La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

29 de septiembre de 2013

La Revolución Gloriosa de 1868 en Madrid

La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 fue uno de los momentos históricos de mayor trascendencia en la España decimonónica. Se enterraba definitivamente el Antiguo Régimen, se consolidaba el liberalismo que había nacido en las Cortes de Cádiz y se aventuraba en el horizonte la naciente democracia. La corrupción del régimen de Isabel II, el creciente autoritarismo de un sistema político que sólo el nombre tenía de liberal y la escandalosa vida particular de la reina, habían agotado la paciencia del pueblo y liquidado el capital de esperanza con el que la monarca había llegado al trono treinta y cinco años atrás. La inmensa mayoría de los españoles, sumidos en una crisis económica y de subsistencias, vivió con extraordinaria alegría el pronunciamiento de la flota en Cádiz, la victoria del cordobés Puente de Alcolea y el exilio de Isabel II. El entusiasmo desbordó las calles de toda España, y muy especialmente de Madrid. Reproducimos ahora los textos que la Gaceta de Madrid, boletín oficial de la época, publicó en su número del 30 de septiembre, en los que se refleja el entusiasmo popular de aquellos momentos.
La Gaceta de Madrid, órgano hasta aquí del gobierno, órgano de hoy en adelante del gobierno y la opinión; la Gaceta de Madrid debe hoy revelar a sus habituales lectores los trascendentales sucesos que han trasformado la faz de la nación. Ya en el número anterior se pudo observar, cómo el gobierno constituido por doña Isabel de Borbón y adicto al antiguo régimen, dudaba de su porvenir y se inclinaba á someterse á la incontestable y ya visible soberanía del país. Pero al difundirse por la capital las felices nuevas traídas por él viento del Mediodía, acerca de la gloriosa victoria obtenida por el ejército de la nación sobre les restos borbónicos acaudillados por el general Pavía, la excitación fue tal, tan rápido y poderoso el ímpetu de la opinión, que á las once de la mañana ya el general D. Manuel de la Concha se dirigía á los Sres. D. Joaquín Jovellar y D. Pascual Madoz, declarándoles que su hermano D. José corría á San Sebastián á depositar en manos de su señora el poder que esta le había otorgado; reconocía la imposibilidad de sostener un minuto más el antiguo orden de cosas y resignaba en los referidos señores el gobierno de Madrid.
Los Sres. Madoz y Jovellar recogieron desde luego el legado que el Sr. Concha les dejaba, atentos sobre todo á que el pueblo de Madrid encontrase constantemente personas á quienes poder dirigir sus reclamaciones, expresar sus votos y encomendar su seguridad. Pero bien penetrados de que aquello era el principio de una época nueva, después de tranquilizar al excitado pueblo, entregáronse sin reserva al recto y generoso instinto de Madrid.
Bien pronto reuníase en la Casa de la villa un número considerable de ciudadanos, como por maravilla ilesos de la tiranía anterior, ante quienes el Sr. Madoz, ya encargado del gobierno civil de la provincia, depositaba el mandato que del antiguo gobierno había recibido, mientras el señor general Jovellar, constituido en el gobierno militar, tomaba las disposiciones oportunas para precipitar la ya latente simpatía entre el ejército y el pueblo.
A sus comunes esfuerzos y á la sensatez y sagacidad y magnánimo corazón del pueblo de Madrid, debiose que bien pronto apareciese constituida una Junta compuesta de los hombres que más se habían señalado en los últimos años en la defensa de las reclamaciones populares; que la capital, ya del todo confiada en la salvaguardia del pueblo, apareciese como por encanto vestida de gala, rebosando en gente, con el ánimo visiblemente dilatado; que las tropas, que determinados cuerpos del ejército á quienes las circunstancias habían colocado en una situación excepcional y seguramente lamentable, apareciesen confundidos en la fiesta universal; que los Borbones desapareciesen al fin de este recinto entre las maldiciones, sí, pero también entre el general regocijo de los ciudadanos.
