La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

12 de agosto de 2012

La rebelión de los sargentos en La Granja

La lenta implantación del régimen liberal en España se vio siempre entorpecida tanto por la monarquía, desde Fernando VII a su hija Isabel II, como por las élites del Antiguo Régimen, que se resistieron con fuerza a perder sus añejos privilegios. Hubo que esperar a 1868 para que hubiese en la Península una auténtica revolución, y aún esta Gloriosa, fue limitada en sus efectos y respetuosa con los que habían obstruido y obstruían la libertad. Una de las pocas ocasiones en las que la monarquía y sus valedores se vio en peligro fue con ocasión de la rebelión de los sargentos en el palacio de La Granja en agosto de 1836, que cortocircuitó el intento de la regente, María Cristina de Borbón, y de sus aliados de imponer un liberalismo de perfil bajo y que conservase beneficios y modos del Antiguo Régimen. El que era entonces ministro de Gracia y Justicia, Manuel Barrio Ayuso, escribió sus recuerdos e impresiones de estos hechos en el documento que ahora reproducimos; pocas veces puede comprobarse con tanta claridad como los sueños de libertad de un pueblo son las pesadillas de las minorías gobernantes.

MEMORIA PÓSTUMA DEL EXCMO. SEÑOR D. MANUEL BARRIO AYUSO
Si un día el historiador del Gobierno representativo, o sea de nuestras discordias en España, quisiera omitir en obsequio del decoro nacional los horrorosos trastornos e inmundos motines de Zaragoza, Barcelona, Málaga y Madrid, que tan tristes recuerdos han dejado en nuestras almas y tan feo borrón en nuestra historia, imposible que pueda hacerlo de los atroces e inauditos sucesos que tuvieron lugar en La Granja en los días 12, 13, 14, 15 y 16 del mes de agosto de este año (1836); porque ya se consideren aquellos, que no puede ser, como producto aislado de la insolente barbarie de una soldadesca desenfrenada y brutal, o ya más bien de agentes ocultos, poderosos y más avisados que impulsaron tan infernal maquinación, es lo cierto que nada semejante por su duración, y lo atroz de su ejecución se encontrará en la historia de los pueblos más atrasados del mundo.
Dos batallones de la Guardia Real escogidos, distinguidos y apreciados, cuando en el pleno goce de su prerrogativa se hallaban, cuando el más sublime acto de su nombre y profesión ejercían, es decir, cuando a ellos solos se había confiado la guarda de SS.MM. en un sitio que con propiedad pudiera llamarse un despoblado, convertidos de repente en infames traidores ó viles verdugos, atropellando y pisando los más sagrados deberes y respetos… acaban de trastornar el estado y sumir a la patria en el caos acaso para siglos.
La simple relación de los hechos, y no todos porque no es posible, dará sin necesidad de reflexiones una aproximada idea de lo que acabamos de indicar.
Tranquilamente seguían SS.MM. su jornada y permanencia en el real sitio de S. Ildefonso, ó sin otros temores al menos que los que daba algunos momentos la próxima facción de Basilio sobre cuyos movimientos se dirigía todo nuestro cuidado, cuando de repente sin noticia ni precedente alguno, y con la mas asombrosa sorpresa a las ocho y media de la noche del día 12 del citado mes de agosto se empezaron a oír en el cuartel de granaderos provinciales de la Guardia y sus inmediaciones grandes y descompuestas voces de vivas a la Constitución y a la libertad.
Apenas oídos los primeros gritos en lo interior de la población y Real sitio, todos nos dirigimos al punto de donde partían y vimos con el mayor asombro que, agolpándose con la mayor descompostura y furor gran porción de aquellos soldados á las puertas llamadas de Segovia por la parte de afuera, donde estaba el cuartel, pugnaban armados por quebrantarlas ó que se les abriesen para entrar en la población y llegar hasta palacio.
Sea dicho de paso y en obsequio de la verdad que preside a esta ligera reseña de los sucesos de aquellos días que sobre la falta de previsión de los oficiales y jefes de los batallones sublevados, y ninguna noticia que dijeron tener de aquellas ocurrencias, cometieron también el fatal y punible descuido de no acudir con la prontitud que el caso exigía, a contener y ahogar por la persuasión o por la fuerza la rebelión que empezaba en aquellos mismos momentos; si de pronto y con la rapidez necesaria hubieran acudido, tal vez en su origen se habría cortado la hidra que nacía en aquel momento para devorar el trono augusto, la justa libertad.
No sucedió así por desgracia, siendo el resultado que lo que a las ocho de la noche era, por decirlo así, una chispa, a las nueve y media era ya un horroroso volcán imposible de apagar.
Efectivamente, incrementándose por momentos la sublevación, y habiendo conseguido los granaderos sublevados que les abriesen las puertas de la población sus compañeros de armas y de crimen, los soldados del 4º de la Guardia Real de Infantería, cuyo cuartel estaba dentro, todos ya reunidos en abierto y horroroso motín, armados y haciendo fuego en todas direcciones cual si fuera una acción de guerra, se presentaron a las puertas de palacio, cerradas a prevención desde los primeros gritos, y entre ademanes y descompuestos acentos, entre descargas y alarmantes voces, que sólo cesaban por ligeros momentos para dar lugar a que se oyesen las músicas de uno y otro cuerpo que alternaban tocando el Himno de Riego, el Trágala y otros de esta especie; pedían cien cosas a la vez, cual calzado que le faltaba, cual prendas de vestuario, otros el pago de su haber, algunos su licencia absoluta y los más Constitución del año 12, exigiendo en tono amenazador que en aquella misma hora se colocase la lápida en la plaza.
Entre los gritos y voces de vivas a la Constitución se mezclaron desde el principio, pero mucho más ya en este momento, como a las diez algunas espantosas mueras, designando personas de su especial encono que lo fueron de las primeras la del general Quesada, la del comandante general del Real Sitio, conde de San Román, y algunas de las que se hallaban en la Corte y acompañamiento de S.M.
Desde las nueve de la noche se hallaban reunidos en palacio y al lado de S.M. la Reina Gobernadora, su ministro de Gracia y Justicia, el conde de San Román, el Caballerizo Mayor marqués de Cerralbo, algunos jefes y oficiales de la tropa sublevada, el capitán de Guardias, el comandante de armas de Segovia y otros varios; y en junta de todos, dispuesta y presidida por S.M. se trató de dictar y adoptar todas las medidas conducentes, á fin de hacer calmar tan horrorosa tempestad, y sosegar, si era posible, los ánimos irritados de los soldados. Fue la primera de aquellas hacer bajar a varios oficiales de los más queridos de la tropa sublevada á ofrecerles a nombre de S.M. calzado, vestuario, pagas v licencias, así corno un total indulto u olvido de su delito, si en el acto se retiraban a sus cuarteles: así lo ejecutaron aquellos pero sin fruto alguno; pues que ni bastó este influjo, ni hizo más que dar mayor pábulo a nuevas exigencias y más imponentes amenazas. Bajó en seguida el comandante general conde de San Román, se introdujo entre los amotinados, les arengó, ofreció, suplicó, pero con menos fruto aún; nuevas y más exageradas demandas, amenazas atroces contra el mismo conde, aun acción de algunos para asesinarle allí mismo: nuevo furor estalló entre la chusma amotinada; sus amenazas y mueras tornando más feroz y extenso carácter, alcanzaban ya hasta la persona sagrada de S.M. la Reina Gobernadora.
Fijaban el espacio de una hora a lo más, para otorgarles y darles hecho cuanto pedían, amenazando en otro caso escalar el palacio, operación atrevida que empezaron a ensayar, protestando que no quedaría vivo uno solo de cuantos en su recinto existían; y todo esto acompañándolo de un tiroteo el mas horroroso, con el triste desconsuelo además de estar presenciando que la guardia interior de palacio, compuesta de soldados de los propios batallones sublevados, estaba de acuerdo, confabulaba por las rejas, y animaba a los amotinados sus compañeros de afuera para que no desmayasen, ofreciendo ellos hacer por dentro cuanto fuese necesario.
