Cartel
apoyando la Huelga General contra el Estado de Excepción de 1975
A
partir de los primeros años de la década de los 50, el movimiento libertario
español sufrió una severa crisis; acosado por la dictadura franquista y
empeñado en mantener una estructura sindical clandestina, agotó sus fuerzas y
se vio obligado a organizarse en grupos de afinidad, asumiendo el tradicional
modelo asociativo del anarquismo y renunciando a su vertebración sindical. Muy
poco tiempo después, la clase trabajadora encontró nuevas formas de agruparse
en una ilegalidad consentida por el régimen; nacieron así las Comisiones
Obreras, pero también la USO y la AST. Naturalmente, su adaptación a nuevas
formas de activismo clandestino no supuso la liquidación de la CNT ni la deserción
de sus militantes, ni tampoco el abandono de su ideario, como erróneamente supusieron los
cincopuntistas. Reproducimos parcialmente un documento, “La Ley Sindical y las
elecciones sindicales”, elaborado por un grupo de militantes cenetistas de
Madrid en 1971 en el que se critica con dureza la táctica sindical de Comisiones
Obreras, dictado por el PCE, y se muestra muy perspicaz en la denuncia del
modelo de sindicalismo (burocrático y electoralista) que impuso el verticalismo
franquista y que, de la mano de Comisiones Obreras, aún hoy soportamos.
PARTIDO COMUNISTA-COMISIONES
OBRERAS
Habrá que utilizar un
lenguaje claro. Ya lo decía el manifiesto de la CNT española anterior a las
“elecciones”. Parece que solamente los grupos clásicos del obrerismo español
saben utilizar este lenguaje. Todos los grupos neos han padecido frente al PC
española la misma suerte de fascinación temerosa que se dice sienten los
pajarillos ante la mirada de ciertas serpientes. Y atención, que no queremos
hacer literatura fácil. Tenemos argumentos suficientes para no necesitar
retórica. Lo que queremos decir es que el complejo de inferioridad que ante el
PC siente la mayor parte de los grupos neos, se deriva de la actitud sicológica
de quien, sin una sólida raigambre histórica, se halla situado ante un gran
complejo de poder, real o potencial. El poder, real o potencial, ejerce
precisamente siempre esa suerte de fascinación, sobre todo si se presenta con
apariencias de futuro. Pero nosotros conocemos a fondo la esencia de todo
poder, y lo poco respetable que resulta en la realidad. La joven crítica
revolucionaria debe afianzarse sobre sus propios cimientos, rechazando el
chantaje y el afán manipulador. Vamos a tratar de demostrar los fundamentos
reales de acción y proyección de un grupo que se presenta como el partido de la
clase obrera por antonomasia.
Nuestro enfoque crítico es
un enfoque clásico, sus raíces se hallan en la historia del movimiento
socialista, se hallan en la Revolución francesa, en la Primera Internacional,
en la Comuna de París, en la Revolución rusa con Makno y Cronstadt, en la
Revolución española (1936-39), con la
obra socializadora y autogestionaria, embrión de un socialismo verdad. Es
anterior al comunismo moderno, e incluso a Carlos Marx.
En primer lugar procede
analizar la actual composición de CCOO. Originariamente, éstas se hallaban
integradas por diversos sectores de muy distintas procedencias, pero con
posterioridad quedaron en dos sectores bien perfilados: los comunistas, y el
grupo sindical AST, oriundo de un cierto sector confesional. AST perdió su confesionalidad
de modo paulatino hasta convertirse en ORT; perdía su carácter sindical a la
vez que la confesionalidad, para definirse como grupo político, con un programa
abstracto, predominantemente leninista, por las elucubraciones sobre el poder y
por la nueva manera de considerar el movimiento obrero en su vertiente
sindicalista; de la mano del leninismo descubrían ahora una “superior categoría
revolucionaria”, abandonando la primitiva envoltura obrera y sindical, para
asumir un rol esencialmente político.
No sabemos claramente qué
rol, ni qué objetivos. Pero ahora lo que importa es establecer que ante las
elecciones sindicales ORT dijo: abstención, boicot total, y se enfrentó al PC
en el seno de Comisiones. De manera que al considerar la actitud oficial de
Comisiones ante este problema, hemos de interpretar Comisiones exclusivamente
como PC. Por otra parte, CCOO de algunas regiones, como Cataluña, Levante,
Navarra y Asturias se manifestaron contra la participación en las elecciones. En
estas regiones CCOO no son de obediencia PC.
Por otra parte, en las demás
regiones, después del cisma que enfrenta en el plano internacional a
partidarios de Carrillo y Líster, tampoco resulta fácil determinar la
obediencia de las CCOO de estas regiones, si bien se definen en general como
carrillistas. Hay que matizar: algunos militantes enrolados en el movimiento no
son comunistas, si bien son dirigidos por el PC. Resumidamente: en lo sucesivo
nos referiremos sobre todo al PC. Al presentarse las llamadas elecciones sindicales,
este partido se declaró por la participación. Es decir, el Comité Central, y
dentro de éste aún algunos conspicuos, y entre estos Carrillo, fijaron la línea
del partido y la de Comisiones Obreras, su caballo de Troya sindical en el
movimiento obrero.
La consigna fue:
participación. Una vez en marcha la consigna, no hay quien la pare, ni quien la
discuta, Es un hecho consumado. El partido y Comisiones Obreras no se tomaron
el trabajo de discutir con nadie este problema. La técnica es elemental: el grupo
de dirigentes toma los acuerdos, éstos representan la línea a seguir. Todos los
demás, es decir, los millones de trabajadores afectados, los grupos políticos y
sindicales diversos de la clandestinidad, que tienen en este problema intereses
vitales, se encuentran ante la alternativa de siempre, reeditada una y mil
veces: seguir la línea que marca el PC u oponerse a ella. De modo que cuando
tuvieron en sus manos la consigna acuñada en las instancias dirigentes ya no se
preocuparon de los demás.
