Pegatina
del PCE, 1977 (Archivo La Alcarria Obrera)
Recientemente
insertábamos una entrada con una parte muy significativa del documento “La Ley
Sindical y las elecciones sindicales” que en 1971 elaboraron un grupo de
militantes madrileños de la CNT del interior; en este texto se criticaba la
táctica empleada por el PCE para aprovechar los resquicios del régimen con
motivo de las elecciones sindicales de ese mismo año; pues en lugar de desacreditar
al régimen boicoteando los comicios, se buscaba una amplia participación en el proceso que,
aunque fuese de oposición al sindicato vertical, era presentada por el régimen
como un respaldo a sus instituciones y un aval para su política represiva.
Ahora reproducimos un amplio fragmento del informe presentado por Santiago
Carrillo, secretario general del PCE, al Pleno del Comité Central comunista en
septiembre de 1970. En él, defiende Carrillo su táctica (que llama "zonas de libertad") y sustituyendo un
análisis marxista por un ejercicio de puro subjetivismo, se considera el
artífice de la apertura y de la crisis del franquismo, que en su opinión se producía no tanto
como resultado del cambio de las condiciones materiales y políticas de España
sino como fruto de la acción exclusiva del PCE. Sorprende que pocos años después, este
mismo Santiago Carrillo asumiese con tan débil resistencia el proyecto reformista de la burguesía franquista,
desdeñando esa fuerza que el PCE decía tener.
Parece ser, según hemos
leído en ciertos “papeles”, que algunos de los que apoyaron y participaron en
esta política de salir a la superficie la condenan ahora
calificándola incluso de aventurera. La atribuyen -¡hay que ver a qué extremos lleva
la pasión desbordada!- ser causa de la represión del régimen. Es decir, un poco
más y justifican la represión. Olvidan que cuando no estábamos en condiciones
de salir a la superficie, ni de proponérnoslo siquiera, la represión franquista
era todavía mucho más feroz; que no había detenciones ni procesos que no se
saldasen con fusilamientos, cadenas perpetuas y torturas prolongadas meses y
meses. Niegan un hecho real: que la represión ha ido retrocediendo,
ablandándose precisamente a medida que el Partido y el movimiento de masas han
ido saliendo a la superficie. Pase todavía que piensen así algunos jóvenes
izquierdistas que han nacido a la lucha ahora, que no han conocido la represión
franquista en todo su apogeo, que sólo saben de esa represión en sus formas de hoy,
y que creen que el modo de eludirla es la ultraclandestinidad. Pero que hablen
así los que han conocido ambas etapas, la de ayer y la de hoy, no se explica de
ninguna manera.
Cierto que la salida hacia
la superficie representaba un riesgo deliberado. Significaba salir desde las
catacumbas -es decir, del trabajo de pequeños círculos ultraclandestinos, de la
distribución reducidísima de la propaganda, entre una ínfima minoría de
iniciados; de la acción de militantes heroicos ocultos- a una actividad de
masas, cada vez más abierta. Significaba ir descubriendo nuestras baterías;
promoviendo militantes que se tenían que ir dando a conocer en el movimiento de
masas, ir levantando la cabeza, con el riesgo, naturalmente, de ser golpeados.
Pero la práctica demostró
rápidamente cuán justa era la aseveración de que la mejor defensa de los militantes
frente a la represión es el movimiento de masas. Vimos en seguida cuán distinta
era la situación de un militante arrestado en el curso de un movimiento de
masas, arropado y sostenido por éstas, de la situación de los militantes de los
anteriores grupos ultraclandestinos, aislados de las masas, cuando caían a
manos de la policía.
Esta orientación a salir a
la superficie, ¿qué la ha determinado? Las mismas necesidades de la lucha y las
condiciones objetivas que han ido creándose. Mientras la confrontación entre el
régimen y las fuerzas democráticas se desarrollaba en un terreno alejado de las
masas, como un combate entre un aparato de Estado fuerte y brutal y unos grupos
audaces y casi invisibles de combatientes revolucionarios, ni podía concretarse
la posibilidad de un cambio, ni el pueblo podía creer en la viabilidad de éste.
