Acción Comunista era el título de una revista y, como era muy común en esos tiempos de clandestinidad, también el de un grupo marxista que la sostenía y de la que aquélla era portavoz. Se fundó en torno a 1964 y 1965 como fruto de la convergencia entre núcleos marxistas heterogéneos con más presencia entre la comunidad de exiliados en Europa que en el interior del país. Esa diversidad de origen se puso de manifiesto en la actividad del grupo y en la línea editorial de la revista, que no se alineó con ninguna de las corrientes que entonces agitaban al movimiento comunista internacional: izquierdistas con unas gotas de luxemburguismo y un aroma a trotskismo con regusto a heterodoxia. Lamentablemente, hay poca información sobre Acción Comunista, por su carácter muy minoritario y porque no prolongó su vida orgánica más allá de los primeros tiempos de la Transición; sin embargo, sus análisis de la realidad española eran más libres, y por eso solían más certeros. Ofrecemos el Editorial del número 7 de Acción Comunista, editado en Paris en el primer trimestre de 1967, dedicado a unas nacientes Comisiones Obreras.
Actualidad de las comisiones obreras
La constitución y el desarrollo de las Comisiones Obreras es sin duda alguna el fenómeno más original y sobresaliente en el movimiento obrero español de la posguerra. Y ninguno traduce tan radicalmente la ruptura entre el movimiento obrero de la preguerra y el de la posguerra (ruptura por lo demás, que no representa necesariamente un progreso).
Las Comisiones Obreras están demostrando ser el conducto por el que se expresa y resurge un movimiento obrero que la represión franquista habla desmembrado y pulverizado y que hoy reaparece en la escena con sus reivindicaciones porque la lucha de clases y las contradicciones del capitalismo no son una malvada invención marxista, sino una realidad, para contener y torear la cual no bastan pistoleros y nacionalsindicalistas. La vitalidad de las C.O. surge de que en su espontaneidad responden como nadie a las reivindicaciones obreras, a sus aspiraciones (con todo lo que éstas tienen de elemental); su debilidad debida al bajo nivel de la conciencia obrera en la España actual (resultado de la represión franquista, del aluvión de elementos campesinos muy recientemente proletarizados, etc.) se presta a dar una orientación reformista e incluso subreformista a las mismas. En el seno de las dichas Comisiones van a forcejear y forcejean ya, todo el abanico que va de los elementos más integrados y ligados a la burguesía (consciente o inconscientemente), nacionalsindicalistas renovados, demócratascristianos, etc., hasta núcleos comunistas más o menos carrillistas, más o menos disidentes (que disienten, claro, de Carrillo y del P.C. por la izquierda).
Conviene señalar que la originalidad de las C.O. desconcertó no poco a las organizaciones tradicionales. En sus esquemas - mucho más librescos y petrificados a fin de cuentas que los de ciertos jóvenes cuyo pecado era el de padecer de un cierto "empacho teórico" - el movimiento reivindicativo no podía tener ni adoptar otros cauces que los del sindicalismo clásico, un sindicalismo simple heredero e hijo del de antes de la guerra. La inviabilidad en las nuevas condiciones españolas e internacionales de la Alianza Sindical (constituida por organizaciones envejecidas y en gran parte exiliadas: UGT y CNT en España, y en Euzkadi además la STV) se mostró ya con la constitución de la ASO, escisión de la anterior, con pretensiones de "modernismo", un "modernismo" a la alemana, de sabor particularmente reformista. Pero aparte de esto, ni la A. S. digamos tradicional, ni la A. S. O digamos modernista, pudieron conocer el desarrollo que han conocido las C. O. La razón salta a la vista: las Comisiones Obreras han sabido situarse en el límite entre la tolerancia y la ilegalidad, se mueven a la luz del día, mientras que las organizaciones sindicales renacidas tenían que mantenerse en la clandestinidad (con mayor o menor libertad de movimientos, pero necesariamente sin aparecer en público). Su representatividad además es muy superior dado que en general están constituidas por delegados elegidos en las propias empresas mientras que los "sindicatos clandestinos" no representan a fin de cuentas sino burocracias exiliadas ¿Como habían de poder recoger en esas condiciones el movimiento reivindicativo, orientar las aspiraciones económicas y políticas elementales de amplias masas, si el contacto con ellas era imposible? El sindicalismo clandestino requería para florecer, la existencia previa en las masas españolas de un nivel político que, de haber existido, hubiese dificultado por razones de otro tipo, la implantación de sindicatos cuyas perspectivas políticas eran simplemente restauradoras, reformistas y aun contrarrevolucionarias.