Resultó que los demás
dijeron NO. Sólo ellos y el franquismo dijeron sí. El PC, a través de su
disfraz sindical y obrero, Comisiones, asistió a varias reuniones en que los
diversos sectores del sindicalismo marginal y clandestino estudiaban el
problema. Hubiera podido debatirlo ampliamente, sopesar el criterio de los
demás. Pero ellos ya tenían el criterio que se les había señalado. La mayor
parte de los grupos reprocharon al PC sus procedimientos antidemocráticos. Los
grupos neos del sindicalismo dieron una asombrosa y pueril muestra de
transigencia al aceptar en sus reuniones la presencia PC-Comisiones. En
aquellas reuniones en directo y a lo vivo, en situación delicada que no dejaría
de influir en el comportamiento del sector sindicalista, que luego
analizaremos, los grupos neos del sindicalismo adoptaron su criterio
anti-participacionista con la presencia PC-Comisiones, que no tenían otro
problema que el de manifestar allí una y otra vez la opinión que a muchos
centenares de kilómetros habían tomado para ellos los dirigentes del comunismo
hispano.
El papel jugado en estas
confrontaciones por PC-Comisiones fue muy poco airoso, pero los dirigentes habían
tomado acuerdos y había que mantenerlos contra viento y marea. Vayamos ahora a
estos acuerdos: las hojas de propaganda del PC empezaron por presentar las
elecciones sindicales como una gran batalla revolucionaria, en la que la clase
trabajadora, al conseguir los objetivos previstos, se alzaría a un nuevo y
superior nivel de conciencia revolucionaria. Estos objetivos eran votar masivamente,
llevar a los Jurados de empresa y a los puestos de enlaces sindicales a los
mejores obreros; evitar que los jurados fuesen ocupados por verticalistas y
elementos de la empresa.
En realidad, la enumeración
de objetivos fue más bien magra. En algunos casos -boletín de Información de la
organización del partido de Madrid- la argumentación contra la posición
antiparticipacionista de los restantes sectores, fue bastante peregrina:
resultaba sospechosa de por sí la coincidencia entre estos sectores neos y
ciertas personalidades liberales y burguesas, que recomendaban al partido la
abstención.
El manifiesto de la CNT
española, lanzado aquellos días, ponía de relieve el grosero modo de actuar del
método dialéctico de interpretación de la realidad, que en aquel momento
olvidaba la coincidencia total entre franquismo y comunismo ante el hecho
electoral. Según testimonios de militantes del neosindicalismo, en las
barriadas Carabanchel-Matadero, de Madrid, la propia policía repartió impresos firmados
por el PC, en favor de la participación en las elecciones sindicales, Pero,
sigamos. ¿Podía realmente interpretarse la participación obrera en las
elecciones sindicales como una gran batalla revolucionaria?
Sin duda, no. A la luz de
análisis anteriores -si alguien puede desmentirlos que lo haga- el aserto de la
gran batalla revolucionaria no sólo resulta por sí mismo asombroso. Es algo
mucho más grave, una asombrosa tomadura de pelo. ¿Cómo juzgar a alguien que para
ganar una importante baza a su adversario se pone de su parte? Pero veamos;
ante todo el partido “de la clase obrera” ha ignorado un hecho básico: la Ley
Sindical antiobrera y su referéndum natural las elecciones sindicales. Es
comprensible que los políticos franquistas y los jerarcas sindicales que han
tenido la osadía de “crear un sindicalismo para obreros, sin obreros”, dejaran
montar un gran referéndum positivo. Las elecciones sindicales eran ese
referéndum. El consenso obrero requerido para hacer posible ese sindicalismo antiobrero.
De manera que una votación masiva o muy nutrida, equivaldría a entrar en el
referéndum franquista a su ley sindical.
Ni con ayuda de sus
imprevistos aliados ha conseguido el franquismo una participación espectacular.
La demostración está en que se muestra muy cauto después de las elecciones. El 50%
aproximado de participación, en las condiciones en que se han desarrollado las
elecciones, no es para sentirse excesivamente satisfechos, aunque ellos simulen
estarlo. Pero queramos o no, el hecho es que comunistas y verticalistas han impulsado
las elecciones sindicales, o, lo que es igual, el referéndum a la ley sindical
antiobrera. El PC alegó en primer término la necesidad de utilizar todas las
posibilidades legales. Este argumento ya fue caballo de batalla en las elecciones
de 1963. El
final del proceso ya lo conocemos.
Acabamos de estudiarlo:
termina siempre en la polarización siguiente: obreros contra
empresa-sindicato-policía. El que los enlaces sindicales y un sector de los
jurados de empresa sean leales a los trabajadores no significa que puedan
oponerse a aquella asociación de intereses. ¿Influyen los jurados de empresa en
la contratación de los convenios colectivos? Se creyó que si, y eso explica la
tendencia de los últimos años por parte de los trabajadores de procurarse
representación segura. Pero la historia de la tramitación de los Convenios
Colectivos está sembrada de esperanzas frustradas. La empresa ha manejado
siempre a los jurados de empresa, aun suponiendo a éstos al máximo nivel de
representación y agresividad. En un noventa por ciento de los casos los
trabajadores se han llamado a engaño y se han vuelto contra sus propios
representantes. Y luego, una conclusión definitiva: cuando los trabajadores han
querido forzar en serio un convenio han tenido que olvidarse de los enlaces
sindicales y de los jurados de empresa y plantear las reivindicaciones a nivel
de bases, parando las máquinas, disminuyendo el trabajo, o marchándose a
manifestar en la calle.
Entonces, en casi todos los
casos la empresa y sus valedores -los sindicatos- han empezado a hacerse
receptivos a las demandas de los trabajadores: Standard, Certales, Médicos,
profesores auxiliares, Harry Walker con su epopéyica huelga de cuarenta y cinco
días contra todo y contra todos; el metro de Madrid: el convenio está
paralizado, la empresa no tiene prisa, el jurado de empresa y los enlaces
sindicales, impotentes. Entonces los trabajadores del Metro, sencillamente, se reúnen
en asamblea y luego se niegan a poner en marcha los convoyes. Si el gobierno decreta
la militarización del servicio, el trabajo se reanuda. Pero el convenio empieza
a marchar, la empresa y el gobierno hacen concesiones.
Los sindicalistas del norte
-UGT, CNT, USO, KRAS- explican en un manifiesto (mayo 1971) la lección
aprendida por los trabajadores de la región, en la minería, en la industria, en
los servicios: las empresas pactan con la base obrera al margen de los jurados
y los enlaces sindicales, huérfanos de representación efectiva. Los obreros han
aprendido a prescindir del sindicalismo oficial. Comités obreros de empresa
asumen la representación, esta vez auténtica, de sus compañeros de la base.