Era necesario crear las condiciones para que el dilema entre franquismo y democracia
apareciese con posibilidades de resolverse a favor de ésta. Hubo un momento, a
raíz de la segunda guerra mundial, en que la unidad de las fuerzas republicanas
en la emigración, la existencia -aunque efímera- de un gobierno unitario en el
exilio, junto con la lucha guerrillera dentro del país, plasmaban una
alternativa democrática concreta al franquismo.
Muy pronto esta solución se
esfumó. Y se hizo evidente que la alternativa democrática tenía que cuajar en el
país mismo, tenía que materializarse y erguirse concretamente en España, frente
al régimen, disputando el terreno a éste.
Se trataba de ir
conquistando, en el país mismo, zonas de
libertad, bases de la lucha democrática. Las posibilidades para conquistar
estas zonas o bases con 'la lucha armada no existían; lo
habíamos comprobado prácticamente en años de lucha guerrillera. Era necesaria
otra táctica, que podía dar resultados semejantes: la lucha revolucionaria de
masas.
Los progresos hechos en este
orden han sido lentos, pero seguros. Si observamos la “zona de libertad”
conquistada por el movimiento obrero comprobaremos que ya es impresionante. De
la huelga, delito de sedición según la ley, hemos pasado a la huelga como
práctica corriente.
De la prohibición absoluta
de toda reunión, de toda asamblea, a la imposición de asambleas y reuniones ya
con frecuencia, en empresas, sindicatos, iglesias.
De la manifestación juzgada como delito de sedición, a la manifestación como práctica corriente
de lucha.
De los sindicatos verticales
corporativos única organización sindical
autorizada por la ley, pero inoperante, a las Comisiones Obreras como
movimiento de los trabajadores articulado independiente, ilegalizadas por sentencia
de los tribunales, pero impuestas por la práctica.
La zona de libertad así
conquistada, impuesta en la lucha, por la clase obrera, es muy extensa si se mira
atrás, a años aún no tan lejanos.
En el terreno de la lucha estudiantil
los cambios han sido también enormes. Del SEU fascista se ha pasado al movimiento
estudiantil actual, con sus asambleas, sus paros, sus periódicos murales, sus manifestaciones.
Ahora en el campo comienza a
desarrollarse un progreso semejante. Igual sucede con el movimiento de mujeres y
los movimientos profesionales. La misma oposición burguesa se manifiesta también
abiertamente en la superficie, a despecho de la legislación del régimen.
Los que habéis salido a
otros países habréis tenido ocasión de comprobar que muchas veces nuestros amigos
extranjeros no comprenden muy bien la situación de España. ¿Cómo es posible,
preguntan, que bajo la dictadura
franquista se realicen luchas, y
se empleen formas democráticas en el movimiento de masas, semejantes
en un todo a las que están legalizadas en los países de democracia? ¿Cómo es
posible que los movimientos de masas envíen sus delegaciones a las conferencias
internacionales como podrían hacerlo los de países democráticos?
Algunos observadores extranjeros
explican esta situación como el efecto de una política de “liberalización” del
mismo régimen franquista; e incluso los representantes de éste en las
negociaciones internacionales tratan de apuntarse este tanto para disipar las
reservas internacionales que rodean a la dictadura, indicando que ésta se halla
en trance de evolucionar.
