La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

5 de abril de 2013

El Partido Progresista contra Isabel II

El Partido Progresista, heredero de los exaltados del Trienio Constitucional, unió su suerte al trono de Isabel II, a pesar de los desdenes repetidos y del evidente desafecto de la reina y su madre hacia el partido y hacia alguno de sus más destacados dirigentes, como Baldomero Espartero. La ingratitud de la corona no erosionó el apoyo de los progresistas hacia el régimen isabelino y hacia la monarca, mientras uno y otra se mantuvieron dentro del marco del liberalismo. Sin embargo, después de la caída de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell, la monarquía isabelina inició una deriva hacia el autoritarismo que dejó sin margen de actuación al partido progresista. En los procesos electorales de 1863 y posteriores los candidatos y líderes del partido optaron por el retraimiento ante la falta de garantías de limpieza en el proceso electoral, como se muestra en el texto que ahora añadimos, en el que el Comité Central progresista se ratifica en su ausencia de los comicios, posición que es apoyada expresamente por el general Baldomero Espartero que, en el último párrafo de su respuesta, avanza que la actividad insurreccional iba a ser la estrategia de la oposición liberal y democrática al autoritarismo de Narváez y González Bravo.
MANIFIESTO DEL COMITÉ CENTRAL PROGRESISTA
Al partido progresista.
La nación española, grande por sus glorias y libre por sus tradiciones, fue en 1863 convocada para asistir a una de esas luchas políticas en que la elección por distritos, los grandes electores y la impunidad permanente, bastardean el régimen constitucional, unciendo nuestra grandeza y libertad al carro de la teocracia. En presencia de farsa tan repetida, el antiguo Comité Central aconsejó a nuestros correligionarios el retraimiento; y su voz, inspirada por el santo amor de la patria, por el más puro respeto a la dignidad política y por el firme propósito de que los escépticos luchen solos con la reacción, fue unánimemente acogida por cuantos profesan el gran principio de la Soberanía Nacional.
Disueltas las Cortes y convocados nuevamente los comicios, el antiguo Comité Central resignó los poderes, proponiendo a su leal partido la elección de otra junta más numerosa para decidir la actitud conveniente en la próxima farsa electoral de 1864. El partido progresista ha seguido tan saludable consejo; y hoy su nuevo Comité Central, nacido del sufragio más libre, y constituido según las prácticas más puras, va a manifestar su opinión después de haber discutido amplia, tranquila y solemnemente la cuestión de retraimiento.
Empero antes de trasmitirla, el Comité Central cree justo recordar el heroico esfuerzo que la última minoría progresista hizo en el Congreso para prevenir el descrédito en que la influencia moral hace caer al sistema representativo, para contener a la teocracia en su triunfal carrera, para cerrar el repugnante mercado de las conciencias, y poner, ora clara y explícita, ora reticente e insinuativa, los ojos de la patria fijos en el origen de sus males. El Comité paga a minoría tan laboriosa este justo recuerdo; y haciendo suyo cuanto ella dijo, y hasta lo que la fue forzoso callar, aprende en la infecundidad legislativa de nuestros últimos combates parlamentarios que todo se esteriliza en el campo del oscurantismo, y todo se estrella en los obstáculos tradicionales.
Y no basta para contener el curso del mal que cambie la decoración, aquí donde el drama es siempre el mismo. No bastan, para impedir la propagación de la gangrena política, el clamor incesante de la opinión y el vuelo majestuoso de la ciencia, aquí dónde la libertad se pierde en ese dédalo reaccionario que impide el decantado turno pacifico de los partidos en las esferas del poder. No basta, para enfrenar los desatados elementos de la mogigatocracia, la elección de Cámaras populares, aquí donde el Senado sirve de valladar a nuestros triunfos en los comicios. Y ni aun bastarían, en esta patria infortunada, la unánime opinión de los electores y el supremo esfuerzo de todos para hacer tremolar en el Congreso la enseña de la libertad, aquí donde un Gran Elector usurpa al pueblo la prerrogativa constitucional de elegir libremente por sí los diputados, y hace que las Cortes sean hechura de los mismos gobiernos a quienes deben residenciar.
¿A qué ocultarlo? El catálogo infinito de coacciones, de amaños y de escamoteos electorales, parecía no tener fin en el último manifiesto del anterior Comité; y sin embargo, aquel cuadro de ilegalidades aumenta bajo el imperio del novísimo derecho penal de elecciones. Con efecto: ese campo electoral que nuestros contrarios nos ofrecen, es el campo que durante largo tiempo vienen preparando con las dificultades y asechanzas de una asfixiante centralización administrativa, en que las reclamaciones se estrellan contra ardides de oficina ó se evaporan en el hastío de los tribunales. El cuerpo electoral, que se nos da como arma de combate, está inmovilizado por un indefinible statu quo del censo, viene sirviendo de blanco a la coacción, de meta a la venalidad, de arsenal a la osadía; y como es punto de cita para los déspotas, para los tránsfugas y los burócratas, el progreso triunfa solo en poblaciones fuertes por su grandeza, independientes por su fortuna, civilizadas por el genio del progreso e inscritas en el sublimé libro de la libertad.
Esto no basta a los planes de la reacción: sus ministros montan oficinas electorales, que, bajo su dirección, reparten la benevolencia oficial, y hacen del telégrafo el rayo del anatema gubernativo, viniendo por tan vedados caminos a tener Congresos de real orden. ¡Qué más! Los tornillos de la máquina electoral no están aun bastante apretados; y para que su presión sea más eficaz, se ciñen a la elección por distritos, que muchos de nuestros adversarios se avergüenzan de conservar, hasta el punto de haber propuesto sustituirlos con las grandes circunscripciones, tan próximas a la elección por provincias que, con la reducción progresiva del censo electoral, son el único sistema aceptable para el partido progresista.