La Junta provisional revolucionaria de Madrid se componía de los señores cuyos nombres verán nuestros lectores al pié de los documentos que más abajo insertamos. No todos aparecieron á una misma hora, en un mismo punto, y como á virtud de previa combinación. Hubo en la constitución de la Junta algo de aquella espontaneidad, de aquel entusiasmo que se reflejaban en la actitud de Madrid. Ya instalada, la Junta procuró ante todo hacer conocer á las provincias cuáles eran la resolución y propósitos de esta población, procurando á la vez describirles la facilidad con que todo había cambiado y cuan de desear sería una transición semejante en lo restante de la Península. Tal fue el propósito de la Junta al comunicar á las provincias el siguiente telegrama:
“A las Juntas revolucionarias de todas las capitales. El pueblo de Madrid acaba de dar el grito santo de libertad y abajo los Borbones; y el ejército, sin excepción de un solo hombre, fraterniza en todas parles con él. El júbilo y la confianza son universales. Una Junta provisional, salida del seno de la revolución y compuesta de los tres elementos de ella, acaba de acordar el armamento de la Milicia Nacional voluntaria y la elección de otra Junta definitiva por medio del sufragio universal, que quedará constituida mañana. ¡Españoles! Secundad todos el grito de la que fue corte de los Borbones y de hoy mas será el santuario de la Libertad”.
La Junta atendió después á la seguridad interior de Madrid, bien segura de que, confiado todo á la sensatez del pueblo, ningún peligro serio correría esta; pero estimulada á la vez por centenares de ciudadanos que espontáneamente se ofrecían á custodiar los establecimientos todos, públicos ó privados que pudiesen excitar la codicia de los malvados, bien pronto fueron custodiados por el pueblo mismo y en medio de la satisfacción de sus respectivos gerentes, establecimientos tales como el Banco de España, Caja de depósitos, Casa de moneda, etcétera.
Dividiose además la Junta en secciones, organizó sus trabajos, repartió sus fuerzas, hizo llegar á los ciudadanos sus consejos, y al llegar la noche, Madrid presentaba el aspecto de una población libre, gozosa, dueña de sí misma y tan tranquila por lo demás, mas realmente tranquila que cuando se creía necesario, para su seguridad, el estado de sitio y la existencia de una numerosa policía.
Antes, sin embargo, la Junta había tenido el placer de adherirse al movimiento del pueblo de Madrid contra los Borbones, en el siguiente documento: “La Junta revolucionaria provisional de Madrid se asocia por unanimidad al grito conforme del pueblo, que ha proclamado:
-La Soberanía de la Nación;
-La destitución de doña Isabel de Borbón del trono de España;
-La incapacidad de todos los Borbones para ocuparle”.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola, José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez, Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez, Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés, Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier Carratalá, Antonio María de Orense
Había tenido el placer de recibir hora por hora, instante por instante, felicitaciones o adhesiones de más de la mitad de España. Desde Cartagena enviábale el general Prim y los bizarros marinos, con cuya cooperación había entrado en la playa, un afectuosísimo saludo. Manifestábanle Talavera, Guadalajara, Baeza, Escorial, Bailén, Teruel, Santa Cruz del Retamar, Jaén, Motril, Murcia, Calatayud, Andújar, Aranjuez, Lorca, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Huelva y Lérida, que se adherían al movimiento nacional y constituían desde luego juntas.
Trasmitía la felicitación y el sentimiento de gratitud del pueblo de Madrid á los señores generales que habían conducido á la victoria el ejército de la libertad. Trasmitía al duque de la Victoria la relación de lo acaecido en la capital, y le expresaba, la decidida resolución del pueblo contra el antiguo régimen. Ordenada, en fin, como una reparación y un símbolo a la vez, que desde luego se emprendiesen los interrumpidos trabajos para la erección de la estatua de Mendizábal.
Pero la Junta no se ha considerado desde el primer instante sino como una corporación provisional interina, absolutamente consagrada á llenar el espacio intermedio entre el antiguo régimen y la primera aplicación del nuevo derecho proclamado por la marina, él ejército, y el pueblo, del sufragio universal. Por aclamación fue acordado el siguiente importante documento:
 
LA JUNTA REVOLUCIONARIA INTERINA AL PUEBLO DE MADRID.