Ultima noticia que nos llega por la prensa: en relación al conflicto aludido
más arriba, de los trabajadores ferrallistas con la empresa constructora
Entrecanales y Távora, de Canillas, Madrid, los tres obreros detenidos por la
policía como consecuencia de reclamaciones laborales han sido puestos en
libertad. Sus compañeros de trabajo, en número de dos mil quinientos, habían
declarado la huelga hasta obtener la liberación de los detenidos. Otro ejemplo
irrebatible es el ofrecido por los siquiatras del Hospital Francisco Franco de
Madrid. Inician en agosto su internamiento en las clínicas para protestar ante
la decisión de la Diputación de reducir la asistencia médica en esa
especialidad. Exigen a la vez reivindicaciones profesionales, como el derecho a
intervenir en la estructura y en la programación de los servicios. Reacción
típica de la Diputación-poder-empresa: despido de siete médicos, con entrada de
fuerzas policiales hasta las mismas clínicas para desalojar a los profesionales
recluidos. Pero la solidaridad y la acción directa de los médicos del Hospital
Francisco Franco contra la Diputación, y el apoyo de los médicos españoles, que
en número de 1.800 se recluyen en toda España, y su firme decisión de no
dejarse atropellar se impone al fin: un 21 de octubre capitula la Diputación. Los
médicos son readmitidos y
se arbitra la creación de un Comité Mixto para la planificación
asistencial, con participación de los médicos.
Ese lenguaje, esa forma de
actuar es la que entiende la empresa. Después de eso, ¿a qué quedan reducidas
las posibilidades legales? Neutralizados y maniobrados los jurados de empresa,
inválidos y descalificados los enlaces sindicales, la realidad conflictiva
queda reducida a dos elementos resolutivos: empresa-base obrera. Otro argumento
PC en pro de la participación electoral: el problema de la ocupación de los
jurados de empresa y
los cargos de enlaces sindicales por elementos de la situación. Este
punto ha sido analizado de modo claro en el documento citado de los grupos
sindicales coaligados (UGT, CNT, FST, UTS, OSO): supuesto que en último extremo
los elementos resolutivos en los conflictos entre capital y trabajo eliminan
mediadores inútiles para medir sus fuerzas, y quedan reducidos a empresa contra
base obrera, hay que dejar que “ocupen ellos todas las cargas del sindicalismo
hecho por ellos”.
Además ocuparán solamente muy pocos jurados, en contadas empresas. El sindicalismo
oficial no tiene gente si los trabajadores mismos, por las razones que sean
-inconsciencia, venalidad- no se la prestan. En consecuencia, la táctica obrera
cuya primera finalidad y principal deber consiste en forjar un sindicalismo
auténtico y representativo, debe rechazar cualquier colaboración en los estamentos
sindicales. Colaborar es fortalecer el sindicato vertical. Los obreros deben
dejar que el sindicalismo inauténtico, cómplice de las empresas y de los
resortes de represión, se les pudra en las manos a sus creadores. Si hay
rechazo obrero total ese sindicalismo es inviable.
Se recuerda a este tenor que
la táctica estudiantil de repudio a las organizaciones universitarias
estatales, de desprecio total culminó en el hundimiento de esas organizaciones.
Concesiones de fondo fueron forzadas por el estudiantado. Este había señalado
el camino a la clase obrera. Sin la decidida acción de los estudiantes el SEU
se hubiera eternizado. Sin el rechazo de los sindicatos verticales es indudable
que la actual condición obrera se prolongará indefinidamente. El sindicalismo
fabricado por caciques y empresarios, con la culpable colaboración de ciertos
grupos, se instalará en un estado de conciencia confortable acorde con “el mejor
de los sindicalismos posibles”.
Está claro que la triste
colaboración con el sindicalismo vertical para contribuir a mantener y prestigiar
los sindicatos oficiales, no podía ser en modo alguno una batalla revolucionaria,
sino contrarrevolucionaria, para dejar las cosas en su sitio. Pero la lucha
decidida en la línea estratégica de repudio de la Ley sindical, del referéndum
positivo a esa ley sindical, las elecciones, el boicot a fondo a la O. sindical
y, correlativamente, la reivindicación de un sindicalismo libre y auténtico,
eso sí pudo constituir una gran batalla revolucionaria. Porque jamás fueron más
favorables las famosas condiciones objetivas que algunos partidos invocan
siempre en sus estrategias “científicas”. Pero ahora el PC, llevado de un
absurdo oportunismo, las ha ignorado por completo.
Ha ignorado los datos del problema, de los que he aquí algunos: sobre todo la
Ley Sindical, la gran cuestión de principios sobre la que fundamentar la
oposición obrera; el problema derivado de las elecciones sindicales y la
posibilidad única de preparar el rechazo unánime a aquella por parte obrera,
con el rechazo total de las elecciones sindicales, la enorme tensión social en
todo el país, con múltiples situaciones conflictivas que creaban la atmósfera
adecuada para la resistencia obrera, con, repetimos, los problemas de la minería
asturiana, los conflictos de los médicos, de los profesores auxiliares, las
secuelas de Harry Walker, el problema de Standard, Certales, el convenio del
Metal de Madrid y la situación en la construcción. Estos son los más
caracterizados entre cien conflictos similares.
En todos estos conflictos la
base obrera contra la triada empresa-sindicato-policía. Pero lo acontecido con
el conflicto de Standard bordea los límites de la traición, en lo que al PC se
refiere. En Standard hay más de veinte obreros expulsados y más de dos mil
sometidos a sanciones económicas. Hay también algunas detenciones. Los obreros
belgas del Metal se solidarizan e inician movimientos solidarios de apoyo. El
problema salta prácticamente al ámbito internacional. Se hace necesaria una
acción decidida de apoyo a los trabajadores de Standard, entregados a sus solas
fuerzas.
A este problema viene a
unirse el del Metal de Madrid. Otros 150.000 obreros necesitan apoyo. Este
apoyo se hubiera podido imbricar en la lucha general en pro de la
reivindicación obrera de un sindicalismo auténtico, defensor de los obreros.
Asombrosamente, el PC, el partido llamado de la clase obrera, el científico de
las condiciones objetivas, pide la abdicación obrera, la participación en la
farsa electoral, el voto afirmativo en el referéndum de la Ley Sindical. Y todo
ello en la mayor indefensión obrera, con el artículo 28 del Fuero suspendido,
para que la policía pudiera tener más fácil acceso a los hogares obreros.
