La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

18 de enero de 2013

El Manifiesto-Programa del VI Congreso del PCE

En la segunda mitad de la década de los años 50 del siglo pasado el PCE acordó un giro de 180º en su acción política en el interior de España. Aunque antes de que acabase la década anterior ya había renunciado a la lucha guerrillera, aún mantenía la retórica de la Guerra Civil y una oposición frontal no sólo contra el régimen franquista sino también contra todos los grupos y organizaciones sociales que había cooperado para derribar la Segunda República. Sin embargo, a partir de 1956, aproximadamente, decidió dar por liquidado el conflicto político y social que había desencadenado esa contienda fratricida y, como afirma en el texto que ofrecemos, considerar que la fractura de la sociedad española ya no seguía la misma línea de trincheras de 1939 sino que ahora enfrentaba al capitalismo monopolista contra el conjunto de los españoles, entre los que se encontraban juntos vencedores y vencidos. Nació así la llamada política de reconciliación nacional, que ha sido alabada y vituperada hasta el agotamiento. Reproducimos aquí el Manifiesto que fue aprobado en el VI Congreso del PCE, celebrado en Praga en enero de 1960, que servía de introducción al nuevo Programa comunista, que incluía la política de reconciliación nacional, dando a conocer las razones que llevaron a la dirigencia comunista a impulsar este viraje político tan inesperado.
Manifiesto-Programa aprobado en el VI Congreso del PCE (Archivo La Alcarria Obrera)
 
PROGRAMA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA
El Programa del Partido Comunista de España define las aspiraciones inmediatas y los objetivos finales del Partido; presenta las soluciones de los comunistas a los problemas políticos y sociales, económicos y culturales del país.
Este Programa no es un conjunto de buenas intenciones sin base real, ni persigue simples fines de propaganda; es el fruto del estudio marxista-leninista de la realidad española y de las circunstancias internacionales que influyen en ella. El marxismo permite descubrir los procesos objetivos que tienen lugar en esa realidad social y fijar los fines del Partido en consonancia con esos procesos, es decir, sobre una base científica.
I
En los primeros decenios del siglo actual España se convirtió en un país de nivel capitalista medio, pero con fuertes supervivencias feudales en su economía y en su superestructura. El capital extranjero detentaba posiciones clave en la economía española, que colocaban a ésta en una situación dependiente. Ambos factores combinados constituían un gran obstáculo para el progreso del país, ya que se traducían en el estancamiento de la agricultura y de otros importantes sectores de la economía, en el bajo nivel de vida de la mayoría de la población y, por tanto, en la estrechez del mercado interior, En esas condiciones era vano todo intento de industrialización.
A la revolución democrático-burguesa que en 1931 derribó la Monarquía correspondía históricamente eliminar esos obstáculos y despejar el camino para el desarrollo capitalista de España dentro del marco político de una República parlamentaria. Pero contra esta perspectiva se confabularon la aristocracia terrateniente, el capital financiero español, que había alcanzado ya relativa importancia, y el capital monopolista extranjero.
La debilidad de los gobernantes republicanos pequeño-burgueses y la política oportunista del Partido Socialista, a remolque de la burguesía liberal -política que impedía a la clase obrera desempeñar el papel dirigente en la revolución democrática, a lo que contribuía también la actitud del anarcosindicalismo- facilitaron la conspiración contra la República, que desembocó en el levantamiento fascista de julio de 1936 apoyado en la intervención armada de las dictaduras fascistas de Alemania e Italia, y propiciado por la intervención indirecta de los Gobiernos imperialistas de Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
Pese a esta coalición de la contrarrevolución interior y del imperialismo internacional, el pueblo español no se resignó a capitular y empuñó las armas en defensa de la democracia y de la independencia nacional. La duración y el heroísmo de la lucha armada del pueblo, en condiciones sumamente adversas, reflejaron hasta qué punto había madurado en las masas populares la conciencia de la necesidad histórica de liquidar las supervivencias feudales y la dependencia del imperialismo extranjero, la necesidad de un desarrollo democrático e independiente de España. La derrota de la República cerró transitoriamente ese camino, pero no representó la simple vuelta al precedente tipo de desarrollo capitalista.
En el capitalismo español de antes de la guerra civil el capital monopolista tropezaba con grandes obstáculos para su expansión. El mercado interior era muy reducido, por las razones antes expuestas -derivadas, en lo esencial, del compromiso entre el capital financiero y la aristocracia terrateniente- ; por otra parte, el capital monopolista no disponía de más colonias que el pequeño protectorado marroquí y posesiones africanas de difícil explotación. El peso específico de la agricultura, de la industria ligera, en general de tipo medio y pequeño, y de la libre concurrencia, eran muy considerables. Este conjunto de circunstancias daba como resultado una renta nacional muy baja y un ritmo de acumulación capitalista sumamente lento.
Para el capital monopolista era indispensable forzar ese ritmo, acelerar el proceso de concentración y centralización del capital; y, en aquellas condiciones de España, esto sólo podía lograrlo mediante la intervención drástica del poder público recurriendo al capitalismo monopolista de Estado. La dictadura de Primo de Rivera fue el primer intento en esa dirección, pero la revolución de 1931 vino a interrumpirlo. La derrota de la República en 1939, permitió reanudarlo en escala mucho mayor.
El sistema llamado capitalismo monopolista de Estado significa la utilización a fondo del aparato estatal por los monopolios para intervenir la totalidad de la vida económica y política y asegurar a todo trance los altos beneficios del capital monopolista. Para conseguir esos fines no vacila en recurrir a medios ilegales, a la corrupción y la violencia, al terror y la guerra. En España, la instauración de la dictadura fascista y el estado de agotamiento en que quedaron las fuerzas obreras y democráticas, desangradas y desorganizadas por la derrota militar y la salvaje represión que la siguió, despejaron el camino a la oligarquía financiera permitiéndole aplicar ese sistema en sus formas más perjudiciales para las masas trabajadoras y las capas medias. Los principales procedimientos empleados en España por el capital monopolista, valiéndose del Estado fascista, han sido los siguientes:
En primer lugar, extremar la explotación de la clase obrera con las formas más reaccionarias e inhumanas; reducir su salario real al más bajo nivel de Europa; introducir diversos métodos, en particular complicadas formas de pago, para obligar al obrero a intensificar su esfuerzo físico y a producir más con un utillaje anticuado; prolongar la jornada de trabajo hasta diez, doce y más horas en los períodos de coyuntura económica favorable; dejar reducidos a los obreros a un salario base de hambre mediante la supresión de las horas extraordinarias, las primas y otras bonificaciones en los períodos de crisis, o lanzarlos al paro y a la miseria.
En segundo lugar, esquilmar a los campesinos mediante el envilecimiento de los precios agrícolas pagados al productor, la intervención en la comercialización de los productos del campo, tanto en el mercado interior como en el exterior, el crédito usurario, las múltiples cargas fiscales, los arriendos leoninos, etc. Y mientras se aceleraba, por éstos y otros medios, el proceso de expropiación de las masas campesinas y de concentración de la propiedad agraria, forzando el desarrollo capitalista en el campo por el camino más penoso para los campesinos, se protegía a los latifundistas absentistas, que iban transformándose cada vez más en financieros y monopolistas, sin dejar de ser aristócratas y terratenientes. A través de este proceso, la tela de araña del capital financiero se extendió a la totalidad del agro, sometiendo a su explotación no sólo a los campesinos pobres y medios, sino también a los ricos.
