Iglesia de San Felipe destruida por las bombas franquistas, Brihuega, marzo de 1937
José Pérez y Pérez fue un colaborador habitual de El Briocense, un semanario de vida breve que se publicó en Brihuega a principios del siglo XX. De fuertes convicciones católicas, José Pérez resumía con este poema titulado El anarquismo, publicado en ese periódico en el número correspondiente al 31 de marzo de 1907, su apasionada y visceral oposición al anarquismo, una corriente ideológica ante la que manifestaba su incomprensión y su terror; pocas veces se reflejó más claramente que en estos versos hasta qué punto los sueños de algunos son las pesadillas de otros. En noviembre de 1907 falleció, a los 32 años de edad, este poeta autodidacta que sólo publicó el libro Flores de la Alcarria, editado en 1906 en la Imprenta de Antero Concha. El movimiento libertario de Brihuega, que había arraigado con fuerza desde 1870 con una pionera sección local de la Primera Internacional, escribió en 1937 con el sindicato local de la CNT una de sus páginas más heroicas, derrotando al fascismo en la Batalla de Guadalajara.
Monstruo de iniquidad, vaso de horrores
de cólera infernal, lanza el rugido
y del odio saciando sus rencores,
pregonando sus múltiples errores
infama la razón del buen sentido.
Entregado a sus viles devaneos
burla el honor de la lealtad cristiana,
y en su atracción tirana,
criminales provoca sus deseos.
¡No hay blasón que respete!
¡No hay insignia que admire!
¡No hay virtud que no objete
ni tradición que el odio no le inspire!
Tronos, banderas, símbolos y altares,
con lógica sofística profana...
y escarneciendo la conciencia humana
de la impiedad descansa en los sillares.
¡No sabe dónde va con sus ideas!...
Su loco desenfreno
¡de la revolución prende las teas!
¡De nuestra sociedad nutre en el seno!
Y al calor de sus tristes libertades,
con instintos tiranos
mata con el culpado a sus hermanos.
No allá en las lides de su patria honrosa
salvar pretende del honor la valla
ni defender con maña valerosa
la libertad de su nación gloriosa
que en la miseria deplorable se halla.
Nuevo Nerón del pueblo corrompido,
tiene por ley la horrible dinamita,
y a todo su odio universal excita
como Caín del mundo maldecido.
Jamás un enemigo semejante
ningún juez en la vida ha condenado,
ningún pueblo le halló más repugnante
y ninguna ley vio mayor culpado.
Sociólogos impíos
trazaron su vereda inusitada,
pregonando sus torpes desvaríos
con su viril razón desenfrenada.
Y en la cátedra el libro, en el liceo
donde el obrero busca su recreo;
donde se presta gratis la lectura,
su efluvio pestilente allí satura.
Allí, sí, es donde nace el anarquismo,
hijo del ateísmo,
haciendo industria humana
de la ignorancia crasa del obrero
que al resplandor de su razón profana
le lleva como el manso al matadero.
Allí es donde la ciencia,
formulando los hechos,
no admite jerarquías, ni derechos
con libertad de imprenta y de conciencia,
y blasfema la suerte que le guía
llamando a la justicia tiranía.
Sin fe, sin ideal, sin patriotismo;
sólo por el temor su ley proclama,
se burla del honor, del heroísmo,
se mofa de los hechos de la fama,
y persigue la paz de los estados,
profana los lugares más sagrados
y es de los pueblos la incendiaria tea
infernal elemento,
nube fatal que hiere el sentimiento,
trueno su voz y tempestad su idea.
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