Sin embargo, este partido de
la clase obrera que deja pasar una oportunidad única para que los trabajadores
puedan librar con posibilidades de éxito una importante batalla revolucionaria,
una batalla trascendental, de principio, en que le va el ser o no ser del
asociacionismo obrero y del sindicalismo obrero, es el mismo que incitó a las
huelgas de octubre de 1970 igualmente dictadas por el C. Central del partido,
en seguros lugares del exilio, y lanzó a algunos centenares de obreros a
peligrosas aventuras, en que las empresas, junto a sindicatos y policías,
contraatacaron duramente. Varios centenares de obreros perdieron sus puestos de
trabajo, fueron despedidos, o tuvieron que aceptar condicionas ominosas
para reingresar. Y
no había ni podía haber, una fuerza obrera correspondiente que impusiera
la readmisión de los despedidos.
No había sindicatos obreros, ni entidades de resistencia auténticos. No había
condiciones objetivas auténticas. Ni las hay, sobre todo, para las campañas políticas
que de vez en cuando urde el partido, que con frecuencia bordea los límites del
famoso aventurerismo.
El partido puso punto final
a su “gloriosa” campaña con evidente estado de mala conciencia. Había hecho un
pobre papel ante los trabajadores, pese a que es “el partido de los trabajadores”.
Entonces, terminadas las elecciones, se pusieron a pintar asombrosos letreros
en algunas paredes y estaciones de metro: “Luchad por el socialismo con el
partido comunista” y esta otra: “A la huelga general con el partido comunista”.
Es decir; el partido pide a los trabajadores su abdicación ante las estructuras
del sindicalismo vertical y
colabora para mantener esas estructuras; que ignora que la Ley
Sindical vulnera los principios elementales del sindicalismo libre, que ignora las famosas condiciones
objetivas, que se desentiende de los imperativos de solidaridad hacia varios
miles de obreros acosados por las empresas, ese partido, decimos, se pone a
convocar a los obreros para una fantástica huelga general, que ignoramos cómo
va a ponerse en marcha: las huelgas, generales o no, han exigido siempre un espíritu
sindicalista y revolucionario en los trabajadores y, en consecuencia sindicatos
auténticos.
Tengan presentes esos
ideólogos que en las fases más cruciales y dramáticas de la historia del
movimiento obrero, los trabajadores han empezado siempre por formar sociedades
obreras de resistencia, y
posteriormente, sindicatos. La acción política siempre ha aparecido
más tarde, para enroscarse al asociacionismo obrero, y no pocas veces, para
aprovecharse de su fuerza.
De manera que la pretensión
de una huelga general a base de consignas políticas, sin organizaciones de
resistencia, sin sindicatos genuinos, de una huelga general que empieza por una
serie de dejaciones que rayan prácticamente en la traición, es un escarnio para
los trabajadores y para
el sentido común de cualquier persona.
Más campañitas
exclusivamente políticas: la ley de Orden Público, la subida de las tarifas de
los transportes públicos. Nuevos letreros pintados en los metros. De este modo
el PC podrá presentarse como el adalid máximo de la oposición. Un adalid que ha
jugado las bazas de un oportunismo sin médula y de una visión política rastrera.
¿Es oportunismo igual a posibilismo?
Si posibilismo es, en
parte, aceptación de posibilidades legales a jugar por los trabajadores en
favor suyo, aceptamos en parte ese posibilismo. Pero atención, los sindicatos
verticales no concederán ninguna ventaja sustancial que previamente no les sea
arrancada. Recordad lo de los estudiantes: si los trabajadores aceptan el
esquema propuesto por los caciques sindicales, éstos no evolucionan. Se frotan
las manos y dicen: esto marcha. Luego desde la TV pueden decirnos que los
trabajadores están con ellos.
El gran objetivo de los
obreros es el de conseguir un sindicalismo libre y esencialmente transformador y revolucionario.
La gran lucha por este objetivo debió empezar en la ocasión propiciada por el
propio verticalismo: las elecciones sindicales. No somos unos doctrinarios. Los
trabajadores no iban a alcanzar de buenas a primeras la victoria total, puesto
que ésta va conectada a la transformación profunda o a la caída del régimen. El
gran objetivo del asociacionismo libre está conectado con el pluralismo en
todos los órdenes, también el político, y con la conquista de las libertades
elementales.
Pero una primera y gran batalla pudo y debió ganarse. Primero con el
afianzamiento del espíritu sindicalista y revolucionario de la clase obrera en
su lucha por sus organizaciones esenciales de clase, el sindicato obrero. Y la lucha
contra las elecciones sindicales, contra la Ley Sindical, por la solidaridad
hacia los trabajadores sitiados, brindó la posibilidad de abrir serias fisuras
en la estructura sindical. Los jerarcas sindicales hubieran podido verse
obligados a hacer concesiones de fondo, o al menos, sustanciales. Los
trabajadores necesitan de inmediato locales donde reunirse. Necesitan
organizarse en entidades propias, separadas de las patronales; negar la institucionalización
que las leyes franquistas hacen del sindicalismo y, en consecuencia, afirmar la
total independencia de aquél respecto del Estado; precisan los trabajadores
máxima representatividad a todos los niveles; derecho de huelga, fin de la intrusión
policíaca en las cuestiones que afectan a la empresa y a la base obrera.
He aquí un sin fin de
objetivos posibilistas, de los que encandilan los ojos de tantos partidarios
del mismo, y de algunos sindicalistas reformistas. Pero ese posibilismo, que no
nos negamos a considerar, aunque no represente nuestra finalidad más
importante, y seamos
muy escépticos, en relación con él, exigía oposición tajante a la posición
oficial de colaboración, rechazo enérgico y vacío total. De manera que no sólo
ya un sindicalismo limpio fundamentado en claros principios, sino ni siquiera
el mendrugo del más negro de los posibilismos, podía lograrse con una
abdicación total. Esa fue la actitud del Partido Comunista de España. Y luego
vienen los “científicos”
de la estrategia obrera a proponernos la huelga general. Pero, ¿de
dónde van a sacársela esos amigos?