La utilización de las posibilidades legales que puede ofrecer el régimen ha sido uno de los aciertos de las C.O. y es indudable que una inadecuada evaluación de dichas posibilidades suele ser un error frecuente en las organizaciones obreras. Esto se ha visto una vez más en las últimas elecciones de la CNS que las C.O. han sabido utilizar para situarse dentro del marco oficial sin por ello confundirse con él. No es que tal peligro -el de integración en una CNS "renovada"- pueda desecharse, y hemos de ver más adelante que no faltan fuerzas que trabajan en este sentido, pero la sagacidad de los elementos más conscientes de la clase obrera ha de permitir utilizar al máximo el escaso margen que ofrezca la legalidad burguesa para ampliar su audiencia e influencia en los medios obreros, contrarrestando así las influencias reformistas e integradoras. En todas partes donde las Comisiones Obreras han presentado sus candidatos, su éxito ha sido rotundo; la abstención ha sido preferida por la clase obrera cuando no había listas anti-CNS.
La visión del P.C. en la cuestión de las C.O. no era de hecho mucho más aguda que la de las viejas organizaciones sindicales. El P.C. lanzó su O.S.O. cuyos límites no desbordaban los del propio P. C. pero que permitía a este colocarse en la carrera de la construcción, ya que no de sindicatos, por lo menos, de las burocracias sindicales que servían de "ersatz" (sustitutos) de los mismos. Menos ligado, sin embargo, que otros al sindicalismo tradicional (UGT y CNT), menos interesado en su restauración, el P.C. no desdeñó por ello situarse en las C.O. aunque considerando a estas como un caldo de cultivo con que nutrir su O.S.O. y su influencia. El P.C. no tenía propiamente la idea de impulsar las C.O. como órganos autónomos de lucha obrera, de fortalecer y profundizar su acción, de hacer de ellas los portavoces de las masas obreras.
Hace mucho tiempo que el P.C. ha invertido o pretende invertir las relaciones del movimiento revolucionario, haciendo de la clase obrera el instrumento dócil del Partido, del Partido el instrumento dócil del aparato, del aparato el instrumento dócil de un cogollo de jerarcas y de éste, la corte aduladora del Jefe de turno. Pero su falta de vínculos con las antiguas UGT y CNT, más aún, la hostilidad hacia las mismas que data de la guerra dio, repetimos, al P.C. una actitud más abierta inclinándole a explorar las posibilidades que encerraban las C.O.: una cierta actitud condescendiente hacia ellas hizo además que sus representantes tuviesen la rienda suelta, pudiendo pegarse así al movimiento espontáneo, y sin pretender utilizar las C.O. para huelgas pacíficas, políticas u otros engendros disparatados. Cabe preguntarse si en la medida en que las C.O. adquieren un peso creciente, los militantes del P.C. no van a verse obligados a seguir más de cerca la línea del Partido, línea con la que el P.C. español, como todo el mundo sabe, no cesa de cosechar "grandes éxitos".
Los sectores sindicalistas democristianos se han esforzado y se esfuerzan igualmente en situarse e influir en las C.O.; las H.O.A.C. y la J.O.C. sirven y han servido para hacer un trabajo preliminar que hoy puede ser proseguido, y lo es de hecho, en el seno de las Comisiones. Estos son los agentes más caracterizados, junto con algún elemento ex-falangista, etc. de una tendencia que se esfuerza en adaptar dichas C.O. al proceso de liberalización y de integrarlas en el tinglado que, no sin vacilaciones y dudas, trata de construir lo que venimos llamando la Oposición burguesa. En efecto, es cada día más evidente que los sindicatos verticales son incapaces de "promover el diálogo" entre la patronal y los trabajadores. Este "diálogo" es urgente entablarlo, primero, porque el andamiaje paleofranquista va a ser desechado o al menos transformado como ya hemos explicado aquí frecuentemente, segundo, porque, habiendo se puesto la clase obrera en movimiento, pretender detenerla con métodos puramente represivos podría conducir simplemente a encabritarla y radicalizarla. Por otra parte, la liquidación o la transformación de la CNS (convirtiéndola en un sindicato "representando" simplemente al sector obrero y deshaciendo la conjunción corporativista de patronos y obreros) puede aportar a la patronal -o al menos a un sector de la misma- libertades nada desdeñables (en materia de despidos, etc.).