En tercer lugar, estrujar a las pequeñas y medias empresas industriales y comerciales recurriendo a la intervención de los precios, la distribución de las materias primas, el control del comercio exterior y del crédito, el aumento de los impuestos y otros procedimientos que, al mismo tiempo que permitían a la oligarquía financiera apropiarse una parte de los beneficios de esas empresas, forzaba la concentración monopolista en la industria y en el comercio. Víctimas de esos procedimientos, innumerables empresas pequeñas y medias han sido liquidadas y otras se han transformado en simples apéndices de los monopolios.
En cuarto lugar, condenar a un bajísimo nivel de vida a la gran masa de los funcionarios y empleados, maestros, médicos, profesionales de todo tipo e inclusive a parte considerable de los miembros de la Magistratura, de las Fuerzas Armadas y de Orden Público.
Finalmente, como uno de los métodos más importantes, que ha acompañado inseparablemente a los anteriores, la inflación, con sus efectos de carestía crónica, de desvalorización continua de los ingresos de los obreros y campesinos y de los beneficios de la burguesía no monopolista. Cuando la evolución económica, nacional e internacional, ha hecho imposible continuar recurriendo a la inflación sistemática y en gran escala, la devaluación y la “austeridad”, se han encargado de perseguir, con otros medios, idénticos fines.
Así acumuló el capital monopolista los recursos que habría de invertir en sus empresas o en las empresas estatales que controlaba directa o indirectamente; así financió el mercado estatal -en el que los pedidos bélicos ocupan lugar preferente- encargado de garantizar a las empresas de la oligarquía la colocación ventajosa de una parte de su producción. Así se han realizado a través de los procedimientos sumariamente enumerados, cambios radicales en la distribución de la riqueza y de la renta nacional, pero no a favor de los más débiles, como prometió el franquismo, sino de los más fuertes, de la oligarquía financiera.
Ese desarrollo forzado del capitalismo monopolista, utilizando a fondo la palanca estatal, es lo que Franco y los panegiristas de la dictadura presentan como “revolución nacional” y “justicia social”, como “industrialización” de España y “dirección y planificación de la economía”, como plasmación de otros ideales no menos sonoros.
Pero la realidad es que España no ha dado ningún paso importante para liquidar su retraso crónico. Hoy, como hace veinte años, la mayor parte del equipo industrial tiene que seguir importándose del extranjero, dependiendo de las oscilaciones de las cosechas. España no sólo ha quedado muy rezagada respecto a los países que han pasado al socialismo -la mayoría de los cuales estaban menos desarrollados cuando iniciaron su transformación-, no sólo se ha hecho mayor su atraso en relación con los países capitalistas más avanzados, sino que incluso países recién salidos del yugo colonial progresan a un ritmo mayor que el de España.
La verdad estricta es que la dictadura de Franco no se propuso en ningún momento sacar a España de su atraso secular. Su móvil ha sido siempre asegurar a los monopolios la obtención de los máximos beneficios explotando a la clase obrera, expoliando a los campesinos y a las capas medias. Otro móvil ha sido reforzar el potencial militar del país; según los planes estratégicos del Pentágono, con el designio de preparar la guerra contra los países socialistas. A eso y sólo a eso se han reducido sus móviles. El relativo desarrollo industrial que haya podido lograrse en algunos casos es una consecuencia y no un fin. La retórica acerca de la “industrialización” no tenía otra finalidad que revestir con colores patrióticos los más sórdidos intereses.
Los cambios operados en 1959 en la política económica de la dictadura equivalen al reconocimiento oficial del fracaso de la línea de “industrialización”, a la confesión de que por ese camino el país iba a la catástrofe económica. Sin embargo, la verdadera industrialización de España es mas necesaria y urgente que nunca pero no podrá llevarse a cabo mientras sea el capital monopolista quien dicte despóticamente su ley en la economía y en la política españolas.
En otros países, merced al más temprano y rápido desarrollo capitalista -determinado por el triunfo de las revoluciones burguesas- y a la colonización de otros pueblos, el capitalismo monopolista encontró amplía base para su expansión, y, durante cierto período, una parte considerable de la sociedad en las metrópolis, incluyendo algunos sectores de la, clase obrera se benefició con las migajas de fa explotación colonial.
En España, el capital monopolista tropezó con las desfavorables condiciones antes indicadas. Cuando, por fin, después de haber encontrado en la dictadura franquista el instrumento que necesitaba intentó apartar, a su manera, los obstáculos que impedían su expansión, halló un mundo muy distinto al que había soñado en 1936, al emprender la guerra contra el pueblo. En vez de la victoria de la coalición hitleriana, con la que esperaba abrirse camino a la expansión colonial en África y en América del Sur, se encontró con el derrumbamiento del sistema colonial del imperialismo; en vez de un sistema capitalista que, destruida la Unión Soviética, dominara de nuevo sin restricción sobre el orbe, se vio en un mundo capitalista debilitado, constreñido, en el que la encarnizada competencia intermonopolista hacía más ilusorias que nunca las esperanzas expansionistas del enclenque imperialismo español. Y ante éste no quedó otra salida que la que ha seguido: hacer de España misma su colonia, realizar a costa de las generaciones españolas que viven en el mundo del siglo XX, ya mediado, una acumulación capitalista que recuerda por su brutalidad e inhumanidad algunos rasgos de la “acumulación primitiva” realizada por el capital en otros países, siglos atrás, a costa de los campesinos y de los pueblos coloniales.
Así es como el capital monopolista pudo, durante algún tiempo, no sólo acumular e invertir capital en los sectores susceptibles de rendirle mayor beneficio, sino desarrollar cierto mercado en la esfera de los bienes de producción, valiéndose de los recursos del Estado y de que la gran producción industrial capitalista crea ella misma, hasta cierto límite, su propio mercado.
Otros factores contribuyeron también, transitoriamente, a ampliar el mercado, incluso el de artículos de consumo: las destrucciones causadas por la guerra civil, las necesidades congeladas por ésta y por la guerra mundial; la incorporación a la industria, como asalariados, de una masa importante de obreros agrícolas y campesinos pobres que antes se abastecían principalmente de su economía natural; y el crecimiento demográfico.
Pero los efectos de estos factores ampliativos del mercado se vieron contrarrestados poco a poco y, finalmente, rebasados por las consecuencias que para el nivel de vida de los trabajadores y de las capas medias tenían los métodos de acumulación empleados; por la persistencia del estancamiento agrícola, derivado de las supervivencias feudales no liquidadas y por la acentuación de la dependencia del capital monopolista extranjero, principalmente del norteamericano.
De esa manera, el crecimiento de la capacidad productiva en una serie de ramas, aunque insuficiente para industrializar el país, fue, sin embargo, lo bastante grande para chocar de nuevo, como en las décadas anteriores a la guerra civil, si bien en grado mucho mayor, con la estrechez del mercado interior y la falta de mercados exteriores.
Por tanto, la causa inmediata de la grave crisis, que en 1959 se hizo del todo evidente, no es que en España.se consumiera demasiado, como decían las explicaciones oficiales, sino que se consumía demasiado poco, aunque esta realidad apareciera invertida, mistificada, por los efectos de la inflación. Y las motivaciones profundas residen en la naturaleza misma del sistema económico-social, cuyo rasgo más característico, como se deduce del análisis precedente, es que sobre la frágil base de una economía atrasada, con grandes supervivencias feudales, como sigue siendo la economía española, se ha erigido una enorme, rapaz y onerosa estructura monopolista.
