Caricatura de José Rogerio Sánchez publicada en Flores y Abejas
El día 26 mayo de 1906 se celebraba en la ciudad de Palencia la
primera sesión de la Asamblea Regional del Norte de las Corporaciones
católico-obreras, es decir el comicio del catolicismo social asociado más
poderoso del país: el que se asentaba en la Castilla agraria y en la industrializada
Cornisa Cantábrica, donde contaba con una amplia base de campesinos leales en
la Meseta y con el poso católico de los vascos. A esa Asamblea asistió como
delegado de la entonces provincia de Santander el profesor José Rogerio
Sánchez, que en ese año vivía en tierras cántabras, que dictó una de las
principales conferencias. Muy pocos meses después, José Rogerio Sánchez se
trasladó a vivir a Guadalajara y aquí intentó, sin mucho éxito, atraerse a los
alcarreños a los postulados de la llamada Doctrina Social de la Iglesia. No
consiguió ser elegido concejal y sólo pudo abrir un Círculo Católico Obrero que
tenía demasiado de católico pero que estaba huérfano de obreros. Reproducimos
ahora la ponencia que presentó en la citada Asamblea de Palencia; basta leerla para entender porque el catolicismo social no se ganó el corazón de los trabajadores castellanos, en particular, ni de los españoles, en general.
MEMORIA leída por Don José Rogerio Sánchez de Santander “Sobre la organización de las Asociaciones católico-obreras”
Pobre entre
los más modestos que se reúnen en esta Asamblea Regional de las Corporaciones
católico-obreras del Norte de España, he, no obstante, de aportar á esta labor
de cristiana regeneración social unas ideas que en lo que ellas tengan de
acertadas y provechosas no me pertenecen, pues aquí sólo soy portador de las
aspiraciones é ideales de mi querida Asociación católica de escuelas y Círculos de
obreros de Santander, dignísima y honrosamente
representada en este Congreso por el celosísimo é infatigable Director
espiritual y
el benemérito socio fundador D. Manuel Canales.
Mucho hemos
pensado allí sobre el que ahora es asunto ó tema segundo de este cuestionario. Algo se ha
hecho también en Santander en busca de la Federación, siquiera regional -que
nosotros no podíamos aspirar á otra cosa- y en la colección del Boletín del obrero se muestra
patentemente cuán convencidos nos hallamos en Santander de la necesidad,
importancia y
urgencia de federar las Corporaciones católico-obreras, si algo definitivo y pronto queremos emprender.
“La unión es
fuerza” han invocado no pocas veces cuantos intentaron la propaganda de una
doctrina y el establecimiento de un estado social que de ella derivase. Los
católicos, que poseemos la evidencia de la verdad y bondad de la nuestra,
hemos, sin embargo, tan á menudo olvidado aquellas palabras -cuyo profundo
sentido práctico es incuestionable- acaso por juzgar que la misma virtud de
nuestra causa habíala de hacer triunfadora, que hemos llegado á parar en un desconocimiento de nuestras fuerzas, de nuestro poder, de
nuestros recursos, y á movernos, cada cual en su esfera, con una
independencia rayana en la insubordinación; con un abandono de los que
afanosamente trabajan, cercano ya al egoísmo.
De ahí las
escasas iniciativas que las Corporaciones obreras católicas en España han
tenido hasta poco tiempo hace -en que el Consejo Nacional ha tenido á bien motu proprio,
llevar nuestra representación- en la vida social y española, cuando había, no obstante, fundados motivos para esperar que
agrupaciones de antiguo muy importantes como las del Norte, Cataluña y Valencia, aspirarán á hacer valer sus derechos, é influir con su prestigio en las múltiples relaciones del Estado con la clase obrera. Y es muy evidente que,
constituidas, como hasta aquí lo han estado las diversas Asociaciones católico
obreras -aparte la no completa unidad que el Consejo Nacional y los esfuerzos siempre fecundos del insigne P.
Vicent, ha logrado darles- era punto menos que imposible levantar una voz que
algo significase para elevar un ruego ó reclamar un derecho. Y, sin embargo, si nuestra misión es de defensa y organización social, claro está que, por su misma naturaleza, no puede ser una
labor aislada la que traemos entre manos, y que urge la Federación para
conseguir mayor cohesión y fraternidad
en nuestras relaciones y más eficacia en los fines que nos proponemos.