En la etapa actual, la burguesía española no considera ni oportuno ni necesario proclamar en lo inmediato la libertad sindical. En primer lugar, porque la presión de las masas no le obliga a ello, pero además porque de los sindicatos que le servirían de instrumentos en ese marco de libertad sindical no hay más que gérmenes; para sacar a flote tales instrumentos, constituir las respectivas burocracias y dominar la situación en el marco de esa libertad sindical, habría que hacer concesiones tanto en el plano político como en el económico, que se traducirían en lo inmediato -o teme ella que se traduzcan- en una reducción de sus beneficios, en una reducción de su libertad de maniobra, tanto en el interior, como frente a los problemas económicos que plantea su incorporación en el Mercado Común europeo. La burguesía más avanzada se esfuerza así en suscitar "órganos representativos" de la clase obrera, eminentemente reformistas, que acepten desempeñar un papel regulador en los conflictos laborales. Esta función reguladora no la cumple actualmente ninguna institución, y es indispensable dentro del "capitalismo organizado" en relación con la planificación y previsión con que éste debe trabajar, como consecuencia de la importancia de las inversiones y de su rentabilidad. El ejemplo norteamericano y el de numerosos países europeos, es en este sentido aleccionador.
Para este "dialogo" la burguesía tiene necesidad de intermediarios más ligados a las masas y más populares que los jerarcas sindicales verticales, pero con una mentalidad que garantice su reprobación hacia los excesos reivindicativos y de todo tipo a que tan inclinada es -"por su propia naturaleza"- la clase obrera. Esta mentalidad abunda, verdad es, en las organizaciones obreras pero son los cristianos, los nacional-sindicalistas decepcionados, los ex-cenetistas degenerados, etc. quienes ofrecen, sin duda alguna, las mayores garantías en materia de conformismo; nadie como ellos presenta ese tinte rosa deslavado que la burguesía pretende hacer pasar por rojo.
De hecho, las últimas elecciones sindicales y la relativa libertad en que se han desarrollado constituyen un tanteo y una exploración por parte de la burguesía de las posibilidades que tiene de avanzar en este sentido y de dominar a las masas obreras en un marco de mayor libertad.
¿Quién logrará llevarse el gato al agua? ¿Quienes podrán evitar que se salga la burguesía con la suya, más tarde o más temprano, con una fórmula u otra, bajo un manto u otro? ¿Y qué orientación sería deseable imprimir a dichas C.O. para que saque de ellas el mayor fruto la clase obrera?
Hay que subrayar en primer lugar que la burguesía puede salirse con la suya, no sólo haciendo adoptar la fórmula más eminentemente reformista e integrada que hemos expuesto más arriba. Existen otras fórmulas con carácter análogo pero que implican concesiones -en el sentido reformista- más importantes, fórmulas que la burguesía no adoptaría si no siente la necesidad de ello, pero que son soluciones que se reserva por si la situación le impide llevar a la práctica, la más burda y favorable para ella. Y hay que decir, que las organizaciones obreras (al menos las más importantes) no manifiestan de hecho su hostilidad a la primera fórmula sino en la medida en que ésta los excluye del juego, Es decir hay un regateo entre dichas organizaciones y la burguesía, en términos que vienen a ser esquemáticamente los siguientes: Nosotros somos los auténticos representantes de la clase obrera, es decir, nos erigimos en intermediarios en el diálogo trabajadores-capitalistas, y somos los únicos interlocutores válidos pues la clase obrera cree en nosotros, nosotros sólo podemos manejarla con la necesaria "precisión ". Debéis admitirlo, admitiéndonos en el juego legal, haciéndonos participar como vuestros interlocutores, reconociéndonos. Solo lo tratado con nosotros tendrá validez ante la clase obrera, será aceptado por ella. Pero al mismo tiempo y a fin de poder conservar la confianza de la clase obrera estos señores piensan: tenemos que ser exigentes, no podemos consentir en vernos desprestigiados haciéndonos visiblemente los servidores y lacayos de la burguesía, requerimos pues el derecho a ser una oposición leal y razonable, pero oposición, factor efectivo de transformaciones reformistas. El ala más dócil y menos exigente de estos profesionales de la representación de la clase obrera la constituye los ex-cenetistas, que hoy se frotan el morro con los jerarcas de la CNS, por ello, son los que tendrán menos prestigio ante aquella.
