La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

25 de noviembre de 2011

El cooperativismo según Joan Ventosa Roig

Joan Ventosa i Roig fue un científico catalán, era farmacéutico e ingeniero agrícola, que dedicó toda su vida a la defensa y difusión del cooperativismo obrero, convencido de que era la solución más adecuada para la llamada cuestión social, aunque hoy en día ya nadie defiende una dimensión política del cooperativismo. Vinculado al republicanismo catalanista, primero en la línea del Partido Republicano Federal y más tarde en la Esquerra Republicana de Catalunya, fue alcalde de su localidad natal (Vilanova i la Geltrú), diputado a Cortes y compromisario en la elección de Azaña como presidente de la Segunda República. Pero destacó sobre todo como presidente de la Federación de Cooperativas de Cataluña y de la Federación Nacional de Cooperativas de España, labor en defensa del cooperativismo que prosiguió durante su exilio en Francia y en México. En 1918 escribió un librito, Las cooperativas obreras, del que reproducimos su último capítulo.
Obreros harinera de S. Martín de Provensals, 1890 (Archivo La Alcarria Obrera)

Conclusión
Los impacientes, los que todo lo fían a lo imprevisto, creen posible la transformación de la Sociedad en veinticuatro horas. El camino señalado por el Cooperatismo lo encuentran demasiado largo; el trabajo constante de cada día en pro de un ideal de emancipación, lento y pesado.
Dicen que las cooperativas no resuelven ningún problema; que tratan de convertir al obrero en propietario, perpetuando de esta manera la explotación del hombre por el hombre. Esta acusación, que podría tener algún fundamento aplicada a las cooperativas individualistas, sobre todo a las de producción, ya hemos visto que es completamente gratuita por lo que a cooperativas colectivistas o mixtas se refiere, pues en éstas no es el individuo, sino la colectividad la que se convierte en propietaria.
Este prejuicio tiene por origen la confusión en que incurren los que creen que para la emancipación del proletariado es indispensable la destrucción del capital, cuando en realidad, si por capital entendemos el conjunto de riquezas acumuladas y destinadas a la producción de otras nuevas, lo que se impone no es su destrucción, si no su socialización o sea su transformación de individual en colectiva, haciendo que de sus beneficios se aproveche la Humanidad entera y no una pequeña minoría como en la actualidad.
Ciertamente, el camino que el Cooperatismo sigue para llegar a este fin, es largo; pero en cambio sus resultados son seguros y hoy, tras una experiencia de más de cincuenta años, podemos proclamar muy alto que los resultados superan con exceso las previsiones más optimistas.
No tenemos sino que comparar los magníficos frutos que ha dado la Cooperación, con la obra de los que proclaman la violencia sistemática como medio único de emancipación. Después de pasar cerca de un siglo hablándonos de la revolución social, encuéntranse en la actualidad casi en la misma situación que al principio, mientras el Cooperatismo, sin armar ruido, mina lentamente la base de la sociedad capitalista y prepara un porvenir de Libertad y Justicia.
No una, sino muchas revoluciones serán probablemente necesarias para llegar a la completa emancipación del proletariado, pues los privilegiados no abandonarán sus posiciones sin una defensa encarnizada. Pero a pesar de todas las revoluciones, la organización capitalista subsistirá mientras no exista otra mejor capaz de sustituirla, pues si así no fuera, la revolución, en lugar de impulsamos al progreso, nos haría caer nuevamente en la barbarie.
¿Es posible encontrar fuera del Cooperatismo esta organización mejor? Creemos firmemente que no, pues aceptando que algún día los municipios o el Estado se incautaran de todos los medios de producción, unos y otros no serían otra cosa que cooperativas, más o menos extensas.
Los enemigos de todo progreso, los que se encuentran perfectamente dentro la actual Sociedad fundada sobre el privilegio y la injusticia, también se llaman amigos de la Cooperación y fundan incluso cooperativas, cuando encuentran un núcleo de obreros dóciles a sus imposiciones, pero despojándolas de su esencia democrática. Es que estos individuos conciben únicamente las cooperativas como una tienda más, donde se expende pan y arroz; para ellos son como un pasatiempo para que el obrero se distraiga de su lucha contra el capital y de sus ansias de dignidad política, mientras que para nosotros las cooperativas son la fragua donde se forja la Sociedad futura, la escuela donde los desheredados aprenden los secretos de la economía social, donde adquieren los conocimientos y la práctica necesaria para administrar los municipios y el Estado.
No tenemos que incurrir tampoco en la exageración de creer que basta con encerrarnos dentro las cooperativas para lograr el triunfo de nuestros ideales de Libertad y Justicia, pues correríamos el peligro de morir asfixiados. A medida que el Cooperatismo vaya adquiriendo fuerza y que los cooperatistas se capaciten de su misión, los que sientan amenazados sus intereses procurarán cerrarnos el camino.
Como todas las instituciones democráticas, la Cooperación necesita libertad para desarrollarse y progresar, y por eso los cooperatistas no podemos desentendernos de las luchas políticas, pues somos los primeros interesados en que la organización del Estado sea lo más liberal y justa posible.
De la misma manera, los obreros cooperatistas deben ser los primeros en ingresar en los sindicatos, dispuestos a trabajar con entusiasmo por su mejoramiento económico y moral inmediato, contribuyendo al mismo tiempo a desvanecer los prejuicios que frecuentemente existen en los mismos contra la Cooperación.

Nota: El ejemplo de Rusia creemos que es concluyente. Difícilmente se concibe una revolución social más completa que la realizada en aquel país, y no obstante la indiscutible capacidad de sus directores, después del fracasado ensayo de socializar la riqueza, por mediacn del Estado, el Cooperatismo se ha presentado como solución única de! problema social, hasta el extremo de que Lenin, pocos meses antes de su muerte, decía que la salvacn de las conquistas revolucionarias, dependía de la rápida cooperatización del pueblo. Así las cooperativas de consumo que en un principio fueron transformadas en meros organismos burocráticos de distribución, gozan hoy de libertad plena y son objeto de toda preferencia y protección.

24 de noviembre de 2011

OCE (Bandera Roja) ante las elecciones de junio de 1977

En diciembre de 1976 se celebró el Referéndum para la Reforma Política que convocó Adolfo Suárez para tomar la iniciativa e intentar encauzar la voluntad de libertad de un número creciente de españoles. Si la oposición antifranquista fue capaz de abortar la maniobra continuista de Carlos Arias Navarro, la alta participación en el Referéndum de 1976 puso de relieve las limitaciones de la oposición, que propuso la abstención activa en esa convocatoria. Para los sectores más a la izquierda del espectro político hispano se abría una etapa de dura lucha social para no quedar descolgados del proceso de cambio político y, al mismo tiempo, ganar la partida al reformismo más ramplón con el que ya coqueteaban sectores de la oposición. La Organización Comunista de España (Bandera Roja) optó por preparar una coalición electoral con la República como eje vertebrador, tal y como se aprobó en la siguiente resolución de su Comité Central.