En tal conflicto pues, y tan inaudito apuro, tratando de evitar a todo trance el sacrificio de la primera víctima, porque en tal caso hubieran sido funestísimas las consecuencias, de orden de S.M. se trató seriamente el entrar en conferencias con algunos de los sublevados sobre el punto principal reclamado, que era la jura de la Constitución del año de 1812, y fijación de la lápida en la plaza aquella noche.
Al efecto y para satisfacción de los mismos, se mandó comparecer a la presencia de S.M. y personas de su acompañamiento una comisión, compuesta de los que entre ellos hiciesen de cabecillas o de jefes, a cuya propuesta contestaron que allí todos mandaban, todos eran iguales, y que subirían tres por compañía, a saber: un sargento, un cabo y un soldado: así se les otorgó, presentándose á poco rato como de 20 á 30 hombres que entraron armados en el palacio, que para que así no lo hiciesen ante S.M., hubo de convencérseles con algún trabajo, pero se convinieron al fin a dejar los fusiles en la escalera ó primera antesala, y entrar desarmados en el Salón regio.
Para referir por menor lo que desde este momento en adelante pasó dentro del regio alcázar y a presencia misma de S.M. sería necesario que hábiles taquígrafos colocados a prevención hubieran llevado exacta cuenta de tantos disparates y desacatos; porque se vieron allí en los días posteriores, pero especialmente en esta noche, escenas las más imponentes, al paso que las mas ridículas.
Aturdidos en los primeros momentos con la presencia y continente augusto de la Majestad, apenas se oyeron más que voces mal articuladas, acentos de hombres tan groseros como criminales, vaciedades impertinentes y reclamaciones parciales, porque cada uno empezó a hacer las suyas. “Sí Señora, decía uno, queremos la libertad y la Constitución porque así valdrá la sal a peseta y no a 60 reales como le cuesta a mi padre ahora”; alegaba otro que estaba descalzo y que se le debía tanto y cuanto de atrasos; decía otro que S.M. le había engañado, y porque en la acción de tal se había batido y quedado herido y no le habían dado premio alguno ni la cruz de Isabel II, y otros y todos prorrumpieron en mil sandeces impertinentes y contradictorias.
Pero recobrados algún tanto, y poco después más de los justo, especialmente los dos sargentos, uno de Granaderos Provinciales y otro de la Guardia Real que formaban a la cabeza de la fila, y llevaban la voz, empezaron hasta con imprudente altanería a pedir a S.M. la publicación de la Constitución, la colocación de la lápida en aquella noche y el otorgamiento de la más completa libertad entendida a su modo; sobre lo cual les hizo reflexiones y cargos bien oportunos con admirable serenidad S.M. misma, y enseguida su ministro de Gracia y Justicia, particularmente cuando se oyó a aquellos mismos sargentos reclamar con especial ahínco la Constitución del año de 1812 y no la del 1820, porque decían con tanta sandez, como calor, que esta última contenía algunos artículos que no debían pasar ni a ellos les acomodaba. No bastaban para ellos reflexiones, no bastaban razones, por otra parte ni obraba el convencimiento. ¿De cuál eran capaces unos hombres insolentes y absolutamente embriagados? Embriagados sí, porque es preciso publicar, para que se sepa, que en aquella noche fatal, con anterioridad y sin saber donde existía, se vieron subir a la plaza y á la turba de amotinados muchas cargas de vino, gran cantidad de aguardiente que se les distribuía con larga y generosa mano; así es que por momentos crecía y se exacerbaba la sedición, la borrachera y el peligro. Se propuso pues á la comisión referida de sargentos y compañeros que por el comandante general conde de San Román, se les comunicaría inmediatamente la orden de S.M. para publicar y jurar la Constitución, y poner la lápida en aquella misma noche; á cuyo efecto ante los mismos, autorizó S.M. al referido jefe para hacerlo, mandando pusiese de su orden por escrito esta autorización, como se hizo, y que bajase a ejecutarla; manifestaron aquietarse por sí aunque de mala gana, con esta resolución de S.M., pero diciendo que probablemente no se conformarían sus compañeros de la plaza.
Bajaron efectivamente aquellos y con los mismos el conde de San Román; dijoles éste a todos en la plaza su contenido, leyóles la orden que tan lejos de aquietarles, dio ocasión a nueva gritería y más de descompuestas voces; viéndose aquel jefe repetidamente amenazado, y muy próximo a ser víctima de sus soldados. A lo sumo llegó en este momento el desorden; vieronse nuevos intentos de escalar la reja y balcón del palacio, reprodujose un horroroso fuego por toda la plaza y población, y no al aire y con pólvora sola, sino con bala, como se acreditó por los dirigidos a algunas habitaciones, entre otras á la misma en que, gravemente enfermo, se hallaba el señor embajador de Francia, conde de Rayneval, que murió a los dos días, y a otras varias casas, y aun a Palacio; como que fue preciso en aquella hora mudar a la inocente reina Isabel, desde la cama en que dormía en una de las habitaciones que dan a la plaza y frente donde estaban los sediciosos, a otra retirada del propio palacio donde no hubiera tanto peligro.
Conmovido ya entonces el ánimo sereno, y corazón grande de S.M., y consternados cuantos en su compañía estábamos, cediendo a tanta violencia y necesidad, solos y sin apoyo alguno, pues que la guardia interior del palacio estaba, si cabe, en peor sentido, o más sediciosa que la tropa de fuera, a todo trance se dispuso evitar mayores desgracias, y al efecto de orden expresa de S.M., que se escribió en el acto, se autorizó al mismo San Román para que, bajando acompañado de todos los oficiales existentes de los cuerpos sublevados, recibiese a la tropa el juramento a la Constitución, hiciese publicar esta de cualquier modo en aquella noche, ofreciendo hacerlo con mayor solemnidad al día siguiente, poniéndose en seguida la lápida ó tabla provisional con la inscripción correspondiente.
Empero, ni esto bastaba ya; el desenfreno y furor de la soldadesca y gente perdida del pueblo, que ya se había agregado, tocaba la línea de locura y verdadero frenesí. Ni siquiera se les permitió decir a los enviados su comisión: vieron que la orden escrita iba solo rubricada de S.M. y empezó a pedir la tropa a descompuestos gritos, que volviese su comisión a decir a S.M. que la orden debía ir firmada de su propia mano, y con todo su nombre; que habían de verla firmar ellos mismos, que no querían que se les engañase, y que además les había de dar S.M. un testimonio de su puño para que se pusiese la lápida en La Granja y en todas partes, con otras mil disparatadas y amenazantes peticiones.
A consecuencia de esto subió de nuevo la comisión, y a presencia de los sublevados, no ya aturdidos corno al principio, si no imprudentes y descarados haciendo un desacato a S.M. en cada palabra y acción, se dictó por el ministro de Gracia y Justicia en alta voz, de orden y a presencia de S.M. y de todos cuantos allí estaban, otro decreto que en medio de la sala y a vista de la referida comisión firmó S.M., poniendo la firma entera “Yo la Reina Gobernadora”. En él se ordenaba la publicación de la Constitución del año 12 y el juramento a la misma, en el ínterin que las Cortes unidas dispusiesen lo conveniente, según las necesidades de la nación; y fue el mismo sin duda que al momento se remitió por los amotinados ó sus directores oculto á Madrid, y después á todo el reino. De paso indicaré que el real decreto, de que aquí se hace mérito , lleva consigo defectos u omisiones bien visibles, de intento así ejecutado, para que cualquiera pueda conocer lo violento y vicioso de su origen y expedición. Ni se dice, por ejemplo, que la reina regente manda en nombre de su hija, ni está autorizado por su ministro allí presente.