Hay que reconocer que el ala que aparece como la más exigente y dura de este abanico es la formada por el P.C. Por ello mismo es la que mejor mantendrá su autoridad en la clase obrera. Y una fracción de los militantes de vanguardia trabajará bajo sus órdenes y directivas. Aquí aparecen claramente las dificultades de la situación porque si la burocracia del Partido ha abandonado toda orientación marxista esto no aparece tan claro y manifiesto ante sus militantes y ante la clase obrera.
Al decir que la dirección del P. C. ha abandonado toda orientación revolucionaria no queremos decir que la' revolución social aparezca como una perspectiva inmediata. Pero el que esta perspectiva no sea inmediata, no implica que hayamos de relegarla al desván y limitarnos a considerarla -siguiendo la senda de la socialdemocracia- como un deseo platónico, irrealizable, que no vale la pena tener en cuenta en el trabajo inmediato. Nosotros creemos que es muy diferente en la práctica, trabajar desde ahora para desarrollar en la clase obrera su conciencia, su autonomía de organización y pensamiento, su oposición profunda al régimen capitalista y a todas las alienaciones que emanan de él, que trabajar para convertirse en un "factor de progreso". Sin que neguemos que los P.C. puedan ser un factor de progreso y un aliciente... del desarrollo neocapitalista. Las reivindicaciones de la clase obrera y sus conquistas en materia de salarios, consumo, enseñanza, etc. han sido -la experiencia lo demuestra- un elemento fundamental que ha forzado al capitalismo a una profunda metamorfosis, favoreciendo sus progresos técnicos, acrecentando su mercado, desarrollando y perfeccionando su organización de la producción y de la sociedad. Que tales transformaciones hayan mejorado la situación de la clase obrera es cierto, y no podemos sino felicitarnos de que hayan dulcificado así las condiciones de esclavitud de los trabajadores. Pero ¿podemos creer sinceramente que tales progresos del capitalismo se han acompañado de una toma de conciencia más profunda por la clase obrera de sus intereses? ¿La emancipación de la clase obrera se realizará mejorando la sociedad actual o destruyéndola? El viejo dilema de reforma o revolución que agitó al movimiento obrero en los tiempos de Marx y Engels, como en los de Lenin y Rosa Luxemburgo subsiste y no podemos permitir que sea escamoteado.
Como en el resto de Europa Occidental la frontera que separa en España el reformismo del marxismo revolucionario pasa por medio del Partido Comunista; su burocracia y una parte de los militantes han cruzado el Rubicón y se han adaptado al juego reformista integrador, otra parte de los militantes y en ocasiones algún dirigente, se niegan a cruzarlo pero no son conscientes de que la gravedad de las divergencias hace imposible y nociva la coexistencia dentro de la misma organización. Incapaces de comprender que unos y otros se encuentran en lados diferentes de la barricada, aceptarán el mantenimiento de un equívoco que permitirá que la acción conciliante y reformista de la burguesía pueda de hecho prolongarse hasta la extrema izquierda de la clase obrera.
Porque, en fin, nadie ignora y los P.C. lo proclaman a gritos, que ellos no tienen ninguna pretensión revolucionaria, que no expresan una ruptura tajante con la burguesía -en su disfraz democrático-, que no son sino contrapeso de ésta y moderador de sus impulsos o elementos más voraces, pero sin que nadie pretenda romper las reglas del juego. Prestar a los señores Carrillo y Cía. otras intenciones que las que exponen por escrito es sencillamente participar de la fe del carbonero y del "doctores tiene la iglesia ", es, por parte de un obrero consciente, dimitir, renunciar a su papel en la sociedad, dejar de ser consciente.