Pegatina Juventud Bandera Roja, 1982 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
I. LA CONTRAOFENSIVA DEL GRAN CAPITAL: INSTITUCIONALIZAR LA MONARQUÍA.
La principal característica del momento actual es el lanzamiento de la contraofensiva del gran capital para dar salida a la crisis general del franquismo y reorganizar bajo nuevas formas su Estado.
Los objetivos de la contraofensiva son: a) la instauración de un fuerte régimen autoritario, de democracia limitada basado en la institucionalización de la Monarquía, gestada por el franquismo; b) la formación de un nuevo bloque burgués que amplíe la base de sostén de la nueva Monarquía; c) el debilitamiento y división de las fuerzas obreras y populares; y d) la subordinación general de España al imperialismo americano gracias a la entrada en la OTAN y en el Mercado Común.
Los instrumentos para dicha contraofensiva son el Referéndum, la convocatoria a elecciones a las Cortes monárquicas, y por último las elecciones municipales, sin previas libertades políticas.
Política que cuenta con el apoyo general del conjunto de los países capitalistas, y especialmente de los EE.UU.; y cuya primera preocupación ha sido apoyarse en los dos puntales tradicionales del franquismo: el Ejército y la jerarquía eclesiástica. En este sentido ha sido significativa la política del general Gutiérrez Mellado al frente del Ejército, consistente en impedir la actividad política en su seno (lo que indica el intento de volver a convertirlo en ciego aparato represivo de la Monarquía del gran capital), y en la represión iniciada contra las organizaciones de los soldados (comités de soldados).
La instauración de un fuerte régimen autoritario que, bajo ciertas formas democráticas, garantice los intereses del gran capital y su política de integración superior en la cadena imperialista, es el objetivo central de la contra-ofensiva. Si la crisis del franquismo como resultado de la ofensiva obrera y popular, y la muerte del dictador obliga a la burguesía a reorganizar su Estado bajo nuevas formas, no cabe ahora olvidar que el franquismo no fue la Dictadura de un hombre, sino la más dura dictadura de toda una clase -la burguesía financiero-monopolista- sobre el conjunto del pueblo. Y es de nuevo el gran capital quien hoy lanza esta contraofensiva, disfrazándola en bellas palabras democráticas, porque necesita ampliar sus alianzas con los otros sectores de la burguesía y confundir al conjunto de las fuerzas populares.
Las bases del nuevo régimen autoritario que asegure sus intereses en la etapa post-franquista son:
- la institucionalización de la Monarquía como cabeza del nuevo Estado. Para ello hereda buena parte de los poderes de la Jefatura del Estado que disfrutaba Franco, asume el mando supremo del Ejército, y queda fuera del control democrático de la población. Podríamos decir que es la pieza clave del nuevo régimen, el instrumento fundamental y la garantía final de la política del gran capital.
- la instauración de unas formas democráticas limitadas. Las Cortes monárquicas compuestas de Senado y Congreso serán la base de la nueva democracia. El Rey elegirá directamente a una quinta parte de los miembros del Senado, al presidente de las Cortes y al del Consejo del Reino. Sólo serán legalizadas las fuerzas políticas que acaten la Monarquía y su régimen. Las elecciones se harán sin previas libertades políticas. Los derechos nacionales y regionales no son reconocidos.
Como puede verse unas y otras instituciones buscan asegurar el control absoluto de la burguesía sobre el conjunto del Estado, e impedir al máximo la intervención política autónoma obrera y popular. De hecho se trata de un régimen transitorio. En el periodo en que nos encontramos de grave crisis estructural del sistema capitalista-imperialista tal régimen o bien se endurecerá, aun más, frente a la continuidad de la ofensiva obrera y popular que hará frente a los efectos de la crisis (paro, inflación, agravación de la crisis del campo); o bien las fuerzas populares conseguirán romper esta falsa democracia liquidando los restos franquistas que sobreviven para imponer formas democráticas más abiertas a la intervención popular -la República- que permita mejorar las condiciones de vida y trabajo de las masas y avanzar hacia el Socialismo.
Pero lo decisivo es delimitar los pasos de esta contraofensiva del gran capital para hacerle frente y derrotarla políticamente. Estos pasos son tres:
1.- La campaña del Referéndum, que tiene por objetivo el reforzar el papel central de la Monarquía y de su Gobierno para negociar en condiciones de fuerza con los partidos democrático-burgueses y reformistas su participación en el marco ya establecido de la nueva democracia limitada. El Referéndum ha sido planteado según las más ortodoxas fórmulas dictatoriales y como una amplia campaña demagógica que confunda las ilusiones democráticas de la población para encerrarlas en el estrecho callejón de las futuras Cortes Monárquicas.
Su eficacia en este sentido ha sido indudable pues ha conseguido la inhibición de los partidos democrático-burgueses y la abstención formal de los partidos reformistas; y hablamos de abstención formal porque esta no ha consistido en el rechazo de la democracia limitada de la monarquía, sino que al contrario ha presupuesto su aceptación, por lo que la abstención sólo consiste para tales partidos en un acto de fuerza para negociar en mejores condiciones con el Gobierno su participación en las próximas elecciones a Cortes.
2.- La convocatoria de elecciones a las Cortes Monárquicas, Marzo-Junio, que tiene por objetivo el consolidar formalmente la Monarquía bajo la apariencia de las nuevas instituciones pseudo-democráticas. Es la primera gran batalla política de la Monarquía y para ganarla no dudará en hacer todo tipo de concesiones que no atenten al respeto y aceptación de la Monarquía y sus instituciones. Será alrededor de las elecciones que se estructura el nuevo bloque burgués con el beneplácito de las fuerzas reformistas.
Las elecciones abrirán, por primera vez en España desde la guerra civil, una gran campaña de propaganda política e ideológica entre toda la población cuyos efectos serán el de una rápida y confusa politización de todo el pueblo que abrirá condiciones nuevas y superiores para la misma intervención de la política proletaria. Deberemos aquí tener en cuenta que la política de los partidos democrático-burgueses y reformistas esconderá minuciosamente su sumisión a la democracia limitada de la Monarquía para lanzarse a una verbal demagogia democrática y aún socialista.
3.- Las elecciones municipales, previsiblemente convocadas en Junio-Diciembre, que tienen por objetivo el asegurar el funcionamiento de la nueva democracia monárquica  mediante el intento de integración de ciertas aspiraciones populares inmediatas en el marco de las nuevas instituciones. Será la segunda gran batalla de la Monarquía y sin lugar a dudas la más dura pues, la naturaleza más inmediata de las aspiraciones que deben resolver las instituciones locales, las hacen mucho más sensibles a la intervención de las masas en este proceso de gran confusión y demagogia política y facilitan una mayor influencia de las fuerzas populares.
II. CAMBIO GENERAL DE LAS ALIANZAS. HACIA UN NUEVO FRENTE REPUBLICANO.
Hace ya varias semanas que la OCE explicaba en el Bandera Roja el pacto que se estaba gestando entre el Gobierno y los principales partidos democráticos burgueses y reformistas. ¿Quién puede dudar hoy de la verdad de nuestras afirmaciones? Nuestra Organización denunció desde el primer día la constitución de la Coordinación Democrática y de la Plataforma de Organismos Democráticos como instancias de negociación y subordinación a la Monarquía franquista, como formulas demagógicas por encubrir su renuncia a la defensa de los intereses del pueblo, intereses manifestados repetidamente en las movilizaciones de las masas, y que pueden sintetizarse en:
- plenas libertades políticas para el pueblo, amnistía total y disolución de los cuerpos represivos del franquismo, mediante el establecimiento de un Gobierno Provisional Democrático.