Ahora bien:
esa Federación, ¿cómo debe de realizarse? Aquí
aparecen dos criterios igualmente respetables los
dos, y entre los cuales podrá escogerse lo más apropiado.
Parece ser que estando nuestras Asociaciones obreras no pocas veces formadas por
socios de muy distintas profesiones, y residiendo ya en grandes ciudades, donde es más fácil la homogeneidad
de oficios y
profesiones, ya las otras en ciudades ó pueblos
donde la vida agrícola y fabril se desenvuelven, ora por fin no pocas
Asociaciones de labradores establecidas casi exclusivamente en los pequeños centros agrícolas, sería más conveniente que pensar
en Federaciones regionales por razones históricas ó geográficas, intentar una
alianza basada sobre intereses comunales. Esto traería la ventaja y fuerza de
una amplia y
fortísima agremiación
nacional que estudiaría por si misma las cuestiones
que pudieran interesarle, y cada una de
esas partes constituyentes de la gran agremiación o Federación propondría á un Consejo general-agrícola, fabril ó industrial,
sin olvidar nunca las necesarias relaciones patronales, lo que éste, en
definitiva, había
de realizar, y la fuerza expositiva de ese Consejo tendría en su apoyo la que significaba esa gran federación
gremial –por llamarla de algún modo- á la cual prestaba su apoyo toda
Asociación obrera donde existían individuos ó grupos de esa liga. La comunidad
de intereses y problemas que preocupan á los diversos oficios y profesiones uniría indefiniblemente á éstos entre
sí, y las ventajas se experimentarían muy pronto.
Otra forma de
alianza, y acaso la más viable, sería la exclusivamente regional, adoptando
como elementos de ella los que en una misma región geográfica fuesen entre sí
más análogos, ora por comunidad de costumbres, carácter y trabajos, ya
agrícolas, ya industriales. Difícil es en este punto establecer cosa definitiva
en las agrupaciones, que han de tener algo de convencional. Una muy ordenada sería,
á no dudarlo, la de las provincias eclesiásticas; mas no se ocultan las
dificultades de una Federación que así establecida no está basada sobre las
condiciones arriba examinadas.
De un modo ó de otro
estatuida la Federación, debe estar cimentada primeramente en la liga provincial
-como es ya un hecho en Santander- regida por un Consejo diocesano; de los diversos
Consejos de la región se constituirá el regional, formado por dos
representantes de cada uno de los diocesanos y establecido en la capital que se designe en la región. Los Consejos
diocesanos ó provinciales se formarían con la Junta del Centro católico de la capital y los presidentes de
las Asociaciones obreras de la provincia. Los Consejos ó Juntas
regionales se constituirán presididos por uno cualquiera de los delegados
provinciales, á elección, y de estos
delegados uno debe ser obrero, La conveniencia de que el obrero tome parte directa en todo lo que significa su vida moral y social, es
por demás patente; nuestra aspiración ha de ser la de educarle, para que pueda llegar un día en que, por sí
mismos, se muevan libres de las asechanzas de utópicas teorías y subversivas doctrinas.
Y esto es
además urgente, porque encomendada en la mayor parte de las Asociaciones
católicas la dirección de las mismas á la clase media, por ser ésta la
depositaria de mayor cultura intelectual y dotada de más medios sociales de
defensa, es innegable que no está lejano el día en que las necesidades
apremiantes ya en esa misma clase en la que hoy se viene notando claramente el
mal estado social, haga que se preocupen de sí misma con mayor empeño, y para entonces es imprescindible que nuestros
obreros se hallen convenientemente organizados y dirigidos y en vías de la
cristiana regeneración que anhelamos.
No es este
lugar adecuado para señalar las
relaciones que en lo religioso han de tener entre sí estas Asociaciones federadas,
pero creemos que, por lo que se refiere á los Consejos provinciales, deben de
estar en lo religioso, bajo la única é inmediata
autoridad del prelado respectivo, y como delegado
suyo el director espiritual del Centro católico de la capital. La muestra
patente del espíritu federativo debe revelarse en una completa unión para
cuanto se refiera
á sus fines sociales y económicos, iniciados por'
cualquiera de los elementos de la Federación debidamente
representado en los Consejos provinciales y regionales, pero teniendo muy en
cuenta que es imprescindible la más amplia autonomía local, tanto en el orden religioso como en el económico. Para dar unidad á estas Federaciones regionales, es evidente que allí,
donde en último término han de resolverse cuantas cuestiones de orden social
puedan interesamos, existe un Consejo ó, mejor
acaso, Junta Central ejecutiva que llevará la representación oficial de las regiones ante
los Poderes públicos, y servirá de lazo de unión, y
en casos determinados de conciliadora y árbitra
entre todas.
