La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

20 de febrero de 2008

El carbón y la Revolución Industrial, de Benot

Eduardo Benot es uno de tantos intelectuales avanzados a su tiempo que hoy España desconoce. Hombre polifacético, fue, sobre todo, un reputado lingüista; una de sus obras conoció repetidas reediciones durante décadas, a pesar de que no fue recomendada por ninguna institución académica de su época. Científico, escribió obras de matemáticas y física; pedagogo, introdujo en España el sistema Ollendorf para el aprendizaje de lenguas extranjeras; literato, autor de varios libros de poesía y teatro; periodista, dirigió La Discusión de Madrid; ensayista... Fue además un destacado militante del Partido Republicano Federal, en el Cádiz de Fermín Salvochea, y ministro de Fomento durante la Primera República; a él se deben las primeras leyes sociales españolas. En el texto “Ni el carbón, ni la esclavitud” se resumen estas facetas y se nos muestra como un pensador original, en la vanguardia intelectual de su tiempo; se publicó en 1884 en un libro, Temas varios, que La Escuela Moderna reeditó en 1916.

Ni el carbón, ni la esclavitud. La una en lo antiguo y el otro en lo moderno, han sido y son los grandes obreros de las razas superiores de la Humanidad.
Pero la esclavitud se extingue, y carbón hay mucho en las entrañas de la tierra. ¿Qué será de la civilización cuando el carbón nos falte? ¿Volveremos a la esclavitud?
El carbón es excesivamente escaso. Haga el lector o figúrese en su mente un dado diminutísimo y casi imperceptible que tenga por un lado el grueso de este papel, represéntese un globo terrestre de un metro de diámetro, búsquese en ese globo el lugar ocupado por las islas Británicas, y con gran habilidad introdúzcase allí el inmanejable dadito de papel; y, hecho esto, tendrá en tan extraño corpúsculo la representación de todo el carbón fósil extraído durante un siglo de todas las minas de Inglaterra. El punto de esta i es mucho más extenso que una cualquiera de las seis caras de este dado. Todo el carbón de piedra existente en la tierra no llega acaso (respecto siempre de ese globo de un metro de diámetro) al tamaño de un pedazo de papel cuya área sea igual a la de una C mayúscula de este tipo.
Muchas minas se han descubierto últimamente; y la industria ha concebido grandes esperanzas de no morir de hambre tan pronto. La riqueza de las minas de Westfalia asciende a 100.000 millones de toneladas, y la antracita de la sola provincia china de Shan-Si pudiera dar 300 millones de toneladas durante 2.500 años. Dícese que en el corazón de África hay hulleras de considerable extensión.
El temor, pues, no depende tanto de la escasez en estos instantes de carbón de piedra, cuanto del hecho revelado por la estadística de que cada quince años ha venido duplicándose el consumo (que dentro de poco se triplicará). En Francia solamente, se gastaron 9 y medio millones de toneladas de carbón en 1815; 18 millones en 1830; 30 en 1843 y 75 millones en 1859. En los últimos quince años el consumo de carbón se ha más que duplicado. ¿Calcula el lector lo que es ir a la dobla en los gastos?
A petrificarse la industria en su estado actual, tal vez el carbón fósil atesorado en las entrañas de la tierra, aunque insignificante respecto de la masa total de nuestro planeta, bastaría para satisfacer nuestras necesidades hasta unos 100.000 años (el doble, según la opinión de entendidos optimistas). Pero multiplicándose solamente por dos el gasto cada quince años, todo el carbón de piedra del mundo no alcanzará de cierto para tres siglos, aún admitiendo en esta nueva cuestión los presupuestos del color de rosa más subido. Las locomotoras de los Estados del Norte de América han doblado el gasto en ocho años. En 1840 el Britannia era el rey de los vapores transatlánticos: medía 1.150 toneladas y contaba con una fuerza de 440 caballos. Hoy el Oriente desplaza 9.500 toneladas y dispone de 5.400 caballos. En 1829 no había locomotoras en el mundo; hoy existen más de 60.000 y gastan más de 12 millones de toneladas de carbón. ¿Cómo, pues, esperar que se estanque el consumo, cuando no hay caminos de hierro en el Japón ni en Filipinas, ni apenas en África, Australia y Asia? ¿Pueden hoy prescindir del vapor las regiones populosas?
Verdad es que pasma de admiración lo que ahorra de combustible la maquinaria moderna. Al empezar el siglo actual, las máquinas de Smeaton consumían 13 y medio kilogramos por hora y por caballo; hoy gastan menos de un kilo las grandes máquinas Corliss y, en general, las Compound. Los primitivos vapores transatlánticos gastaban 48 y medio quintales de carbón para llevar una tonelada de carga desde Liverpool a Nueva Cork; hoy el viaje exige solamente 4 y medio. Y hay más, mucho más todavía. En 1840 el Britannia pudo recorrer 2.775 millas inglesas desde Liverpool a Boston en catorce días y ocho horas; y, hace poco, el Britannia recorrió las 2.802 millas de Queenstown a Nueva Cork en siete días y once horas. El Gallia, con viento de proa, ha hecho la misma travesía en siete días y diez y nueve horas; ¡velocidad difícil de exceder notablemente mientras no cambie el actual modo de propulsión! ¿Quién pudo imaginar en 1840 que a los cuarenta años se pudiera transportar 15 veces más flete a través del Atlántico, en la mitad de tiempo, y con vez y media menos de peso de carbón? Pues este portento, que entonces se calificó de utopía extravagante, es hoy una posibilidad que ni siquiera cautiva la atención.