Imposible es que nos asociemos al propósito de acabar con el sistema representativo. ¿Qué importa se nos halague con la esperanza de turnar pacíficamente en el mando? ¿Qué importa se nos brinde con una estricta legalidad? ¿Qué importa que al halago suceda la amenaza de colocarnos fuera de la ley? ¿Qué importa que desoídos por nuestra dignidad, los contrarios se abracen al neo-catolicismo? Se nos halaga con el turno pacífico en el gobierno, y los obstáculos tradicionales son el reaccionario grito de guerra, cuando la opinión pública señala al partido progresista como única tabla de salvación en las tormentas, que rugiendo, pasan y vuelven sobre la patria amada. Se nos brinda con legalidad en las elecciones, y no bien articulada la promesa, suenan los nombres de gobernadores ante cuyo recuerdo la estatua de la ley se estremece, el derecho electoral abdica y la esperanza de todo bien desaparece. Se nos amenaza con ponernos fuera de la ley si no luchamos, y aparentan desconocer que nuestro estado normal es vivir fuera de los Consejos de la Corona, y olvidan que no usar del sufragio es acto licito en la moral y legitimo en el derecho, y no recuerdan que nuestros mayores nos legaron el Código del martirio que todo buen progresista lee con los ojos fijos en la Providencia.
Se abrazan al destino neo-católico nuestros adversarios, porque nos hacemos fuertes en nuestro derecho, en nuestra dignidad, en nuestro ostracismo; y rindiendo a la teocracia homenajes como el de la real orden sobre Instrucción pública, caen, incautos, en la hoguera reaccionaria y queman el gran libro de la civilización volviendo la espalda a Dios, que es fuente de progreso.
Sucédanse, en buena hora los halagos, las promesas, las amenazas y los conciertos temerarios: todo se estrellará en la pureza de nuestros principios, en la fuerza de nuestras convicciones. Unos y otras nos dicen que la gangrena consume al cuerpo electoral; que las ilegalidades son el derecho consuetudinario del moderantismo; que la sistemática conculcación de los principios esenciales del régimen constitucional, es ley en el turno gubernamental de nuestros contrarios; y que el retraimiento es medio eficaz para evitar el contagio de tantos males. La abstención, que ha fortalecido nuestra organización y ha roto tantas combinaciones ministeriales, volverá una vez más por los fueros de nuestra comunión política, impidiendo que los explotadores de nuestra exheredación nos hagan cándidos cómplices de las farsas electorales y evitará que nos gastemos en luchas estériles sin fin práctico trascendental, haciendo imposible que la historia confunda los triunfos alcanzados en las urnas por el poder, con los favores que la opinión pública dispensa solo a gobiernos de levantado espíritu y de noble aspiración.
Cierto es que, en principio, el progreso es la lucha, porque es el libre examen; la elección, porque es la expresión genuina de la soberana voluntad nacional; el no retraimiento, en fin, porque busca los mayores bienes en la concurrencia de las mayores actividades. Pero cuando partidos nobles y esforzados ven que durante largos años el grito de su indignación electoral y el eco de sus quejas parlamentarias se estrellan en obstáculos tradicionales, y solo viven para que varios motivos de su agravio se aumenten, crezcan y tomen gigantescas proporciones; cuando tal acontece a partidos como el progresista, su dignidad les manda no luchar en elecciones políticas.
En tales casos el retraimiento es un medio honroso, prudente y legal, de no adquirir mancomunidad en la legislación del país; es la acción interna del progreso, que lo prepara en paz silenciosa, contra la reacción teocrática, que cuenta con el más alto y poderoso apoyo; es el supremo recurso transitorio de los pueblos libres, cuando se hallan poseídos de justa indignación contra sentencias de sistemática exclusión, pronunciadas en odio de lo que no es amado por ser puro, y no es gobierno por ser nacional.
Para no venir a situación tan crítica, el partido progresista anunció en la tribuna y en la prensa el propósito de retirarse de la lucha electoral política, si las ilegalidades y la inmutabilidad no desaparecían del sufragio y del censo. La hora de esa justicia reparadora, que con tanta lealtad pedimos, no ha sonado todavía; el sistema odioso a la libertad permanece en pié sobre nuestro derecho, y no es digno, racional ni patriótico salir del retraimiento, con tanta unidad acatado y con tanta abnegación cumplido. Sigamos en situación pacifica, expectante; no concurramos a la elección de diputados a Cortes; dejemos la tribuna y la responsabilidad de cuanto sobrevenga a los causantes de nuestra abstención.
Y si a la historia de las elecciones moderadas se añaden hoy nuevas páginas manchadas con antiguos y nuevos escándalos; si continúa la corrupción en las esferas administrativas hasta sumir en el fondo del abismo la dolorosa suerte del país; si la disipación de los grandes recursos que el partido progresista allegó al Tesoro, causase la bancarrota que nos amaga; si, en fin, llega a desplomarse el edificio a tanta costa por nosotros imantado y sostenido, y los obstáculos tradicionales siguen ejerciendo su maléfica influencia, miremos, cruzados de brazos y con tranquila conciencia, las ruinas, aprestándonos a salvar de la demolición los elementos liberales de la grandeza nacional, como cumple a nuestra dignidad inmaculada y al amor santo que profesamos a nuestra patria.
Madrid, 29 de octubre de 1864.
