presidir
los destinos de España, no solo en un próximo porvenir, sino muy especialmente
cuando a nuestra generación le llegue el turno de auxiliar al Rey en la
gobernación del País; las mismas por las que muchos de nosotros, y la mayoría
de nuestros hermanos, supimos derramar nuestra sangre en los campos de batalla;
aquellas, en fin, únicas capaces de devolver la alegría a esa parte de nuestra
juventud que defraudada por cuanto sin fundamento se le ha prometido y hecho
creer en estos tres últimos años, desea, al pensar en el inmediato porvenir de
España, poder depositar su fe en algo y en alguien.
Compañeros: Para nosotros CATOLICOS, profundamente ESPAÑOLES,
VALIENTES, LEALES y CONSECUENTES; en una palabra: CABALLEROS, ese algo y ese
alguien no pueden ser otros que la MONARQUIA CATOLICA TRADICIONAL, encarnada en
la Augusta Persona plena de patriotismo, inteligencia y juventud de nuestro
REY.
A los olvidadizos, les recordamos en estos momentos la santa hermandad
practicada por los compañeros que nos precedieron en estas aulas antes del 18
de julio de 1936, los cuales, amando a España sobre toda idea de partido, en
apretado abrazo, ganaron la primera batalla a la anti-España venciendo a la F.U.E.
Como ellos no odiamos a nadie, pero no nos dejaremos avasallar. Todos
sepan que si nos buscan nos encontrarán.
Nosotros -lo anunciamos- no buscaremos a nadie, si no es para ofrecer
con nuestra amistad, nuestras ideas de salvación patria, nuestra fe en el REY.
Si contra nuestra voluntad, provocaciones ajenas nos obligan a la
lucha, seremos nobles en ella, y como tales reconoceremos en nuestros
adversarios -que aun no están en posesión de la Verdad- sus actitudes o rasgos
caballerescos.
Las bombas, pistolas, navajas y estacas, habrán de quedarse para los
COBARDES y DESALMADOS. Ellos no caben en nuestras filas aunque crean profesar
nuestras mismas ideas.
Tenemos una manera de pensar, PERO SE NOS DEBE DE DISTINGUIR SOBRE TODO
POR NUESTRA MANERA DE SER.
Nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestros puños, nos han de bastar para
hacer respetar nuestras ideas en la Universidad y demostrar en ella nuestra
lealtad al REY.
Compañeros, gritemos con EL: ¡VIVA ESPAÑA!
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