Pues todavía cabe un progreso más, ante el cual sería insignificante el anterior, aun con ser un prodigio. Las actuales calderas de vapor son organismos deplorables, toda vez que los mejores aparatos de combustión aprovechan solamente el 8 por ciento de la energía residente en el carbón de piedra. ¿Qué diríamos del panadero que para sacar ocho panes desperdiciara el trigo de 92? Pues en los malos hogares no llega a los cilindros de vapor ni siquiera el 5 por ciento de la fuerza que se desarrolla y existen en el hogar de la caldera.
Ahora bien, sabiéndose que tan enorme pérdida se debe principalmente a lo incompleto de la combustión y al enorme derroche de calor que se escapa por la chimenea de las máquinas con los gases de la combustión, muy de esperar es que la inventiva dé pronto con el remedio. Un kilogramo de hulla desarrolla 8.000 calorías en una hora; cada caloría debe elevar el peso de un kilogramos a 425 metros de altura; de modo que las 8.000, debiendo levantar en una hora a la altura de un metro 3.400toneladas, sólo levantan prácticamente 270 en los mejores organismos, o sea el 8 de cada cien. Pues agréguese que de esos 8, cuya energía ha podido al fin almacenarse en el vapor de agua, Sólo se utiliza en la máquina el 50 por 100; y fácilmente se comprenderá que aún resta bastante que mejorara, antes de que los aparatos de vapor se acerquen en la práctica a lo que promete la teoría.
Pero por mucho que los futuros mecanismos puedan ir ahorrando de combustible, jamás economizarán tanto como las necesidades de la civilización hagan gastar. El ahorro tiene un límite, más abajo del cual no podrá descenderse nunca, ni aun en los mecanismos ejecutados con la mayor perfección; mientras que no cabe límite asignable a un consumo que aumenta en proporción geométrica, doblándose o triplicándose cada quince años. ¿Qué hará entonces la Humanidad, cuando le falte el diamante negro, cuando le falte el combustible? ¿Restablecerá la esclavitud?
Verdaderamente es un prodigio la máquina del hombre. Según los cálculos de Helmotz, un quinto de la energía propia de las reacciones químicas que se efectúan en el cuerpo humano, reaparece en la fuerza de nuestros músculos.
Como acabamos de ver, no hay máquina ninguna de fuego que pueda rendir tanto. Y he aquí que, sólo por no fijarse la atención en esta maravilla de la organización humana, es por lo que confunden la mente las obras ejecutadas por naciones antiquísimas que no conocían el hierro, y que ni aun siquiera tuvieron a su servicio las fuerzas del buey ni del caballo. Sin embargo, aún permanecen las obras de muchos pueblos, cuyos nombres no conoce la historia, ocultos a las pesquisas de los más obstinados eruditos.
¿Qué raza fue aquella misteriosa del Perú, anterior sin duda a los Incas, que sabía labrar el oro incorruptible, el cobre y la plata, tejer telas de finísimo algodón y bordarlas con un primor ahora sin ejemplo? Aquellos hombres embalsamaban sus difuntos y los conservaban de cuclillas, desnudos o envueltos en chales suntuosos, dentro de nichos tallados en rocas resistentes a las desintegraciones de los siglos. Fue una raza ciclópea que terraplenó los barrancos del Perú en una extensión de 2.000 kilómetros, construyendo murallas de cantos poliedros y desiguales, a veces gigantescos y siempre sin cemento, como los bloques de los monumentos pelásgicos de la antigua Argólide. Las piedras de esos monumentos se hallan tan admirablemente talladas y pulidas, que el ajuste y encaje de las caras no discrepa; y las obras todas son de tan portentosa extensión que, juntas las murallas y colocadas a continuación unas de otras, podrían circundar diez veces, cuando menos, nuestro globo; ¡maravilla de tenacidad y de energía ante la cual son poco aún todos nuestro ferrocarriles!
¿Qué fue de la raza esbelta, bien proporcionada y de elevada estatura, que construía vasos, medallas, instrumentos músicos, relieves, estatuas colosales, casas, templos, sepulcros, puentes, acueductos, pirámides y fortificaciones en la Huchuetlapán mejicana, impropiamente llamada Palenque, ciudad verdaderamente de portentos en ruinas, del látigo simbólico de la T mística, las cruces, las serpientes, el escarabajo religioso y los inexplicados jeroglíficos, semejantes, sin embargo, a los del Egipto legendario?
¿Dónde están las gentes de los mouldings del Ohio y de todo el extenso valle del Mississippi?
¿Quiénes eran los que en Eastern Island, peñón aislado en medio de los mares, a 2.000 millas del Sur de América, a 2.000 de las Marquesas y a más de 1.000 de las Cambiar, modelaron los centenares de colosos de forma humana, de 10, de 12 y de más metros de altura, y peso superior al de 100 toneladas? ¿Cómo los movían? Tres metros de diámetro mide la cabeza de una de estas estatuas, todas de pie sobre anchurosas plataformas, y hoy se ven tendidas por los suelos de aquel insignificante islote, perdido en las inmensas soledades del Océano Pacífico.
De cierto no conocían los prodigios del vapor lo sagrados arquitectos druidas, de luengas barbas y coronas de laurel, que hicieron a sus esclavos levantar los dólmenes monolíticos de 700 toneladas y los menhires de granito indestructible, con 20 y hasta 25 metros de altura, rudos rivales de los bien tallados obeliscos del Egipto Faraónico.