Salustiano de Olózaga, Juan Prim, Pascual Madoz, Joaquín Aguirre, Ramón María Calatrava, Manuel Lasala, Carlos Latorre, Víctor Balaguer (representante de Barcelona), Ángel Gallifa (representante de Zaragoza), Eugenio Alau (representante de Valladolid), Laureano Figuerola, Marqués de Perales, Carlos Rubio, Francisco Salmerón y Alonso, Francisco Arquiaga (representante de Burgos), Nemesio Delgado y Rico, Pedro Martínez Luna, Juan Montero Telinge (representante de La Coruña), Joaquín Sancho (representante de Guadalajara), Eduardo Asquerino, Tomás Pérez (representante de Huesca), Marqués de la Florida (representante de Canarias), Manuel Jontoya (representante de Jaén), Ginés Orozco (representante de Almería), Rafael Saura (representante de Lérida), Pedro Mata, Isidro Aguado y Mona, Francisco de Paula Montejo (representante de Pamplona), Telesforo Montejo, Estanislao Zancajo (representante de Ávila), Inocente Ortiz y Casado, Bonifacio de Blas y Muñoz (representante de Segovia), Vicente Fuenmayor (representante de Soria), Vicente Rodríguez, Manuel Pasaron y Lastra, José Reus y García (representante de Alicante), José Peris y Valero (representante de Valencia), Manuel Otero (representante de Pontevedra), Tomás María Mosquera (representante de Orense), Santiago Alonso Cordero, Eleuterio González del Palacio (representante de León), Camilo Muñiz Vega, Rodrigo González Alegre (representante de Toledo), Mariano Ballesteros, José Alcalá-Zamora (representante de Córdoba), Feliciano Herreros de Tejada (representante de Logroño), Antonio Collantes y Bustamante, Álvaro Gil Sanz (representante de Salamanca), José Hipólito Álvarez Borbolla (representante de Oviedo), Leandro Rubio (representante de Cuenca), Joaquín María Villavicencio (representante de Granada), Joaquín Muñoz Bueno (representante de Cáceres), Tirso Sainz Baranda (representante de Zamora), Joaquín de Ibarrola (representante de Ciudad-Real), José Gutiérrez y Gutiérrez, Francisco Javier Zuazo (representante de Palencia), Manuel María José de Galdo, General Contreras, Guillermo Crespo (representante de Tarragona), Manuel Ruiz de Quevedo, Ángel Fernández de los Ríos (representante de Santander), Juan Bautista Alonso, José Menjíbar, José Abascal, José Antonio Aguilar (representante de Málaga), Laureano Gutiérrez Campoamor (representante de Lugo), Rafael Saravia (representante de Murcia), José María Maranjes de Diago (representante de Gerona), Práxedes M. Sagasta, Manuel Ruiz Zorrilla, Francisco de P. Montemar y José Lagunero.

Señores del comité central progresista:
Recibo la atenta comunicación de ese comité del 28 del actual con su adjunto manifiesto sobre el retraimiento; y aunque profundamente agradecido a sus nuevas demostraciones de simpatía y afecto, no puedo menos de manifestar, que no habiendo desaparecido ni una de las poderosas razones que impiden mi presencia en la corte, me es forzoso insistir en mí anterior renuncia del honroso cargo de presidente.
No por eso dejaré de prestar mi más eficaz apoyo a cuantas resoluciones del comité tiendan a realizar las verdaderas doctrinas del partido progresista, único y leal depositario del sistema constitucional en su pureza. Me adhiero con gusto a la primera resolución del comité, relativa al retraimiento en las actuales circunstancias.
Yo me hallo retraído desde el año 1856. La renuncia que entonces hice del cargo de senador, envolvía la protesta que mis principios me inspiraran de no contribuir, en cuanto excusarme pudiera, al orden de cosas que se restablecía, y que yo consideraba tanto más funesto para el Trono constitucional y para el pueblo, cuanto más se desviara de las prudentes bases sentadas en las sabias y libres instituciones que, armonizando los derechos y obligaciones recíprocas, y aplaudidas por la nación entera, sirvieron de gloriosa enseña para alcanzar nuestro triunfo en la sangrienta guerra, y de ancho fundamento a las saludables reformas que el espíritu del siglo y la razón pública reclamaban.
Los amantes sinceros de la libertad y del Trono constitucional, que con tanta constancia hemos defendido, no podemos menos de deplorar con honda pena los peligros que ambos corren en el día; pero ya que nuestras voces salvadoras sean fatalmente desoídas, retirémonos contristados y no seamos cómplices de su triste ruina.
Mas si para evitarla se nos ofreciere por la Providencia ocasión alguna propicia, ¿quién de nosotros no extendería sus brazos para salvar objetos tan queridos?
Reitero mis sentimientos de gratitud y afecto a los individuos de ese comité, ofreciéndome seguro servidor Q. B. S. M.
Baldomero Espartero
Logroño, 30 de octubre de 1864

29 de marzo de 2013

Influjo de América en el atraso económico español

La familia Pasarón era originaria de la comarca del río Eo, a caballo entre Asturias y Galicia, tuvo una estrecha relación con la provincia de Guadalajara, donde residieron varios de sus miembros como alumnos de la Academia de Ingenieros, como magistrados o como políticos, siempre en las filas del liberalismo progresista. Ramón Pasarón Lastra, diputado por el distrito de Pastrana en las Cortes de 1871, bajo la monarquía de Amadeo I de Saboya, y padre de Benito Pasarón Lima, gobernador civil de la provincia de Guadalajara en esas mismas fechas, escribió el siguiente artículo que se publicó en la revista La América, en su número del 8 de noviembre de 1857. En él se ofrece un magnífico resumen de la situación económica española en los primeros años del siglo XIX y, mostrando sus debilidades, se ofrecen pistas que permiten explicar el fracaso de la Revolución Industrial en nuestro país en las décadas siguientes, las posteriores a la Guerra de la Independencia, que mostraron la capacidad de los españoles para situarse a la vanguardia de los cambios políticos y su incompetencia para realizar las más necesarias transformaciones económicas.
Retrato de Ramón Pasarón Lastra (Archivo La Alcarria Obrera)

INFLUJO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA EN LOS INTERESES MATERIALES DE LA PENÍNSULA HASTA FINES DEL ÚLTIMO SIGLO.