Esto puede decirse que existe ya en el Consejo
Nacional de las Corporaciones obreras; mas téngase en cuenta que en él, para
que pueda ser justa y legalmente un mandatario y representante de las regiones,
falta, en rigor de verdad, un vocal designado oficial y solemnemente por
cada una de ellas, el cual mandatario habría de residir precisamente en Madrid.
De esta manera la constitución del Consejo Nacional respondería á su carácter consultivo y
ejecutivo que debe ostentar y sus individuos unirían á los grandes méritos contraídos en su benemérita existencia una misión más en armonía
con las relaciones que el Consejo puede establecer con Asociaciones nacidas
antes que él ó que no procedan de su iniciación.
La designación de estos vocales del Consejo Nacional,
delegados de las regiones, deberá hacerse en cuanto sea posible; una vez
realizada la Federación regional. Para llevar ésta á cabo
con la prontitud conveniente, los Rvmos. Prelados se servirán decretarla
en sus respectivas diócesis como obligatoria á todas
las Asociaciones católico-obreras, de cualquier clase
.Y condición que sean, existentes en su jurisdicción.
Para que ni un momento pueda quedar esta empresa de
la Federación desamparada, y entretanto se llega á la
definitiva constitución del Consejo Nacional, tendrá éste
las mismas atribuciones expresadas anteriormente en sus relaciones con las
Asociaciones regionales.
Este avance, de lo que entendemos nosotros que puede
ser un plan de Federación, es aplicable lo
mismo al proyecto por agremiación que
al de liga por regiones, mas nos inclinamos á juzgar
esta última forma de la federación más fácil de realizarse y más accesible
también á las relaciones que la Federación exige.
En conformidad con esta opinión podrían en la región
N y O de España determinarse tres regiones, Así, primera
región; Valladolid, Burgos, Soria, Palencia, León, Zamora y Salamanca. Segunda:
las Vascongadas, Santander y Asturias. Tercera: las cuatro provincias gallegas.
Estas son las
ideas que sobre el tema segundo ocurre presentar en esta Asamblea, á fin de que
si merecen ser
examinadas, pueda hablarse sobre ellas, y para su más clara exposición se
resumen de este modo:
BASES PARA LA FEDERACIÓN
1. La Federación
es urgente para todas las Asociaciones católico-obreras, y debe fomentarse para todo cuanto sea referente á fines sociales y económicos.
2. Toda
Asociación conservará su más amplia autonomía, tanto en el orden religioso -siempre
bajo la autoridad del propio prelado y del director
espiritual por éste designado- como en el aspecto económico.
3. Las Asociaciones existentes en una provincia formarán el Consejo diocesano, que residirá en la capital de la Diócesis, Este
Consejo estará compuesto por la Junta directiva del Círculo central -o con elementos
de más Juntas si hubiese más de un Centro- y los presidentes de las Asociaciones católico-obreras de la provincia.
4. Los
Consejos regionales se constituirán con dos delegados de cada Consejo provincial.
La presidencia
será electiva, las reuniones trimestrales, y á ser posible en las distintas capitales federadas.
Los Consejos, tanto provinciales como regionales, se renovarán todos los años
después de renovadas las Juntas directivas de los Centros federados.
5. Pasado un
plazo prudencial, que esta Asamblea puede señalar, los Consejos regionales elegirán, por sufragio, una Junta central, compuesta de un número de vocales igual al de
regiones formadas
en España y que tenga su residencia en Madrid. Esta Junta deberá unirse al Consejo Nacional y formar de él parte.
6. Se
establecen en el N y O de España tres regiones: vasco-cántabro-asturiana, castellana y gallega.
7. Para llevar á cabo con toda prontitud esta Federación, los Rvmos. Prelados se dignarán decretarla en sus diócesis.
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