Además de los efectos económico-sociales directos enumerados, ese sistema, sobre todo en las condiciones de la dictadura franquista, ha llevado a la creación de un enorme aparato burocrático, para regimentar y controlar la vida económica y política del país, así como al mantenimiento de una gran máquina militar y represiva. La enorme carga financiera que todo ello representa, incrementada por las obligaciones militares contraídas en los pactos con Estados Unidos, contribuye en medida considerable a obstruir toda vía de progreso económico.
Por otro lado, desde el momento en que para triunfar sobre el competidor hace falta contar con gran influencia sobre los órganos del Poder, el sistema del capitalismo monopolista de Estado significa el imperio de la corrupción en todas sus manifestaciones: el soborno de los ministros y de otros funcionarios, la contabilidad falsa, el fraude y las maquinaciones financieras se convierten en norma de la vida económica. Los escándalos que han jalonado la existencia del franquismo no son otra cosa que el pálido reflejo de esa situación, anclada en la naturaleza misma del sistema. Además de la descomposición moral que ello irradia a toda la vida nacional, entraña el despilfarro de grandes recursos y es un freno considerable para el progreso técnico, puesto que los beneficios de las empresas dependen más de su capacidad de maniobra en el engranaje de la corrupción imperante, que de la renovación del equipo técnico o de la mejor organización del trabajo.
A los factores expuestos, suficientes por sí solos para cerrar el camino a la industrialización de España, se agrega la imposibilidad de toda verdadera dirección y planificación de la economía. Dirección y planificación implican subordinación de los intereses privados al interés nacional, mientras que la intervención del Estado franquista supone sacrificar a los monopolios los intereses nacionales y sus principales representantes, los trabajadores, creadores directos de todas las riquezas.
Ni siquiera al precio de este sacrificio es posible la planificación de la economía porque el capitalismo monopolista de Estado, si bien liquida, en lo fundamental, la libre concurrencia, no pone fin a la concurrencia en general, sino que, por el contrario, la hace más enconada. Entre los monopolios y las empresas no monopolistas, y entre los mismos grupos y empresas monopolistas se libra una encarnizada lucha por el control del mercado, de las materias primas, de los resortes estatales. En cada momento, según quien domina en esa contienda, la “dirección” y la “planificación” tienen lugar en su beneficio. La consecuencia, en este sentido, es hacer aún más caótica la anarquía típica del capitalismo, cuya raíz está en la propiedad privada de los medios de producción. Ese conjunto de factores, al actuar en el marco de la débil economía española, ha originado las agudas deformaciones y desequilibrios, las crisis de superproducción y las convulsiones financieras, las crisis agrarias y comerciales que han ido produciéndose a lo largo del período franquista.
Pero, al forzar el proceso de concentración y centralización de la producción y del capital, al someter a la intervención y control del Estado toda la vida económica del país, el capital monopolista ha acentuado considerablemente el carácter social de la producción. El proceso productivo y distributivo aparece cada día más estrechamente unificado y controlado por el capital financiero. Y todo nuevo intento, por uno u otro medio, dirigido a acelerar el proceso de centralización y concentración -el “plan de estabilización” es uno de ellos- reforzará ese carácter social de la producción que, objetivamente, exige planificación y dirección, y por tanto entra en conflicto cada vez más agudo con el carácter privado, capitalista, de la apropiación, generador de la anarquía que imposibilita dicha planificación.
De este modo, la dictadura fascista de la oligarquía financiera que, según los ideólogos franquistas, iba a superar las contradicciones del capitalismo y a liquidar la lucha de clases, ha llevado en realidad a una profundización, sin precedentes en España, de la contradicción principal del capitalismo puesta al descubierto por el marxismo: la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación. Ello ha tenido como consecuencia la exacerbación de los conflictos y contrastes que se derivan de esa contradicción principal: la concentración de la riqueza en un polo y de la miseria en, otro; el conflicto entre la ampliación de la capacidad productiva del país y la insuficiencia del mercado, limitado por la baja capacidad adquisitiva de las masas, las crisis económicas, etc.
Aunque las fuerzas productivas en España estén menos desarrolladas que en otros países capitalistas, chocan más radicalmente con las supervivencias feudales y el atraso general de la economía española, lo que hace más virulentos las contradicciones y conflictos engendrados por el capitalismo monopolista, agudizando la necesidad objetiva de que los instrumentos básicos de producción, hoy en manos de los monopolios, pasen a ser propiedad de todo el pueblo; es decir, la necesidad objetiva de la transformación socialista de la sociedad española.
Ese conjunto de contradicciones hace que, en la etapa actual, la contradicción que se sitúa en el primer plano de la realidad económico-social, como se deduce de todo el precedente análisis, es la que opone los intereses de la oligarquía financiera y terrateniente, monopolista, a los intereses económicos de las clases y capas sociales explotadas y expoliadas por aquélla, desde el proletariado a la burguesía no monopolista. Esta contradicción ha llegado a un punto crítico en el momento en que ve la luz el presente Programa y exige medidas que permitan superar, sin sacrificar al pueblo, la crisis actual, que no es sólo una crisis cíclica de superproducción, sino una crisis de estructura.
Si, como hemos visto, la ampliación -dentro de su persistente atraso- del potencial productivo ha chocado con la insuficiencia del mercado, la solución no puede ser, como pretende la oligarquía monopolista, destruir parte del aparato productivo, para que la parte restante, perfeccionándose, sea colocada en condiciones de competir en el mercado interior y exterior con los monopolios extranjeros. Semejante “solución” entraña para los trabajadores el paro y salarios de hambre, y para multitud de pequeños y medios industriales, comerciantes, artesanos y campesinos, la ruina y la proletarización. Pero, además, dado el atraso técnico de la producción española y la dominación de los grandes trusts internacionales en el mercado exterior, es ilusorio pensar que la generalidad de las empresas españolas supervivientes del “saneamiento” podrían conquistar “un puesto bajo el sol” de alguna importancia; en el mejor de los casos, su destino sería convertirse en apéndice de los trusts internacionales que ampliarían considerablemente su penetración en la economía española. En definitiva, incluso el insuficiente desarrollo industrial de los años pasados sería frenado y sustituido por una tendencia a la agrarización y a acentuar la colonización de España en beneficio del capitalismo monopolista internacional.
Frente a esa orientación de la oligarquía financiera, la única solución que corresponde a los intereses nacionales, coincidentes con los intereses de los trabajadores y de la burguesía no monopolista, es la ampliación del mercado interior y el acceso a nuevos mercados exteriores no dominados por los monopolios. Para conseguirlo es preciso la elevación del poder adquisitivo de los obreros y de las capas medias, el desarrollo de la agricultura y una industrialización inspirada en las necesidades reales del país.
Esto, a su vez, no puede lograrse sin la liquidación de las supervivencias feudales, la limitación del poder de los monopolios y una política de coexistencia pacífica y de relaciones económicas y culturales con los países socialistas.
II
El obstáculo esencial para que esas necesidades objetivas de la sociedad española se abran paso, para que puedan realizarse las medidas y reformas que exige la crisis del actual sistema económico-social, es el poder político de la oligarquía financiera, el Estado fascista del general Franco.