El inmortal Colón dio a la corona de Castilla un mundo nuevo cuyas entrañas encerraban tesoros inmensos, mientras que en su vasta superficie se ostentaban todas las riquezas de una tierra privilegiada y virgen. ¡Coincidencia rara! Los monarcas poderosos cuyo reinado es una de las mejores glorias de la nación española, al mismo tiempo que adquirían aquellas magníficas regiones que presentaban un mercado inagotable al comercio universal, lanzaban de la Península el 30 de marzo de 1492 la parte de su población que desde algunos siglos venía siendo casi la única comerciante.
Y no porque faltase a la generalidad de los españoles el genio activo y emprendedor que exige la vida mercantil. Ocho siglos, sin embargo, de una guerra de restauración y de proselitismo contra los árabes, habían mantenido en la nación aquel espíritu marcial y guerrero que caracterizó a los visigodos, para quienes las profesiones pacíficas habían sido primitivamente consideradas como indignas del hombre elevado. Adoptando como la sociedad romana que acababan de destruir, la distinción de nobles y plebeyos, aunque no sobre iguales bases ni para el mismo fin, los primeros ocuparon los altos puestos militares y sacerdotales, hasta que fundada por San Fernando la universidad de Salamanca, sacados de ella por este monarca los doce primeros varones que formaron su Consejo, iniciaron la formación de nuestro segundo código nacional; fijados después de largas luchas los límites de la jurisdicción feudal, y reivindicada la suprema que correspondía fundamentalmente a la corona, se erigieron tribunales de orden superior. En ellos encontró la nobleza nuevos asientos, y todas las industrias quedaron relegadas en manos que se consideraban inferiores.
En cambio huían aquellas de los pueblos de señorío para llevar la vida y el movimiento a los de realengo, en donde se desarrollaba bajo la sombra protectora de la libertad municipal, una de las pocas instituciones civiles que se habían salvado de la ruina del imperio, y que era favorecida con empeño por nuestros soberanos para oponerla al turbulento poder de los señores. La inteligencia, el acrecentamiento y la prosperidad en las primeras: la miseria, la abyección y la soledad en las segundas. Tal fue el contraste que por algunos siglos ofreció la Península, y tal es la huella que de esta organización social se ve todavía en algunas de sus provincias.
En el seno de esta sociedad vivía, no sin frecuentes contrariedades, una masa numerosa de judíos que extraña á las preocupaciones sociales de la época, y sin más cuidados que los de su interés material, acabó por apoderarse de todas las industrias lucrativas, principalmente de la mercantil. Entonces nuestro comercio se colocó delante del que hacían la mayor parte de las naciones. En solo Toledo a principios del siglo XVI había, según Robertson 130.000 operarios dedicados a elaborar la seda, y se cree que fabricaban 450.000 libras en más de 15.000 telares.
Pocos años después de la conquista de Granada producía allí aquel ramo un millón de libras que se fabricaban en unos 6.000 tornos. Todavía a mediados del siglo XVII, a pesar de la rápida decadencia que había experimentado nuestra industria fabril, existían en la Península más de 10.000 telares de lana y seda. Entre los años 1663 y 1675 Toledo perdió 8.761 de aquellos, prueba inequívoca de la altura a que habían llegado nuestras fábricas de tejidos. Segovia, Santa María de Nieva y otros pueblos vecinos llegaron a tener más de 13.000 operarios en sus fábricas de paños; y es indudable que en el siglo XV las manufacturas españolas eran las que mejor se apreciaban en Europa, como lo atestiguan las célebres ferias de Medina del Campo que tenían lugar dos veces al año. Así se acumulaban la plata y el oro circulante en las manos laboriosas, mientras que careciendo de aquella riqueza nuestros adustos infanzones y ricoshombres se iban apoderando de ellos al mismo tiempo inspiraciones de galantería y de fausto, a cuyo impulso abandonaban sus castillos feudales para venir a las grandes poblaciones en pos de una vida más agradable. Desde entonces la nobleza se hizo tributaria del talento y del genio industrial.
Con la expulsión de los judíos que tanto habían hecho florecer el comercio, faltó de la Península uno de los principales elementos que habían de sacar partido del Nuevo Mundo que se descubría en aquella grande época. Las personas que tenían medios para instruirse en la ciencia mercantil, desdeñaban estos estudios abrazando con avidez los que conducían a las carreras de las armas ó de las letras; y puede asegurarse que la mano providencial trajo a España las dos terceras partes de la riqueza universal, al mismo tiempo que desaparecía de ella el instrumento poderoso que debía explotar tanto bien.
Otra coincidencia fatal para los adelantos de nuestra prosperidad sobrevino entonces. Acababa de tener su fin la aristocracia feudal que había venido desafiando el poder de nuestros monarcas por más de siete siglos: que lanzara del trono al sabio D. Alonso; que enfrenada por D. Alonso XI se vengó en su hijo D. Pedro; que dominó en los reinados sucesivos particularmente en los de D. Juan II y de los dos Enriques III y IV; y que levantó sobre el solio de Castilla a la misma doña Isabel.
Pero si razones de alta conveniencia política hacían desaparecer aquella aristocracia poderosa e inquieta, las había también para que se la reemplazase por otra más tranquila y subordinada a la suprema potestad de los reyes. La base de esta nueva nobleza y de su perpetuidad en las familias fue la propiedad inalienable e indivisible como lo era la sucesión de la corona, y las leyes acordadas en las Cortes de Toledo de 1502 y promulgadas en las de Toro dos años después, permitiendo que cada generación vinculase la tercera y quinta parte de toda la masa de bienes, además de los mayorazgos que se fundaban con real facultad, y de tenerse por vinculadas cuantas mejoras se hicieren en los unos y las otras, produjeron el estancamiento en la mayor parte de la poca propiedad libre que había quedado fuera de las manos muertas civiles y eclesiásticas. Así desaparecieron a un mismo tiempo la clase casi exclusivamente comerciante y la circulación de bienes que los hubiera llevado siempre al dominio de personas productoras capaces de mejorarlos y de dar alimento y vida a las demás industrias.