De cierto no conocían el vapor los déspotas mitrados del Asia, que con la potente máquina de la esclavitud, cubrieron de maravillas la llanura de Babilonia, sin soñar nunca que sus escombros servirían algún día de morada a tigres, chacales y serpientes; ni contaban con nuestros recursos mecánicos los que edificaron Nínive, sepultada hasta hace cuarenta años; ni los que se coronaban en la sacra Persépolis, quemada por las teas de Alejandro, de sus capitanes, de sus griegas meretrices, tras una de las brutales orgías de aquel célebre conquistador; ni los que tallaron colinas de basalto y las ahuecaron primorosamente para formar templos como el índico de Kailasa, basílica incomparable de columnatas sostenidas por bueyes fantásticos y elefantes imposibles; ni los que levantaron las pirámides, y edificaron la ciudad de las esfinges de cabeza de carnero, Tebas la incomparable, que ostenta aún, en vez de árboles, selvas de columnas poderosas y alamedas de ingentes obeliscos.
¡Oh! Sin duda es una maravilla la máquina del hombre y una potencia increíble la de la esclavitud; pero la civilización que una vez haya sometido los agentes del Cosmos, no puede en modo alguno contentarse con la fuerza mezquina de las fibras musculares de las poblaciones esclavas.
La vida es muy corta, y la esclavitud trabaja muy despacio. Para hacer la gran pirámide de Cécrope, que mide 11.000 metros cúbicos, se necesitaron treinta años y 100.000 esclavos; mientras que para perforar el Monte Cenis con un túnel que cubica 500.000 metros, han bastado diez años y 500 trabajadores solamente. El túnel del Monte San Gotardo, hoy el mayor del mundo, puesto que tiene 15 kilómetros, se ha perforado en poco más de siete años.
Por otra parte, la esclavitud es un engendro de muerte. Todos los imperios fundados sobre ella han desaparecido de la tierra. ¿Qué fue de la antigua Roma y de aquella potentísima esclavitud que levantó tantos arcos de triunfo? Desapareció del mundo: bárbaros libres barrieron a los Césares de esclavos. Babilonia, Nínive, Cartago ya no existen.
Sin duda la esclavitud es un mecanismo de fuerza inmensamente mayor de lo que cree una poco profunda meditación; sin duda la esclavitud pudo ser un progreso cuando en los pueblos salvajes los vencedores, en vez de sacrificar a dioses implacables las entrañas palpitantes aún, de los prisioneros de guerra, y convertir en pasto y alimento de los antropófagos guerreros triunfantes la carne de la cencida tribu, destinaron los prisioneros de guerra a la labranza de los campos, a las obras de fortificación, a la formación de vías militares, y hasta la edificación de esos hoy inútiles obeliscos, dólmenes y pirámides que vanidades erróneas y creencias ahora inconcebibles hicieron erigir; sin duda la esclavitud es cara y lenta en su trabajo; pero hoy nuestro mejor conocimiento del derecho (y esto basta) la ha declarado una iniquidad inaguantable y un anacronismo insostenible en este siglo grandioso; menos grande por haber fijado la luz con la fotografía, haber detenido la palabra con el fonógrafo, haber dominado el espacio con la locomotora, haber prescindido del tiempo con el telégrafo, haber emancipado del dolor al hombre con el cloroformo; menos grande por todas estas maravillas que ni siquiera se atrevió a atribuir la magia a sus mentidos taumaturgos, fabricadores de milagros; menos grande por lo que ya ha hecho y le queda aún por hacer… que por haber consagrado los derechos imprescriptibles de la personalidad humana –la libertad de la palabra, la libertad de la ciencia, la libertad del trabajo- y haber declarado que el trabajo pertenece al trabajador; no al que le hace trabajar con el látigo inhumano.
No; no se volverá a la esclavitud; cuando el carbón fósil se haya extraído todo de las entrañas de la tierra. No; no se volverá a la esclavitud, como tampoco se volverá a la antropofagia, aun cuando faltasen alimentos. La esclavitud repugna al sentido moral civilizado, tanto casi como la alimentación con carne humana.
Pero, ¿y si falta el carbón?, ¿qué hacer entonces? Por fortuna la fuerza abunda en nuestro globo. No hay ser humano en el mundo de la civilización que no haya oído hablar de la Catarata del Niágara, como objeto sublime de poesía; pero pocos lo habrán considerado como objeto sublime de dinámica. Su solo salto de agua contiene en sí una energía superior con mucho a la de todo el carbón de piedra actualmente empleado como fuerza motriz en nuestro globo; esa caída es superior en fuerza teórica a la de 16 millones de caballos-vapor, y algún día el genio americano lo distribuirá por todo el Canadá y los Estados Unidos de la América del Norte. Pues también la maquinaria de la América del Sur será movida por las grandes cataratas del Potaro en la Guayana Inglesa; poco conocidas aún, pero que bien merecen serlo, como dignas rivales del Niágara.
El flujo y reflujo de los mares es una fuerza incalculable engendrada por las atracciones del sol y de la luna, combinadas con la rotación de nuestro globo, y que durará tanto cuanto duren las causas siderales de nuestro presente estado planetario.