Hay un acontecimiento que
necesitamos reseñar por su significación: del 13 al 20 de septiembre 1971 se ha
producido el paro en algunas empresas de la construcción de Madrid. El
conflicto revela la situación conflictiva latente en la industria y el profundo
malestar de los trabajadores del ramo. Contra lo que venimos manifestando hasta
aquí, el PC ha acordado hacer suyo el conflicto y apadrinar lo que propagandísticamente
denomina la huelga de la construcción. El conflicto se ha señalado por la
recurrencia de los trabajadores a la acción directa. En algunas obras se ha
producido huelga total, se han formado piquetes de huelga. Ha habido un muerto,
algunos heridos y varias
decenas de detenciones. El PC ha acordado “politizar el conflicto”. Esta huelga
será preparatoria, un entrenamiento para la gran huelga general política que va
a hacer tambalear los cimientos del régimen. Pero una vez más, los problemas no
pueden plantearse de esta manera. En primer lugar, los obreros no tienen
sindicatos del ramo, ni representación válida para defender sus intereses. No
les vale como tal representación la de un partido que pretende politizar el
conflicto para servir los suyos, como ahora veremos. La construcción es un ramo
demasiado compartimentado y difuso para que pueda decretarse así, alegremente,
una huelga política y sobre todo, para que los trabajadores puedan obtener en
resultados tangibles el producto de su esfuerzo y sus riesgos.
Para politizar el conflicto,
según leemos en La Hora de Madrid,
órgano de los comunistas madrileños, éstos movilizarán a jóvenes comunistas, a
militantes y estudiantes, no pertenecientes a la construcción, pero que
apoyarán directamente a los obreros en su lucha. Hora de Madrid ve lúcidamente el problema en algún momento. Dice a
los obreros: “Porque no podéis, porque no podemos defendernos. Porque no
tenemos un sindicato. Porque no tenemos libertades, ni nos dejan locales para
reunirnos y discutir nuestros problemas. Porque el gobierno es el gobierno de
los grandes capitalistas y sólo defiende sus intereses”. Y más adelante: “Viven
a costa de nuestro sudor, de lo que nos roban. Por eso no escucharan nuestras
peticiones si no nos plantamos y les exigimos declarándonos en huelga. Y los
dirigentes sindicales verticalistas son lacayos a sueldo de las grandes
empresas, que viven estupendamente sin dar golpe desde hace muchos años, sin
saber lo que es subirse a un andamio. No nos defienden a nosotros, sino a sus
amos, a los que los mantienen como cerdos bien cebados".
Plenamente de acuerdo, amigos,
con esto que estamos diciendo en el presente trabajo, pero en mayo habéis ido,
hombro con hombro con esos “dirigentes sindicales verticalistas”. Habéis pedido
a los trabajadores su voto para refrendar el aparato sindical de esos “cerdos
bien cebados". No tenemos sindicatos. Claro. Pero en mayo habéis dejado
pasar la ocasión de plantear la gran batalla, no por esta o aquella
reivindicación local o parcial, por muy fundadas que sean todas ellas, sino por
la consecución del auténtico sindicalismo obrero que ahora echáis de menos.
La línea PC resulta, pues,
de una extremada incoherencia. Defensa de la línea franquista en las elecciones
sindicales en mayo, y apoyo a la acción directa de los trabajadores madrileños
de la construcción en septiembre. Pero en mayo, insistimos, había cientos de
situaciones conflictivas en el país y el PC se calló. Se traicionó el gran
conflicto de la Standard y a los 150.000 obreros del Metal de Madrid,
dejándolos solos, cuando tan fácil hubiera sido articular el apoyo solidario a
esos trabajadores con la gran lucha contra la Ley Sindical, las elecciones
sindicales, y por ende por el auténtico sindicalismo obrero.
LA INCOHERENCIA DEL PC.
RAZONES DE SU ESTRATEGIA
La estrategia del PC es cuando menos incoherente. Podríamos
aplicarle con justicia un adjetivo que el Partido aplica a todos sus enemigos
de la izquierda: aventurerista. Colabora aquí con los estamentos sindicales del
franquismo y se lanza a acciones impremeditadas e impreparadas allá. Hay sin
embargo profundas razones para toda esta incoherencia.
La última acción, el intento
de “politizar” las justas reivindicaciones de los obreros de la construcción,
refleja la situación interna del partido, la división entre carrillistas y listeristas
y otras razones más complejas. La presión de estos últimos, la vital necesidad
que siente Carrillo de atraerse apoyos, el de los partidos llamados hermanos,
el del gran hermano soviético, peligrosamente hermético en el pleito, estaría
en la base de algunas de estas acciones. Corno la de la concentración de París,
por ejemplo. Tiende el inamovible Carrillo a demostrar su fuerza en el exilio y en España.
De ahí ciertas “politizaciones”. Las reivindicaciones de los obreros de la
construcción están archijustificadas, pero es lamentable que Carrillo trate de
utilizarlas para su juego. Los intereses de los obreros de la construcción,
como los de todos los obreros españoles, así como sus finalidades, que deben
ser de inmediato la consecución de un sindicalismo auténtico, nada tienen de
común con las tribulaciones de Carrillo y su partido. Estos, después del
pucherazo de mayo se pondrán a organizar de inmediato la “huelga general política”
para demostrar que mueven resortes en España. Pero la condición real, no dejará
de ser la misma.
Otras razones no menos importantes
están influyendo en el inestable comportamiento del PC en España. Nos referimos
a la zozobra que le causa el establecimiento de una serie de relaciones de la
URSS con el gobierno de Franco. Estas relaciones han puesto al partido en
evidencia en los últimos tiempos. Mientras éste pretende pasar por el campeón
de todas las acciones contra el sistema, la URSS camina hacia el
establecimiento de relaciones con el régimen vigente. En los últimos tiempos
hemos asistido a una serie de acontecimientos insólitos, aunque no demasiado
sorprendentes. La cosa empezó con la llegada sucesiva de ballets y grupos artísticos
rusos. Previamente se había dado lo de las remesas de carbón polaco y de otros
países del Este en ocasión de las huelgas mineras del norte de España. Los
ballets y grupos artísticos pronto empezaron a asistir a celebraciones
oficiales y religiosas del régimen, como en Murcia, o en Barcelona. En esta
ciudad, las carrozas del famoso Circo Ruso formaron a la cabeza de las
celebraciones de la Merced, en septiembre del 70. Un ballet ucraniano participó
en las demostraciones sindicales que el régimen celebró en Junio pasado en el
estadio Bernabéu, de Madrid, después de aplazarlo por lluvias el primero de
mayo. Ese mismo día y en la plaza Roja de Moscú, Breznev afirmaba que el
primero de mayo era la fiesta de los trabajadores revolucionarios de todo el
mundo. Pero uno de sus ballets se hallaría en Junio en la fiesta sindical
aplazada del régimen franquista.