A estas causas de nuestra decadencia comercial en los tres últimos siglos es preciso agregar otras que consisten:
-En la expulsión de los moriscos que apartó de nuestra población muchos capitales y brazos laboriosos.
-En las costosas y estériles guerras de Flandes e Italia cuyas glorias adquiríamos a expensas de nuestros tesoros y de los hombres que arrancaban a las industrias.
-En la montuosidad de nuestro suelo no allanada por vías de comunicación.
-En la sequedad de nuestros terrenos del interior que no se venció con canales de riego.
-En lo poco navegables que son nuestros ríos, y en la incomodidad y peligros que ofrecen los puertos situados en sus embocaduras sin limpiar.
-En las trabas fiscales que embarazaron siempre nuestro movimiento interior; y en el sistema de prohibición que erigiendo el monopolio alejó la saludable competencia que debía estimular la mejora de los productos domésticos.
-En los privilegios concedidos a la ganadería a costa de los adelantos del cultivo. En la diferencia de pesas, y medidas y moneda que dificultan las transacciones.
-En la escasez de buques y carestía de sus fletes.
-En la emigración que los españoles dedicados al comercio y a otras industrias hacían para América, atraídos por las mayores probabilidades de obtener fortuna.
A pesar de tantos y tan graves obstáculos el genio español sostuvo por un lado la supremacía en las bellas artes que se ostentaron en la magnificencia de nuestras catedrales, monasterios y palacios; e hizo, por otro, esfuerzos asombrosos para elevar sus industrias, de cuya verdad responden la excelencia de sus tejidos de seda y algodones en algunas provincias, sus encajes, la especialidad de sus bordados y las numerosas fábricas establecidas en Cataluña, Valencia, Segovia, Talavera, Sevilla y otros puntos de España. Era imposible, sin embargo, que estos ramos de producción traspasados a nuevas manos, por decirlo así, desde principios del siglo XVI, pudiesen luchar a un mismo tiempo con las trabas fiscales y con el torrente extranjero que explotando la baratura de sus jornales, e inventando todos los días perfeccionamientos en sus manufacturas y fábricas, inundaban con sus producciones la Península, y se llevaban a falta de otro cambio las fabulosas sumas de plata y oro que recibía de América.
Llegó la libra de seda peninsular a tener sobre sí el enorme impuesto de 15 1/2 rs. próximamente; así es que el millón de libras que producía el antiguo reino de Granada, pocos años después de su conquista, vino a quedar reducido a mediados del siglo XVII á poco mas de 200.000. Prohibióse después su extracción, que fue otro golpe mortal para este ramo de industria; y las franquicias que obtuvieron los géneros importados de Génova, Milán, Nápoles, y Holanda, en el concepto de nacionales, mientras los nuestros se hallaban lamentablemente gravados, dieron a estos países el comercio casi exclusivo de España a cuyas poblaciones vinieron a establecerse numerosas casas de aquellos extranjeros que recogían nuestro oro y plata, tomando así una represalia funesta de la dominación que habíamos impuesto a su patria.
Antes del descubrimiento de la América todo el metálico circulante de Europa no pasaba de 850 millones de francos a lo más, según los cálculos del célebre estadista Mr. Jacob, y por consiguiente, los precios de todos los géneros eran bajos en proporción a la escasez del numerario. El mismo estadista con el cual se halla casi conforme Humbold, asegura que el metálico traído en el primer siglo después de aquel grande acontecimiento, ascendió a tres millares y medio de millones. En el segundo a ocho millares y medio de millones que constituyen un aumento de 128 por 100, y en el tercero, hasta el año de 1809, a veinte y dos millares de millones, siendo de advertir que en estos cálculos se hallan deducidas las cuantiosas sumas de pesos que salieron de Europa para la India, y la parte de moneda que se convirtió en alhajas de lujo.
Este fabuloso y rápido incremento de moneda debía producir naturalmente desnivelaciones violentas entre las necesidades del mercado y de la circulación. Lejos de seguir los precios el indicado incremento, sus oscilaciones eran continuas: el valor que tenían hoy los géneros, no guardaba relación con el de ayer, ni servía de base para calcular el de mañana. Nuestra península, por lo mismo que era la que recibía aquellos cargamentos de metal acuñado, debía también experimentar consecuencias más graves, y así fue en efecto. De un lado la abundancia de dinero suplía nuestra falta de artículos domésticos para cambiar con los extranjeros; y por otro, estimulados estos con el aliciente que les ofrecía el metal precioso que con seguridad hallaban en la península, y aprovechando la baratura de su mano de obra, desarrollaban de un modo prodigioso sus industrias cuyos productos nos enviaban por las aduanas ó de contrabando a precios más cómodos que los que tenían los nuestros, llevándose en cambio los tesoros que recibíamos de América.
Así se preparó en nuestra vecina Francia ese grande acontecimiento que debía ejercer un influjo tan decisivo en los destinos del mundo. La actividad industrial que su clase media desplegó, para recoger en cambio nuestra moneda americana, puso en sus manos abundantes riquezas que alzaron los precios de los consumos sin levantar el de los jornales. Los propietarios que tenían arrendadas sus tierras a largos plazos, no pudieron subir los arriendos, y el importe de estos ya no bastaba como antes para cubrir sus necesidades. Solo había logrado hacerse opulento el tercer estado, que tomando por falange suya la masa pobre y abyecta, se lanzó a la lucha contra la decrépita aristocracia para arrollarla, vencerla y consumar ese cambio universal de intereses morales y materiales que la misteriosa mano providencial reservaba al siglo XIX.