Pero al mismo tiempo que ha creado las condiciones materiales, económicas, qué exigen su desaparición, la dictadura fascista del capital monopolista ha desarrollado también las fuerzas sociales llamadas a realizar esa necesidad histórica.
Para asegurar la dominación absoluta de la oligarquía financiera, la dictadura fascista de Franco tuvo que recurrir desde, el primer momento al terror más bárbaro que recuerda la historia de España; hubo de abolir todas las libertades fundamentales, incluidas las libertades autonómicas, y no sólo poner fuera de la ley a los sindicatos y partidos obreros y democráticos, sino incluso suprimir la existencia independiente de los partidos políticos que de manera más peculiar representaban a los grupos conservadores tradicionales.
La retórica falangista sobre la “democracia orgánica basada en las instituciones naturales” puesta en circulación, sobre todo, después que el hundimiento de las principales potencias fascistas aconsejó dejar de llamar a las cosas por su nombre, la escenificación teatral de las Cortes y de otros institutos del régimen, son la simple envoltura demagógica de la fría regimentación de toda la sociedad en el encasillado de la organización corporativa, bajo el mando arbitrario y despótico de los jerarcas, designados desde arriba y franqueados por la máquina policiaca de la dictadura.
Este régimen policíaco y terrorista ha ido acompañado en lo cultural por el imperio del oscurantismo, la vuelta a la milagrería medieval, la supeditación de la ciencia a los dogmas teológicos, la degeneración de todo el sistema de enseñanza, desde la escuela a la universidad, la decadencia de la investigación científica y el atraso técnico, el exilio forzoso o voluntario de muchos de los mejores valores de la Ciencia y la Cultura nacionales.
La misma debilidad interior que obligó a erigir el terror policíaco en norma de gobierno, obligó también al régimen franquista a convertir el vasallaje respecto a la potencia imperialista dominante en norma de su política exterior; primero fue Alemania,
luego Estados Unidos.
Y así la retórica imperial se tradujo en la subordinación servil a la potencia que en 1898 hizo la guerra a España para apropiarse los últimos restos del viejo imperio español. Además de remachar la dependencia con respecto al capital monopolista internacional -dependencia que se profundizaría si llegara a consumarse la integración en las uniones monopolistas de la Europa Occidental- esa política exterior, ha transformado España en una base atómica del Estado Mayor norteamericano, con evidente menoscabo de la soberanía nacional y grave riesgo para la seguridad del país.
Pero esa política de terror, de opresión, dé oscurantismo, de claudicación nacional, acompañada siempre de la más cínica demagogia, si bien ha permitido a la dictadura de Franco prolongar su dominación, ha engendrado y acumulado contra ella un enorme potencial revolucionario.
El pueblo español no podía resignarse y no se ha resignado jamás a la esclavitud fascista. El pueblo que dio al mundo los ejemplos de la Guerra de Independencia y de la revolución liberal de comienzos del siglo XIX; que a lo largo de éste tomó varias veces las armas en las guerras civiles y en las barricadas en defensa de la libertad; que en 1873 proclamó la primera República, en 1917 intentó de nuevo derribar la Monarquía y en 1931 lo logró, instaurando la segunda República; que durante cinco años luchó por afianzar el régimen democrático frente a la contrarrevolución fascista y en 1936 no vaciló en recurrir a las armas para defender la República y la independencia nacional, escribiendo durante tres años, las páginas más gloriosas de la historia contemporánea de España, este pueblo no podía avenirse a vivir bajo la dictadura fascista.
Desangrado por cien heridas -un millón de muertos en la guerra Civil, medio millón de exiliados, decenas de miles de presos, fusilados, torturados, asesinados- el pueblo español sufrió años de agotamiento y postración pero poco a poco fue recuperando sus fuerzas y la confianza en ellas. Las luchas guerrilleras de los primeros años, prolongación de la guerra civil y expresión española de la guerra mundial antifascista; los movimientos de masas que se iniciaron después; la hábil utilización de las posibilidades y organizaciones legales, combinada con la acción clandestina; las huelgas económicas y las jornadas nacionales de protesta, las huelgas políticas, han ido jalonando el despertar combativo del pueblo español, de nuevo en pie, en marcha hacia la libertad.
Al mismo tiempo, los cambios históricos operados en la situación internacional; la correlación de fuerzas cada día más favorable al campo del socialismo, a los pueblos que se liberan del yugo colonial y a los defensores de la paz y la democracia en el mundo entero, representan una ayuda creciente a la lucha del pueblo español contra la dictadura fascista.
Durante un período, el franquismo contó con cierto apoyo o con la neutralidad de sectores de las clases medias, urbanas y rurales, que se dejaron seducir por las promesas y atemorizar por la aparente fortaleza de la dictadura. Pero poco a poco dichos sectores fueron comprobando que el franquismo hacía la política más conveniente para los intereses del capital monopolista y de la aristocracia terrateniente. Al mismo tiempo fueron percatándose de que la dictadura no era tan fuerte como parecía. La naturaleza de clase del régimen franquista y su debilidad interna se fueron haciendo más evidentes.
El proceso más arriba descrito, de expansión del capital monopolista a costa de la reforzada explotación de la clase obrera y de la expoliación de las capas medias, campesinas y urbanas; a costa también de los intereses de la burguesía no monopolista, tuvo repercusiones cada vez más netas en la conciencia de las clases y sectores sociales lesionados, traduciéndose en hostilidad política contra la dictadura. Los métodos despóticos, arbitrarios y terroristas de ésta chocaban cada vez más con la repulsa de la gran mayoría de la población y, al mismo tiempo, se mellaban, no sólo porque el pueblo perdía el miedo, sino porque el ambiente general antifranquista contagiaba a los mismos órganos represivos del Estado.
La inmensa mayoría de los que habían combatido junto a Franco no por eso resultaban menos perjudicados por los monopolios y aprendían en la realidad cotidiana que los que habían ganado la guerra no eran ellos, sino los grandes capitalistas y la aristocracia terrateniente. Fueron restañándose las heridas y relegándose al olvido los odios abiertos por la guerra civil entre sectores del pueblo, debido a que una parte de éste, engañada o forzada, sirvió de instrumento al franquismo para la lucha contra la otra parte.
Lo esencial, para cada uno, pasó a ser su posición social frente a los monopolios, y no el bando en que combatiera durante la guerra civil. A este proceso contribuyó poderosamente el papel creciente desempeñado en la sociedad por las jóvenes generaciones no participantes en la guerra, que han llegado a constituir la parte más activa, política y socialmente, del pueblo. Para estas generaciones es más fácil ver la guerra civil como un hecho histórico y percibir que hoy la divisoria de la sociedad española no pasa por las trincheras de la guerra, sino entre la oligarquía monopolista y el resto de la población.
A medida que se hacía más pesado el yugo de la oligarquía monopolista en el terreno económico-social, a las distintas clases y grupos sociales les resultaba más insoportable la opresión política, la privación de libertades, y más apremiante la necesidad de disponer de organizaciones políticas y profesionales propias para defender sus intereses.
El sentimiento nacional y la aspiración de recobrar las libertades autonómicas perdidas fue renaciendo en Cataluña, Euzkadi y Galicia frente a la opresión del ultracentralista y burocrático Estado franquista.
En el curso de todo ese proceso iba cristalizando en la conciencia de muchos españoles, como reacción frente a siglo y medio de incesantes guerras civiles, la imperiosa necesidad nacional de instaurar un régimen de convivencia cívica que abriese cauce, sin nuevos baños de sangre, al renacimiento de España.