Madrileños: Para facilitar la elección que, por primera vez, va á ejercer libre y universalmente el pueblo de Madrid, la Junta provisional cree conveniente indicar algunas reglas que aseguren la verdad del sufragio y hagan que la elección sea expresión genuina del vecindario. A este fin, las Juntas de distrito, conocedoras de los vecinos que las constituyen, determinarán las secciones en que se ha de dividir cada barrio, si el número de los electores fuese muy numeroso.
Los barrios o sus secciones se reunirán el día de hoy 30 de setiembre, á las dos de la tarde, en un local adecuado que los ciudadanos generosos se apresurarán seguramente á facilitar al pueblo. Los vecinos designarán, por el método que estimen más breve y expedito, un presidente escogido de entre todos ellos, y cuatro, secretarios encargados de verificar la elección, formando dos listas.
La primera contendrá los nombres de los ciudadanos que voten, á fin de asegurarse todos de que cada uno de los electores pertenece al barrio en que emita su voto. La segunda, los nombres de todas las personas que obtienen sufragios para ser individuos de la Junta.
Todos los vecinos mayores de edad, sin distinción de ninguna clase, tienen voto; y pueden expresar libremente su opinión, designando las personas que los merezcan confianza para individuos de la Junta que ha de gobernar Madrid.
Reunidos los vecinos de cada barrio, darán su voto á tres personas, que, en representación del distrito, formen parte de la Junta general,  de modo que esta resulte compuesta de 30 individuos. Cada papeleta contendrá asimismo los nombres de tres suplentes.
El acta de cada barrio, firmada por el presidente y los secretarios, y acompañada de la lista que la compruebe, será entregada á la Junta del distrito. Las Juntas de distrito harán el escrutinio de las listas de los barrios, y las tres personas que resulten con mayor número de votos en todos los distritos, serán proclamadas diputados, ya propietarios, ya suplentes, de la Junta de gobierno, extendiéndose una acta, firmada por la Junta del distrito que presida el escrutinio. Esta acta servirá de credencial á las personas elegidas.
Con tan sencillas bases, puede rápidamente organizarse el pueblo de Madrid, ínterin se nombre el Ayuntamiento que cuide de sus intereses locales,
El vecindario, con la discreción que le distingue, comprenderá que la nueva Junta debe expresar la unión de todos los partidos que han contribuido á derribar la dinastía de los Borbones y á restablecer el gran principio de la Soberanía nacional.
En este solemnísimo instante solo una entidad nos parece grande, la nación; solo una preocupación nos parece sagrada, la de la libertad.
Madrid 29 de setiembre de 1868.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola, José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez, Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez, Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés, Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier Carratalá, Antonio María de Orense.
 
LA JUNTA REVOLUCIONARIA DE MADRID, AL EJÉRCITO
“Soldados:
Hijos sois del pueblo; del pueblo salisteis; al pueblo habéis de volver. Pertenecéis como todos y os debéis más que ninguno a la patria. Soldados y oficiales der ejército: quien os induzca en esta hora solemne y decisiva á hostilizar al pueblo, es un traidor; parricidas seríais llamados vosotros si le obedecieseis. Fraternidad con el pueblo: sed unos con él en el día de la libertad. ¡Soldados! ¡Abajo los Borbones! ¡Viva la soberanía de la nación!”
Y estas fueron sus primeras disposiciones:
“Esta junta por su primera determinación ha resuelto restablecer la Milicia Nacional voluntaria, para lo que se les repartirán las armas necesarias á todos los ciudadanos que se presenten á recogerlas en los puntos siguientes: Plaza Mayor, Plaza de la Cebada, Plaza de Bilbao, Plaza de Santo Domingo, Chamberí, Plaza de las Cortes.
Lo que se hace saber para conocimiento de los ciudadanos.
Madrid, 29 de setiembre de 1868. El presidente, P. Madoz”.
Después de esto, asegurada ya la tranquilidad de Madrid, obra debida en verdad, antes á la cultura del pueblo que á los trabajos de la Junta, seguros los ciudadanos sobre el porvenir de su aspiración, resta solo que el primer ensayo que el pueblo hace de su soberanía sea feliz, que el sufragio universal se muestre tan grande como es, y pueda mañana la Junta provisional revolucionaria resignar sus accidentales poderes en una verdadera personificación de Madrid, y pueda a la vez la Gaceta anunciar á España y á Europa que la nación vive libre y es dueña de sí misma.