Fuese, pues, quedando atrás nuestra industria nacional: la imposibilidad de competir en precio, en calidad y en diversidad de productos con la extranjera, redujo la española casi exclusivamente a nuestros mercados del interior y de las provincias de Ultramar; y el resultado fue que el comercio de exportación de la península quedó limitado a algunos artículos salidos de su suelo, a las lanas finas que con el tiempo lograron aclimatar otros países, llevándose ganados nuestros, y a la pequeña reexportación de productos coloniales, mientras que los extranjeros no adquirieron bastantes posesiones para surtirse de ellos.
La pequeña importación permitida por nuestros aranceles, y el asombroso contrabando que inundaba la península, se llevaban en cambio la plata y oro que nos enviaba América, y los puertos de esta parte del mundo, cerrados por completo al comercio extranjero bajo penas increíbles, recibían nuestros sobrantes domésticos, los productos de la industria fabril nacional, y los géneros extranjeros que importados en España no habían encontrado salida en su mercado interior. Así es que el alto precio de nuestras producciones, originado por el alza de jornal a que habían dado lugar la abundancia del metálico y el monopolio nacido del sistema prohibitivo, alejaba de ellas al consumidor nacional, y lo llevaban en busca de los géneros extranjeros y del contrabando.
Tal es el cuadro triste y en bosquejo que presentó nuestro comercio mientras reinó en la península la dinastía austríaca. La guerra de sucesión que sobrevino á la muerte del señor D. Carlos II, detuvo los progresos que debía hacer en nuestro país la escuela económica que principiaba a fundarse entonces y que continuó desenvolviéndose hasta nuestros días. Sulli y Collbert habían dado la señal en la vecina Francia. Siguiéronlos allí Quesney, Say, Mirabeau y otros maestros de la ciencia. Levantaron también su voz muchos españoles ilustres, entre ellos Ensenada, Campomanes y Jovellanos; uno de los primeros y grandes resultados que produjeron las nuevas doctrinas, fue el célebre reglamento llamado del comercio libre de 12 de octubre de 1778 que forma una de las glorias del señor D. Carlos III. Del reinado de este augusto monarca arranca una nueva era para nuestro comercio con América, que puede ser objeto de otros artículos sucesivos, particularmente en lo que tenga relación con la preciosa isla de Cuba.
No concluiré, sin embargo, el presente sin ofrecer a la consideración del lector en cifras exactas tomadas de datos semioficiales el verdadero estado que tenia nuestro comercio exterior con las naciones extrañas y con la América española en el año común del septenio último que precedió al de 1793 en que tuvo principio nuestra guerra con la república francesa.
BALANZA CON AMÉRICA:
Remitió la península a todas sus provincias de América en el año común y en productos nacionales. 179.234,743 rs. vn.
ídem en extranjeros 171.349,772 rs. vn.
Retornó a la península en oro y plata 485.277,190 rs. vn.
ídem en frutos y géneros 255.357,094 rs. vn.
Balanza favorable a la península por rs. vn. 390.049,769
BALANZA CON EL EXTRANJERO:
El comercio extranjero importó por las aduanas de la península en el año común del septenio 714.858,698 rs. vn.
Exportó esta para el extranjero en productos domésticos 397.395,533 rs. vn.
Diferencia en contra de la península por rs. vn.: 317.463,165
De modo que después de pagar con el sobrante de América el déficit con el extranjero, nos quedaban 72.586,600
Y como esta desnivelación en contra de la balanza extranjera la pagábamos con la favorable que teníamos en metálico de la de América, resulta demostrado de una manera evidente que en la mejor época de nuestro comercio en el siglo último, y a pesar del inmenso mercado que teníamos en nuestras vastas provincias americanas, todas las ventajas mercantiles de España estuvieron reducidas a los 72.586,600 rs. Y aun nada tendríamos que deplorar sí esta suma se quedase entre nosotros. El contrabando, mayor entonces que la importación legítima, se encargaba de arrebatarnos con muchas creces aquel insignificante resto en que estaba representada la grandeza comercial española, aparente y quizá funesta para nosotros, pero real y fecunda para las naciones que levantaron la suya a expensas de la nuestra.
RAMÓN PASARON Y LASTRA

22 de marzo de 2013

La Escuela del Sindicato Metalúrgico de la UGT de Madrid

Una de las principales diferencias del sindicalismo clásico con respecto a las antiguas Sociedades de Socorros Mutuos y a las actuales centrales sindicales reformistas, es su preocupación por el conjunto de las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora, más allá de pequeñas reivindicaciones o avances de menor cuantía; sabiendo, además, que la mejora de estas condiciones vitales sólo podría ser plenamente desarrollada en un régimen no capitalista. Frente al señuelo de los actuales cursos de formación que imparten las centrales sindicales mayoritarias sin más objetivo que llenar sus arcas huérfanas de cotizaciones, los obreros metalúrgicos de la UGT de Madrid se plantearon, en plena Dictadura de Primo de Rivera, crear una escuela de formación profesional completa, que ofreciese formación laboral general y capacitación profesional especializada. Aquí reproducimos el Reglamento de la Escuela.
Reglamento del Sindicato Metalúrgico de la UGT de Madrid (Archivo La Alcarria Obrera)
 
CAPITULO PRIMERO.- LA ESCUELA, SU ORIENTACIÓN Y SU RÉGIMEN
Artículo 1º. Por entender el Sindicato Metalúrgico El Baluarte que no debe limitar su labor a defender los derechos de sus afiliados en las fábricas y talleres, sino que encarnan debidamente en sus fines los problemas que lleva en sí el progreso contemporáneo de la organización obrera internacional entre los que se manifiesta primordialmente uno, que es la educación técnicoprofesional, ha creado la Escuela de Aprendices Metalúrgicos.
Art. 2º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos tiene por objeto capacitar social y técnicoprofesionalmente a los aprendices metalúrgicos afiliados al Sindicato Metalúrgico El Baluarte.