Bajó pues la comisión con el referido real decreto que leyó en alta voz a la turba de sediciosos; y aunque en aquel ínterin que contiene dicho documento, se pararon algún tanto y quisieron de nuevo resistir, añadiendo neciamente que además de la firma debía llevar la estampilla se aquietaron por fin con él, y empezando para celebrar su triunfo nuevo tiroteo y alboroto de músicas y voces siempre espantosas y alarmantes, allí mismo y en aquella hora, que serían las dos o más de la mañana, sacando la bandera, dieron sus gritos é hicieron sus juramentos y farsas, con lo cual á cosa como de las tres, de mala gana, porque como decían algunos, no había habido sangre, se retiraron al cuartel aplazándose para el sol de aquel día a fin de poner la lápida y hacer la maniobra en formación y en regla.
Así acabó aquella primera noche, noche terrible en mil conceptos y en la que estuvieron en inminente peligro las preciosas vidas de S.M. y la de todos cuantos á su lado se hallaban. No habrá uno de cuantos lo ocurrido allí presenciaron que no se estremezcan de horror al recordarlo. Jamás se vio tanto desacato, tal desenfreno y tan crítica y peligrosa situación; y todo… por los guardias mismos de S.M. Con ánimo el más esforzado y sereno resistió S.M. hasta los últimos extremos, su ministro cooperó y sostuvo esta noble resistencia hasta que vio las bayonetas al pecho de la Majestad; no fue ni prudente ni posible hacer más; hubo que sucumbir, como cede el hombre honrado al puñal del asesino. Así estaría en los decretos de la Providencia.
Amaneció el día 13 un poco más tranquilo en verdad, pero más imponente si cabe, porque más despejados y ya sin vino los amotinados la primera idea que debió ocurrirles, y les ocurrió en efecto con la mayor fuerza, fue la del tremendo crimen cometido en aquella noche; situación y pavura de que supieron bien aprovecharse, y de que sacaron gran partido los ocultos agentes del movimiento para empeñar a la soldadesca á consumar su plan. Nos va la cabeza, repetían desde aquel día los soldados, y si nosotros hemos de morir, tampoco quedará vivo ninguno de cuantos existen en el sitio y palacio. Hubo sin embargo alguna calma hasta las tres de la tarde, en que los batallones alzados en formación rigorosa con sus oficiales a la cabeza y mandados por el mismo conde de San Román, acompañándoles los granaderos a caballo y los guardias de corps, todos de gala, dieron un paseo militar por la plaza frente se palacio, y poniéndose a su presencia la lápida en aquella, prorrumpieron en repetidos vivas, y en regular orden después se volvieron a sus cuarteles.
Por el día hubo desórdenes y desenvoltura en la población, entrando y saliendo los soldados en donde les acomodaba; y por la noche grandes grupos a las puertas de palacio, nuevos gritos, peticiones y exigencias que calmaron con mayor facilidad, porque se les otorgaba cuanto exigían.
Por el carácter de esta insurrección toda militar, y ya también porque entre los gritos y peticiones de los soldados en la noche anterior se les oyó clamar porque se presentase el general ministro de la Guerra, don Santiago Méndez Vigo, que había sido coronel de la guardia en la guerra de Navarra, en el referido día 13, por telégrafo, o no sé si por llamamiento escrito, se le mandó venir al sitio desde Madrid, y llegó en la tarde del día 14.
La presencia de este jefe, el concepto que sin duda había formado de que no sería tan atroz la sublevación, prevalido por otra parte de la influencia y superioridad que creía conservar sobre un cuerpo y unos soldados que acababa de mandar en sangrientas lides de guerra, sin informarse at fondo á su llegada de lo ocurrido, y estado de absoluta relajación en que aquel se hallaba, parece que quiso reconvenirles en el tono militar y firme de un jefe, pero de que hubo de ceder luego a la vista del estado en que la soldadesca se hallaba; pues que desacatándole como a todos, prorrumpieron en sus acostumbradas amenazas y exigencias, obligándole a replegarse, y tomar el tono hasta de súplica.
En el día 14 determinaron los sublevados enviar una comisión no sé si de una o dos compañías a Segovia para hacer publicar allí la Constitución, como lo verificaron; y unidos a otra compañía del 4º que se hallaba destacada en dicha ciudad, regresaron aquel mismo día a la Granja, trayéndose consigo tres cañoncitos del Alcázar, los mismos que usaban los cadetes de aquel colegio para sus ejercicios.
Entraron pues con ellos en el real Sitio reunidos y agrupados a los mismos todos los demás amotinados, que les esperaban a las puertas, con grandes músicas y canciones, capitaneados por el sargento Higinio García a caballo; se pasearon con gran pompa y con los cañones por el frente y debajo mismo de los balcones de palacio, como insultando y aterrando con ellos a S.M. y a cuanto se hallaban a su lado; colocaron después los cañones en la inmediación y parte interior de la puerta llamada de Segovia, poniéndole centinelas, y dando todo el aparato de terror que aun creían necesario para intimidar más y más el ánimo sereno de S.M.
En la tarde del referido día, a propuesta del ministro de Gracia y Justicia y consiguiente orden de S.M., se convocó una junta de los señores embajadores de Inglaterra, Mr. Williers, y enviado extraordinario de Francia, Mr. Boix Le Compte, con los ministros de Gracia y Justicia, el de Guerra, personas notables allí existentes como el conde de San Román, el marqués de Cerralbo y otros que no recuerdo. Se expuso en dicha reunión, presidida por S.M., el estado crítico en que nos hallábamos, y que todo presenciábamos, se hizo relación a los citados ministros extranjeros de las concesiones hechas, motivos de ellas, y medidas adoptadas en la noche anterior, haciéndoles las oportunas reflexiones sobre los sucesos, que corrían a nuestra vista, trascendencia que pudieran tener, o dársele en los tratados con las respectivas cortes; la absoluta inculpabilidad de parte de S.M. y su gobierno, desacatos cometidos y violencias hechas para arrancar dichas concesiones; a lo que ambos contestaron aprobando lo hecho, y aun instando para que sin dilación se otorgase a las tropas sublevadas cuanto pidieran, a fin de conseguir de las mismas el pronto permiso para trasladarse SS.MM. a Madrid, librando así sus preciosas vidas, que estaban en el mayor riesgo, lo que a todo trance debía evitarse y a cuyo solo objeto debían ya terminar todas las miras y desvelos del Gobierno y los suyos. Al fin de aquella tarde se presentó a S.M. por la comisión de sublevados un papel con cinco artículos contentivos cada uno de porción de peticiones, todas de la mayor entidad. Encabezábase como reclamación de toda la guarnición del sitio, pronta a firmarla en caso necesario pero que no lo hacía por ganar tiempo, y porque el efecto lo presentaba la misma comisión. Era papel de muy regular estilo en si redacción, y a cuya primera vista se conocía bien que no eran los ignorantes sargentos y miserables músicos y soldados sublevados los que la habían extendido. En él se pedían tantas y tales cosas, que eran necesarios gran porción de decretos y mayor aun de reales órdenes para su ejecución; y todo, decían los de la comisión, y aún se expresaba si no me engaño en el final del referido papel, se había de dar extendido, hecho y firmado para las doce de la noche, es decir, a las tres o cuatro horas de presentada dicha petición, añadiendo los sargentos y demás de la comisión que se había de ejecutar y firmar todo por S.M. a su presencia. ¡Hay conflictos ciertamente terribles y apuros inexplicables, y más cuando se trata con hombres incapaces de toda reflexión!
Desde las nueve de la noche buscando por todas partes oficiales, escribientes y colaboradores de todas clases, que apenas se encontraron en pequeños número, se estableció una oficina en palacio mismo, donde a la vez, y con la premura impuesta por los sediciosos, se dictaron, escribieron, corrigieron y firmaron multitud de decretos y órdenes, todo bajo la férula y presencia del sargento García y compañeros, que hicieron salir a S.M. para verla ellos rubricar y firmar, teniendo ya en un verdadero asedio y mortal agonía a S.M. y a cuantos allí se hallaban; porque es preciso tener muy presente que desde la primera entrada de los sediciosos en la noche del 12 al 13, subían, bajaban, entraban, salían y hollaban ya sin decoro ni permiso, soldados músicos y sargentos el augusto recinto y la habitación misma de S.M.