Mendizábal fue el hombre de nuestra regeneración y nuestra revolución. Nada más natural que la Junta provisional decrete: “Artículo único. En el día de mañana comenzarán los trabajos para colocar en la plaza del Progreso la estatua del inolvidable patricio Mendizábal, estatua que costeó el sentimiento liberal, y cuya colocación impidió la ingratitud y la deslealtad.
Madrid 29 de setiembre de 1868”. (Siguen las firmas).

31 de mayo de 2013

Gobernadores civiles de Guadalajara

Decía Joaquín Costa que los tres elementos del sistema caciquil que gobernó Guadalajara y España durante la Restauración eran: “Los oligarcas, los llamados primates, prohombres o notables de cada bando que forman su plana mayor, residentes ordinariamente en el centro; los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; y el gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento”. Sin embargo, los gobernadores civiles han sido poco conocidos y estudiados por los historiadores: temidos en su tiempo, omnipotentes y omnipresentes cuando gobernaban y olvidados cuando perdían su cargo. Como ya hicimos en La Alcarria Obrera rescatando los nombres de todos los diputados y senadores de la provincia y de la nómina completa de los alcaldes de la capital, recordamos ahora la relación de gobernadores civiles de Guadalajara desde la Revolución Gloriosa de 1868, que cambió sus atribuciones, hasta el final de la Guerra Civil.
GOBERNADORES CIVILES DE GUADALAJARA
José Domingo de Udaeta Ferro, octubre 1868 / septiembre 1869
José Benito Amado Boullosa, septiembre 1869 / marzo 1871
Hermenegildo Estévez Fernández, marzo / noviembre 1871
Joaquín Sancho Garrido, noviembre 1871 / febrero 1872
Juan de la Cruz Martínez Ruiz, febrero / junio 1872
Benito Pasarón Lima, junio 1872/ marzo 1873
Antonio Altadill Teixidó, marzo / junio 1873
José Lorenzo Prades, julio 1873 / enero 1874
Juan de la Cruz Martínez Ruiz, mayo / noviembre 1874
Sixto Primo de Rivera Sobremonte, noviembre 1874 / enero 1875
Vicente Rico Sánchez-Tirado, enero / julio 1875
Augusto José de Casanova, julio / septiembre 1875
Francisco Saúco Brieba, septiembre / octubre 1875
Antonio Alcalá-Galiano Miranda, octubre 1875 / julio 1878
Carlos de Ochoa Medrano, agosto 1878 / marzo 1879
Francisco Saúco Brieba, marzo / septiembre 1879
Antonio Senarega Luchardi, septiembre 1879 / abril 1880
Aquilino Herce y Coumes-Gay, abril / mayo 1880
Manuel Stárico Ruiz, mayo / diciembre 1880
Federico Terrer Gálvez, enero / febrero 1881
Miguel Fernández Balmaseda, febrero / octubre 1881
Santiago Herráiz Figueroa, octubre 1881 / noviembre 1883
Juan Crisóstomo Gómez, noviembre 1883 / febrero 1884
Tomás de Melgar Quintano, febrero / noviembre 1884
Juan del Nido Segalerva, noviembre 1884 / diciembre 1885
Rafael Martos, diciembre 1885 / julio 1886
Santiago Herráiz Figueroa, julio 1886 / marzo 1887
Gregorio de Mijares Sobrino, marzo 1887 / agosto 1888
José Gabriel Balcázar Rodríguez, agosto / noviembre 1888
José Escrig Font, enero 1889 / julio 1890
Manuel Camacho Fernández, julio 1890 / marzo 1891
Cándido Soldevila Sanmartí, abril 1891 / agosto 1892
Juan Antonio Martín Sánchez, agosto / diciembre 1892
Francisco Rivas Moreno, diciembre 1892 / abril 1893
Salustiano Fernández de la Vega, abril 1893 / marzo 1895
Mariano Ripollés Baranda, marzo / noviembre 1895
Javier Betegón Aparici, noviembre 1895 / junio 1897
José del Hierro Alarcón,  junio / octubre 1897
Miguel Mathet Coloma, octubre 1897 / abril 1898
Juan Sánchez Lozano, abril 1898 / marzo 1899
José Díaz de la Pedraja, marzo / julio 1899
Enrique Corcuera Menéndez, julio 1899 / enero 1900
Laureano Irazazábal Echevarría, enero 1900 / marzo 1901
Juan Sánchez Lozano, marzo / agosto 1901
Narciso Ribot March, agosto 1901 / febrero 1902