- mejora de las condiciones de vida y trabajo de las masas.
- derecho de autodeterminación de las nacionalidades. Establecimiento de regímenes de autonomías nacionales y regionales.
- reforma agraria.
- independencia respecto a los bloques imperialistas
La contraofensiva del capital ha roto la llamada oposición democrática en tres grandes sectores: los partidos democrático-burgueses (Democracia Cristiana, Liberales y Socialdemócratas), los partidos reformistas (PSOE, PSP, FPS, PCE, y el PTE y MCE en fuerte degeneración reformista) y los partidos obreros y populares radicales (en configuración, está integrado de momento por fuerzas obreras y populares como ORT, LCR, OICE, por fuerzas nacionalistas radicales KAS, PSAN, UPG y por la OCE (BR)).
Los primeros aceptan las reglas del juego de la monarquía si bien aspiran a un sistema democrático superior. Ven la democracia limitada como un periodo útil para organizarse mejor mientras la represión se abate sobre el movimiento obrero y popular. Los segundos aceptan el mando de la monarquía autoritaria como un primer paso, confiando en ir ensanchando su base de intervención y de participación en el mismo Poder de forma progresiva, mediante una política de constante presión desde la acción de las masas, orientada siempre hacia la reforma y ampliación del actual marco pseudodemocrático en la perspectiva de lo que llaman una democracia avanzada.
Una línea separa el campo de las fuerzas reformistas y oportunistas (posibilistas) del campo de las fuerzas que mantienen una política de autonomía y defensa de los intereses populares y obreros. Línea que divide el campo de los que aceptan el juego de la Monarquía, y por lo tanto se preparan ya desde ahora para participar en las elecciones de las Cortes Monárquicas, del campo de las fuerzas que rechazan el sistema de democracia limitada de la Monarquía, rechazan las elecciones a Cortes y orientan toda su política en la desestabilización de la Monarquía y la imposición de la República.
Fruto de esta división vamos a asistir a una profunda remodelación de las fuerzas políticas, con importantes trastornos en su interior. En general podemos ver que cada partido tiene ya trazado su campo de intervención, pero es indudable que sus miembros no están plenamente homogeneizados por lo que asistiremos a grandes crisis y reorientaciones de algunos partidos; y, cómo no, a coincidencias entre partidos enfrentados hasta ahora por cuestiones de matices o de tipo organizativo que, en la actual situación, tenderán a fusionarse a corto o medio plazo (así se ve ya la tendencia de los oportunistas hacia el reformismo).
Es pues necesario que el proletariado, bajo la iniciativa de su vanguardia comunista, sea capaz de estructurar, una nueva política de alianzas que partiendo de lo inmediato una a todo el pueblo tras una alternativa política, Y esta alternativa solo puede ser una: la lucha por la República.
Ciertamente nuestro objetivo es el Comunismo, y para ello la tarea principal en que estamos empeñados es el avance hacia la Revolución Socialista. Pero avanzar en tal dirección no es un deseo, ni una opción subjetiva, sino un proceso continuado cuyo primer paso consiste en romper la actual política del gran capital de recomponer el Bloque burgués y consolidar la Monarquía. Nuestro objetivo hoy es enfrentar al conjunto del pueblo, unido a los objetivos que antes hemos reseñado contra la Monarquía. Nuestro objetivo es imponer un régimen de plenas libertades políticas para el pueblo, y esto hoy solo tiene un nombre: instaurar la Republica.
Por lo tanto se trata de articular la más amplia unidad de acción alrededor de cada uno de los puntos antes citados y que podríamos decir forman el programa de la República, uniéndolos con la única perspectiva real de su consecución: el derrocamiento de la monarquía y la imposición de la República Democrática. A esta política de unidad del pueblo en torno a sus intereses inmediatos le damos un nombre: construir el Frente Republicano, primer paso de la Unidad Popular.
III. COMO CONSTRUIR EL FRENTE REPUBLICANO EN LA BATALLA CONTRA LA MONARQUÍA. AVANZAR HACIA LA HUELGA GENERAL POLÍTICA, PREPARAR UN FRENTE ELECTORAL REPUBLICANO PARA LAS ELECCIONES MUNICIPALES.
Una visión inmediatista y superficial, ocasionada por el peso de la propaganda oficial y de los partidos burgueses, tiende a considerar que la victoria de la Monarquía es un hecho, y que solo cabe adaptamos a la nueva situación. Jugar a lo que es posible, y
esperar mejores tiempos.
El derrotismo, el oportunismo y el posibilismo son la expresión clásica del pensamiento y práctica pequeño burguesa de la desconfianza en las masas y en la fuerza autónoma del proletariado. Es pues la hora del derrumbe de los idealismos y del falso verbalismo revolucionario.
La realidad es muy distinta. Tras el aparente avance arrollador de la política del gran capital aparecen grandes vacíos y nuevas contradicciones. Ninguno de los grandes problemas que atraviesa nuestro pueblo es abordado por la Monarquía. Ni la crisis económica, ni las autonomías nacionales y regionales, ni la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las masas (el paro, salario suficiente, enseñanza gratuita, vivienda digna, etc.) ni la reforma agraria que rompa la actual crisis general que atraviesa el campo, ni la independencia nacional de los bloques imperialistas, tienen ninguna respuesta.
¿Quién podrá controlar la utilización que harán las masas del régimen de semi-libertad, ¿cuál será el resultado de la gran campaña de politización? cómo limitar por un largo periodo de combatividad de un pueblo que ha encontrado su identidad en la dura lucha contra el franquismo? Nada está decidido. Ciertamente la Monarquía con la colaboración, no exenta de profundas contradicciones y tensiones, de las fuerzas reformistas puede conseguir una primera victoria con las elecciones a Cortes y la inauguración de su "democracia limitada", pero ¿y luego?
¿Cómo abordaran dichas Cortes, controladas por la fuerza del gran capital -Alianza Popular, Partido Popular y Democracia Cristiana- la resolución de los problemas del país? ¿Cómo actuaran el PSOE y el PCE atados de manos y pies entre sus compromisos en las Cortes y los anhelos del pueblo constantemente reprimidos? ¿Cómo responderán las masas al descubrir la ineficacia de la democracia limitada, al desenmascararse la Monarquía como instrumento al servicio exclusivo del gran capital?
Corresponde a los comunistas trazar una Táctica precisa, capaz de incidir en tales contradicciones, de forma que permita a la clase obrera y al pueblo recuperar la ofensiva política para romper en añicos los proyectos reformistas del gran capital.
Esta Táctica tiene dos líneas de ejecución: preparar la Huelga General Política y estructurar un Frente Electoral Republicano para las elecciones municipales.