A medida que se desciende al interior de la tierra, aumenta el calor, según la calidad de los terrenos, pero en general, el aumento de un grado cada 30 metros ó 35 de profundidad. En el pozo artesiano de Budapesth, orillas del Danubio, a cada 13 metros de descenso, término medio, la temperatura interna de la tierra subió un grado, tanto que el agua, desde la profundidad de 945 metros, ascendía con la temperatura de 71 grados centígrados; a la máxima profundidad del pozo, 970 metros y medio, la temperatura interna es de 74 grados. En el sondeo de 1.269 metros verificado en Sperenberg, cerca de Berlín, el grado geotérmico ha variado entre 21 metros y 140. En el pozo artesiano de Vitoria, provincia de Álava -cuya perforación se suspendió cuando ya la barrena había descendido algo más de un kilómetro de profundidad-, la temperatura crecía un grado centígrado por cada 38 metros, término medio. En la mina de oro The Savage, Estados Unidos del Norte de América, el calor es tan grande que el agua se convierte en vapor y escalda a los mineros; por lo cual hombres muy entendidos tienen propuesto una más profunda perforación por aparatos que obren a distancia, y alimentar luego de agua suficiente el nuevo pozo taladrado, para que convertida el agua en vapor, mueva la maquinaria de la mina… ¿El calor central del globo servirá, pues, de hogar inmenso algún día a todas las calderas y máquinas del futuro? Hoy por hoy no hay que pensar en que el carbón nos falte ni aun en que encarezca siquiera. Pero cuando la necesidad se haga sentir, cuando el carbón fósil haya vuelto en forma de ácido carbónico a la misma atmósfera de donde salió hace millones de años, entonces el hombre, continuando su marcha por las vías del progreso, sabrá prescindir del combustible actual, sin descender por ello de su puesto de honor presente, ni degenerar de su actual estado de civilización; porque un genio o, más bien, una serie de genios inventores, surgirá a conquistar las potencias inagotables, hoy no utilizadas, y otras fuerzas, hoy desconocidas, reemplazarán la energía que ahora sacamos del carbón.

17 de febrero de 2008

Celebración de la Primera República en 1891

Los republicanos siempre contaron con una fuerza respetable en Guadalajara. Federales, progresistas, centralistas, posibilistas… todas las familias republicanas tuvieron presencia en tierras alcarreñas y estuvieron lideradas por personalidades reconocidas: Manuel González Hierro, Miguel Mayoral Medina, Manuel Diges Antón, Calixto Rodríguez, Bruno Pascual Ruilópez… Su apoyo a los liberales, en una alianza que se fue poco a poco descompensando a favor de los monárquicos, les apartó de las clases populares y redujo su presencia política hasta 1931. Pero muchas de las realidades de la provincia en esos años sólo a ellos se debieron. De su prensa (La voz de la Alcarria, La Verdad, El Atalaya de Guadalajara, El Molinés y El Republicano) muy poco ha llegado hasta nosotros; por eso reproducimos la noticia de la fiesta celebrada el 11 de febrero de 1891 para conmemorar el aniversario de la Primera República, tal y como la recogió en sus páginas El Atalaya de Guadalajara.

La mejor prueba de que la unión es un hecho entre los republicanos de esta provincia, lo demuestra el acto realizado ayer en esta capital con ocasión de conmemorar la proclamación de la República en 1873; individuos de todas las fracciones acudieron al llamamiento de la Comisión organizadora del banquete, siendo muchos los trabajadores militantes en nuestras filas que dejaron de acudir por lo precario de su situación; Comités de diversas localidades felicitaron a los reunidos si con ello realizaban la unión estrecha que existir debe entre los que comulgan en el mismo credo y profesan las mismas ideas; personas respetables y queridas de sus conciudadanos por su consecuencia y acrisolada honradez acudieron de diferentes puntos de la provincia para demostrar la firmeza y arraigo de sus convicciones; y por fin, amigos apreciables que vertieron su sangre por la causa de la República, encontráronse dispuestos a reincidir en el sacrificio –si el triunfo del ideal lo demanda- por nuestra regeneración política y social.
Espectáculo admirable presentaba la confusión de los encanecidos en las luchas continuas por defender la democracia, al lado de la juventud fogosa que ha de coronar el edificio por los veteranos levantado; los que si hasta ahora estuvieron distanciados por cuestión de procedimiento o de detalles, unidos en apretado haz y cobijados por la bandera republicana, no teniendo más que un pensamiento –implantar y arraigar la República española- para lo cual estarán en constante lucha con los enemigos de la verdadera democracia para acostumbrar a la pelea al ejército republicano, y empleando el único procedimiento que puede reinstaurar en España la forma de gobierno que en funesta mañana de triste recuerdo fue suplantada por las bayonetas.
La atmósfera fraternal que allí se respiraba; la solidez y fijeza de principios en los concurrentes; la energía y convicciones arraigadas de los oradores; la contemplación de los retratos de los ilustres y consecuentes repúblicos –Pi y Zorrilla- colocados en el salón; todo, en fin, hacia presentir no esté lejano el día en que el astro refulgente de la República esparza sus beneficios y dones sobre este desgraciado país.
Nuestras convicciones se fortalecieron, y la fe en los principios genuinamente democráticos nos dará alientos y bríos para, empuñando la bandera de Unión republicana, lograr que en nuestra querida provincia, en el suelo que nos vio nacer, no exista más que un solo partido republicano, con el arma al brazo constantemente para realizar su misión.
Preside el banquete el antiguo, consecuente y querido por todos los republicanos Sr. González Hierro, acompañado del diputado a Cortes por Molina y presidente de nuestro Comité provincial republicano progresista, estimadísimo amigo Sr. Rodríguez (D. Calixto); presidente del Comité federal Sr. Gómez (D. Tomás); presidente del Comité de unión republicana de Brihuega Sr. García Frutos (D. José María) y vicepresidente del Comité progresista Sr. Núñez (D. Julián Antonio).