José Carreño de la Cuadra, febrero / julio 1902
Carlos Moreno González del Campillo, julio / diciembre 1902
Juan Menéndez Pidal, diciembre 1902 / diciembre 1903
José Coello Pérez del Pulgar, enero / octubre 1904
Luis de la Torre Villanueva, noviembre 1904 / febrero 1905
Sixto Morán Arroyo, febrero / junio 1905
Luis de Fuentes Mallafré, julio 1905 / julio 1906
Eduardo Ortiz Casado, julio 1906 / enero 1907
José Álvarez Pérez, febrero 1907 / febrero 1909
Antonio Villamil Marracci, febrero / octubre 1909
Joaquín Tenorio Vega, octubre / febrero 1910
Pedro Sainz de Baranda, marzo 1910 / diciembre 1911
Patricio López González de Canales, diciembre 1911 / julio 1913
Victoriano Ballesteros Rubio, julio / octubre 1913
Antonio Villamil Marracci, noviembre 1913 / mayo 1915
Pedro Martínez Calvo, junio / diciembre 1915
Patricio López González de Canales, diciembre 1915 / junio 1917
Pedro Martínez Calvo, junio / octubre 1917
Mariano Agrela, octubre / noviembre 1917
Diego Trevilla Paniza, diciembre 1917 / abril 1919
Alfonso Rodríguez Rodríguez, mayo / agosto 1919
Luis Mazzantini Eguía, agosto / diciembre 1919
Luis Maraver Serrano, diciembre 1919 / junio 1920
Eladio Santander Gallardo, julio / octubre 1920
Antonio Mazorra Ortiz, octubre 1920 / agosto 1921
José Gutiérrez Díaz, septiembre 1921 / marzo 1922
Justo Sarabia, marqués de Hazas, marzo / diciembre 1922
Melchor Ruiz del Árbol, diciembre 1922 / septiembre 1923
Hilarión Martínez Santos, septiembre 1923 / abril 1924
José García-Cernuda, abril / noviembre 1924
José Gil de Angulo, noviembre 1924 / febrero 1927
Luis María Cabello Lapiedra, febrero 1927 / agosto 1930
Benito Torres Torres, febrero / agosto 1930
Ramiro Goyanes Crespo, agosto 1930 / abril 1931
Gabriel González Taltabull, abril / mayo 1931
José León Trejo, mayo / octubre 1931
Juan Lafora García, octubre 1931
Ceferino Palencia Álvarez-Tubau, octubre 1931 / octubre 1932
Miguel Benavides Shelly, noviembre 1932 / septiembre 1933
Pompeyo Gimeno Alfonso, septiembre / octubre 1933
Rafael Terol Soriano, octubre / diciembre 1933
Pompeyo Gimeno Alfonso, diciembre 1933 / diciembre 1935
José Antonio Plaza Ayllón, diciembre 1935 / enero 1936
Antonio Suárez-Inclán Prendes, enero 1936
Miguel Risueño García, enero / febrero 1936
Miguel Benavides Shelly, febrero / diciembre 1936
Francisco Rodríguez Rodríguez, diciembre 1936 / julio 1937
Ernesto Vega de la Iglesia Manteca, julio 1937 / mayo 1938
José Cazorla Maure, mayo 1938 / marzo 1939
Manuel González Molina, marzo 1939

16 de mayo de 2013

Sindicalistas y cooperadores, de Rivas Moreno

Francisco Rivas Moreno fue un intelectual francotirador, es decir, que iba por libre y no seguía la corriente mayoritaria de su entorno. Nacido en el pueblo ciudadrealeño de Miguelturra fue regionalista en una Castilla que se veía más como esencia de España que como uno más de los territorios que la componían. Ajeno también a esa defensa a ultranza de la propiedad privada que la burguesía mesetaria usaba como arma arrojadiza, pero sin ser nunca un colectivista convicto, fue un agrarista que defendía la vía intermedia de las cooperativas campesinas. Ejerció como político liberal integrado en un sistema oligárquico y caciquil en el que no se sentía cómodo. Fue también periodista prolífico, que fundó, dirigió o colaboró con una larga lista de publicaciones de Ciudad Real, de Madrid y del resto de España. Es, sin embargo, un gran desconocido, a pesar de haber sacado de la imprenta varias docenas de libros. Hoy reproducimos el último capítulo de su obra Parcelación de latifundios y cooperación integral, publicado en 1919. Durante unos meses, entre diciembre de 1892 y febrero de 1893, fue gobernador civil de Guadalajara.