Por otro lado no hay que creer que las maniobras integradoras subreformistas y reformistas del más bajo nivel, de nacionalsindicalistas de izquierda, de democristianos, de católicos piadosos de la escuela "Mater et Magistra" (a los que vendrán a añadirse socialdemócratas y sindicalistas de todo pelo) serán tan groseras. En las condiciones de inexperiencia política de las nuevas generaciones obreras españolas, con un poco de sicología y demagogia, los postulantes a futuros burócratas y líderes del movimiento obrero y aún más, las almas cándidas inspiradas por el "new-look" (nueva visión) de la Iglesia o del Capital pueden adquirir una notable popularidad y hacer pasar su trabajo reformista, como la acción más radical que pueda emprenderse por la clase obrera. Frente a los soñadores, ellos serán los sensatos; frente a los utópicos, los realistas, frente a los teóricos, los prácticos. Enfrentarse a los mismos será tanto más difícil cuanto que nos los vamos a encontrar (por una de esas pícaras artimañas de la burguesía) lo más a menudo, no enfrente, sino al lado y separados (o unidos)a nosotros por todo el abanico de medias tintas, que nos reprochará el querer establecer las distinciones y diferencias que esclarecerían a la clase obrera, pero que -sostendrán ellos- deben serIe ocultadas para no poner en peligro la unidad (concebida como la convergencia a nivel. de las medias tintas e incluso más abajo) o la eficacia.
Las líneas divisorias serán tenues y sutiles, escurridizas. Por la propia ingenuidad de la clase obrera que se incorpora a la acción reivindicativa después de un largo tiempo durante el que ha perdido agudeza, homogeneidad, tradiciones y sobre todo confianza en sí misma y en sus metas. Por la propia degradación de las mismas organizaciones obreras clásicas que han proseguido su deslizamiento a la derecha y desconectadas más que nunca de la clase obrera, actúan según motivaciones propias, de "clase política", motivaciones perfectamente ajenas a los intereses del proletariado, pero que ellos camuflan y cubren insistiendo en su papel de portavoz de una parte de las reivindicaciones obreras de aquella parte compatible con sus intereses de burócratas).
¿Cómo obtener el mayor fruto posible para la clase obrera en estas condiciones? Cuando hablamos de obtener el mayor fruto posible no pensamos simplemente en las conquistas económicas que a través de las C.O. puede adquirir la clase obrera, pensamos igualmente, en lo que pueden representar como factor de maduración de la misma, de su conciencia. No se trata a nuestro entender, solamente de reforzar a los intransigentes frente a los conciliadores, a los reformistas más radicales frente a los más blandos. Pese a toda la importancia que tenga el mejoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera -mejoramiento que nosotros no despreciamos en absoluto-, pensamos que las C.O. han de ser -o pueden ser- algo más que un mero instrumento de reformas y que pueden convertirse en una experiencia de autoeducación, de toma de conciencia de la clase obrera, de iniciación al funcionamiento de su democracia, e incluso de estímulo para que la clase segregue sus propios órganos. Porque "cometemos simplemente el error de creer que la revolución comunista pueden realizarla sólo las masas y no puede realizarla ni un secretario de partido ni un presidente de república por decreto; parece ser que esta fue también la opinión de Carlos Marx y de R. Luxemburgo y sea la opinión de Lenin, todos los cuales para Treves y Turati son sindicalistas anárquicos". (1)
Por todo ello consideramos -como de primera importancia la democracia obrera que creemos ha de ser instaurada y desarrollada al máximo en el seno de las Comisiones Obreras. Es preciso velar por la representatividad de las mismas. Haciendo que sea cada vez mayor el número de obreros que se incorpora al movimiento de las C.O. y que intervienen en la elección de sus representantes, estimulando la discusión y haciendo participar al máximo a los obreros en las deliberaciones. Haciendo igualmente cada vez más numerosas y mejor coordinadas las Comisiones Obreras y extendiéndolas a todo el territorio nacional.