Asisten en representación de los correligionarios de Brihuega los Sres. Alcalde Diego (D. Antonio), secretario del Comité, Ortiz (D. Cosme) y García (D. Julio); del Comité de Driebes, su presidente, Sr. Arenas, y además republicanos de otras localidades, a los cuales enviamos la más sincera felicitación por el buen sentido práctico que han demostrado para realizar la unión.
Al banquete acudieron también nuestros amigos el diputado provincial Sr. Cabellos, los concejales Sres. Sardina y Alvira (D. Félix), Diges (D. Manuel), García (D. Doroteo), Casado (D. Juan y D. Emilio), Alba (D. Francisco) y otros muchos, a quienes rogamos dispensen su omisión.
Después de breves palabras del Sr. González Hierro, el Sr. Campos (D. Ángel) da lectura a las felicitaciones que más adelante publicamos. Nuestro Director, después de la lectura, dirige un saludo a D. Calixto Rodríguez y demás correligionarios que nos han honrado en nombre de varios Comités con su presencia, sosteniendo la necesidad de la unión tan deseada y esperando que como consecuencia del acto que se celebra, todos los republicanos se den un estrecho abrazo, concluyendo con un entusiasta ¡Viva la unión republicana!
El Sr. Aragón recuerda a Padilla y Lanuza, comparándolos con Villacampa y Pi –su jefe- y sosteniendo que solamente con tesón y firmeza tendremos República y Federación.
El Sr. García Frutos, pronuncia un correcto discurso en lenguaje sumamente llano, afirmando que la idea republicana se extiende como el aceite por villas y campos, por fábricas y talleres, y los que ayer las juzgaban utópicas e irrealizables, hoy no dudan que son perfectamente prácticas y las ideas del porvenir. ¿Qué falta para conseguir el triunfo de nuestras ideas? La unión de todos; a predicar esta unión –decía nuestro querido amigo- vengo esta noche en nombre de los republicanos de Brihuega. Prueba que no existen en realidad diferencias de procedimientos entre los republicanos: lo que hay es que unos quieren ir a pie al punto donde todos deseamos llegar, mientras otros lo desean en ferrocarril. Pues bien, si la excursión es corta es preferible ir a pie y como de paseo; pero si es larga y el día borrascoso, todos sin discusión aceptamos el ferrocarril. Demuestra que es lógica la unión de los republicanos porque todos defienden la democracia y el trabajo, combatiendo los privilegios, así como también que no existe diferencia entre los unitarios que defienden las autonomías municipal, provincial y regional, y los federales que defienden la unidad de la patria. Termina el presidente del Comité de Brihuega, aconsejando se pospongan las ambiciones mezquinas, que no se comprenden entre iguales, y puestos el corazón en la patria y los ojos en la República, busquemos la fórmula de unión y, como procede entre demócratas, bajemos la cabeza ante la voluntad de los más.
El Sr. Rodríguez (D. Calixto) es acogido con una salva de aplausos al levantarse, y comienza saludando a todos los republicanos de España que son sus correligionarios, y especialmente a los de esta provincia que son sus hermanos. Entre los períodos de su brillante discurso, insiste en que los republicanos tienen el deber de acudir a la redención de la patria, a cuya bancarrota nos han traído los ídolos de las clases conservadoras, ídolos viejos que deben desaparecer porque son un obstáculo al desarrollo de la vida y prosperidad del país. Durante la República de 1873 –dice nuestro estimable amigo- no hubo calumnia que no emplearan las clases conservadoras para desprestigiarla, ni guerra civil que no fomentaran para destruirla; pues esas mismas clases vuelven hoy la vista ansiosas hacia nuestro partido, como única salvación para poner término a tanto desacierto, a tanto molestar, a ruina tanta. No es sólo por la realización de nuestras aspiraciones, sino por el interés supremo de la patria por lo que al presente se impone la unión de las fuerzas republicanas. La unión se impone y se realizará –decía con acento viril y enérgico el diputado por Molina- si no la efectúan los de arriba, vendrá de abajo; si los jefes son obstáculo o se oponen a ella, los soldados prescindirán de esos jefes. Prueba no es obstáculo la diferencia de ideas entre los grandes partidos republicanos, y dice que si la unión no se ha verificado aún es por personalismos, sosteniendo que si es bueno que un ejército disciplinado espere la voz del Jefe para el momento de la lucha, no implica que los soldados deban supeditar sus energías a la voluntad de los mismos. Dice que dentro de la República encontrarán los trabajadores indudables mejoras, siendo injustos los cargos que se lanzan a los republicanos cuando estos defienden su mejoramiento, por lo cual deben prestar su valioso apoyo al triunfo de las aspiraciones democráticas. El partido republicano cuenta con medios suficientes para, con una buena administración y con medidas protectoras, convencer a los obreros que con la República se garantizan todos los derechos y no se cometerán iniquidades con individuos que defiendan determinadas ideas que, si utópicas hoy, tal vez mañana sean realizables. Termina confiando en que todos hemos de luchar con bríos para realizar la unión porque hoy trabajamos, implantando la República en España y realizando con ella el bienestar de la patria.
El Sr. González Hierro, resume lo dicho por los oradores en un correcto y elegante discurso, como todos los suyos, afirmando que lo expuesto en la reunión se condensa en un ¡Viva España! y en un ¡Viva hacia el símbolo que representan nuestros ideales! Después de 18 años –dice nuestro amigo- hemos venido a encontrarnos en la agonía más atroz, lo cual indica que si los republicanos no hacemos un supremo esfuerzo, en breve se encontrará España como la infeliz Polonia. Declara estar decidido a que la unión se haga de abajo a arriba, porque de la otra manera no se la ve venir, sin que esto indique desligamiento de los Jefes; cuya unión dice sacará a España del ostracismo y de la miseria a que nos han conducido los monárquicos. Concluye sosteniendo que debemos inspirarnos en la mayor abnegación al triunfar nuestros ideales, si queremos que sea una verdad los principios democráticos. Brinda por la unión republicana. Propone que D. Calixto Rodríguez sea el encargado de comunicar a las corrientes de los reunidos acerca de la unión en las regiones políticas republicanas.