Extendidos y firmados los referidos decretos y órdenes, que decían relación los principales a la publicación y jura de la Constitución en Madrid, a la deposición de los generales Quesada y San Román , al nombramiento de nuevos ministros, al de armar de nuevo la guardia nacional de Madrid, con las órdenes para todos los capitanes generales y autoridades superiores de las provincias para la publicación y jura de la Constitución, y otras varias que no tengo presentes: con este cúmulo de papeles, órdenes y decretos, extendidos y firmados todos a la vista de los sargentos y comisionados, a cosa de las dos de la mañana, hora en que se dio cima a este ímprobo trabajo, trato de salir para Madrid el ministro de la Guerra, Méndez Vigo, a fin de dar a todo la debida ejecución.
Para la salida del Real Sitio ya se había convenido con los referidos sargentos, y obtenido aquel su indispensable permiso, bien que con la condición expresa de ser acompañado en su viaje por dos o tres de los mismos, con objeto, decían, de presenciar también en Madrid lo que se hiciese, y evitar de este modo que se les engañase. Era absolutamente necesaria la licencia o permiso de los sublevados, porque es de notar y tener muy presente, que desde la noche del 12 al 13 se había dado por los mismos la orden más rigorosa y amenazante de no permitir salir a nadie de aquél recinto, fuese cualquiera el pretexto ó categoría de la persona que lo intentase: a este efecto establecieron guardias y centinelas, no solo en las puertas principales de la población, sino hasta en las salidas, avenidas y portillos de las tapias de los jardines del real palacio, pero con tanto rigor y en tales términos, que hasta orden de fusilar tenían a cualquiera que bajo cualquier pretexto pugnase por salir o furtivamente lo intentase. Así es que nadie en estos días salió del sitio, ni aun SS.MM. a su paseo ordinario.
Y sin embargo, a pesar de aquel permiso, que dije arriba tenía el ministro de la Guerra para marchar á Madrid con los decretos y trabajos hechos, y también á pesar de ir él acompañado y escudado por dos sargentos de los principales motores del desorden, los demás amotinados, que estaban a las puertas ó de partida de vigilancia por fuera, como que todos eran iguales, sargentos, músicos y soldados, y se reputaban con el propio derecho de disponer, mandar a su placer, dijeron que no les acomodaba permitir la marcha de aquella comitiva; y a pesar de las insinuaciones de los sargentos que acompañaban al ministro, bajo frívolos pretestos, ó porque así les acomodó, le hicieron retroceder con especial encargo de volver a palacio a satisfacer nuevas exigencias. Con este pretesto y ocasión, a hora de la dos de la mañana poco más, soldados y músicos borrachos se introdujeron de nuevo en palacio, desacataron con nuevos insultos e indecentes ademanes a S.M., la amenazaron, y poco faltó ya para que entre sus inauditos escesos llegasen a lo sumo; fue preciso entre ruegos, súplicas y ofertas lanzar del augusto recinto aquellos desalmados bandidos; con lo cual, y satisfechas en el modo posible las nuevas demandas de los amotinados, a dicha hora volvió el ministro, acompañado de los propios sargentos, a intentar su salida para Madrid, que al fin consiguió, no sin trabajos, y marchó en posta al referido punto con sus acompañantes susodichos. Era preciso realizar y dar cumplida ejecución en Madrid a los decretos y órdenes expedidas, dejando establecido cuanto por ellas se mandaba; porque no a otro precio se permitía por la soldadesca la salida de SS.MM. y demás personas del gobierno para Madrid.
Así pasó la noche del 14 al 15, dejando en pos de la más cruel ansiedad sobre lo que se determinaría en Madrid, donde tal vez no tenían muy exacta idea de lo crítico de nuestra situación. Temíamos y con temor efectivamente de muerte, que se mandasen ya tropas desde Madrid a nuestro socorro, porque esto, que en el día 13 o primero de la rebelión hubiera podido sofocarla y salvarnos, en el día 15 ya hubiera sido sin remedio una sentencia de muerte para SS.MM. y cuantos las acompañábamos. La falsa noticia o alarma que, por equivocación ó de plan meditado se difundió, de que venían y se veían tropas procedentes de Madrid, puso en tal disposición a los sediciosos, que positivamente llegamos a recelar nuestro pronto trágico fin; gracias a que en muy pocos minutos se desmintió esta noticia, y a un aviso, que a costa de mil dificultades, se hizo llegar a Madrid para que no se destinase fuerza armada en nuestro auxilio; esto nos salvó. Tal era ya por su crimen el miedo de los soldados y tal la seguridad, o más bien la intimidación, que sus ocultos agentes les hicieron, de que para salvar sus cabezas no tenían otro recurso que el de las represalias en las personas de SS.MM., y demás de su acompañamiento, que la muerte de cualquier soldad por tropa llegada de fuera, hubiera sido, corno ellos mismos decían, la señal de sangre y muerte en palacio.
Lo que pasaba en Madrid ya en este día, y lo que ocurrió después de la llegada del ministro Vigo, otros lo contarán con mayor exactitud, porque lo presenciaron; los de La Granja, esperando con impaciencia la vuelta de aquel general y ministros llamados, pasamos malamente la noche del 15, sin tener la más ligera noticia de lo que en Madrid ocurría. Así llegamos hasta las ocho ó nueve de la mañana del 16, hora en que se presentaron en el Real sitio los generales Vigo, Rodil y el presidente del consejo de ministros nombrado en aquella crisis don José María Calatrava, con algunos otros que desde Madrid como aficionados les acompañaban.
No creían los recién llegados que la escena fuese tan imponente y seria como realmente era y muy pronto empero se convencieron, y aun se aturdieron del hondo abismo abierto á sus pies, cuando por sí mismos vieron el impudente descaro, altanería y la osada insubordinación de los sargentos García, Gómez y compañeros, de los cabos, músicos y soldados todos. Soltarse puede con facilidad el freno de una fiera, no tan fácil volverse a poner.
A los nuevos generales y ministros apenas apeados en la posada dirigieron estrepitosas y nuevas demandas todos los sublevados: García pedía galones y no sé si fajas, otro charreteras, y todos extraordinarios distintivos y premios: la ocasión se presentaba en la mejor sazón y los sediciosos, a todo trance trataban de aprovecharla, y aun creo que exigían el cumplimiento de anteriores promesas. Era preciso contentarlas, y por lo menos se les hicieron grandes ofertas, y dieron no pocas esperanzas. ¡Qué escenas tan desconsoladoras para todo ciudadano amante de su reina y de las instituciones! Ver a hombres encanecidos en el servicio de su patria prometer, rogar y adular á una soldadesca insubordinada y sediciosa, ¡por qué no morir antes que presenciar tales excesos! ¿Qué puede esperar la patria de tales desordenes? Desolación y ruina como por desgracia estamos viendo.
A vista de los nuevos generales y ministros, García y comparsa de sublevados, no contentos con el bien adquirido título de rebeldes, sediciosos y aun ladrones quisieron añadir el de asesinos; y para ello en abierto motín y gran bulla pidieron y fueron a buscar la cabeza del general conde de San Román, porque no menos gritaban, habían de ser ellos que los de 'Madrid, que habían asesinado al general Quesada; a duras penas se pudo contener la ejecución de tau horrendo atentado, y poner á salvo al referido señor conde, estableciendo a sus puertas una guardia de los menos acalorados, a cuya sombra ocultándose aquel pudo salvarse. Obra especialísima fue esta del ingrato y bárbaro sargento García, protegido del mismo conde, empleado por él en la Inspección de Milicias; y a quien daba en La Granja franca entrada, confianza y comida en su propia casa. Ex ungue Leonum: por esta muestra del héroe o primer instrumento de la insurrección de La Granja puede venirse en conocimiento de la virtud y nobleza de los demás.