El avance hacia la Huelga General Política corresponde a una línea de radicalización paulatina de las luchas obreras y populares, como consecuencia de los efectos de la larga crisis económica que atravesamos, que en un marco de activa lucha política general tenderá a endurecerse fusionando los intereses económicos, sociales y políticos de las masas. Por el momento está claro que tal línea de avance no vendrá dada por la opacidad de las organizaciones sindicales y políticas para concertar su acción y llamar unitariamente a la movilización general: sino como resultado del incremento de la combatividad de las masas y de su propia autoorganización que pone en marcha día a día a nuevos contingentes de trabajadores y que lleva hacia su generalización.
Se trata pues de centrar nuestra política en el apoyo a todas las luchas obreras y populares, de darles un contenido político a partir de las características propias de cada combate, de hacer descubrir día a día a los trabajadores a través de la experiencia de su combate el carácter instrumental de la Monarquía al servicio del gran capital, como simple instrumento para perpetuar la explotación y opresión sobre los trabajadores.
Los comunistas debemos trabajar con el mayor ahínco posible en el avance y apoyo de este proceso para que conduzca hacia la Huelga General Política y facilite constantemente la denuncia del nuevo régimen del capital sin sectarismos, con entrega solidaria, de forma que facilitemos su desarrollo objetivo sin vacilaciones ni temores.
Junto a estas líneas debemos poner todas nuestras fuerzas en la plasmación de un nuevo tipo de alianzas en el seno del pueblo que partiendo, como ya hemos dicho de lo inmediato, haga frente a cada paso de la contraofensiva institucional del gran capital.
Debemos ser rigurosos y audaces en tal política en el sentido de entender cuáles son los aspectos decisivos en cada batalla. La batalla más dura en el enfrentamiento político-institucional serán las elecciones municipales. Porqué son las que sin suponer una aceptación del régimen monárquico enlazan más directamente con las aspiraciones inmediatas de las masas, y por su propia naturaleza se resuelven en términos geográficos más delimitados en la composición de clase de cada distrito o población. Aunque desde ahora mismo deberemos ser el máximo de audaces, lo que exigirá una gran capacidad de intervención entre las masas, sorteando y provocando los límites de la "democracia monárquica".
La batalla del Referéndum tanto por su precipitación como por su irrelevancia institucional ya que no decidía nada en realidad pues todo estaba ya decidido de antemano, era de hecho la menos importante, y su función era preparar la batalla siguiente de boicot a las elecciones a Cortes.
La batalla de las elecciones a Cortes es muy importante. Porque dividirá definitivamente el campo de las fuerzas reformistas del campo de las fuerzas obreras y populares autónomas. Y porque en su curso debe permitir crear el nuevo frente de alianzas que caracterizamos como un Frente Republicano. Si bien en esta batalla deberemos seguir dos ejes de actuación, el establecimiento de alianzas republicanas que antepongan en el seno de las masas la conquista de la República frente a la consolidación de la Monarquía, política que puede ampliarse tácticamente con aquellas que estén simplemente por el boicot a las elecciones a Cortes; y el apoyarse en la máxima movilización obrera y popular que facilite la mayor concienciación de las masas ante la lucha política.
La campaña de boicot a las elecciones a Cortes, exigirá una gran concreción de los programas políticos y medios para realizarlos, y en este sentido facilitará enormemente el debate político entre las masas y la defensa de la República y de su programa inmediato. Es el momento de formar en todas las ciudades, provincias, nacionalidades y regiones Plataformas Republicanas (¿Unión de Republicanos?) en las que se coordinen los partidos, fuerzas y personalidades que hagan de la República la base de su programa y montar desde tales plataformas la campaña general por el boicot a las elecciones.
Deberemos prestar gran atención y asegurar una intervención decisiva en las instancias democráticas unitarias de algunas zonas como la Asamblea de Catalunya o la Asamblea del País Valencia, que se romperán en tal proceso, debiendo ganar al sector más radical para la política republicana, sea reconvirtiendo tales Asambleas en Plataformas Republicanas, sea atrayéndonos a las fuerzas populares y nacionalistas a dichas Plataformas.
Para su eficacia, la formación de tales plataformas republicanas deberá ir acompañada de la formación de Grupos Republicanos en cada barrio, pueblo, empresa o centro estudiantil que difundan entre las masas tal política, y permitan encuadrar el enfrentamiento obrero y popular contra la Monarquía y su política al servicio del gran capital] y del imperialismo americano, y que se coordinen en las Plataformas de cada ciudad o comarca.
En el desarrollo del Frente Republicano deberemos contar sobre todo con las fuerzas obreras y populares que mantienen su autonomía política, con las fuerzas nacionalistas o regionalistas radicales, con la base combativa encuadrada aún en partidos reformistas u oportunistas, y con amplios sectores de la vanguardia obrera, popular y estudiantil.
Entendiendo que la estructuración propiamente del Frente Electoral Republicano corresponderá, posiblemente, a la preparación de la siguiente batalla de preparación de las elecciones municipales, en la que deberemos hacer converger las bases y plataformas de lucha por la República, con el descontento obrero y popular tras el desenmascaramiento del papel de las Cortes Monárquicas.
IV ANTE UN LARGO PERIODO DE CRISIS POLÍTICA Y DE DUROS COMBATES DE CLASE
Entramos en un periodo nuevo de lucha política abierta en la que de momento deberemos saber combinar la intervención directa y abierta de nuestra Organización en el seno de las masas con el mantenimiento de la clandestinidad de nuestros aparatos y organización. Aprovechando a fondo todas las nuevas posibilidades de la democracia limitada.
Como analizaban las resoluciones de nuestro II Congreso nos encontramos ante una prolongada crisis político-social de difícil salida a corto plazo por los efectos generales de la crisis imperialista. Situación de duros combates de clases, en que ninguna batalla determina la victoria final del combate por el momento.
Veamos antes como la misma contraofensiva del capital se plantea sólo en el terreno de las instituciones, pero olvida la resolución de los problemas cruciales del país, problemas de difícil solución por su coincidencia en la crisis capitalista que planea encima nuestro y cuyas consecuencias y gravedad son aun imprevisibles.
La lucha política, como expresión de la lucha de clases, es como una encarnizada guerra donde sólo una visión general del combate puede asegurar la victoria final. En una guerra lo fundamental no es ganar todas las batallas, sino el saber sacar provecho de las derrotas y prepararse para las batallas decisivas, el saber combinar los ataques y el reagrupamiento de fuerzas, el hostigamiento del enemigo y la lucha frontal.
El proletariado y el pueblo no están hoy en condiciones de vencer en la batalla de las elecciones a Cortes, porque ya el Gobierno se ha preocupado de limitar la intervención abierta de las fuerzas obreras y populares y con sus cantos de sirena ha atraído a su juego a las fuerzas reformistas. Pero su victoria será pequeña si los comunistas conseguimos en tal batalla estructurar una vanguardia proletaria y popular avanzada, si establecemos gracias a ello solidas alianzas con las fuerzas nacionalistas y populares radicales, y si introducimos en el seno de las masas el germen que les permita descubrir, luego, la naturaleza opresora y semidictatorial de la nueva monarquía, ante el desengaño progresivo de su actuación inmediata. Si sabemos transformar esta derrota en la plataforma de lanzamiento de un Frente Electoral Republicano que ante las elecciones municipales sea capaz de desestabilizar a la misma Monarquía. Todo ello sin olvidar nuestro apoyo decidido a la lucha económica y social de las masas uniendo la construcción del Frente Republicano con el avance hacia la Huelga General Política.