En resumen, antes hemos visto cómo en la base económica de la sociedad española la dominación del capital monopolista y de la aristocracia terrateniente ha entrado en profunda contradicción con las exigencias del desarrollo de las fuerzas productivas. Ahora vemos cómo esa contradicción ha ido reflejándose, en distintas formas, en la conciencia de vastos sectores, y repercutiendo en el terreno político. Así se ha situado en el primer plano, no sólo de la economía, sino de la conciencia de las masas y de la lucha política, la contradicción que divide a la España de hoy en dos campos opuestos:
A un lado, la oligarquía financiera, monopolista, que incluye a la aristocracia terrateniente absentista, con su instrumento de Poder, la dictadura fascista del general Franco.
Al otro, la inmensa mayoría de los españoles: obreros, industriales y agrícolas; campesinos medios, pobres y ricos; burgueses pequeños y medíos de la Industria y del comercio; intelectuales, funcionarios, etc.
Subsisten en éste segundo campo las contradicciones, antagónicas por su esencia de clase, entre proletariado y burguesía no monopolista, entre obreros agrícolas y campesinos ricos, pero los intereses comunes engendrados por la opresión del capital monopolista se adelantan al primer plano en la etapa actual, y dictan la necesidad de un compromiso político para la lucha común contra la dictadura del general Franco que abra el camino a un régimen democrático, de convivencia civil, en cuyo marco se inicie la recuperación económica y cultural de España.
Las mismas contradicciones básicas que han hecho nacer y desarrollarse las tendencias a la reconciliación nacional de signo democrático, han determinado la descomposición de las fuerzas sociales y políticas de la dictadura. Son dos aspectos de un mismo proceso.
Falange murió como partido de masas -sin haberlas tenido nunca en abundancia- y quedó reducida a un esqueleto burocrático, carcomido por luchas de capillas y personas. Los intentos de vitalizar el “movimiento” han fracasado sin remisión. La sorda lucha entre el Opus, los restos del naufragio falangista, la fracción monárquica franquista, los ultras católicos y el carlismo, tal es la desgarrada realidad de ese “movimiento” que Franco trata, vanamente, de recomponer. Esta descomposición política de la dictadura tiene manifestaciones cada día más profundas en las instituciones que han sido su soporte esencial: la Iglesia, el Ejército y los órganos de represión.
Para defenderse, la dictadura, auxiliada en esta tarea por los servicios propagandísticos, diplomáticos y secretos de las potencias imperialistas que la protegen, concentra sus esfuerzos en impedir por todos los medios que cristalicen y adquieran expresión política concreta las tendencias objetivas de reconciliación nacional, anti-franquista y democrática. Y el recurso principal de que se vale es fomentar el anticomunismo en las filas de los partidos y organizaciones de la oposición, agitar el falso dilema de: “Franco o comunismo”.
La política de reconciliación nacional del Partido Comunista se apoya en las indicadas tendencias objetivas que impulsan el entendimiento de todas las fuerzas de oposición y determinan la creciente descomposición del franquismo. La finalidad esencial de esta política es facilitar la unidad y la acción común del máximo posible de fuerzas contra la dictadura; aprovechar todas las disensiones y fisuras que se manifiestan entre los elementos franquistas. Con esta táctica el Partido Comunista trata de lograr la liquidación de la dictadura y el tránsito a la democracia de la manera más pacífica posible, con el menor quebranto para el pueblo.
En el conjunto de fuerzas sociales que luchan por la democracia la principal es la clase obrera, a la que el mismo proceso de concentración del capital fortalece numéricamente y ayuda a organizarse, concentrándola en grandes empresas, mientras que las clases y grupos sociales intermedios entre ella y la oligarquía monopolista, sufren un constante proceso de disgregación, La clase obrera es, además, la más consecuente en la lucha por la democracia, porque tanto para defender sus intereses inmediatos de clase, como para cumplir su misión histórica -la transformación socialista de la sociedad- le conviene el desarrollo ininterrumpido de la democracia hasta que maduren las condiciones para el paso de la democracia burguesa a la democracia socialista. En cambio, las fuerzas burguesas y pequeño-burguesas interesadas en la democracia son esencialmente vacilantes cuando se trata de instaurarla y de defenderla, como lo demuestra una larga experiencia histórica y, en particular, la experiencia de la segunda República española. Por otra parte, coincidiendo sus intereses como clase con las tendencias objetivas del desarrollo histórico, la clase obrera es la única que puede dar a su lucha un fundamento científico, la única capaz de utilizar plenamente las posibilidades de previsión que proporciona la ciencia marxista-leninista.
Por las razones expuestas, la clase obrera es la fuerza más cohesionada, más organizada, más revolucionaria, en mejores condiciones objetivas para dirigir la lucha de todo el pueblo por la transformación democrática de España. De ahí se deriva el papel de vanguardia que corresponde al Partido Comunista, como partido de la clase obrera, papel que la práctica de la lucha social y política en la España actual ratifica a cada paso.
Por su número y por el peso específico de la agricultura en la economía española, los campesinos constituyen, después de la clase obrera, la fuerza social más importante de la revolución. La explotación de que son objeto por parte de los terratenientes y del capital monopolista hace de los campesinos pobres y medios los aliados más próximos de la clase obrera. Sin ellos no es posible la victoria de la democracia hoy, ni del socialismo mañana.
Tienen asimismo gran importancia como aliados de la clase obrera las capas medias urbanas que sufren también la opresión de la oligarquía financiera y, en particular, la intelectualidad que, en la medida en que es consciente de su misión al lado del pueblo, está llamada a desempeñar un papel ideológico y político de primer orden.
Por eso en el Partido Comunista se agrupan no sólo las fuerzas más avanzadas de la clase obrera, sino también de la intelectualidad, de los campesinos y de las capas medias. Y en el Programa del Partido Comunista no se incluyen solamente las reivindicaciones obreras, sino además las reivindicaciones específicas de esas clases y grupos sociales en los que la clase obrera ve sus aliados naturales.

11 de enero de 2013

La Unión Sindical Obrera en la Transición

La Unión Sindical Obrera fue el primer núcleo sindical que se organizó en la clandestinidad bajo el régimen franquista. Aunque hundía sus raíces en el movimiento obrero católico, único tolerado por la dictadura, supo evolucionar con los tiempos y, liberado de la tutela eclesiástica y del dogmatismo preconciliar, avanzó y maduró hasta convertirse en un sindicato que hacía bandera del socialismo autogestionario, intentando recoger simultáneamente la herencia socialista de la UGT y la tradición autogestionaria de la CNT. Sin embargo, una vez aprobada la Constitución de 1978 y establecido un nuevo marco de relaciones laborales, la USO sufrió, primero, la escisión de quienes buscaban la unidad del sindicalismo socialista, que tradujese la reciente unificación de la mayoría de los destacamentos socialistas, y, en segundo lugar, la desideologización de sus principios y de sus prácticas sindicales por parte de la dirigencia que se quedó en la central sindical, hasta convertirse en el sindicato amarillo que es hoy en día. Como recuerdo de la breve, pero intensa, experiencia del sindicalismo socialista y autogestionario que defendió la USO, reproducimos el texto del folleto “¿Qué es la Unión Sindical Obrera?” que se difundió en los primeros tiempos de la Transición.