Dedicatoria de Francisco Rivas Moreno en uno de sus libros (Archivo La Alcarria Obrera)

Sindicalistas y cooperadores
El abolengo del Sindicalismo se encuentra en los antiguos gremios y en las cooperativas de producción.
La idea capital que informa las orientaciones sindicalistas es la asociación obrera por oficios, y esto de antiguo lo viene practicando el Socialismo en todos los países.
No hay, por tanto, en el programa sindicalista novedades que puedan sorprender a los que siguen atentamente el proceso social de las reivindicaciones obreras, pues su enemiga al sistema parlamentario, su amor a los procedimientos de violencia, a la dictadura y al deseo de que se socialicen la tierra y las industrias son particulares de rancia historia, pobremente cimentados y que fácilmente se refutan.
Si el sindicalismo estudiara sin apasionamientos sectarios el desenvolvimiento de las actividades cooperativistas, vería que en este sector de la vida social están sus aspiraciones atendidas dentro de lo que la justicia y la realidad permiten.
La organización de los obreros por gremios es condición precisa para llegar a establecer las cooperativas de producción.
Esta es la primera y más importante coincidencia que debemos señalar entre los procedimientos que recomiendan los sindicalistas y las normas de la cooperación.
Nosotros deseamos que cada gremio trabaje por su cuenta los elementos Industriales que constituyen su especialidad; y a este respecto buscamos una perfecta armonía entre los técnicos y los manuales para que aúnen sus esfuerzos en las nuevas organizaciones, como socios industriales y capitalistas que unos y otros han de ser.
Nos lleva este camino directamente a la supresión del patrono en la forma que ahora interviene en la producción; pero sus derechos todos serán respetados y a este efecto se le indemnizará en forma equitativa el importe de los inmuebles y elementos de trabajo que entregue a los gremios.
Como se ve, para nosotros el derecho de propiedad es tan sagrado cuando hay que ampararle en los patronos como al cuidarnos de formar el patrimonio de la familia obrera con los beneficios alcanzados por los esfuerzos de los asalariados.
Las enseñanzas recientes recogidas en Rusia y Austria evidencian que la socialización de la tierra y de las fábricas tiene como corolario obligado el desamor de los obreros al trabajo y el desastre de las fuentes de producción.
Sin los fuertes estímulos del interés individual nunca se hizo ni jamás llegará a hacerse una labor penosa. Pretender que un minero sacrifique su vida pasando las horas del día respirando el aire malsano de una galería y agotando sus energías físicas con esfuerzos de extraordinaria violencia, sin que al final de estas faenas vea para él y los suyos justo premio, es soñar con el mayor de los delirios.
En el campo, al socializarse la tierra, los que la cultivasen quedarían en una situación de dependencia respecto del Estado que, lejos de mejorar el presente, le empeoraría, pues el nuevo patrono acomodaría sus acuerdos a las bastardías de pandillaje político; y campesino que no se sometiera incondicionalmente a los caprichos y conveniencias de los directores de los asuntos públicos, sería sustituido por algún doméstico de los santones imperantes.
De modo muy distinto sucederán las cosas si los latifundios se entregan a las instituciones obreras para que los cultiven con arreglo a las disciplinas de la cooperación integral pues en estos organismos jamás se reflejarán las luchas entre el capital y el trabajo; y el problema de las horas de labor y el de los salarios, que tantos conflictos han originado en el campo y en los centros fabriles, jamás provocarán la más pequeña disensión entre los miembros de las cooperativas integrales toda vez que no existen explotadores ni explotados.