Poco después los coros del
Ejército Rojo se presentaron en la frontera, dispuestos a deleitarnos con su
arte, "pero para afrenta de los mismos, el gobierno franquista no les dejó
pasar”. Estos días se hallaba en Madrid, el ballet de Moscú, el más bello espectáculo
de la URSS, según los afiches propagandísticos. Alguien a quien se ha
preguntado si lo había admirado ha dado una respuesta sardónica: “No, por los
precios, que son totalmente capitalistas”. Y porque además puede que consiga
admirarlos gratuitamente en la próxima fiesta franquista del trabajo, el
primero de mayo de 1972. Definitivo.
Pero además hay el tinglado
de las relaciones económicas y
el establecimiento de la sociedad hispanosoviética -Sovistan-, formada
por capital de ambos países al 50%, figurando por parte española destacados
personajes de la política y
los negocios. La Sovistan aspira nada menos que a regular todo el
aprovisionamiento de los pesqueros y barcos mercantes de los países del Este
que recalan en Canarias. Este monopolio de todo un sector del comercio canario,
ha originado ya inquietudes y protestas por parte de industriales del ramo.
Es comprensible que esta
bochornosa actitud de los representantes de "la Meca del socialismo”,
desconcierte al PC español, tradicionalmente uno de los más afectos a
la URSS y uno de los partidos más estalinistas del mundo. En este sentido las
cosas han cambiado. El PCE ha condenado, en su versión carrillista, estas
concomitancias y uno de sus órganos, La
Hora de Madrid, ha afirmado que ciertos errores cometidos por el partido en
sus etapas anteriores no se cometerían de nuevo. Importante afirmación, sin
duda, sobre todo si se analiza a la luz de la historia de los últimos cuarenta
años. Pero prosigamos el análisis: como quiera que sea, los militantes de base
del partido saben que deben temblar siempre que la URSS establece relaciones
diplomáticas o de amistad con un Estado autoritario.
Como primera providencia los
comunistas son reprimidos, pues el nuevo “amigo” trata de demostrar que
cualesquier acuerdo con la gran potencia del Este no presupone la aceptación de
su influencia. La represión de los comunistas de base, a veces su exterminio,
es la medida que demuestra el carácter inequívoco que esos Estados dan a los
citados pactos. Eso sucedió
en todas las épocas. Ya con la Turquía de Ataturk (1920), con la
Alemania hitlerista, en Indonesia, en Egipto, y hoy en Sudán y España, donde
han sido últimamente desarticuladas diversas organizaciones de base del
partido. De manera que el militante de base es la víctima propiciatoria de
siempre, a sacrificar en las grandes combinaciones internacionales, donde lo
que se persigue es el reforzamiento del prestigio o poder, es decir, una
proyección imperialista.
Los dirigentes del partido,
en cambio, acaso puedan obtener a la larga resultados rentables de los
expresados contubernios, como la creación de amigos a niveles oficiales, nuevos
elementos cripto ganados en la constatación de intereses o afinidades comunes,
o deslumbrados por un poder que, en la amoralidad de sus móviles, se presenta
como sumamente eficaz y digno de ser tenido en cuenta. De cuanto antecede
podemos extraer una consecuencia clara: los intereses y afinidades
de las instancias dirigentes, por diferentes que sean, convergen siempre en
determinado sentido, pero rara vez coincidirán con los intereses de las
comunidades o grupos de base. Aún hay más complejidades, y ahora vamos ya
directos a la cuestión central que nos ocupa.
POR QUÉ TRAICIONÓ EL PC EL
BOICOT A LOS SINDICATOS VERTICALES
La razón es simple y hay aquí
una gran cuestión de principios. Al PC no le interesa el sindicalismo obrero
como una realidad viva e independiente, ni como organismo revolucionario. Para
los partidos comunistas el sindicalismo es una mera correa de transmisión del
partido, una plataforma útil para regimentar, dirigir y manipular a los
trabajadores.
En los países capitalistas
las centrales obreras dirigidas por los comunistas están manipuladas por
burocracias organizadas jerárquicamente, al servicio de los respectivos
partidos. En los países en que los partidos están en el poder, los sindicatos
no son sino organismos subalternos, integrados en este mismo poder, sin
capacidad alguna de decisión o crítica. Realizan en las fábricas y centros de
producción una labor de control de los trabajadores, de disciplina, de
inspiración policial. Están al servicio de los directores de las empresas
estatales, vigilan por que los trabajadores observen la estricta disciplina
que, impuesta por Trotski en los tiempos del comunismo de guerra, se han hecho
habituales en los centros de trabajo. Son los primeros que obligan a los obreros
a cumplir las normas y reglamentaciones que ellos no han aprobado ni discutido,
puesto que esto es misión de la burocracia que gobierna. El sindicalismo de
estos partidos es un mero auxiliar o instrumento del poder, jamás un elemento
de reivindicación al servicio de la clase obrera. Y si se nos dice que en esos
países los trabajadores
no tienen reivindicación alguna que exigir, nosotros les diremos que ahora no
podemos paramos en el tema, pero que volveremos en otra ocasión, y ampliamente,
sobre el mismo.
También el sindicalismo
franquista es un sindicalismo de integración, un engranaje del esquema
totalitario, un servidor del Estado franquista y de las oligarquías que detentan
el poder económico y comparten el político.
Los sindicatos verticales son organismos institucionales cuya principal misión
es servir los designios del Estado. Dentro de este sindicalismo, los
trabajadores están maniatados, controlados y reglamentados por la burocracia
sindicalista. Vemos pues, que las afinidades entre este sindicalismo y el de
los países llamados socialistas presenta llamativas afinidades.
En el régimen español, los
sindicatos con su “neutralidad activa”, contribuyen a que las oligarquías
capitalistas, financieras o industriales, lleven a cabo espectacularmente el
proceso de “acumulación”. Para esto necesitan mantener a los trabajadores en un
mínimo vital, y desposeerlos de toda clase de derechos políticos y reivindicativos.