El banquete terminó, acordándose un telegrama expresando la necesidad de la unión a los señores Pi, Ruiz Zorrilla y Salmerón.

16 de febrero de 2008

La Escuela Moderna, de Anselmo Lorenzo

Francisco Ferrer Guardia, 1909

La Escuela Moderna abierta en Barcelona por Francisco Ferrer Guardia fue una de las iniciativas con más proyección del movimiento libertario español en los primeros años del siglo XX; basta para demostrar su interés el encono con que fue perseguida por los poderes establecidos. Su promotor fue encausado y encarcelado en el proceso por el atentado de Mateo Morral contra el rey Alfonso XIII, del que salió absuelto, y acusado y condenado a muerte por los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa, aunque durante el proceso se demostró su inocencia. Sus propuestas de una enseñanza racional, laica, científica, liberadora y mixta fueron acogidas con espanto por todos los bienpensantes. En esta labor contó con la ayuda de personalidades como Odón de Buen, Nicolás Estébanez Calderón o Anselmo Lorenzo, que escribió el prólogo del libro La Escuela Moderna, obra póstuma de Ferrer. En algunas reediciones recientes se ha suprimido este prólogo, de difícil lectura y retórica excesiva, pero no por ello menos interesante.

Asociado a la obra de Ferrer desde algunos meses antes de la creación de la Escuela Moderna, a título de traductor para su biblioteca, estuve en feliz disposición para conocer la grandeza del pensamiento de aquel hombre singular, que me distinguió y honró con su amistad y confianza.
En una fiesta de los profesores racionalistas de Barcelona, en honor de Ferrer, para celebrar su absolución en la causa del atentado regio de mayo en Madrid, expresé mi concepto sobre la enseñanza científica y racional, que aquí reproduzco en los siguientes términos:
En este acto celebramos un triunfo del progreso humano y una caída del poder del privilegio.
Conviene que nos demos bien cuenta de ello para precisar la fuerza que nos apoya, la razón que nos asiste y la influencia que personal y colectivamente podemos tener en las futuras caídas del enemigo y en la serie infinita de triunfos que en la vía de la perfección, en el conocimiento de la verdad y en la práctica de la justicia nos esperan.
En una nación de masa analfabetas, en que el tanto por ciento de los iletrados acusa una de las mayores proporciones de Europa y de América, se ha planteado la enseñanza racional, cuyo objetivo se expresa claramente en estas palabras del programa de la Escuela Moderna: “Ni dogmas ni sistemas, ni moldes que reducen la vitalidad a la estrechez de las exigencias de una sociedad transitoria que aspira a definitiva; soluciones comprobadas por los hechos, teorías aceptadas por la razón, verdades confirmadas por la evidencia, eso es lo que constituye nuestra enseñanza, encaminada a que cada cerebro sea motor de una voluntad, y a que las verdades brillen por sí en abstracto, arraiguen en todo entendimiento y, aplicadas en la práctica, beneficien a la humanidad sin exclusiones indignas ni exclusivismos repugnantes”.
Esta enseñanza no existía en España, ni existe oficialmente en las otras naciones, por adelantadas que parezcan, por grandes que sean las cantidades que sus presupuestos destinen a la enseñanza. Es más: esa enseñanza no la dará jamás el Estado, ni aquí ni en nación alguna del mundo, porque mal puede tender a que “cada cerebro sea el motor de una voluntad” esa entidad que concreta en leyes, y quiere eternizarlas como expresión de la verdad y de la justicia, los errores de cada época y los intereses de las castas o de las clases superiores, y que, por consecuencia, amasa los cerebros en la uniformidad de una creencia y en la inicua aceptación de un despojo; es decir, en la fe y en la obediencia.
Pero lo que el Estado no puede hacer, porque contraría la base fundamental de su existencia, puede hacerlo la Sociedad, y aquí he de observar que el Estado y la Sociedad son entidades que si para muchos son sinónimas, en realidad son antitéticas. El Estado, en teoría, representa la suma de negaciones de las libertades individuales, o el sacrificio que todos sus miembros hacen renunciando a una parte de su libertad en pro del bien común, y en la práctica resulta esta definición de Bastiat: “El Estado es la gran ficción por medio de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todo el mundo”; o esta otra de Renan: “El Estado es un autócrata sin igual que tiene derechos contra todos y nadie los tiene contra él”. La Sociedad, por el contrario, es el modo natural de existencia de la humanidad; se rige por las costumbres o por hábitos tradicionales, pero no por leyes escritas impuestas anteriormente; progresa con lentitud por el impulso que le dan las iniciativas individuales, no por el pensamiento ni la voluntad de los legisladores. Las leyes a que se somete son las leyes naturales, inherentes al cuerpo social como a los cuerpos físicos, que la ciencia descubre y que el legislador y el gobernante desconoce o contraría por sistema.