Pegatina de la USO, 1982 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
EL SINDICALISMO, INSTRUMENTO DE LA CLASE TRABAJADORA
Para defendernos de la explotación capitalista y el constante aumento de la vida. Para conseguir un salario suficiente y unas condiciones adecuadas de higiene y seguridad en la empresa. Para asegurar e derecho a un puesto de trabajo para todos. Para poder adoptar con absoluta eficacia y libertad los medios de lucha para conseguir y consolidar nuestros derechos como trabajadores y ciudadanos. Para aniquilar por completo toda forma de explotación y opresión que padece la clase trabajadora y el pueblo en general. Para hacer posible unas formas de vida dignas para nosotros y nuestras familias en todos los aspectos de la vida social: educación, relaciones, vivienda, sanidad, descanso, etc. los trabajadores necesitamos organizarnos.
Organizados es la única manera en que podemos enfrentamos a la explotación en las fábricas, a la dominación política e ideológica de unas minorías que controlan el poder, a la subordinación que se nos Impone en la vida social. Uniéndonos y organizándonos podremos ir creando un gran movimiento de transformación social, que vaya afirmando los valores de democracia, de igualdad, de libertad y responsabilidad personal y colectiva de que es portadora nuestra clase.
El Sindicalismo ha demostrado ser históricamente la forma organizativa más próxima y fiel a los Intereses obreros y a las necesidades del pueblo, así como el instrumento democrático de mayor eficacia al alcance de los trabajadores.
Por ello, somos sindicalistas y hemos venido gestando en cualquier situación social y política un nuevo sindicalismo. Nacidos del mundo del trabajo, hijos del antiguos sindicalistas muchos de nosotros, hemos querido escoger las viejas tradiciones obreras fieles a continuar los postulados de cuantos nos precedieron, de acuerdo con las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora de hoy.
La guerra civil supuso la ruptura de las grandes organizaciones sindicales del Movimiento Obrero español. El fascismo ha reprimido y ha tratado de Impedir los continuos esfuerzos de la clase obrera para organizarse y defender sus reivindicaciones. Para ello creó loa Sindicatos Verticales, que no son más que un inmenso aparato burocrático, dirigido por la línea política no representativa, al servicio del Gobierno y de los patronos. Intentando con ello evitar el surgimiento de auténticos sindicatos obreros.
Sin embargo, la clase trabajadora, a pesar de la represión constante, el descabezamiento de sus líderes por despidos, las listas negras las deportaciones, detenciones y encarcelamientos de muchos de sus hombres más combativos, ha ido gestando el Nuevo Movimiento Obrero. Aprovechando todas las posibilidades de acción, legales e Ilegales, utilizando los cargos sindicales representativos de la CNS, planteando batalla en cada Convenio, el Movimiento Obrero de la postguerra ha Ido realizando cada vez más huelgas, ha desarrollado la conciencia colectiva de los trabajadores, ha Inventado nuevas formas de participación y organización obreras, como las Asambleas de Fábrica, los Comités de Empresa, las Comisiones, las Plataformas Unitarias.
En este surgir del Movimiento Obrero han jugado un papel fundamental de animación, de orientación, de promoción y formación de líderes obreros las nuevas organizaciones sindicales nacidas a partir de los años 60: la USO (Unión Sindical Obrera), socialista y autónoma de los partidos, que fue la primera en surgir; y las Comisiones Obreras, amparadas y vinculadas al Partido Comunista.
Hoy, la USO y Comisiones Obreras, junto con la UGT (Unión General de Trabajadores), vinculada al PSOE -que a partir del año 72 rompió con la dirección del exilio y se afirmó nuevamente en el interior del país- son las alternativas del Movimiento Obrero que existen en la arena sindical y que abogan por un proyecto de sindicalismo democrático.
Pero la construcción de ese Sindicalismo democrático es tarea de todos los trabajadores. Las organizaciones sindicales democráticas no somos más que el armazón sobre el que hay que construir el futuro sindicalismo. Para ello es necesario que miles de trabajadores comiencen desde hoy mismo a participar activamente, a colaborar de mil formas, a debatir los problemas, a formarse sindicalmente, a organizarse en definitiva.
En estos momentos de crisis del post-franquismo, el ansia incontenible de libertad está precipitando una situación democrática, que comienza a escucharse en las asambleas de fábrica, a leerse en la prensa y a decirse en conferencias y reuniones públicas Libertad y democracia están a la orden del día. Esta realidad está dando lugar a una creciente toma de conciencia de la situación a amplios sectores sociales. Vemos cómo todo el mundo, desde la derecha hasta el centro, trata de organizarse precipitadamente. También la ciase obrera constata cada día con mayor fuerza la necesidad de contar con sus propios Instrumentos de defensa y promoción, de construir, en definitiva, un sindicalismo obrero.
¿QUÉ ES UN SINDICATO OBRERO?
Llega un momento en que un trabajador se da cuenta de que solo no puede hacer nada. Si protesta ante el patrón, la contestación es segura: -SI no estás contento eres libre para irte a otra parte... Comienzan las discusiones con otros compañeros en el taller o en la oficina, luego se continúa hablando en los vestuarios o en la salida. ¿Y si forman un equipo? ¿Y si se organizan? La necesidad se agudiza cuando hay un problema fuerte en la fábrica.
Así surgen muchos grupos de empresa. Estos grupos son, dentro de un sindicato democrático, las Secciones Sindicales de Empresa. Una Sección Sindical es el conjunto de trabajadores de una empresa afiliados a una organización sindical.
Esta Sección Sindical comienza a reunirse, a estudiar los problemas de la empresa, a formarse sindicalmente, a preparar proposiciones para plantearlas en la Asamblea de Fábrica, a informar a los trabajadores, a tomar conciencia de los problemas exteriores a la empresa que afectan a la vida de los trabajadores, a tener una visión y una conciencia de clase. La Sección Sindical es la que organiza la acción en la empresa contra los bajos salarios, contra la explotación de la salud y los trabajos nocivos, contra la organización capitalista del trabajo: ritmos, Incentivos, etc., que bajo una capa de “cientifismo” acreciente la explotación del trabajador; contra la descalificación profesional y el autoritarismo patronal; en favor de la ampliación de los derechos sindicales en la empresa y una política de control obrero. En definitiva, organiza la lucha y desarrolla la conciencia de clase de todos los trabajadores para transformar la empresa capitalista, que antepone el beneficio a los Intereses colectivos, hacia una organización del trabajo más acorde con las aspiraciones de igualdad y participación de la clase obrera.
La coordinación en el ramo
Pero no basta con la visión de la empresa para plantear adecuadamente una estrategia reivindicativa. Hay que tener una visión de conjunto. Es necesario tener una información general, analizar la situación en que se vive, saber encontrar las reivindicaciones sobre las que el mayor número de trabajadores se muestren de acuerdo. La organización sindical sirve también para eso: permite tener una visión más allá de los muros de la empresa.
Para vencer la resistencia de los patronos, los trabajadores precisamos de una línea de acción común en todo el ramo (Metal. Banca, Textil. etc.).
En cada ramo profesional, los patronos tienen también sus propios sindicatos, están organizados, incluso llegan a tener su propia caja-antihuelga de solidaridad patronal. Entre ellos se ponen de acuerdo para aplicar, más o menos, el mismo nivel de salarios en todas las empresas, para practicar la misma política de organización del trabajo, para hacer funcionar las listas negras, etc.