En los países llamados socialistas, los sindicatos, instrumento disciplinario,
ayudan a las formidables burocracias a obtener enormes "excedentes” que
salen de la explotación de los trabajadores. La burocracia administra estos
excedentes, sin dar cuentas a nadie, pero para lograrlo se ve obligada a
mantener a los trabajadores en un mínimo vital de subsistencia, a recortarlas
al máximo los salarios.
El objetivo es la producción
por la producción, la acumulación gigantesca que refuerza el poder de la
burocracia y le permite incluso en el exterior dispendiosas campañas de
prestigio. Este prestigio hay que valorarlo en términos de Poder, es decir, de imperialismo.
En un sistema que propende al imperialismo, la acumulación ha de mantener a los
trabajadores en un régimen casi
espartano de consumo. Para ello necesitan las burocracias los resortes
de represión y control, entre los que cuentan los sindicatos, meros órganos del
Poder.
Esto explicaría que, aún
combatiéndolos oficialmente, el PC español reconoce en los sindicatos
verticales profundas afinidades con los habituales en los propios ámbitos en
que el partido está institucionalizado. En una palabra, y por el momento, el
actual tipo de sindicalismo es el que interesa al partido en España. Pero
apuremos más estas razones: el sindicalismo actual es una escuela para todo
tipo de sindicalismo totalitario. Se da en él la atmósfera que caracteriza
todas las instituciones del Estado totalitario. Dirigentismo y jerarquía en
primer término, que constituye la expresión de la peste autoritaria. Inmensa
escuela en que se enseña al obrero a abdicar ante el dirigente, no a usar su
propia iniciativa, no a hacer valer su sentido común y su criterio, sus
derechos de decisión: el sacrosanto dirigente está para eso. Luego, en lugar de
ser ese sindicalismo una escuela de auténtica ciudadanía y espíritu democrático,
se convierte por su filosofía interna y sus mecanismos coercitivos en un
gigantesco aparato para controlar y manipular a los trabajadores. En ese
sindicalismo el obrero llega pronto o tener clara sensación de impotencia.
Cuando se cansa de luchar en
el vacío abdica, y deja que la burocracia decida por él. El sindicalismo
vertical embrutece a la clase obrera, porque la integra y la desposee a la vez
de todo poder de decisión. Al mismo tiempo la habitúa a transacciones con el
patrón en las que está vendido de antemano. Trata el sistema de hacerte aceptar
los mecanismos de coerción y control, contratación colectiva, jurados de
empresa, práctica electorera vacía de significación, etc., en las que el
trabajador jamás puede ejercitar su verdadera fuerza. Ese sindicalismo, pues,
conduce a la hibridación del movimiento obrero, a la defraudación de sus
mejores esencias, a su destrucción práctica.
Es fácil de comprender que
semejante sindicalismo convenga a la filosofía dirigentista y antidemocrática
del PC español y de cualquier PC en el plano mundial. Los redactores de la hoja
comunista Hora de Madrid claman
contra los dirigentes sindicalistas verticalistas, “esos cerdos bien cebados”,
pero es claro que les vendría al pelo colocar en lugar de esos cerdos bien
cebados, a otros dirigentes, defensores de un orden antiobrero, que al poco
estarían tan cebados como aquellos, y defenderían ya su predominio sobre los sindicatos y sobre la
clase obrera con cualquier procedimiento terrorista o de coerción, si necesario
fuera.
Entonces la atmósfera del
sindicalismo actual conviene al PC español porque habitúa al obrero a la
abdicación, a las prácticas mediatizadoras de las instancias dirigentes, porque
suscita en él conciencia de la inevitabilidad de élites dotadas de la “sabiduría
política”; porque le desmoralizan y destruyen el espíritu que la clase obrera
necesita para tomar en sus propias manos la gestión directa de cuanto le afecta
de modo directo. De ahí que el partido aconseje a los trabajadores entrar en el
juego del sindicalismo vertical, aceptar sus reglas so pretexto de luchar con
armas legales.
Lo que el partido comunista
se propone, en primer término, es dar el golpe de muerte al sindicalismo clásico
español, al de gloriosa ejecutoria, cuyos antecedentes le recuerdan demasiado
el no haber significado nada en toda la historia del movimiento obrero español.
El sindicalismo de los
jerarcas verticales les hace el juego, les ofrece las condiciones objetivas y
el ambiente para vaciar al sindicalismo obrero de todo contenido y convertirlo
en apéndice del propio partido. A partir de ese momento los burócratas
terroristas del verticalismo habrían sido sustituidos por los no menos
terroristas del partido. Eso es todo. De manera que los auténticos
sindicalistas tienen motivo para la reflexión y el esclarecimiento de los
riesgos de esa alternativa. He aquí por qué concluimos que en casi todos los
casos comunismo y franquismo se hacen recíprocamente el juego. […]
CONCLUSIONES FINALES
Hay un hecho importante a
señalar, que puede reputarse como lo más notable de este proceso. Ha sido la
aparición para un hecho accidental, que volverá a presentarse sin cesar con
variantes, de un tipo de alianza o frente sindical de todos los grupos clásicos
y neos del sindicalismo. Esta acción conjunta, que al no haber cuajado
posteriormente en algo duradero no puede en rigor considerarse como Alianza o
Frente establecido en firme, reflejó los profundos intereses del sindicalismo auténtico,
que lo es por vocación y por principios, no por táctica al servicio de otros
intereses.
Ese sindicalismo lo es en lo
profundo, porque se reconoce a la vez como medio y como fin en sí mismo.
Sin embargo, parece que la
mayor parte de los sectores del sindicalismo neo - que es una realidad efectiva
con vigencia y representación en el escenario del trabajo - no ha comprendido
toda la trascendencia de ese hecho. Su ingenuidad se ha manifestado al aceptar
contactos posteriores con PC-Comisiones Obreras, sin haber exigido un
planteamiento critico de todo el proceso aquí estudiado. De manera que el PC
acude con la sonrisa abierta a reuniones donde ni siquiera se le reprocha su
anterior conducta, y se le permite, bajo la piel de Comisiones, proponer tareas
conjuntas sobre determinados conflictos en fábricas y empresas. Es decir, aquí
no ha pasado nada y vamos a continuar manipulándoos, piensan sin duda. La
estrategia del PC es hacer lo que le ordenan de fuera, unilateralmente, sin
control de nadie, pero en cambio les interesa siempre poseer un control de
cuanto hacen los demás. Por eso envían sus embajadas cuando tienen interés en
ello.