No es verdad que el
franquismo se liberalice. Lo que presenciamos son los resultados de la orientación
a salir a la superficie. Es decir, de crear en
la realidad, frente a las instituciones y a la legalidad franquista, que
subsisten formalmente tal como eran, zonas de libertad en las que la batalla contra
el régimen se plantea desde un terreno sólido y concreto. En cierto modo se
trata de levantar, frente al poder de Estado franquista, bases que pudiéramos
llamar de poder y de lucha democrática; de extender y desarrollar estas zonas
comiéndole el terreno al régimen. Hasta la experiencia española podía pensarse
que frente a un poder fascista, apoyado en un aparato policíaco-militar, esas
bases sólo podían lograrse por la lucha militar, liberando zonas geográficas. La
experiencia española ha mostrado que esas bases también pueden crearse en
determinadas circunstancias por medio de la lucha política revolucionaria de
masas. Para el éxito de esta estrategia no basta la combatividad revolucionaria
del Partido y de las masas; tan indispensable como esa combatividad es una política
muy audaz y abierta; que ablande ideológica y políticamente al adversario, que
fomente las contradicciones en su seno; capaz de encontrar aliados que antes
podían ser insospechados y
de neutralizar; día tras día, la mayor cantidad de resistencias
posibles. Nuestra combatividad no hubiera servido de mucho, con una política
estrecha, dogmática, hecha a base de clichés.
Cierto que ninguna de esas
zonas de libertad son conquistas definitivas; que unas y otras pueden ser
puestas en entredicho. En un momento dado, las conquistas logradas en una
empresa, en una localidad, en una rama profesional, o en una Universidad, pueden
perderse momentáneamente como consecuencia de la represión policial y patronal. Pero
si una de esas zonas desaparece en un lugar, reaparece luego en otro, antes
paralizado. En conjunto las zonas de libertad se van extendiendo y ampliando.
Ahí están Granada y Yecla, y el Metro de Madrid afirmándolo. La táctica de la
lucha revolucionaria de masas en esta situación tiene mucha semejanza con la
táctica de lucha guerrillera.
A medida que las zonas de
libertad se van extendiendo en la geografía político-social del país, la situación
del régimen se torna más apurada. Las masas comprueban en su práctica que es
posible vivir de otra forma, que ellas pueden jugar un papel social y político
activo, que el franquismo les niega. Cunde el ejemplo. Las fuerzas del régimen
se sienten acosadas; una parte de ellas comprenden que no pueden seguir
gobernando de la misma forma y se distancian del poder. El régimen se presenta
cada vez más débil, más impotente para oponerse a este proceso.
Esto no tiene nada de común
con una "liberalización”; es una brecha abierta desde abajo, en lucha tenaz,
rompiendo las resistencias. Si se tratase de una "liberalización” desde
arriba el régimen se adelantaría a los acontecimientos legalizando ciertas
formas de acción, tratando de asimilar lo logrado por las masas. Pero vemos que
no sucede nada de eso. Las instituciones siguen siendo formalmente las mismas
instituciones fascistas; los principios siguen siendo también idénticos
principios fascistas. Las leyes fascistas no se modifican. Este proceso de
conquista de la democracia es una lucha desde abajo, contra el poder. En ese
proceso de lucha, la clase obrera está en vanguardia, de manera indiscutible;
pero con ella marchan cada vez más resueltamente los campesinos y las fuerzas de
la cultura; ahora vienen a convergir también importantes fuerzas burguesas.
Todo este proceso no es una
sucesión casual de acontecimientos; es el fruto de una estrategia política
consciente, determinada. Ahí aparece, nítidamente, el papel dirigente del
Partido. Aunque en ese proceso intervengan también otras fuerzas y su
contribución sea considerable, y aunque esas fuerzas sean cada vez más
conscientes del mecanismo político-social en el
que se integran, el mérito de la concepción, desde el principio; el mérito de
la apertura de esa vía, en una situación muy distinta a la de hoy, en que todo
comienza a estar claro, una situación en la que muchos no velan salida posible;
el mérito de la iniciativa corresponde a la capacidad de nuestro Partido para aplicar
a la situación histórica concreta el método marxista-leninista. Por eso, junto
al movimiento de masas, junto a otras fuerzas políticas, emerge a la superficie
en esta situación, con una personalidad y una fuerza imposibles de negar, fracasados
todos los intentos de aislarle y lanzarle al ostracismo, el Partido Comunista
de España.