El día 16 después de la entrevista de los citados Rodil y Calatrava con S.M., y acordadas algunas medidas para facilitar la marcha de todos a Madrid, pasó en preparativos al efecto, habiendo podido conseguir a fuerza de inmenso trabajo y muy especiales ofertas la salida en el propio día de los dos batallones sublevados al mismo destino, quedando en el sitio solo los destacamentos de granaderos, a caballo y guardias de corps.
El 17 al medio día salieron SS.MM., y en su mañana y resto del mismo todos cuantos allí estaban, detestando un sitio teatro de tantos horrores y sobresaltos, y pronosticando que sus aciagos sucesos serian origen de males sin fin para la patria.
En medio de la jornada se encontraban los batallones que habían salido el día anterior, y no faltaron por cierto lances y escenas bien notables y de peligro para alguno de los viajantes. Caminaba le tropa a su libertad y arbitrio, en completa disolución, sin obediencia ni subordinación alguna y haciendo cuanto les acomodaba. Venían sin duda preparando ya las funestas ocurrencias que en los siguientes días tuvieron lugar en Madrid.
No es posible de modo alguno referir por menor todos y cada uno de uno de los sucesos, desacatos, atentados y escesos de todas clases cometidos en los cuatro aciagos días de La Granja. Los sublevados dominaron a su placer todo esto tiempo el palacio y la población entera. La primera noche, además de los escesos ya notados, robaron varias casas, entre otras la de un confitero de la que se dijo habían tomado cuatro mil reales, el estanco público y varias otras y sea por esto, ó bien por lo que se les repartió, que debió ser cantidad bien crecida, es lo cierto que todos hacían ostentación y alarde de tener dinero en abundancia, y así lo manifestaban pública y materialmente. No había cuartel, reclusión ni listas; andaban sueltos los soldados por todas partes, y a todas horas entraban, salían y cruzaban por donde les acomodaba e insultaban a los que no llevaban cintas verdes; quisieron dar de golpes y persiguieron al efecto, porque no le conocían, al embajador inglés, que bajó a la puerta de Segovia a reclamar su correspondencia de Madrid, que los mismos le habían interceptado y aún abierto, y gracias a su ligereza pudo libertarse materiales golpes.
Los mismos soldados en las puertas recibían los partes, postas y correos que llegaban de Madrid y de otros puntos, abrían las cartas que les parecía, las leían y éste fue un nuevo origen de compromisos, de temores y persecución contra varios que, porque de Madrid les escribían reprobando lo que pasaba en el Sitio, tuvieron que ocultarse unos y acogerse otros á extrañas y seguras casas, libertándose así del furor de los amotinados, que por todas partes les buscaban.
Muy desde el principio se apoderaron también del telégrafo, y sea que alguno entre tantos lo entendiese, o mejor que el director amedrentado se prestó a servirles, lo cierto es que hicieron sus comunicaciones y recibieron sus respuestas. Por una de estas se supo bien pronto el asesinato alevoso del general Quesada, y alguna otra ocurrencia de Madrid.
También tuvieron algunos el sabroso capricho de introducirse en las cocinas de palacio, donde pidieron y se les dieron opíparos almuerzos o meriendas. No había en fin casa ni establecimiento cerrado para ellos, porque esta licencia es justamente lo que llamaban Constitución y libertad.
A penas en historia alguna de otros pueblos, inclusa la corte misma de los genízaros de otro tiempo, se presentaran ejemplos de una disolución igual, de una rebelión tan espantosa y continuada nada menos que por cinco días sin descanso. Concíbese bien, y sobrados ejemplos entre nosotros lo comprueban, que en un día de mal humor desenfrenada una soldadesca asesine a su general, a su coronel o jefe que les mande, pero horroriza ver sublevarse dos cuerpos predilectos y distinguidos contra su reina, que tantos favores les dispensara, contra unas niñas tiernas y augustas, contra unas señoras al fin que no sé si más respetable puede haber algo en la tierra.; y no por un momento o ligerísimo período de borrachera, sino por cinco días seguidos sin intermisión ni descanso. ¡Qué horror y qué mengua!
Agregábase a lo dicho para hacer más espinosa y crítica nuestra posición, la absoluta privación en que estábamos de noticias sobre paradero y movimiento d la facción de Basilio, y las sospechas vehementes, que llegamos á concebir, de que la sedición de los soldados del Sitio podía tener bajo el ostensible carácter y velo de Constitución el oculto pero verdadero de facción carlista, puesto que se vieron en gran comunicación é intimidad con aquellos los mas tildados de facciosos de la población del Sitio, esta idea y fundado temor a la vista de la proximidad del rebelde don Basilio nos hacía estremecer, prescindiendo de que aun cuando nada de esto fuese, ni puntos de contacto con carlismo tuviese, era por desgracia indudable que si cualquiera insignificante facción se hubiera presentado, su triunfo hubiera sido tan pronto corno seguro; porque ¿qué resistencia ni qué valor pudiera esperarse de un pelotón de ochocientos hombres sin jefes, sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación alguna y que en la mayor disolución sargentos, cabos, músicos v soldados todos entre sí se disputaban el mando? Ignorancia, descuido o cobardía fue esta de don Basilio que no estaba a la sazón más distante que 9 ó 10 leguas, y no poca fortuna de SS.MM. y de cuantos a su lado nos hallábamos.
Fueron los primeros sublevados los granaderos provinciales de la Guardia Real; se unieron a estos desde los primeros gritos, los del 4º batallón de la Guardia Real de infantería, entre ambos como unos ochocientos hombres. Ni en la primera noche, ni al siguiente día se unieron a ellos o tomaron parte los guardias de corps en número como de unos cincuenta, que se mantuvieron fieles y dando en la primera noche bien positivas pruebas de desaprobación y aun de conatos de resistir a los desmandados de infantería; del mismo modo obraron también en la primera noche los granaderos de a caballo en número como de unos cuarenta, y con iguales o mayores deseos de contener por la fuerza a los susodichos rebeldes. Pero uno otro destacamento de caballería poco á poco al segundo día ya fueron incorporándose con los sublevados, por afición muy pocos, por temor los más, y algún otro por consejo de los comprometidos para que con mejor razón y mayor intimidad y conocimiento fuesen poco a poco moderando el ímpetu y furor de la chusma amotinada, y conteniéndola en sus escesos, como en parte se consiguió.
He indicado arriba, y repito aquí, que los nuevos desacatos, turbulencias y escesos cometidos después y a días seguidos en Madrid por los mismos soldados de La Granja, su completa insubordinación y desórdenes en todos los puntos de la capital son el mejor comprobante de los inmensos males pronosticados, que a la triste y desventurada patria tiene que acarrear la sublevación y horrorosa rebelión de aquel Sitio. ¡Qué arrepentidos deben estar a estas fechas sus propios autores, si es que aun conservan, o abrigaron alguna vez sentimientos de verdadero amor patrio!
Público y muy sabido era en la nación entera que derrotados los maquinadores de trastornos, los de clubs secretos, bullangueros y anarquistas por el resultado de las elecciones para las Cortes revisoras, en las que vieron a pesar de sus inauditos esfuerzos, amenazas é intrigas de todo género su infalible ruina, intentaron hacer su revolución en Madrid, donde un solo hombre les hizo morder la tierra y desaparecer; aniquilados aquí, convirtieron sus miras en La Granja; y algún emisario y dinero les dio mayor triunfo que el que ellos mismos se atrevieron a esperar. A su tiempo se sabrá por qué invencible calamidad sucedieron tantos males. Quede pues, por ahora, a los lectores sensatos, y a la historia, ponderar y calcular los resultados de tamaña intriga y sedición, e imaginar la delicada amarguísima situación en aquellos cinco días de SS.MM. y de cuantos las acompañábamos. Si el acto pues de la adopción, restablecimiento y publicación de la Constitución del año 12 fue, por lo dicho, voluntario, espontáneo y a placer de S.M. la reina Gobernadora, también lo dirán los hombres imparciales y sensatos, y las generaciones futuras, quedando a las presentes el desconsuelo de sufrir los incalculables males que debe infaliblemente traernos, que ya por desgracia y bien de lleno estamos experimentando.