Para vencer esta resistencia es necesario que los trabajadores tengamos también una línea de acción común entre todas las empresas de un mismo ramo, que elaboremos una plataforma reivindicativa común, que intercambiemos de una empresa a otra los resultados obtenidos (y también los fracasos y sus causas), estudiemos la situación económica del ramo, obliguemos a las organizaciones patronales a negociar.
De cara a ello, las distintas Secciones Sindicales de Empresa de un mismo ramo forman la Federación, la cual plantea acciones comunas para todos los trabajadores del ramo, coordina la acción, desarrolla la solidaridad con las empresas en lucha, plantea la negociación de convenios a niveles locales, regionales o nacionales, lanza campañas de acción sobre determinados problemas (organización del trabajo, salario mínimo, jubilación, seguridad e higiene. etc.)
La solidaridad entre las Federaciones
Pero la acción sindical es un combate de clase, un combate global y por ello es necesario estructurar la acción interprofesional, si no se caería en un mero corporativismo.
Los trabajadores de una fábrica de automóviles tienen Intereses comunes con los de la fábrica de bebidas o con los profesores de enseñanza: los transportes, los alquileres, la contaminación, la solidaridad con las empresas en lucha, el avance de las libertades cívicas, la seguridad social, etc. etc.
Para ello se forman las Uniones Interprofesionales, a nivel local, provincial, regional, que plantea y coordina la acción común de toda la clase obrera contra sus explotadores. Posibilita, asimismo, el apoyo en la propaganda, en la formación, en el asesoramiento jurídico, en la organización de campañas y manifestaciones, en el análisis de la situación global de los trabajadores, organiza a los trabajadores aislados, aglutina a los trabajadores jubilados, crea “casas del pueblo”, etc.
La acción a escala nacional
Existe, por último, la estructura a nivel nacional, lo que se llama la Confederación, que agrupa a las diferentes Federaciones, a los órganos directivos del Sindicato, a los distintos servicios (Formación. Periódico. Caja de Resistencia, etc.).
La Confederación sintetiza los debates del conjunto de las organizaciones de base, estableciendo una política sindical global, marca la estrategia a seguir en la movilización de los trabajadores de cara a la transformación de la sociedad actual en una sociedad socialista de autogestión.
Hasta aquí hemos visto, muy en síntesis, la estructura de coordinación y organización de un sindicato democrático. Es necesario señalar también, aunque sólo sea esquemáticamente, el papel y los contenidos básicos de un sindicalismo de clase:
Partiendo de las condiciones en que viven los trabajadores en la fábrica, el sindicato desemboca necesariamente en una crítica de la sociedad capitalista. En efecto, existe una estrecha ligazón entre las condiciones que vive el trabajador en la fábrica y su situación en la sociedad. La subordinación y la explotación que caracterizan la condición del trabajador en la fábrica se manifiestan como marginación social y política dentro de la sociedad.
Un trabajador se da cuenta pronto que los intereses obreros son inconciliables con los del capitalismo. Por lo tanto, la línea política del sindicato, en consecuencia, no puede ser más que anticapitalista y conflictiva a todos los niveles. Si no lo fuese, tendría que aceptar la desocupación, el continuo aumento de los ritmos, la pérdida del poder real de los salarios, etc., que están en la lógica del capitalismo.
El sindicato se da cuenta de que la lucha en la fábrica tiene una prolongación en la sociedad. Cuando reivindica una reducción de la jornada de trabajo, o la abolición de los ritmos, ello hace referencia a toda una política de inversiones y de subdesarrollo en el país. Cuando toca el problema de la división del trabajo, tropieza inmediatamente con todo el sistema de la enseñanza en la sociedad. Lo mismo pasa cuando se plantea el problema de la nocividad en el trabajo y su relación con el sistema sanitario. Así un sindicalismo de masas y de clase, ligando constantemente la explotación en la fábrica con la situación de los trabajadores en la sociedad, se convierte en un amplio movimiento, en un gran motor de transformación social.
Por otra parte, la cada vez mayor integración de la economía a nivel europeo y mundial, coloca al sindicalismo frente a nuevos y graves problemas, que se traducen para los trabajadores de los países menos desarrollados en una mayor explotación. Es el caso de las famosas empresas multinacionales,
Ello obliga al sindicalismo a una tarea de establecer lazos estrechos con los trabajadores de otros países para poder enfrentarse a estas empresas y no quedar aislados. Exige una estrategia común frente a los regímenes fascistas en los que, desgraciadamente, se amparan estas empresas. Lo mismo que una lucha común por los derechos de los trabajadores emigrantes.
El aspecto Internacional es, pues, otro nivel fundamental de la acción sindical.
En resumen, la práctica de un sindicalismo de clase consiste en:
-Hacer del sindicato el Instrumento de lucha privilegiado de los trabajadores, que les permite organizar las luchas de la clase para conquistar sus reivindicaciones cotidianas.
-Desarrollar, reduciendo por la lucha de cada día la explotación y la dominación que sufren los trabajadores.
-Desarrollar la capacidad de los trabajadores para decidir colectivamente sus objetivos y sus medios de acción.
-Desarrollar la conciencia de los trabajadores acerca de la naturaleza del sistema capitalista, de la necesidad del socialismo y de las condiciones de su construcción.
-Plantear objetivos de movilización de masas, que desencadenen la acción capaz de imponer objetivos de transformación de la empresa y de la sociedad.
-Cambiar la relación de fuerzas en favor de los trabajadores luchando constantemente contra todos los aspectos del sistema capitalista.
-Crear un gran movimiento capaz de conquistar el socialismo.
-Hacer descubrir a los trabajadores la influencia directa del capitalismo internacional sobre sus condiciones de vida y de trabajo y organizar la acción común de los trabajadores de distintos países contra sus adversarios comunes.
¿QUÉ TIPO DE SINDICALISMO PROPUGNA LA USO?
Un sindicalismo de clase
Para la USO, la lucha por la defensa concreta de los trabajadores frente a la explotación capitalista es su primer objetivo en la acción sindical.
Pero nuestra lucha no puede ser sólo defensiva. La sociedad capitalista está marcada por la lucha entre los que detectan los medios de producción, los capitalistas, que ejercen también un dominio social a través del control político e ideológico, y los que contestan esta sociedad.
Así, el sindicalismo expresa los Intereses de los trabajadores por la transformación de la sociedad capitalista y la instauración del socialismo. Hacer un sindicalismo de clase es, por lo tanto, ligar los problemas concretos de los trabajadores a las perspectivas sociales, traducir esas perspectivas en objetivos concretos a conquistar en cada momento para avanzar hacia el socialismo.
Sindicalismo de masas
Esto significa que no concebimos el Sindicato como una organización vanguardista, que tiene una gran verborrea revolucionaria pero que los trabajadores no se identifican con ella porque les resulta extraña y lejana. Para la USO, la transformación de la sociedad es una obra de mayorías.
Un sindicalismo es de masas porque pretende reagrupar al máximo de trabajadores del taller, de oficinas, de los tajos, del campo, de los servicios, a los técnicos y cuadros, y al mismo tiempo representa las necesidades y aspiraciones de la mayoría de los mismos.
Hablar de un sindicalismo de masas expresa, asimismo, que el sindicato no es una especie de asociación de ayuda mutua, como una compañía de seguros, cerrada a la defensa de sus socios, sino que es un Instrumento de expresión, defensa y promoción de todos los trabajadores.