En el transcurso de estas rápidas batallas es visible ya que se reestructura profundamente todo el campo obrero y popular. Algunas fuerzas que hoy se autoproclaman revolucionarias caerán en el más estrecho reformismo, al igual que alguna fuerza de aparente radicalidad nacionalista traiciona sus programas para supeditarse a la negociación con la Monarquía y el gran capital, como la Convergencia Democrática de Jordi Pujol para sólo poner un ejemplo. Amplios sectores obreros y populares descubrirán el reformismo estéril de los partidos que se anteproclaman socialistas y comunistas sólo con el nombre como el PSOE y el PCE; y la exigencia de un nuevo Partido Revolucionario, de un Partido Proletario estará en la conciencia de la amplia vanguardia obrera y popular y de las mismas masas en lucha.
La OCE (BR) debe prepararse para asumir nuevas responsabilidades a lo largo de dichas batallas. Toda nuestra política debe centrarse en la construcción del Frente Republicano, como primer paso de la Unidad Popular que ya definimos en el II Congreso; en la preparación de la Huelga General Política como resultado del avance de la combatividad de las masas trabajadores y el reforzamiento de su propia organización. Y en la incorporación masiva de la nueva vanguardia obrera y popular en nuestra Organización. Lo que marca una prioridad determinante, la capacidad de la OCE (BR) de llevar directamente su política a las masas, la de estrechar la relación Organización-masas de forma directa y profunda.
El reforzamiento de la OCE (BR) se convierte así en el aspecto decisivo para el avance general de la política proletaria y de unidad del pueblo. Tendremos que hacer enormes esfuerzos y sacrificios para ponemos a la altura del combate a llevar. Ningún camarada puede ya permitirse el lujo de estar satisfecho por el trabajo realizado en su pequeña parcela de actividad política. Cada camarada, debe convertirse en un propagandista capaz de defender la política proletaria entre las masas, convertirse en un organizador y en el más duro combatiente en todas las acciones obreras y populares. Ninguna parcela de influencia política sirve de gran cosa sino es como referencia para desplazarse y arrastrar a unos amplios contingentes obreros y populares en tomo a nuestra política.
Nuestra organización debe ser un modelo revolucionario capaz de impulsar la confianza en las masas en sus propias fuerzas. Es el momento de avanzar en la construcción del Partido, de gestar el nuevo destacamento revolucionario proletario forjándolo en su capacidad de dirección política inmediata y en tal empeño deberemos abandonar todo sectarismo para propiciar la unidad de todos los revolucionarios en torno a la política proletaria, al marxismo-leninismo, al maoísmo.

23 de noviembre de 2011

Acción Comunista y las primeras CCOO

Acción Comunista era el título de una revista y, como era muy común en esos tiempos de clandestinidad, también el de un grupo marxista que la sostenía y de la que aquélla era portavoz. Se fundó en torno a 1964 y 1965 como fruto de la convergencia entre núcleos marxistas heterogéneos con más presencia entre la comunidad de exiliados en Europa que en el interior del país. Esa diversidad de origen se puso de manifiesto en la actividad del grupo y en la línea editorial de la revista, que no se alineó con ninguna de las corrientes que entonces agitaban al movimiento comunista internacional: izquierdistas con unas gotas de luxemburguismo y un aroma a trotskismo con regusto a heterodoxia. Lamentablemente, hay poca información sobre Acción Comunista, por su carácter muy minoritario y porque no prolongó su vida orgánica más allá de los primeros tiempos de la Transición; sin embargo, sus análisis de la realidad española eran más libres, y por eso solían más certeros. Ofrecemos el Editorial del número 7 de Acción Comunista, editado en Paris en el primer trimestre de 1967, dedicado a unas nacientes Comisiones Obreras.

Actualidad de las comisiones obreras
La constitución y el desarrollo de las Comisiones Obreras es sin duda alguna el fenómeno más original y sobresaliente en el movimiento obrero español de la posguerra. Y ninguno traduce tan radicalmente la ruptura entre el movimiento obrero de la preguerra y el de la posguerra (ruptura por lo demás, que no representa necesariamente un progreso).
Las Comisiones Obreras están demostrando ser el conducto por el que se expresa y resurge un movimiento obrero que la represión franquista habla desmembrado y pulverizado y que hoy reaparece en la escena con sus reivindicaciones porque la lucha de clases y las contradicciones del capitalismo no son una malvada invención marxista, sino una realidad, para contener y torear la cual no bastan pistoleros y nacionalsindicalistas. La vitalidad de las C.O. surge de que en su espontaneidad responden como nadie a las reivindicaciones obreras, a sus aspiraciones (con todo lo que éstas tienen de elemental); su debilidad debida al bajo nivel de la conciencia obrera en la España actual (resultado de la represión franquista, del aluvión de elementos campesinos muy recientemente proletarizados, etc.) se presta a dar una orientación reformista e incluso subreformista a las mismas. En el seno de las dichas Comisiones van a forcejear y forcejean ya, todo el abanico que va de los elementos más integrados y ligados a la burguesía (consciente o inconscientemente), nacionalsindicalistas renovados, demócratascristianos, etc., hasta núcleos comunistas más o menos carrillistas, más o menos disidentes (que disienten, claro, de Carrillo y del P.C. por la izquierda).
Conviene señalar que la originalidad de las C.O. desconcertó no poco a las organizaciones tradicionales. En sus esquemas - mucho más librescos y petrificados a fin de cuentas que los de ciertos jóvenes cuyo pecado era el de padecer de un cierto "empacho teórico" - el movimiento reivindicativo no podía tener ni adoptar otros cauces que los del sindicalismo clásico, un sindicalismo simple heredero e hijo del de antes de la guerra. La inviabilidad en las nuevas condiciones españolas e internacionales de la Alianza Sindical (constituida por organizaciones envejecidas y en gran parte exiliadas: UGT y CNT en España, y en Euzkadi además la STV) se mostró ya con la constitución de la ASO, escisión de la anterior, con pretensiones de "modernismo", un "modernismo" a la alemana, de sabor particularmente reformista. Pero aparte de esto, ni la A.S. digamos tradicional, ni la A.S.O. digamos modernista, pudieron conocer el desarrollo que han conocido las C. O. La razón salta a la vista: las Comisiones Obreras han sabido situarse en el límite entre la tolerancia y la ilegalidad, se mueven a la luz del día, mientras que las organizaciones sindicales renacidas tenían que mantenerse en la clandestinidad (con mayor o menor libertad de movimientos, pero necesariamente sin aparecer en público). Su representatividad además es muy superior dado que en general están constituidas por delegados elegidos en las propias empresas mientras que los "sindicatos clandestinos" no representan a fin de cuentas sino burocracias exiliadas ¿Como habían de poder recoger en esas condiciones el movimiento reivindicativo, orientar las aspiraciones económicas y políticas elementales de amplias masas, si el contacto con ellas era imposible? El sindicalismo clandestino requería para florecer, la existencia previa en las masas españolas de un nivel político que, de haber existido, hubiese dificultado por razones de otro tipo, la implantación de sindicatos cuyas perspectivas políticas eran simplemente restauradoras, reformistas y aun contrarrevolucionarias.