Art. 3º. Para subvenir a los gastos que la Escuela de Aprendices Metalúrgicos origina, el Sindicato Metalúrgico dedicará una cantidad que se fijará en cada curso, según las necesidades materiales, y también se solicitarán subvenciones de las entidades patronales, ministerio de Trabajo, Junta de Pensiones, Casa del Pueblo, Ateneos, Asociaciones, de ingenieros y Sociedades particulares.
Art. 4º. En ningún caso podrán matricularse en nuestra Escuela otros que los aprendices que pertenezcan al Sindicato Metalúrgico El Baluarte.
Art, 5º. Los alumnos de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos tendrán a su ingreso una edad comprendida entre quince y dieciocho años cumplidos, teniendo en cuenta la legislación social vigente.
Art. 6º. Ningún alumno podrá pertenecer a la Escuela de Aprendices Metalúrgicos cumplidos los tres años de duración del plan de estudios.
Art. 7º. Los alumnos que dentro de un curso alcanzaran el límite de la edad reglamentaria podrán matricularse en éste, como asimismo podrán hacerlo los que cumplan los quince años de edad dentro de dicho curso.
Art. 8º. Será condición indispensable para poder ingresar en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos haber cursado los estudios de primera enseñanza, oficial o privadamente, cuya .comprobación la hará el Claustro de profesores al realizar la selección anual de nuevas matrículas.
Art. 9º. También será condición precisa para matricularse en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos pertenecer o haber ya pertenecido al personal de alguna fábrica o talleres metalúrgicos.
Art. 10º. Con el fin de obtener un factor de rendimiento lo más elevado posible, no eludiendo una responsabilidad moral que podría muy bien mermar la autoridad de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, y puesto que oficial y gratuitamente existe el Instituto Nacional de Orientación Profesional, se harán con los alumnos todos los cursos las experiencias psicológicas, psicotécnicas y fisiológicas que exige la orientación profesional, a fin de conocer la verdadera predisposición de los aprendices metalúrgicos, e informar a sus familiares en caso negativo.
Art.11º. Los cursos serán netamente técnicoprofesionales, considerando que la práctica del trabajo diario ha de ser la experiencia de aplicación de los estudios realizados en la Escuela.
Art. 12º. Los aprendices adquieren, al ser matriculados en la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, el compromiso moral de asistir con regularidad a los cursos y de observar todo lo que prescribe este reglamento como régimen y gobierno interior de la Escuela.
Art. 13º. Asimismo se comprometen a costearse los libros y el material que necesiten para sus enseñanzas, en tanto que la Escuela de Aprendices Metalúrgicos no lo pueda costear.
Art. 14º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos tratará, en lo posible, de que los propietarios, jefes y encargados de taller ejerzan el debido control moral sobre los aprendices para que éstos asistan a la Escuela.
Art. 15º. Las faltas de asistencia y de indisciplina serán juzgadas en primer grado por los profesores, apercibiendo al alumno, a sus familiares y jefes, para que éstos influyan en su ánimo, y en segundo y tercer grado, el Claustro de profesores tomará las decisiones oportunas, llegando a la expulsión, si fuere preciso.
Art. 16º. Los aprendices que sean dados de baja en el Sindicato, sea cual fuere la causa, serán dados de baja también en la Escuela en el momento en que a ésta llegue la debida comunicación.
CAPITULO II.- DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN DE LA ESCUELA DE APRENDICES METALÚRGICOS
Art. I7º. La Junta de gobierno y administración interna de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos se compondrá de un director de la Escuela, un secretario, un contador-cajero, un archivero-bibliotecario, dos representantes del Comité del Sindicato, que nombrará este mismo, y los vocales correspondientes.
Art. 18º. El director de la Escuela, secretario, contador-cajero y archivero-bibliotecario serán nombrados por el Claustro de profesores entre ellos mismos, quedando como vocales adjuntos el resto del profesorado, sea cual fuere su número.
Art. 19º. El director de la Escuela orientará y encauzará la labor de los profesores, estudiando y poniendo en práctica todo aquello que estime oportuno para el engrandecimiento de la Escuela; presidirá las reuniones de la Junta de gobierno y los tribunales de examen, inspeccionará las cuentas y ordenará los pagos, autorizando éstos con su firma.
Art. 20º. El secretario levantará las actas de las sesiones, tendrá bajo su custodia la documentación de la Escuela, expedirá los certificados de aptitud, dirigirá las comunicaciones y tendrá a su cargo las publicaciones de la misma.
Art. 21º. El contador-cajero tendrá en su poder los fondos precisos para las atenciones momentáneas de la Escuela; llevará las cuentas y efectuará los pagos, no pudiendo realizar los sin que éstos hayan sido previamente autorizados por el director, siendo imprescindible en cada caso la firma-recibo del interesado.
Art. 22º. El archivero-bibliotecario revisará y clasificará todas aquellas publicaciones interesantes para la Escuela, tanto profesionales como sociales, que ésta pueda adquirir por compra o donación. También estará a su cargo la información bibliográfica de las adquisiciones hechas por la Escuela, así como, las publicaciones técnicoprofesionales que vayan apareciendo y que sean de interés para los aprendices profesionales metalúrgicos.
Art. 23º. La elección de la Junta de gobierno y administración la hará el profesorado con toda autonomía, a excepción de los representantes del Comité.
Art. 24º. Los dos compañeros representantes del Comité tendrán intervención en las reuniones que celebre la Junta de gobierno, con voz y voto.
Art. 25º. Los efectivos de que disponga la Escuela de Aprendices Metalúrgicos estarán depositados en la caja del Sindicato Metalúrgico, que, a su vez, abrirá una cuenta corriente separada para dichos fondos.
Art. 26. El capital efectivo que posea la Escuela de Aprendices Metalúrgicos no podrá ser nunca destinado a otros fines, siendo necesario para cualquier inversión de éstos, que los libramientos sean firmados por el director de la Escuela.