En la situación de evolución progresiva en que nos hallamos, lo que el Estado no quiere hacer y lo que la Sociedad por el obstáculo opuesto por el Estado no puede hacer todavía, ha de hacerlo la iniciativa individual, y este es nuestro caso. Sin negar lo que en otras naciones se haga por la enseñanza racional, supeditada en gran parte a ese laicismo que si emancipa la enseñanza de la tiranía de la Iglesia, la deja sometida al Estado, que si desecha de la escuela el fetiche religioso pone en su lugar el símbolo patriótico, hemos de reconocer que la enseñanza racional pura, la típica, la que puede servir de modelo, es la planteada en la Escuela Moderna de Barcelona por la iniciativa de Francisco Ferrer. Y no quiero hacer aquí manifestación de vanagloria patriótica, ni menos de adulación personal; voy más lejos; pretendo exponer, lógrelo o no, el alcance social, revolucionario, humano, de la enseñanza racional. Por lo pronto recojo este dato: en la reciente campaña “Pro-Ferrer”, sostenida por la prensa internacional, se ha leído constantemente, afirmado por notabilidades europeas y americanas, que la Escuela Moderna de Barcelona representa una iniciativa original.
Y aquí recojo la idea del triunfo representado por este acto, de que hablé al principio.
Los privilegiados en general, no ya únicamente los caracterizados por el dogma, sino aquellos que representan la usurpación de la riqueza social, se concertaron contra la Escuela Moderna y contra su fundador, y a la primera ocasión cayeron sobre una y otra con todo su poder, y su poder se ha estrellado contra esa fuerza que, incoherente al parecer, sin trabazón ni combinación orgánica, sin otra manifestación que el artículo o la información periodística, el mitin y la conferencia, producto casi siempre de una actividad personal, y esto expresado en francés, en alemán, en inglés, en italiano, en portugués, en español, uno y otro días, con constancia admirable, ha bastado para aplastar y aniquilar el poder de Loyola, que, como sabéis, es un pulpo inmenso que extiende sus viscosos y absorbentes tentáculos por todo el mundo. Es decir, lo reconocidamente débil, apoyado por la razón, ha triunfado de lo tenido por fuerte que quería consumar una iniquidad. Se han trocado pues, los papeles: somos fuertes ya por la razón y la justicia; son débiles por la injusticia y el sofisma.
Con la absolución de Ferrer adquiere mayor esplendor la enseñanza racional, que hoy desde Barcelona irradia al mundo y no puede menos de ser universalmente adoptada; con la negativa a la petición de Becerra del Toro se inicia la separación completa de la infancia de la creencia en el dogma, se la sumisión a toda la tiranía, del hipócrita convencionalismo que pone la ficción sobre la realidad, y se crean esas generaciones despreocupadas y conscientes que han de enaltecer la humanidad.
Aquella absolución y aquella negativa significan el término de una evolución y el principio de una nueva era. Llego hasta considerarlas más trascendentales que algunos sucesos históricos a que se ha dado el nombre de revolucionarios. Por ellas pasa la enseñanza a ser función eminentemente social. Hasta aquí la enseñanza, supeditada a la Iglesia, que, según la feliz expresión de Bakounine, quería hacer del hombre un santo, o del Estado, que quería de él un ciudadano, moldeándole cada cual en su lecho de Procusto, será el hecho natural de dar a la infancia, a la que como continuadora de las generaciones pasadas o que van pasando, formará la humanidad futura, su participación en el tesoro de la sabiduría humana. Es la ruptura del esoterismo, o creencia para los ignorantes, para aquellos de quien se dijo que se necesitaba un dios para la canalla, y la iniciación de todos en el esoterismo, o doctrina hasta aquí secreta para satisfacción de los poderosos.
Vosotros, profesores racionalistas, sois los llamados a realizar el principio de una justificación a la Sociedad, que no parará hasta poner a disposición de todo el mundo el patrimonio universal, formado por los bienes naturales y por los adquiridos por cuantos, sin distinción de países y a través de todas las épocas, han observado, estudiado, pensado y trabajado hasta constituir esa riqueza con la cual podría vivir con satisfacción y holgura una humanidad de triple número de habitantes.
Habéis de emancipar y generalizar la enseñanza, que no ha de ser, como hasta ahora, un plantel de estúpidos creyentes, o un picadero para domar energías rebeldes, o un negocio industrial para sacar rentas a costa de la mistificación de las inteligencias; estáis destinados a fundar el verdadero equilibrio entre lo que se cree y lo que se sabe, y con esa laudabilísima tarea daréis a la Sociedad aquel fundamento sólido que en vano ha buscado hasta el presente.
Hermosa misión la vuestra; no hay ya otra en el mundo que la supere. Mientras los restos del privilegio forman tratados internacionales para garantizarse contra los innovadores, refuerzan su legislación con leyes excepcionales para perseguir a los revolucionarios, dan a sus ejércitos nuevos y más poderosos instrumentos de destrucción, inventan nuevos sofismas para justificarse, ahí estáis vosotros para destruir atavismos, enseñar verdades, formar caracteres, impedir la formación de masas sectarias e inconscientes y hacer de cada hombre y de cada mujer un ser pensante y activo, de positivo e idéntico valor, sobre el cual no pueda sostenerse falso prestigio ni autoridad indebida, de modo que la justicia entre las relaciones humanas sea un resultado sencillo y práctico de las costumbres.
Para llevar adelante vuestra obra no volváis la vista a los poderosos, como tales poderosos, porque esencialmente serán vuestros enemigos, sin negar por eso que podáis hallar auxiliares individuales: bien lo demuestra el caso de la iniciativa del fundador de la Escuela Moderna. Procurad interesar al proletariado, que es hoy la clase social eminentemente progresiva, porque, a diferencia de la burguesía usurpadora de la riqueza social, y viviendo en la opresión y en la miseria, tiene sus bienes en lo porvenir, y vosotros sois los principales dispensadores de esos bienes.