¿Cómo respetando el derecho de propiedad pueden los sindicatos encargarse de los latifundios y de las fábricas si sus disponibilidades no les permiten saldar las deudas ni atender a los gastos de explotación?
En Rumanía la propiedad territorial estaba en muy pocas manos, y los campesinos trabajan hoy en terrenos que les pertenecen, porque una ley dispuso que los latifundios fueran parcelados con objeto de que la familia agrícola se adueñase de la porción de terreno que precisaba para vivir modestamente con sus rentas. El Estado garantizó el pago de la gran propiedad parcelada y a su favor quedaron hipotecadas las tierras de los campesinos con las mejoras que en ellas se fueron acumulando.
Las cooperativas fabriles de producción pueden contar con los fondos de reserva de las de consumo, con las economías de los obreros y con los cientos de millones que destinan el Ahorro postal y las instituciones análogas a comprar papel del Estado.
Insisto en la idea de que estos caudales debían servir para fundar Bancos populares. Estas instituciones serían un valioso auxiliar para el desarrollo de todas las actividades. De las enormes sumas que hay improductivas en las cuentas corrientes de los Bancos, la acción oficial puede y debe tomar disposiciones para que tengan una inversión útil, excusando de este modo serios perjuicios a la economía nacional.
Aquí viene como anillo al dedo la frase de Waldeck-Rousseau, de que el capital debe trabajar, y el trabajo poseer. Los patronos, al entregar sus fábricas, estipularían las condiciones de pago y el interés anual que debía fijarse al capital. Este nunca excedería del 5 por 100. El sistema propuesto en Francia de emitir acciones para los obreros y los patronos me parece poco práctico.
Para afianzar el buen éxito de estas empresas sólo hace falta que por la educación y la cultura se consiga formar fuertes hábitos de ciudadanía y que las disciplinas de la Ética actúen con igual eficacia sobre todas las clases sociales. El porvenir presenta amplios horizontes para los técnicos. Ellos pueden formarse con hombres de todas las capas sociales.
La evolución lleva por caminos fáciles al logro de las justas aspiraciones de la familia obrera, y como no se siembran odios, no hay que cosechar luchas de clases. Lo contrario precisamente que sucede cuando los asalariados confían el logro de sus anhelos a la revolución.
Del parlamentarismo que en España tenemos pueden contarse con los dedos de la mano los hombres de recto sentido que no desean su inmediata desaparición. Las elecciones, hechas en todo tiempo por procedimientos que falsean la verdad del sufragio, han llegado a convencer a la opinión de que vivimos fuera de un régimen de democracia y que los Gobiernos excusarían al país gastos y molestias publicando en la Gaceta los nombres de los representantes de las provincias en la Asamblea nacional. Esto, al menos, tendría la recomendación de estar informado por los cánones de la sinceridad.
El sindicalismo no podrá prescindir de un cuerpo deliberante organizado con las representaciones de todas las entidades legalmente acreditadas. Poco importa que a esta Asamblea se la llame Sindicato único o Comité de obreros y soldados: lo esencial es las prerrogativas de que esté revestido este organismo.
Los cooperadores abogamos por que la representación parlamentaria se haga exclusivamente por los sindicatos, debiendo recaer la elección precisamente en un miembro de los que integren dichas asociaciones. Esta es la única manera de que todas las actividades hagan oír sus aspiraciones a la hora de legislar.
La opinión sana del país protesta con sobrada razón contra el absurdo de que los comicios sólo den sus sufragios a los abogados. Las divagaciones parlamentarias son corolario obligado de dicha conducta, y el descrédito en que ha caído el sistema representativo impone como remedio urgente y único la elección por gremios. Esto dará garantías de competencia y extirpará las malas artes que hoy tienen prostituido el Cuerpo electoral.
Los que defendemos los ideales democráticos con los arrestos y entusiasmos propios de arraigados convencimientos, es lógico que abominemos de esa dictadura sindicalista, que sería el mayor baldón que podría caer sobre una generación que a todas horas alardea de progresiva.