Es necesario combatir contra todas las intimidaciones contra el funcionamiento democrático en el movimiento reivindicativo que encabezan las C.O. aunque sea un funcionamiento necesariamente informal y desordenado en las condiciones de espontaneidad y represión. Habrá, claro está, las intimidaciones del género policial, exteriores. Pero habrá también intimidaciones por parte de los elementos más moderados y reformistas para silenciar a los comunistas, y los habrá igualmente por parte de los más fieles seguidores del P.C., para evitar que nadie plantee "prematuramente" nada ante la conciencia de los obreros, sempiternos menores de edad para los burócratas. Es decir -y hay que advertirlo desde ahora- que habrá intimidaciones internas y que todos los elementos teleguiados o influenciados por las burocracias al acecho, todos los candidatos a burócratas y líderes se lucirán en toda clase de maniobras, de manejos marrulleros, de exaltación de personalidades y cultivo del liderismo, etc. Y hay que estar muy atento en este sentido a toda pretensión por parte de este partido o el otro -incluyendo y sin olvidar al P.C.- de reducir la acción de las C.O. a una lucha por un "Sindicato Democrático" en el marco de una legalidad burguesa liberalizada o parlamentaria. Máxime que el término "democrático" unido al de sindicato, expresa entre ellos, no tanto el deseo de instaurar una democracia obrera en el seno del sindicato, como el de obtener el consentimiento de la burguesía para realizar "con honestidad y lealtad" su trabajo reivindicativo.
Esta tarea inmensa -la defensa de la democracia obrera en el seno de las Comisiones, la defensa de las Comisiones como instrumento de la clase obrera- se presenta, pues, como una tarea harto difícil y -hay que decirlo sin tapujos- desproporcionada a nuestras escasas fuerzas. Los resultados que podamos obtener no serán más que parciales, limitados. Pero la experiencia de las C.O. será de todos modos una experiencia que impulsará el despertar obrero, que nos ofrecerá grandes posibilidades para intervenir y obrar por la toma de conciencia del proletariado español, que dará ocasión a que la clase obrera -o al menos un sector de vanguardia- sienta la necesidad de organizarse, de preservar celosamente su autonomía y apartarse de todas las organizaciones obreras que adoptan una actitud conciliadora y claudicante.
El fruto más o menos rico que la vanguardia comunista sepa sacar de todo esto, dependerá en gran parte de su propia madurez y capacidad. Y en esta materia también queda mucho camino por recorrer y el optimismo está fuera de lugar. Porque hasta ahora, esta vanguardia está esencialmente constituida sea por grupos dispersos, desconectados entre sí, obligados a llevar en consecuencia su trabajo de manera al mismo tiempo eminentemente empírica (es decir improvisada) y eminentemente abstracta (y estas críticas valen igualmente para nosotros, pues no ignoramos nuestras insuficiencias), sea por individuos encuadrados en partidos en los que son instrumentos y rehenes de una política opuesta a sus profundas convicciones. Y ocurre además que éstos no irán tomando conciencia de su oposición al Partido que los encuadra y vigila sino en el grado en que aquellos puedan superar su dispersión, y una línea de acción más adecuada a las aspiraciones de unos y otros pueda así elaborarse.
La testarudez de los hechos es la nuestra propia. Y tenemos que proclamar una vez más -porque los hechos nos lo meten todos los días por los ojos y el tiempo pasa sin que veamos remediada tan desastrosa situación- que frente a las maniobras de la burguesía, frente a sus tanteos de seducción hacia unas organizaciones que están ya seducidas de antemano y que hace tiempo dimitieron de sus responsabilidades hay muy poca cosa de peso. La cuestión que se plantea -que planteamos- a quienes comparten nuestras convicciones es ¿hasta cuándo vamos a seguir siendo incapaces de constituir un esqueleto mínimo de coordinación, de organización, que pueda limitar el desastroso efecto de todas esas maniobras, que pueda ejercer su acción estimulante y vigorizante sobre la clase obrera, dando a sus luchas una profundidad y unas perspectivas que no podrán alcanzar nunca bajo la influencia de unos dirigentes, cuya preocupación -profesional- suprema es la de dar garantías al enemigo.
(1) Gramsci, 11 Nuevo Orden ", 9 Oct. 1920. El lector nos dispensará el que recurramos al argumento de autoridad y le rogamos que no lo interprete como una nostalgia purista de los tiempos pasados del Movimiento Obrero. Ocurre tan sólo que ciertas ideas básicas y elementales del Movimiento comunista -que Gramsci recuerda aquí con ironía- han sido tan hábil y sistemáticamente sofocadas en estos cuarenta últimos años que uno tiene que presentarlas cubiertas con el argumento de autoridad con la esperanza de evitar que los que tienen la fe del carbonero tapen sus oídos al recordarles el abc del comunismo.
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