3 de agosto de 2012

El primer ensayo, de Rueda y Pedromingo para el Ateneo Obrero

El 23 de junio de 1902 el cuadro dramático del Ateneo Instructivo del Obrero de Guadalajara estrenó El primer ensayo, un juguete cómico en un acto y tres cuadros escrito por el maestro Manuel Rueda y el tipógrafo Vicente Pedromingo (que años después fue alcalde de la ciudad). Sólo era una más de las innumerables obras de teatro escritas por aficionados o por dramaturgos locales que se escribían y representaban en los teatros de provincias o en los escenarios de sociedades recreativas; muchas de ellas, obreras. No es fácil hoy en día imaginar lo que el teatro representaba para los españoles del siglo XIX y principios del XX: una animada distracción, un medio de difundir la cultura y, en ocasiones, un vehículo popular para la propaganda del ideal emancipador en las sociedades obreras. Desgraciadamente, a causa de su difusión exclusivamente local y de su ideología revolucionaria, la gran mayoría de estas obras, que además no siempre tenían la suficiente calidad, se han perdido. Por eso hoy reproducimos una escena de El primer ensayo, que además de mostrar con realismo la difícil situación de las clases populares en 1902 da un repaso a la rica prensa de la Guadalajara del momento, pocos años antes de que La Alcarria Obrera viese la luz.
Portada de la obra de teatro El primer ensayo (Archivo La Alcarria Obrera)
 
ESCENA II
 
DON NICOMEDES en traje de andar por casa, con una maquinilla de moler café y DOÑA NICASIA con un sombrero de señora en la mano para reformarle (2º derecha).
 
Nico. -¿Y la niña, Nicasia?
Nica. -En sus ocupaciones, Nicomedes, ¿Dónde quieres que esté?
Nico. -¡Pobrecita! Trabaja como una negra. Desde la mañana que se levanta hasta que se acuesta no descansa la infeliz.
Nica. -Tú verás si quieres que busquemos diez criadas que nos sirvan, con ese sueldo tan atroz de que disfrutas…
Nico. -De que disfrutamos, Nica, si no lo llevas a mal.
Nica. -Por ser tú un bragazas, Nico, ¡Vamos, que en veinticuatro años que llevas de chupatintas has llegado a tener veinticuatro duros mensuales de sueldo!, que peseta tras peseta desaparecen antes de que llegue el día veinte... Dime tú si pagando 25 de casa, 6 de carbón, 7'50 de luz, 10 al profesor de piano, 4 de peinadora, otras cuatro del recibo del Casino, 2 del Ateneo, 1 de alpiste, otra de cordilla para los gatos, 5 para tus vicios y 2 con 10 céntimos de periódicos, que arrojan un total de 67 y pico; dime si con cincuenta y tantas que quedan se puede vestir y se puede comer y se puede hacer un gasto extraordinario, como no vistamos de farfarilla de cebolla y comamos ¡cuernos! y de extraordinario nos entretengamos en contar cuentos para pasar el rato. Si tú fueras como otros que se agarran a los faldones de la levita de los que mandan y no se sueltan hasta quedarse con el pedazo entre las uñas, ya medrarías; pero no, tú nunca saldrás de treinta y tres, y tu mujer será siempre una negra, y tu hija otra negra, y esta casa se convertirá...
(Mientras recita lo anterior, Nicomedes empezará dando vueltas a la máquina de moler café, despacio, siguiendo con más fuerza hasta la terminación del párrafo, que habrá de decirse muy de prisa).
Nico. -Sí, en un ingenio de Cuba ó en una carbonería.
Nica. -Nicomedes...
(Amenazando) Sin guasas. No muelas más.
Nico. -A buena hora, cuando ya está molido. (Deja de moler, acercando la máquina á Nicasia, que ésta rechazará).
Nica. -Que no te burles, Nico,
Nico. -Mira, Nica, no te enfades; considera, mujer, que pueden estar escuchándonos tu hermano y nuestro sobrino, y ¡qué dirían de tu estado de fierecilla enjaulada! Ten calma; ya ascenderé y seremos dichosos.
Nica. -Sí, ¡buena dicha nos dé Dios con tu ayuda! (Empieza a arreglar el sombrero),
Nico. -Con tu permiso voy a repasar los periódicos. (Separa La Colmena, procurando al leer que el título del periódico lo vea el público). Lee: “El Duque, ya viene el Duque”.
Nica. -¡Jesús, hombre, me has asustado! Parece como, si dijera ¡que viene el coco!
Nico. -No te asustes, mujer, que este señor es más inofensivo que el coco. Oye. (Lee) “Nuestro ilustre jefe el Sr. Duque de Tetuán ha sido llamado a Palacio para consultarle Su Majestad acerca de la solución que ha de darse a la crisis. Nuestro ilustre jefe opta por la concentración como medio de salvar a España. Créese que en breve se le conferirán los poderes a nuestro ilustre jefe”.
Nica. -¡Qué pesadez! Pero hombre de Dios, ¿a nosotros qué nos importa lo que diga nuestro ilustre jefe?
Nico. -Bueno, mujer, leeré otro. (Toma La Región) “El Gobierno se ha declarado en quiebra como algunos verdaderos industriales. Caracterizados liberales aseguraban ayer en el Congreso, a las catorce y pico, que el Sr. Silvela es el hombre del presente, del porvenir y hasta del pasado. El Sr. Silvela será nuestra salvación. El Sr. Silvela será nuestro padre. El Sr. Silvela será...”
Nica. -Nuestro abuelo, nuestro tatarabuelo y toda nuestra familia. ¡Dale moler con la política! ¿Quieres acabar?
Nico. -¡Vaya! Cambiemos. (Coge Flores y Abejas) “Se encuentran en término de esta provincia, veraneando, las familias de nuestros amigos el exministro liberal Sr. Zancada, el subsecretario del gabinete conservador Sr. Peláez y el diputado republicano Sr. Malatesta”. “En la semana última, nuestra estimada y bella amiga y paisana señorita de Langostino, ha sufrido la arriesgada operación de la extracción de una muela cariada”. “Ha dado a luz con toda felicidad un robusto vástago, la esposa de nuestro amigo Sr. Ronco”. "Ha sido ascendido a oficial quinto de la Tesorería nuestro amigo Sr. Berdúguez”.
Nica. -Bueno, hombre, bueno. Basta de amistades.
Nico. -A ver si este otro te agrada (El Republicano). “En Algodor se ha celebrado un meeting de propaganda republicana. En él habló el correligionario Fierabrás, poniendo de relieve los excesos cometidos por los frailes con las monjas...”
Nica. -Calla, calla, por Dios; no leas barbaridades.
Nico. -Dispensa, mujer; me he equivocado. No dice eso. Dice: “En él habló el correligionario Fierabrás, poniendo de relieve los excesos cometidos por los frailes. Con las monjas y los frailes juntos -dijo- debería hacerse una matanza general que sirviera para abastecer a la humanidad entera, ahora que tanto escasea la carne”.
Nica. -¡Jesucristo! No digas más disparates, hombre.
Nico. -¡Ea! Veamos este otro (La Crónica). “Fiestas en Miedes... Fiestas en Ledanca… Fiestas en Alcuneza... Fiestas en Fuentes... Fiestas en…”.
Nica. -No sigas. ¿Es que ese periódico no sabe más que hablar de fiestas?