Entendemos que ha llegado la
hora de que ciertos sectores del sindicalismo neo clarifiquen su posición. En
primer lugar, su unitarismo. Preguntamos: ¿Qué entienden por unitarismo y
unidad obrera? Porque los programas de todos estos grupos abundan en
proclamaciones unitarias, pero ojo, se aferran en la barricada de sus
respectivos anagramas. Parecen no poseer sensibilidad para un problema tan
claro como el de que la unidad efectiva sólo puede lograrse por el camino de
alianzas o conglomeraciones de cuantos sectores del sindicalismo se propongan
como regla de oro del mismo, la libertad y la independencia de los sindicatos,
la democracia interna total basada en la supremacía de la base, inspiradora de
toda la vida orgánica de abajo arriba.
Solamente los elementos totalitarios o que se proponen en el sindicalismo un
juego poco transparente pueden hacer objeción a la regla de oro del
sindicalismo.
Hay algunos problemas: si
bien inclinados en general a la concepción del sindicalismo reseñada sobre
estas líneas, algunos sectores no han digerido del todo la carga de elementos
nocivos que se respiran en la atmósfera, como son los diversos que forman la
peste dirigentista y antidemocrática. Un gran trabajo de profilaxis y
esclarecimiento debe hacerse en este sentido. Eso puede ayudar a esclarecer el
problema de la unidad, o su fase previa, la alianza. Sería absurdo que grupos
que hablan de unidad sin cesar, se refiriesen a su unidad, es decir, tuviesen la absurda pretensión de imponer su
concepto de la unidad a los demás, o identificasen nociones como unidad obrera,
interés de la clase obrera, etcétera, con sus propias ideas al respecto. Todo
esto es peligroso y requiere esclarecimiento. Este sólo puede llegar por el
diálogo y la paciente confrontación.
POSIBILISMO. - Este es un
problema de considerable altura. En los últimos tiempos, algún sector ha venido
especulando con el posibilismo. Esto es algo a considerar con seriedad, sin
duda, pero entraña el peligro de que quienes aceptan hacer solamente lo que les
permitan hacer, acaben integrados en los esquemas de los que dominan la
situación. La situación desea poner fin al sindicalismo histórico, al único de verdad
que, aún con sus defectos, ha existido en España. También el comunismo desearía
ver finiquitada la gloriosa vigencia de ese sindicalismo que encarnaron la
UGT-CNT, aún con sus fuertes pugnas. Todo había de ser rudo en una atmósfera
nacional de rudos contrastes. Pero atención, los que acaso movidos por ignorancia,
oscuras ambiciones, o jugando la carta de oscuros intereses coadyuvan o tratan
de hacerlo, a la desaparición de ese sindicalismo histórico, lo que hacen en
realidad es imposibilitar de modo absoluto el relanzamiento del sindicalismo
libre en el país.
Atiéndase a esto: cualquier
sindicalismo presente o futuro,
que se precie de serlo de modo auténtico, de afirmarse con medios propios hacia
objetivos propios, de tratar de convertirse en antagonista válido para
cualquier competencia, de convertirse en un factor revolucionario permanente,
susceptible de impregnar la vida del país a todos los niveles; en una
formidable escuela de educación ciudadana y de prácticas acendradamente democráticas
que preparen la transformación socialista del país con fórmulas de libertad,
cualquier sindicalismo que abrace estas miras, decimos, tendrá que aceptar
antes o después las aspiraciones revolucionarias del sindicalismo histórico. Eso sí, debería
presentarlas en la forma que exigen las nuevas realidades del país, adecuadas a
la hora. Por eso creemos que la existencia de un sindicalismo de verdad en el
país, depende sobre todo de la supervivencia de los valores más irreemplazables
del sindicalismo histórico. Sólo éste puede aportar la luz para esclarecer los
incontables peligros que se atisban; sólo él tiene recursos para afrontarlos
con eficacia y brinda los antídotos para vencerlos.
Si desapareciese en
presencia o esencia el espíritu del sindicalismo revolucionario, el porvenir
del nuevo sindicalismo del futuro en nuestro país estaría gravemente comprometido:
caería en una situación tal que antes o después le llevaría a la hibridación,
es decir, a un sindicalismo neutro, desmedulado, sobre el que se lanzarían
voraces los partidos políticos para desmembrarlo.
O se produciría una peronización de los mismos, el encumbramiento de algunos
demagogos aceptados como Jefes por la clase obrera; o se habría preparado la
atmósfera para facilitar la penetración en el sindicalismo de la burocracia
comunista, que pretendería cumplir sus fines. ¿Los del socialismo? No, pero sí
los de la burocracia, cuyo fin es el poder, un poder que se basa en el dominio
de las relaciones de producción y en el ejercicio del despotismo político, que
reducen al trabajador al mínimo vital.
CONCLUSION
Una amplia alianza de todos
los grupos del sindicalismo, clásicos y neos, puede ser un comienzo óptimo de
una nueva etapa para el sindicalismo en el país. Este sindicalismo de base aliancista
debería configurarse al margen y paralelamente que el sindicalismo oficial.
Debería representarse en la calle, por las respectivas organizaciones, y en las
empresas por medio de comités elegidos por los propios trabajadores. De manera
que esté sindicalismo pueda ser un elemento eficaz en las luchas reivindicativas
contra la triada empresa-sindicato-policía, en la lucha general contra la
dictadura y contra el sistema capitalista, y en el establecimiento de una
sociedad justa y libre. Lo importante es sentar la base. Ese sindicalismo
manumisor debe irse configurando a sí mismo sobre la marcha y en la acción cotidiana.
Sólo los trabajadores
conocen sus problemas y
deben intentar resolverlos sin mediatizaciones condicionadas. Se hace
necesaria una gimnasia constructiva donde se aborden diariamente, a todos los
niveles del ramo, responsablemente, solidariamente, las soluciones viables en
la escalada hacia una libertad integral. La emancipación de los trabajadores ha
de ser obra de ellos mismos.
Un grupo de compañeros de la
Regional del Centro (interior) de la Confederación Nacional del Trabajo de
España.
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