La utilización de las posibilidades legales que puede ofrecer el régimen ha sido uno de los aciertos de las C.O. y es indudable que una inadecuada evaluación de dichas posibilidades suele ser un error frecuente en las organizaciones obreras. Esto se ha visto una vez más en las últimas elecciones de la CNS que las C.O. han sabido utilizar para situarse dentro del marco oficial sin por ello confundirse con él. No es que tal peligro -el de integración en una CNS "renovada"- pueda desecharse, y hemos de ver más adelante que no faltan fuerzas que trabajan en este sentido, pero la sagacidad de los elementos más conscientes de la clase obrera ha de permitir utilizar al máximo el escaso margen que ofrezca la legalidad burguesa para ampliar su audiencia e influencia en los medios obreros, contrarrestando así las influencias reformistas e integradoras. En todas partes donde las Comisiones Obreras han presentado sus candidatos, su éxito ha sido rotundo; la abstención ha sido preferida por la clase obrera cuando no había listas anti-CNS.
La visión del P.C. en la cuestión de las C.O. no era de hecho mucho más aguda que la de las viejas organizaciones sindicales. El P.C. lanzó su O.S.O. cuyos límites no desbordaban los del propio P. C. pero que permitía a este colocarse en la carrera de la construcción, ya que no de sindicatos, por lo menos, de las burocracias sindicales que servían de "ersatz" (sustitutos) de los mismos. Menos ligado, sin embargo, que otros al sindicalismo tradicional (UGT y CNT), menos interesado en su restauración, el P.C. no desdeñó por ello situarse en las C.O. aunque considerando a estas como un caldo de cultivo con que nutrir su O.S.O. y su influencia. El P.C. no tenía propiamente la idea de impulsar las C.O. como órganos autónomos de lucha obrera, de fortalecer y profundizar su acción, de hacer de ellas los portavoces de las masas obreras.
Hace mucho tiempo que el P.C. ha invertido o pretende invertir las relaciones del movimiento revolucionario, haciendo de la clase obrera el instrumento dócil del Partido, del Partido el instrumento dócil del aparato, del aparato el instrumento dócil de un cogollo de jerarcas y de éste, la corte aduladora del Jefe de turno. Pero su falta de vínculos con las antiguas UGT y CNT, más aún, la hostilidad hacia las mismas que data de la guerra dio, repetimos, al P.C. una actitud más abierta inclinándole a explorar las posibilidades que encerraban las C.O.: una cierta actitud condescendiente hacia ellas hizo además que sus representantes tuviesen la rienda suelta, pudiendo pegarse así al movimiento espontáneo, y sin pretender utilizar las C.O. para huelgas pacíficas, políticas u otros engendros disparatados. Cabe preguntarse si en la medida en que las C.O. adquieren un peso creciente, los militantes del P.C. no van a verse obligados a seguir más de cerca la línea del Partido, línea con la que el P.C. español, como todo el mundo sabe, no cesa de cosechar "grandes éxitos".
Los sectores sindicalistas democristianos se han esforzado y se esfuerzan igualmente en situarse e influir en las C.O.; las H.O.A.C. y la J.O.C. sirven y han servido para hacer un trabajo preliminar que hoy puede ser proseguido, y lo es de hecho, en el seno de las Comisiones. Estos son los agentes más caracterizados, junto con algún elemento ex-falangista, etc. de una tendencia que se esfuerza en adaptar dichas C.O. al proceso de liberalización y de integrarlas en el tinglado que, no sin vacilaciones y dudas, trata de construir lo que venimos llamando la Oposición burguesa. En efecto, es cada día más evidente que los sindicatos verticales son incapaces de "promover el diálogo" entre la patronal y los trabajadores. Este "diálogo" es urgente entablarlo, primero, porque el andamiaje paleofranquista va a ser desechado o al menos transformado como ya hemos explicado aquí frecuentemente, segundo, porque, habiendose puesto la clase obrera en movimiento, pretender detenerla con métodos puramente represivos podría conducir simplemente a encabritarla y radicalizarla. Por otra parte, la liquidación o la transformación de la CNS (convirtiéndola en un sindicato "representando" simplemente al sector obrero y deshaciendo la conjunción corporativista de patronos y obreros) puede aportar a la patronal -o al menos a un sector de la misma- libertades nada desdeñables (en materia de despidos, etc.).
En la etapa actual, la burguesía española no considera ni oportuno ni necesario proclamar en lo inmediato la libertad sindical. En primer lugar, porque la presión de las masas no le obliga a ello, pero además porque de los sindicatos que le servirían de instrumentos en ese marco de libertad sindical no hay más que gérmenes; para sacar a flote tales instrumentos, constituir las respectivas burocracias y dominar la situación en el marco de esa libertad sindical, habría que hacer concesiones tanto en el plano político como en el económico, que se traducirían en lo inmediato -o teme ella que se traduzcan- en una reducción de sus beneficios, en una reducción de su libertad de maniobra, tanto en el interior, como frente a los problemas económicos que plantea su incorporación en el Mercado Común europeo. La burguesía más avanzada se esfuerza así en suscitar "órganos representativos" de la clase obrera, eminentemente reformistas, que acepten desempeñar un papel regulador en los conflictos laborales. Esta función reguladora no la cumple actualmente ninguna institución, y es indispensable dentro del "capitalismo organizado" en relación con la planificación y previsión con que éste debe trabajar, como consecuencia de la importancia de las inversiones y de su rentabilidad. El ejemplo norteamericano y el de numerosos países europeos, es en este sentido aleccionador.
Para este "dialogo" la burguesía tiene necesidad de intermediarios más ligados a las masas y más populares que los jerarcas sindicales verticales, pero con una mentalidad que garantice su reprobación hacia los excesos reivindicativos y de todo tipo a que tan inclinada es -"por su propia naturaleza"- la clase obrera. Esta mentalidad abunda, verdad es, en las organizaciones obreras pero son los cristianos, los nacional-sindicalistas decepcionados, los ex-cenetistas degenerados, etc. quienes ofrecen, sin duda alguna, las mayores garantías en materia de conformismo; nadie como ellos presenta ese tinte rosa deslavado que la burguesía pretende hacer pasar por rojo.
De hecho, las últimas elecciones sindicales y la relativa libertad en que se han desarrollado constituyen un tanteo y una exploración por parte de la burguesía de las posibilidades que tiene de avanzar en este sentido y de dominar a las masas obreras en un marco de mayor libertad.
¿Quién logrará llevarse el gato al agua? ¿Quienes podrán evitar que se salga la burguesía con la suya, más tarde o más temprano, con una fórmula u otra, bajo un manto u otro? ¿Y qué orientación sería deseable imprimir a dichas C.O. para que saque de ellas el mayor fruto la clase obrera?