¿Acaso ha aparecido, en el
campo revolucionario, una estrategia que pueda enfrentarse seriamente a la
nuestra? No, ninguna. No hay ningún grupo político que proponga seriamente hoy
cambiar, por ejemplo, la estrategia basada en la lucha revolucionaria de masas,
por una estrategia de lucha armada. Si existieran un mínimo de condiciones objetivas
para ésta no sólo habría grupos para proponerla, sino para realizarla. No los
hay. A lo sumo, en algunos “papeles” izquierdistas se habla de la lucha armada
como de una perspectiva lejana Pero ¿y ahora? Para el futuro,
nosotros no negamos que en uno u otro momento esa forma de lucha llegue a ser
necesaria. Pero por el momento lo esencial es tener claridad sobre las tareas de
lucha actuales. Y nosotros decimos y repetimos que hoy, a través de la lucha revolucionaria
de masas, del establecimiento de alianzas y convergencias, hay que ir ampliando
las zonas de libertad, haciendo recular al adversario, creando las condiciones
para la ofensiva decisiva contra la dictadura, para la huelga general y la
huelga nacional.
La única estrategia que de
verdad se opone hoy a la que nosotros preconizamos, es una estrategia reformista,
aunque se encubra con frases revolucionarias; es la renuncia a la lucha
revolucionaria abierta de masas, la renuncia a salir a la superficie a disputar
el terreno frente a frente al enemigo, el retorno a la ultraclandestinidad; en
definitiva, la vieja concepción reformista de realizar primero una labor de “concienciación”,
de educación, a través de “papeles”, “seminarios” y otras formas académicas,
para poder más tarde -¿cuándo?- empezar la lucha.
Esa concepción es cien por
cien reformista porque significa: abandonar todas las posiciones conquistadas
por el movimiento de masas para volver a las catacumbas; dejar el terreno libre
al adversario. El franquismo se frotaría las manos de gusto si esta concepción
prosperase. En el mejor de los casos, esa táctica equivaldría simplemente al abandono
de la iniciativa política por parte de la clase obrera, al paso de la dirección
de la lucha democrática a manos de la burguesía.
Tales posiciones pueden,
ciertamente, encubrirse con las más retumbantes frases revolucionarias; pero no
pasan de ser puro reformismo, disfrácense como se disfracen.
Nosotros hemos estado en las
catacumbas; hemos hecho prácticamente solos la guerrilla. Pero era otra época,
la época en que se fusilaba simplemente por militar en una organización
clandestina del Partido. A través de un camino de lucha y sacrificio, el
Partido y las fuerzas antifranquistas han superado esa situación.
¿Significa eso que nos
opongamos a los seminarios, a la agitación y propaganda escrita y hablada? No,
puesto que nuestro Partido es el que más seminarios y cursos realiza, y el que
más propaganda escrita publica y difunde. Pero nuestro Partido tiene en cuenta
el principio leninista de que las masas y los revolucionarios se educan particularmente
en la misma lucha; que las otras son formas complementarias. La conciencia
revolucionaria de las masas y los líderes revolucionarios no crecen en el invernadero
de los seminarios, de las élites aisladas; crecen en la acción. Y la práctica de
nuestro país lo ha confirmado una vez más.
La táctica escogida para
salir a la superficie ha exigido la combinación ágil de las posibilidades legales
y de las
formas extralegales; la existencia de una vanguardia, cada vez más numerosa,
dispuesta a aceptar los riesgos del combate. La concepción leninista de la
vanguardia no tiene nada que ver con las ideas elitistas de ciertos pequeños grupos
aislados. La idea de la élite entraña el menosprecio, la separación de las
masas, la subestimación de su papel. La concepción de vanguardia dimana del papel
determinante de las masas, de la necesidad de ser parte de éstas, de mantener el
contacto más estrecho con ellas, de saber dar a veces un paso atrás para poder
dar dos pasos adelante.
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