Art. 27º. La Junta de gobierno tendrá absoluta autonomía en la dirección y administración de la Escuela, pudiendo emplear sus fondos, dentro del desarrollo de la misma, en la forma que estime conveniente.
Art. 28º. La Junta de gobierno celebrará una reunión de coordinación quincenal, a fin de mantener este factor y establecer un cambio de impresiones. De estas reuniones depende la buena marcha de La Escuela.
Art. 29º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos publicará un boletín de sus actividades, trimestral, semestral o anual, según lo permita su situación económica, en el que han de colaborar los alumnos que de por sí propios lo estimen conveniente, orientados por sus profesores.
CAPITULO III. DESARROLLO DEL FUNCIONAMIENTO DE LOS CURSOS DE LA ESCUELA DE APRENDICES METALÚRGICOS
Art. 30º. Atentos al funcionamiento en principio de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos, que para su mejor puesta en marcha ha de aligerar los programas de las lecciones dadas de toda complejidad o extensión, se estatuye:
-Que para conseguir la capacitación profesional requerida a un certificado de aptitud, los estudios podrán hacerse en tres cursos:
Primer curso.- General para todas las especialidades mecánicas, ha de comprender: Cálculos matemáticos, tecnología industrial, croquización y dibujo geométrico, y nomenclatura profesional francesa.
Segundo curso.- Especial, según la profesión: Cálculos matemáticos, tecnología de taller especializada, dibujo industrial y artístico, francés.
Tercer curso.- Complementario para todos los alumnos; comprende: Organización y administración de talleres, legislación social e industrial, durante medio curso, empleando el otro medio curso en formar más la especialización, que comprenderá: Cálculos industriales, fabricación y tecnología de taller, francés e inglés.
La especialización comprenderá los grupos siguientes:
a) Ajustadores, torneros, fresadores, montadores y forjadores,
b) Caldereros y obreros de la viga armada.
e) Moldeadores en hierro y metal, broncistas y modelistas.
d) Plateros, cerrajeros artísticos, cinceladores y galvanoplastas.
Art. 31º. La enseñanza se dará en forma de conferencias de una y media horas de duración, dos días alternos por semana en cada curso, durando éstas treinta y cuatro semanas, desde el día 15 de septiembre hasta el 15 de mayo.
Art. 32º. El tiempo de clase será distribuido en forma de utilizar una hora en la explicación y media hora para verificar si los alumnos han comprendido la materia tratada, para comentarla.     ,
Art. 33º. Cada lección comprenderá obligatoriamente un problema o ejercicio a resolver en casa por los alumnos, y que compendie de una forma escalonada las lecciones hasta entonces tratadas.
Art. 34º. Las dos primeras lecciones de cada medio curso serán dedicadas a hacer unos ejercicios de prueba por los alumnos, para decidir si han de continuar en él o deben volver al curso inmediato inferior. La pérdida de cuatro lecciones seguidas imposibilita al alumno continuar inscrito en el
curso.
CAPITULO IV.- DEL PROFESORADO
Art. 35º. El cuadro de profesores estará compuesto de compañeros afiliados al Sindicato en primer término, y si no hubiera número suficiente de éstos, podrá completarse con los ofrecimientos de personas de otra organización obrera perteneciente al organismo nacional Unión General de Trabajadores (U.G.T.).
Art. 36º. Esta Comisión nombrará en primer lugar al director de la Escuela de entre los profesores que se le han ofrecido, y el cual, a su vez, propondrá el profesorado, que, ratificado por la misma con él, forme el primer cuadro de profesores.
Para lo sucesivo el Claustro nombrará los profesores por concurso de méritos y aptitudes entre aquellos que deseen formar parte del profesorado de la Escuela,
Art. 37º. Los profesores serán gratificados por la Caja de la Escuela con una cantidad de seis pesetas por lección explicada.
Art. 38º. Serán nombrados profesores subalternos, para sustitución en caso de enfermedad o ausencia justificada, en las mismas condiciones que los primeros,
Art. 39º. Las faltas cometidas por los profesores serán puestas en conocimiento de la Junta de gobierno, quien juzgará debidamente.
Art. 40º. Las decisiones de los profesores, con arreglo a casos de indisciplina y faltas de los alumnos, serán puestas a disposición del Comité del Sindicato, para que éste, a su vez, tenga conocimiento de lo actuado.
CAPÍTULO V.- ENTIDADES PARTICULARES
Art. 41º. Las entidades que subvencionen la Escuela de Aprendices Metalúrgicos tendrán derecho a investigar el empleo de sus fondos y la labor que en ella se realiza.
Art. 42º. Para llevar a efecto la investigación que se menciona será preciso avisar al director de la Escuela con cuarenta y ocho horas de antelación.
La Dirección de la Escuela publicará en sus boletines una Memoria de la marcha de los cursos, con todo detalle, a fin de ilustrar a cuantas personas interese la labor de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos.
Art. 43º. La Escuela de Aprendices Metalúrgicos estará en continuo contacto con las entidades que la subvencionen para que éstas le faciliten las visitas a fábricas y talleres, donde sus técnicos organizarán las debidas conferencias tecnicoprácticas.
ARTÍCULOS ADICIONALES
Art. 44º. Queda facultada la Junta de gobierno de la Escuela de Aprendices Metalúrgicos para resolver como estime conveniente, de acuerdo con el Comité del sindicato, todo lo no previsto en este Reglamento.
Art. 45º. Este reglamento es susceptible de modificación siempre que la Junta de gobierno lo estime necesario; pero de acuerdo con el Comité del Sindicato y con la aprobación de la junta general.
La Comisión pro Escuela: Severo García, Antonio González, José María Cobas, Agustín Redondo, Marcelino Rodríguez, Pablo Prieto y Antonio Trigo.
Nota.- Este reglamento fue aprobado en la asamblea general del Sindicato Metalúrgico El Baluarte celebrada el día 5 de agosto de 1926.