Hay que subrayar en primer lugar que la burguesía puede salirse con la suya, no sólo haciendo adoptar la fórmula más eminentemente reformista e integrada que hemos expuesto más arriba. Existen otras fórmulas con carácter análogo pero que implican concesiones -en el sentido reformista- más importantes, fórmulas que la burguesía no adoptaría si no siente la necesidad de ello, pero que son soluciones que se reserva por si la situación le impide llevar a la práctica, la más burda y favorable para ella. Y hay que decir, que las organizaciones obreras (al menos las más importantes) no manifiestan de hecho su hostilidad a la primera fórmula sino en la medida en que ésta los excluye del juego, Es decir hay un regateo entre dichas organizaciones y la burguesía, en términos que vienen a ser esquemáticamente los siguientes: Nosotros somos los auténticos representantes de la clase obrera, es decir, nos erigimos en intermediarios en el diálogo trabajadores-capitalistas, y somos los únicos interlocutores válidos pues la clase obrera cree en nosotros, nosotros sólo podemos manejarla con la necesaria "precisión ". Debéis admitirlo, admitiéndonos en el juego legal, haciéndonos participar como vuestros interlocutores, reconociéndonos. Solo lo tratado con nosotros tendrá validez ante la clase obrera, será aceptado por ella. Pero al mismo tiempo y a fin de poder conservar la confianza de la clase obrera estos señores piensan: tenemos que ser exigentes, no podemos consentir en vernos desprestigiados haciéndonos visiblemente los servidores y lacayos de la burguesía, requerimos pues el derecho a ser una oposición leal y razonable, pero oposición, factor efectivo de transformaciones reformistas. El ala más dócil y menos exigente de estos profesionales de la representación de la clase obrera la constituye los ex-cenetistas, que hoy se frotan el morro con los jerarcas de la CNS, por ello, son los que tendrán menos prestigio ante aquella.
Hay que reconocer que el ala que aparece como la más exigente y dura de este abanico es la formada por el P.C. Por ello mismo es la que mejor mantendrá su autoridad en la clase obrera. Y una fracción de los militantes de vanguardia trabajará bajo sus órdenes y directivas. Aquí aparecen claramente las dificultades de la situación porque si la burocracia del Partido ha abandonado toda orientación marxista esto no aparece tan claro y manifiesto ante sus militantes y ante la clase obrera.
Al decir que la dirección del P. C. ha abandonado toda orientación revolucionaria no queremos decir que la' revolución social aparezca como una perspectiva inmediata. Pero el que esta perspectiva no sea inmediata, no implica que hayamos de relegarla al desván y limitarnos a considerarla -siguiendo la senda de la socialdemocracia- como un deseo platónico, irrealizable, que no vale la pena tener en cuenta en el trabajo inmediato. Nosotros creemos que es muy diferente en la práctica, trabajar desde ahora para desarrollar en la clase obrera su conciencia, su autonomía de organización y pensamiento, su oposición profunda al régimen capitalista y a todas las alienaciones que emanan de él, que trabajar para convertirse en un "factor de progreso". Sin que neguemos que los P.C. puedan ser un factor de progreso y un aliciente... del desarrollo neocapitalista. Las reivindicaciones de la clase obrera y sus conquistas en materia de salarios, consumo, enseñanza, etc. han sido -la experiencia lo demuestra- un elemento fundamental que ha forzado al capitalismo a una profunda metamorfosis, favoreciendo sus progresos técnicos, acrecentando su mercado, desarrollando y perfeccionando su organización de la producción y de la sociedad. Que tales transformaciones hayan mejorado la situación de la clase obrera es cierto, y no podemos sino felicitarnos de que hayan dulcificado así las condiciones de esclavitud de los trabajadores. Pero ¿podemos creer sinceramente que tales progresos del capitalismo se han acompañado de una toma de conciencia más profunda por la clase obrera de sus intereses? ¿La emancipación de la clase obrera se realizará mejorando la sociedad actual o destruyéndola? El viejo dilema de reforma o revolución que agitó al movimiento obrero en los tiempos de Marx y Engels, como en los de Lenin y Rosa Luxemburgo subsiste y no podemos permitir que sea escamoteado.
Como en el resto de Europa Occidental la frontera que separa en España el reformismo del marxismo revolucionario pasa por medio del Partido Comunista; su burocracia y una parte de los militantes han cruzado el Rubicón y se han adaptado al juego reformista integrador, otra parte de los militantes y en ocasiones algún dirigente, se niegan a cruzarlo pero no son conscientes de que la gravedad de las divergencias hace imposible y nociva la coexistencia dentro de la misma organización. Incapaces de comprender que unos y otros se encuentran en lados diferentes de la barricada, aceptarán el mantenimiento de un equívoco que permitirá que la acción conciliante y reformista de la burguesía pueda de hecho prolongarse hasta la extrema izquierda de la clase obrera.
Porque, en fin, nadie ignora y los P.C. lo proclaman a gritos, que ellos no tienen ninguna pretensión revolucionaria, que no expresan una ruptura tajante con la burguesía -en su disfraz democrático-, que no son sino contrapeso de ésta y moderador de sus impulsos o elementos más voraces, pero sin que nadie pretenda romper las reglas del juego. Prestar a los señores Carrillo y Cía. otras intenciones que las que exponen por escrito es sencillamente participar de la fe del carbonero y del "doctores tiene la iglesia ", es, por parte de un obrero consciente, dimitir, renunciar a su papel en la sociedad, dejar de ser consciente.
Por otro lado no hay que creer que las maniobras integradoras subreformistas y reformistas del más bajo nivel, de nacionalsindicalistas de izquierda, de democristianos, de católicos piadosos de la escuela "Mater et Magistra" (a los que vendrán a añadirse socialdemócratas y sindicalistas de todo pelo) serán tan groseras. En las condiciones de inexperiencia política de las nuevas generaciones obreras españolas, con un poco de sicología y demagogia, los postulantes a futuros burócratas y líderes del movimiento obrero y aún más, las almas cándidas inspiradas por el "new-look" (nueva visión) de la Iglesia o del Capital pueden adquirir una notable popularidad y hacer pasar su trabajo reformista, como la acción más radical que pueda emprenderse por la clase obrera. Frente a los soñadores, ellos serán los sensatos; frente a los utópicos, los realistas, frente a los teóricos, los prácticos. Enfrentarse a los mismos será tanto más difícil cuanto que nos los vamos a encontrar (por una de esas pícaras artimañas de la burguesía) lo más a menudo, no enfrente, sino al lado y separados (o unidos)a nosotros por todo el abanico de medias tintas, que nos reprochará el querer establecer las distinciones y diferencias que esclarecerían a la clase obrera, pero que -sostendrán ellos- deben serIe ocultadas para no poner en peligro la unidad (concebida como la convergencia a nivel. de las medias tintas e incluso más abajo) o la eficacia.