Si así comprendéis vuestra misión y si por ella se desarrollan vuestras energías, animadas por vivificador entusiasmo secundado por la poderosa virtud de la constancia, a vosotros estará encomendada la realización de este sublime ideal formulado por la poderosa inteligencia de Pi y Margall: “El hombre no está condenado a sufrir eternamente los males que le afligen. Su inteligencia disipa de día en día las nieblas que le obscurecen y confunden, su voluntad está mejor determinada, su libertad se educa. Vendrá, a no dudarlo, tiempo que, conocida ya la ley por la humanidad, sus relaciones marcharán perfectamente de acuerdo con los destinos de su raza. La libertad y la fatalidad serán entonces idénticas, no habrá motivos de lucha, y una aureola inextinguible de paz circundará ya la frente del niño al saltar del seno de su madre”.
En junio de 1908, hallándose Ferrer reposando en Amélie-les-Bains, me invitó a que le acompañara, a lo que accedí gustoso, y en la tranquilidad de aquel bellísimo repliegue de los Pirineos, en el descanso requerido tras muchos años de actividad incesante y uno de privación de libertad y peligro terrible, recordó los pasos dados en la vía progresiva, y concertamos propósitos de continuación aprovechando las lecciones de la experiencia.
Allí, Ferrer, en consideración a cuanto se había fantaseado por amigos y adversarios sobre el significado de la Escuela Moderna durante la campaña de su liberación, formó el propósito de escribir una Memoria explicativa de su significación, que se publicaría en la prensa española y francesa y fijaría clara y terminantemente el concepto, la aplicación y la extensión de la enseñanza racionalista.
Para la realización de su propósito requirió mi colaboración, y en aquel hermoso oasis y disfrutando de una breve tregua en la lucha por el progreso, por el bien, por la justicia, en la calma de un paisaje espléndido, gozando de aromáticas brisas y del armónico murmullo de aves e insectos a la orilla de un riachuelo, escribió la presente explicación que, por ser suya y por haberse ratificado y confirmado en hora trágica y solemne en Montjuich ante el pelotón de ejecución, rectifica errores, ratifica verdades y puede servir de guía a los continuadores de una iniciativa salvadora, emancipadora y libertadora de la humanidad.
En aquel medio, en presencia de Ferrer y oyendo su palabra inspirada por el más generoso altruismo, sentí aquellas emociones que exaltan el sentimiento y el pensamiento, y mientras él bosquejaba su Memoria yo escribí las siguientes líneas, que no pude presumir habrían de incluirse en el prefacio de la obra póstuma de Ferrer:
“Existe un tesoro natural, en cuya formación no han intervenido los hombres, y otro artificial, aglomerado con el concurso de los observadores, los pensadores y los trabajadores de todos los tiempos y de todos los países.
Por la existencia de ese tesoro natural viven los hombres, por la aglomeración de ese tesoro vive la humanidad; porque es evidente que sin condiciones de vitalidad necesaria y aun excedente, las especies inferiores no hubieran evolucionado hasta formar el organismo humano, ni el aprovechamiento de la excedencia hubiera creado la ciencia, el arte y la industria reuniendo el saber, el querer y el poder de todos de modo que se fundara la humanidad por la adopción de la solidaridad.
Si esos tesoros no tienen creador en nuestra especie ni en la generación viviente, claro es que la apropiación hereditaria y el goce de todas las ventajas consiguientes por cierto número de privilegiados, con exclusión de otro número infinitamente mayor que permanecen míseros e ignorantes desheredados, no tienen razón de ser, son un absurdo, constituyen una usurpación.
Ello es así: no busquemos causantes ni responsables; no demos vana satisfacción al sentimiento buscando el enemigo a quien quisiéramos abrumar con nuestras quejas o destruir con nuestra ira, pero reconozcamos el hecho en toda su sencillez: la gran riqueza natural y la no menos grande riqueza social, que juntas forman el patrimonio de esa gran aglomeración solidarizada llamada la humanidad, lo vienen detentando en el mundo un relativamente corto número de privilegiados, desde el brahmán al burgués, en perjuicio de todos los explotados y oprimidos del mundo, desde el paria al jornalero, tomando la denominación de esas clases históricas como representación de todas las desigualdades más o menos conocidas que hayan existido entre los hombres.
Obra humana es el dualismo que tanto nos daña, obra humana ha de ser el monismo reparador que ha de favorecernos.
Antes que los legisladores codificaran la injusticia legalizando la usurpación propietaria y el despojo de las clases ínfimas, los sacerdotes habían santificado la ignorancia con el esoterismo, reservándose con el esoterismo el privilegio del saber, y así quedó creado el absurdo antisolidario que representa el dualismo que nos divide, causante del antagonismo de intereses que corroe la Sociedad.
La ciencia, precursora siempre como el pensamiento precede necesariamente a la acción a título de determinante de la voluntad, rebasó por su propio poder las reservas y los secretos de la iniciación, pasando del templo, donde la usurpaban los sacerdotes, a la universidad, donde la usurpan los burgueses; pero interpretado el símbolo, desvanecido el mito y derribado el ídolo, último refugio de la injusticia exotérica, ni en la universidad se detiene y pasa a la escuela racional, verdadera y positiva universidad donde se enseña a todas y a todos la ciencia de la vida, convirtiendo en aula infantil la naturaleza en toda su inmensa amplitud, y toma como objetivo de su enseñanza todas las manifestaciones del saber y del poder de los hombres. Para condensar en un punto inicial la nueva vía libre emprendida por la humanidad surgió la Escuela Moderna.