Nico. -Sí y del Conde de Romanones. Pero calla, mujer, que ahora viene lo mejor. Escucha: “Se encuentra en esta población nuestro querido amigo el celoso alcalde de Canredondo D. Silvestre Manso, hermano político de nuestro no menos querido el inteligente funcionario de Hacienda D. Nicomedes Bermejillo. Le acompaña su simpático hijo Robustiano”.
Nica. -¡Ah! Pero ese Silvestre, ¿es mi hermano?
Nico. -¡Está claro, mujer! Y ese Bermejillo tu marido, el inteligente funcionario de Hacienda. (Con énfasis)
Nica. -Pues mira, no diré que no os merezcáis la noticia; pero me extraña mucho, porque debemos un semestre de suscripción.
Nico. -Entonces por eso lo han insertado, para recordárnoslo.
Nica. -Mientras no nos inserten en la lista de tramposos, no vamos mal.

31 de julio de 2012

Santiago Carrillo y las zonas de libertad

Recientemente insertábamos una entrada con una parte muy significativa del documento “La Ley Sindical y las elecciones sindicales” que en 1971 elaboraron un grupo de militantes madrileños de la CNT del interior; en este texto se criticaba la táctica empleada por el PCE para aprovechar los resquicios del régimen con motivo de las elecciones sindicales de ese mismo año; pues en lugar de desacreditar al régimen boicoteando los comicios, se buscaba una amplia participación en el proceso que, aunque fuese de oposición al sindicato vertical, era presentada por el régimen como un respaldo a sus instituciones y un aval para su política represiva. Ahora reproducimos un amplio fragmento del informe presentado por Santiago Carrillo, secretario general del PCE, al Pleno del Comité Central comunista en septiembre de 1970. En él, defiende Carrillo su táctica (que llama "zonas de libertad") y sustituyendo un análisis marxista por un ejercicio de puro subjetivismo, se considera el artífice de la apertura y de la crisis del franquismo, que en su opinión se producía no tanto como resultado del cambio de las condiciones materiales y políticas de España sino como fruto de la acción exclusiva del PCE. Sorprende que pocos años después, este mismo Santiago Carrillo asumiese con tan débil resistencia el proyecto reformista de la burguesía franquista, desdeñando esa fuerza que el PCE decía tener.
Pegatina del PCE, 1977 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
Parece ser, según hemos leído en ciertos “papeles”, que algunos de los que apoyaron y participaron en esta política de salir a la superficie la condenan ahora calificándola incluso de aventurera. La atribuyen -¡hay que ver a qué extremos lleva la pasión desbordada!- ser causa de la represión del régimen. Es decir, un poco más y justifican la represión. Olvidan que cuando no estábamos en condiciones de salir a la superficie, ni de proponérnoslo siquiera, la represión franquista era todavía mucho más feroz; que no había detenciones ni procesos que no se saldasen con fusilamientos, cadenas perpetuas y torturas prolongadas meses y meses. Niegan un hecho real: que la represión ha ido retrocediendo, ablandándose precisamente a medida que el Partido y el movimiento de masas han ido saliendo a la superficie. Pase todavía que piensen así algunos jóvenes izquierdistas que han nacido a la lucha ahora, que no han conocido la represión franquista en todo su apogeo, que sólo saben de esa represión en sus formas de hoy, y que creen que el modo de eludirla es la ultraclandestinidad. Pero que hablen así los que han conocido ambas etapas, la de ayer y la de hoy, no se explica de ninguna manera.
Cierto que la salida hacia la superficie representaba un riesgo deliberado. Significaba salir desde las catacumbas -es decir, del trabajo de pequeños círculos ultraclandestinos, de la distribución reducidísima de la propaganda, entre una ínfima minoría de iniciados; de la acción de militantes heroicos ocultos- a una actividad de masas, cada vez más abierta. Significaba ir descubriendo nuestras baterías; promoviendo militantes que se tenían que ir dando a conocer en el movimiento de masas, ir levantando la cabeza, con el riesgo, naturalmente, de ser golpeados.
Pero la práctica demostró rápidamente cuán justa era la aseveración de que la mejor defensa de los militantes frente a la represión es el movimiento de masas. Vimos en seguida cuán distinta era la situación de un militante arrestado en el curso de un movimiento de masas, arropado y sostenido por éstas, de la situación de los militantes de los anteriores grupos ultraclandestinos, aislados de las masas, cuando caían a manos de la policía.
Esta orientación a salir a la superficie, ¿qué la ha determinado? Las mismas necesidades de la lucha y las condiciones objetivas que han ido creándose. Mientras la confrontación entre el régimen y las fuerzas democráticas se desarrollaba en un terreno alejado de las masas, como un combate entre un aparato de Estado fuerte y brutal y unos grupos audaces y casi invisibles de combatientes revolucionarios, ni podía concretarse la posibilidad de un cambio, ni el pueblo podía creer en la viabilidad de éste. Era necesario crear las condiciones para que el dilema entre franquismo y democracia apareciese con posibilidades de resolverse a favor de ésta. Hubo un momento, a raíz de la segunda guerra mundial, en que la unidad de las fuerzas republicanas en la emigración, la existencia -aunque efímera- de un gobierno unitario en el exilio, junto con la lucha guerrillera dentro del país, plasmaban una alternativa democrática concreta al franquismo.
Muy pronto esta solución se esfumó. Y se hizo evidente que la alternativa democrática tenía que cuajar en el país mismo, tenía que materializarse y erguirse concretamente en España, frente al régimen, disputando el terreno a éste.
Se trataba de ir conquistando, en el país mismo, zonas de libertad, bases de la lucha democrática. Las posibilidades para conquistar estas zonas o bases con 'la lucha armada no existían; lo habíamos comprobado prácticamente en años de lucha guerrillera. Era necesaria otra táctica, que podía dar resultados semejantes: la lucha revolucionaria de masas.
Los progresos hechos en este orden han sido lentos, pero seguros. Si observamos la “zona de libertad” conquistada por el movimiento obrero comprobaremos que ya es impresionante. De la huelga, delito de sedición según la ley, hemos pasado a la huelga como práctica corriente.
De la prohibición absoluta de toda reunión, de toda asamblea, a la imposición de asambleas y reuniones ya con frecuencia, en empresas, sindicatos, iglesias.
De la manifestación juzgada como delito de sedición, a la manifestación como práctica corriente de lucha.
De los sindicatos verticales corporativos única organización sindical autorizada por la ley, pero inoperante, a las Comisiones Obreras como movimiento de los trabajadores articulado independiente, ilegalizadas por sentencia de los tribunales, pero impuestas por la práctica.
La zona de libertad así conquistada, impuesta en la lucha, por la clase obrera, es muy extensa si se mira atrás, a años aún no tan lejanos.
En el terreno de la lucha estudiantil los cambios han sido también enormes. Del SEU fascista se ha pasado al movimiento estudiantil actual, con sus asambleas, sus paros, sus periódicos murales, sus manifestaciones.
Ahora en el campo comienza a desarrollarse un progreso semejante. Igual sucede con el movimiento de mujeres y los movimientos profesionales. La misma oposición burguesa se manifiesta también abiertamente en la superficie, a despecho de la legislación del régimen.
Los que habéis salido a otros países habréis tenido ocasión de comprobar que muchas veces nuestros amigos extranjeros no comprenden muy bien la situación de España. ¿Cómo es posible, preguntan, que bajo la dictadura franquista se realicen luchas, y se empleen formas democráticas en el movimiento de masas, semejantes en un todo a las que están legalizadas en los países de democracia? ¿Cómo es posible que los movimientos de masas envíen sus delegaciones a las conferencias internacionales como podrían hacerlo los de países democráticos?
Algunos observadores extranjeros explican esta situación como el efecto de una política de “liberalización” del mismo régimen franquista; e incluso los representantes de éste en las negociaciones internacionales tratan de apuntarse este tanto para disipar las reservas internacionales que rodean a la dictadura, indicando que ésta se halla en trance de evolucionar.