Las líneas divisorias serán tenues y sutiles, escurridizas. Por la propia ingenuidad de la clase obrera que se incorpora a la acción reivindicativa después de un largo tiempo durante el que ha perdido agudeza, homogeneidad, tradiciones y sobre todo confianza en sí misma y en sus metas. Por la propia degradación de las mismas organizaciones obreras clásicas que han proseguido su deslizamiento a la derecha y desconectadas más que nunca de la clase obrera, actúan según motivaciones propias, de "clase política", motivaciones perfectamente ajenas  a los intereses del proletariado, pero que ellos camuflan y cubren insistiendo en su papel de portavoz de una parte de las reivindicaciones obreras de aquella parte compatible con sus intereses de burócratas).
¿Cómo obtener el mayor fruto posible para la clase obrera en estas condiciones? Cuando hablamos de obtener el mayor fruto posible no pensamos simplemente en las conquistas económicas que a través de las C.O. puede adquirir la clase obrera, pensamos igualmente, en lo que pueden representar como factor de maduración de la misma, de su conciencia. No se trata a nuestro entender, solamente de reforzar a los intransigentes frente a los conciliadores, a los reformistas más radicales frente a los más blandos. Pese a toda la importancia que tenga el mejoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera -mejoramiento que nosotros no despreciamos en absoluto-, pensamos que las C.O. han de ser -o pueden ser- algo más que un mero instrumento de reformas y que pueden convertirse en una experiencia de autoeducación, de toma de conciencia de la clase obrera, de iniciación al funcionamiento de su democracia, e incluso de estímulo para que la clase segregue sus propios órganos. Porque "cometemos simplemente el error de creer que la revolución comunista pueden realizarla sólo las masas y no puede realizarla ni un secretario de partido ni un presidente de república por decreto; parece ser que esta fue también la opinión de Carlos Marx y de R. Luxemburgo y sea la opinión de Lenin, todos los cuales para Treves y Turati son sindicalistas anárquicos". (1)
Por todo ello consideramos -como de primera importancia la democracia obrera que creemos ha de ser instaurada y desarrollada al máximo en el seno de las Comisiones Obreras. Es preciso velar por la representatividad de las mismas. Haciendo que sea cada vez mayor el número de obreros que se incorpora al movimiento de las C.O. y que intervienen en la elección de sus representantes, estimulando la discusión y haciendo participar al máximo a los obreros en las deliberaciones. Haciendo igualmente cada vez más numerosas y mejor coordinadas las Comisiones Obreras y extendiéndolas a todo el territorio nacional.
Es necesario combatir contra todas las intimidaciones contra el funcionamiento democrático en el movimiento reivindicativo que encabezan las C.O. aunque sea un funcionamiento necesariamente informal y desordenado en las condiciones de espontaneidad y represión. Habrá, claro está, las intimidaciones del género policial, exteriores. Pero habrá también intimidaciones por parte de los elementos más moderados y reformistas para silenciar a los comunistas, y los habrá igualmente por parte de los más fieles seguidores del P.C., para evitar que nadie plantee "prematuramente" nada ante la conciencia de los obreros, sempiternos menores de edad para los burócratas. Es decir -y hay que advertirlo desde ahora- que habrá intimidaciones internas y que todos los elementos teleguiados o influenciados por las burocracias al acecho, todos los candidatos a burócratas y líderes se lucirán en toda clase de maniobras, de manejos marrulleros, de exaltación de personalidades y cultivo del liderismo, etc. Y hay que estar muy atento en este sentido a toda pretensión por parte de este partido o el otro -incluyendo y sin olvidar al P.C.- de reducir la acción de las C.O. a una lucha por un "Sindicato Democrático" en el marco de una legalidad burguesa liberalizada o parlamentaria. Máxime que el término "democrático" unido al de sindicato, expresa entre ellos, no tanto el deseo de instaurar una democracia obrera en el seno del sindicato, como el de obtener el consentimiento de la burguesía para realizar "con honestidad y lealtad" su trabajo reivindicativo.
Esta tarea inmensa -la defensa de la democracia obrera en el seno de las Comisiones, la defensa de las Comisiones como instrumento de la clase obrera- se presenta, pues, como una tarea harto difícil y -hay que decirlo sin tapujos- desproporcionada a nuestras escasas fuerzas. Los resultados que podamos obtener no serán más que parciales, limitados. Pero la experiencia de las C.O. será de todos modos una experiencia que impulsará el despertar obrero, que nos ofrecerá grandes posibilidades para intervenir y obrar por la toma de conciencia del proletariado español, que dará ocasión a que la clase obrera -o al menos un sector de vanguardia- sienta la necesidad de organizarse, de preservar celosamente su autonomía y apartarse de todas las organizaciones obreras que adoptan una actitud conciliadora y claudicante.
El fruto más o menos rico que la vanguardia comunista sepa sacar de todo esto, dependerá en gran parte de su propia madurez y capacidad. Y en esta materia también queda mucho camino por recorrer y el optimismo está fuera de lugar. Porque hasta ahora, esta vanguardia está esencialmente constituida sea por grupos dispersos, desconectados entre sí, obligados a llevar en consecuencia su trabajo de manera al mismo tiempo eminentemente empírica (es decir improvisada) y eminentemente abstracta (y estas críticas valen igualmente para nosotros, pues no ignoramos nuestras insuficiencias), sea por individuos encuadrados en partidos en los que son instrumentos y rehenes de una política opuesta a sus profundas convicciones. Y ocurre además que éstos no irán tomando conciencia de su oposición al Partido que los encuadra y vigila sino en el grado en que aquellos puedan superar su dispersión, y una línea de acción más adecuada a las aspiraciones de unos y otros pueda así elaborarse.
La testarudez de los hechos es la nuestra propia. Y tenemos que proclamar una vez más -porque los hechos nos lo meten todos los días por los ojos y el tiempo pasa sin que veamos remediada tan desastrosa situación- que frente a las maniobras de la burguesía, frente a sus tanteos de seducción hacia unas organizaciones que están ya seducidas de antemano y que hace tiempo dimitieron de sus responsabilidades hay muy poca cosa de peso. La cuestión que se plantea -que planteamos- a quienes comparten nuestras convicciones es ¿hasta cuándo vamos a seguir siendo incapaces de constituir un esqueleto mínimo de coordinación, de organización, que pueda limitar el desastroso efecto de todas esas maniobras, que pueda ejercer su acción estimulante y vigorizante sobre la clase obrera, dando a sus luchas una profundidad y unas perspectivas que no podrán alcanzar nunca bajo la influencia de unos dirigentes, cuya preocupación -profesional- suprema es la de dar garantías al enemigo.

(1) Gramsci, 11 Nuevo Orden, 9 Oct. 1920. El lector nos dispensará el que recurramos al argumento de autoridad y le rogamos que no lo interprete como una nostalgia purista de los tiempos pasados del Movimiento Obrero. Ocurre tan sólo que ciertas ideas básicas y elementales del Movimiento comunista -que Gramsci recuerda aquí con ironía- han sido tan hábil y sistemáticamente sofocadas en estos cuarenta últimos años que uno tiene que presentarlas cubiertas con el argumento de autoridad con la esperanza de evitar que los que tienen la fe del carbonero tapen sus oídos al recordarles el abc del comunismo.