No es verdad que el franquismo se liberalice. Lo que presenciamos son los resultados de la orientación a salir a la superficie. Es decir, de crear en la realidad, frente a las instituciones y a la legalidad franquista, que subsisten formalmente tal como eran, zonas de libertad en las que la batalla contra el régimen se plantea desde un terreno sólido y concreto. En cierto modo se trata de levantar, frente al poder de Estado franquista, bases que pudiéramos llamar de poder y de lucha democrática; de extender y desarrollar estas zonas comiéndole el terreno al régimen. Hasta la experiencia española podía pensarse que frente a un poder fascista, apoyado en un aparato policíaco-militar, esas bases sólo podían lograrse por la lucha militar, liberando zonas geográficas. La experiencia española ha mostrado que esas bases también pueden crearse en determinadas circunstancias por medio de la lucha política revolucionaria de masas. Para el éxito de esta estrategia no basta la combatividad revolucionaria del Partido y de las masas; tan indispensable como esa combatividad es una política muy audaz y abierta; que ablande ideológica y políticamente al adversario, que fomente las contradicciones en su seno; capaz de encontrar aliados que antes podían ser insospechados y de neutralizar; día tras día, la mayor cantidad de resistencias posibles. Nuestra combatividad no hubiera servido de mucho, con una política estrecha, dogmática, hecha a base de clichés.
Cierto que ninguna de esas zonas de libertad son conquistas definitivas; que unas y otras pueden ser puestas en entredicho. En un momento dado, las conquistas logradas en una empresa, en una localidad, en una rama profesional, o en una Universidad, pueden perderse momentáneamente como consecuencia de la represión policial y patronal. Pero si una de esas zonas desaparece en un lugar, reaparece luego en otro, antes paralizado. En conjunto las zonas de libertad se van extendiendo y ampliando. Ahí están Granada y Yecla, y el Metro de Madrid afirmándolo. La táctica de la lucha revolucionaria de masas en esta situación tiene mucha semejanza con la táctica de lucha guerrillera.
A medida que las zonas de libertad se van extendiendo en la geografía político-social del país, la situación del régimen se torna más apurada. Las masas comprueban en su práctica que es posible vivir de otra forma, que ellas pueden jugar un papel social y político activo, que el franquismo les niega. Cunde el ejemplo. Las fuerzas del régimen se sienten acosadas; una parte de ellas comprenden que no pueden seguir gobernando de la misma forma y se distancian del poder. El régimen se presenta cada vez más débil, más impotente para oponerse a este proceso.
Esto no tiene nada de común con una "liberalización”; es una brecha abierta desde abajo, en lucha tenaz, rompiendo las resistencias. Si se tratase de una "liberalización” desde arriba el régimen se adelantaría a los acontecimientos legalizando ciertas formas de acción, tratando de asimilar lo logrado por las masas. Pero vemos que no sucede nada de eso. Las instituciones siguen siendo formalmente las mismas instituciones fascistas; los principios siguen siendo también idénticos principios fascistas. Las leyes fascistas no se modifican. Este proceso de conquista de la democracia es una lucha desde abajo, contra el poder. En ese proceso de lucha, la clase obrera está en vanguardia, de manera indiscutible; pero con ella marchan cada vez más resueltamente los campesinos y las fuerzas de la cultura; ahora vienen a convergir también importantes fuerzas burguesas.
Todo este proceso no es una sucesión casual de acontecimientos; es el fruto de una estrategia política consciente, determinada. Ahí aparece, nítidamente, el papel dirigente del Partido. Aunque en ese proceso intervengan también otras fuerzas y su contribución sea considerable, y aunque esas fuerzas sean cada vez más conscientes del mecanismo político-social en el que se integran, el mérito de la concepción, desde el principio; el mérito de la apertura de esa vía, en una situación muy distinta a la de hoy, en que todo comienza a estar claro, una situación en la que muchos no velan salida posible; el mérito de la iniciativa corresponde a la capacidad de nuestro Partido para aplicar a la situación histórica concreta el método marxista-leninista. Por eso, junto al movimiento de masas, junto a otras fuerzas políticas, emerge a la superficie en esta situación, con una personalidad y una fuerza imposibles de negar, fracasados todos los intentos de aislarle y lanzarle al ostracismo, el Partido Comunista de España.
¿Acaso ha aparecido, en el campo revolucionario, una estrategia que pueda enfrentarse seriamente a la nuestra? No, ninguna. No hay ningún grupo político que proponga seriamente hoy cambiar, por ejemplo, la estrategia basada en la lucha revolucionaria de masas, por una estrategia de lucha armada. Si existieran un mínimo de condiciones objetivas para ésta no sólo habría grupos para proponerla, sino para realizarla. No los hay. A lo sumo, en algunos “papeles” izquierdistas se habla de la lucha armada como de una perspectiva lejana Pero ¿y ahora? Para el futuro, nosotros no negamos que en uno u otro momento esa forma de lucha llegue a ser necesaria. Pero por el momento lo esencial es tener claridad sobre las tareas de lucha actuales. Y nosotros decimos y repetimos que hoy, a través de la lucha revolucionaria de masas, del establecimiento de alianzas y convergencias, hay que ir ampliando las zonas de libertad, haciendo recular al adversario, creando las condiciones para la ofensiva decisiva contra la dictadura, para la huelga general y la huelga nacional.
La única estrategia que de verdad se opone hoy a la que nosotros preconizamos, es una estrategia reformista, aunque se encubra con frases revolucionarias; es la renuncia a la lucha revolucionaria abierta de masas, la renuncia a salir a la superficie a disputar el terreno frente a frente al enemigo, el retorno a la ultraclandestinidad; en definitiva, la vieja concepción reformista de realizar primero una labor de “concienciación”, de educación, a través de “papeles”, “seminarios” y otras formas académicas, para poder más tarde -¿cuándo?- empezar la lucha.
Esa concepción es cien por cien reformista porque significa: abandonar todas las posiciones conquistadas por el movimiento de masas para volver a las catacumbas; dejar el terreno libre al adversario. El franquismo se frotaría las manos de gusto si esta concepción prosperase. En el mejor de los casos, esa táctica equivaldría simplemente al abandono de la iniciativa política por parte de la clase obrera, al paso de la dirección de la lucha democrática a manos de la burguesía.
Tales posiciones pueden, ciertamente, encubrirse con las más retumbantes frases revolucionarias; pero no pasan de ser puro reformismo, disfrácense como se disfracen.
Nosotros hemos estado en las catacumbas; hemos hecho prácticamente solos la guerrilla. Pero era otra época, la época en que se fusilaba simplemente por militar en una organización clandestina del Partido. A través de un camino de lucha y sacrificio, el Partido y las fuerzas antifranquistas han superado esa situación.
¿Significa eso que nos opongamos a los seminarios, a la agitación y propaganda escrita y hablada? No, puesto que nuestro Partido es el que más seminarios y cursos realiza, y el que más propaganda escrita publica y difunde. Pero nuestro Partido tiene en cuenta el principio leninista de que las masas y los revolucionarios se educan particularmente en la misma lucha; que las otras son formas complementarias. La conciencia revolucionaria de las masas y los líderes revolucionarios no crecen en el invernadero de los seminarios, de las élites aisladas; crecen en la acción. Y la práctica de nuestro país lo ha confirmado una vez más.
La táctica escogida para salir a la superficie ha exigido la combinación ágil de las posibilidades legales y de las formas extralegales; la existencia de una vanguardia, cada vez más numerosa, dispuesta a aceptar los riesgos del combate. La concepción leninista de la vanguardia no tiene nada que ver con las ideas elitistas de ciertos pequeños grupos aislados. La idea de la élite entraña el menosprecio, la separación de las masas, la subestimación de su papel. La concepción de vanguardia dimana del papel determinante de las masas, de la necesidad de ser parte de éstas, de mantener el contacto más estrecho con ellas, de saber dar a veces un paso atrás para poder dar dos pasos adelante.