La expresión sindicalismo de masas tiene otra significación, también fundamental. La USO no propugna un sindicalismo donde algunos dirigentes, ciertos especialistas llevasen la acción y la negociación, elaborasen solos las reivindicaciones, diesen desde arriba las directrices.
La USO busca que, en la sociedad, el conjunto de los trabajadores y los ciudadanos puedan debatir y decidir sobre todo lo que les atañe.
Esta línea empieza en la acción reivindicativa. Es por ello que los militantes de la USO favorecen en todo momento la práctica de las Asambleas, la libre discusión de todos, militantes y no militantes, el análisis en común de la situación, la elaboración colectiva -a través de discusiones, encuestas, etc.- de las reivindicaciones y de la conducta a seguir en la acción.
Sindicalismo democrático
Cuando hablamos de sindicalismo democrático queremos señalar, por supuesto, la elección democrática de todos los responsables, a todos los niveles, y su revocabilidad por la propia base. Pero queremos señalar también algo más. No basta con un organigrama democrático de designación de responsables y de toma de decisiones. La democracia Interna del sindicalismo se alimenta de la formación progresiva de los militantes, de su capacidad de análisis y de crítica, de la constante información que les permita tomar decisiones con conocimientos de causa, del debate democrático de las diversas opiniones, de la autonomía que tenga la propia organización sindical para determinar su propia política.
Por otra parte, un sindicalismo democrático sólo puede existir en una sociedad democrática. Por ello, el sindicalismo tiene como objetivo permanente la lucha por un avance constante de la democracia en la sociedad. En este sentido, la USO tiene como uno de sus objetivos básicos de su acción actual la lucha contra el Fascismo, por una sociedad democrática en lo político, lo social y lo económico. Sabemos que este objetivo democrático sólo puede cubrirse adecuadamente dentro del socialismo y que hay que ir avanzando hacia él paso a paso. En estos momentos la lucha por la democracia se concreta en la conquista de las libertades políticas -derecho de reunión, asociación, expresión, huelga, derecho a la autodeterminación de las nacionalidades del Estado español- que posibiliten la expresión y la organización de los trabajadores y otras fuerzas democráticas.
Para la USO, el socialismo y las libertades son Inseparables. El socialismo debe suponer una profundización en la democracia, una participación colectiva en la construcción de la sociedad. En este sentido rechazamos un socialismo totalitario que, bajo la primacía de un determinado grupo, reduce al pueblo a la condición de mero Instrumento de la vida social.
Sindicalismo unitario
La USO es partidaria de la Unidad Sindical. Esta es una profunda aspiración de la Clase Trabajadora y un objetivo a conquistar para hacer avanzar decisivamente la marcha de los trabajadores hacia una sociedad socialista.
El Sindicato Único, impuesto por Decreto, no es la unidad sindical. Por el contrario, el Sindicato Unitario requiere la libertad sindical y un proceso democrático, a través del que los trabajadores, desde la base, puedan conquistar la unidad.
La autonomía sindical y la democracia de base son dos condiciones básicas para que pueda darse una unidad sindical estable y en la perspectiva de la transformación social. El sindicato no puede concebirse como la organización de masas de un partido político, como una “correa de transmisión” bajo cualquiera de sus formas, pues ello supone una subordinación de los trabajadores a una determinada vanguardia, la minimización del papel del sindicato, y un grave atentado contra su democracia interna, al mismo tiempo que un riesgo de cara a la Democracia Socialista que queremos construir. Por otra parte, sin una democracia de base -en la discusión de los problemas, en la elaboración de las reivindicaciones, en la renovación de los dirigentes, etc.- el sindicato se convierte en una estructura burocrática, con la consecuencia de que los Intereses internos de los aparatos se imponen sobre los de los trabajadores.
La unidad sindical no es entendida por todos de la misma forma, pues depende de la concepción que se tenga del papel del sindicalismo. Para algunos la unidad de los trabajadores debe basarse en que todos tenemos el mismo estómago y en que los patronos también están unidos. Esto es verdad, pero para nosotros el sindicato no es únicamente un instrumento de defensa de los trabajadores frente a la explotación capitalista, sino también un instrumento fundamental en manos de la clase obrera para su emancipación como clase. En este sentido la unidad sindical debe ser algo más que la suma de todos los trabajadores o la suma de distintos aparatos. Tiene que ser, en definitiva, el sindicato de la clase, su expresión política en la defensa de sus Intereses y en la transformación de la sociedad. Ello exige una personalidad autónoma del sindicato, una gran democracia en la base, la identificación en unos fines y medios y el compromiso del sindicato en un proyecto de transformación socialista.
La unidad sindical, pues, requiere una amplia maduración de la conciencia de clase de los trabajadores, una permanente elaboración de la misma a través de la acción y el debate de masas; si quiere ser permanente y no un producto artificial que se rompa nada más nacer exige, más allá del acuerdo de aparatos, un auténtico compromiso de todos los trabajadores en la construcción del sindicato de la clase.
En la medida en que no lleguemos a conquistar la unidad orgánica de todas las corrientes sindicales, la USO considera Imprescindible el establecimiento de una unidad de acción permanente que garantice la eficacia de la lucha de los trabajadores contra el capitalismo.
Autonomía sindical
Para la USO, la Autonomía Sindical respecto a los partidos políticos es una condición básica para que los trabajadores puedan expresar la política sindical que le marquen sus propios intereses de clase en cada momento. SI no, el sindicato corre el riesgo de convertirse en un Instrumento al servicio de las conveniencias tácticas, de la política electoral o de gobierno de los partidos políticos.
La subordinación del sindicato al partido obstaculiza la expresión viva de la dinámica de la clase, frena la acción de masas y limita el desarrollo de la perspectiva de la organización sindical.
Sin embargo, la autonomía sindical no significa una reducción del sindicato a una visión parcial y limitada de la realidad obrera, un apoliticismo, sino al contrario, una nueva y mayor responsabilidad del sindicato, autónomamente determinado, de desarrollar un papel decisivo en la transformación de la sociedad, además de la defensa de los Intereses Inmediatos de los trabajadores.
Este compromiso del sindicato en el combate global por una sociedad socialista le lleva, desde su propio papel específico, a una convergencia, en términos de alianzas y no de subordinación con todas aquellas fuerzas políticas, sociales. etc., que luchan por el socialismo, en función de los Intereses comunes.
Al mismo tiempo que el sindicato respeta la libre opción política de sus afiliados, establece, como mecanismo que garantice la independencia y la autonomía de éste con respecto a los partidos políticos, la Incompatibilidad de desempeñar simultáneamente cargos dirigentes en uno y otro.
Socialismo autogestionario
La USO aboga por un socialismo de autogestión. ¿Qué es el “socialismo autogestionario”? En su Carta Fundacional (1961), la USO propugnaba la Democracia Socialista, basada, principalmente, en los siguientes puntos:
a) La propiedad social de los medios de producción y de cambio
Las empresas, el sistema de financiación, en lugar de pertenecer a unos pocos, como en la actualidad, debe pertenecer a la colectividad. Lo cual constituye una de las metas más sentidas por los trabajadores a lo largo de toda la historia.
b) La Autogestión
La Autogestión supone la participación de todos y cada uno en las decisiones que afectan a nuestra vida. En la empresa no se trata de cambiar los capitalistas y poner a unos funcionarios. Los propios trabajadores tienen que elegir a los encargados de dirigir la empresa, decidir sus objetivos (ligados a los generales de toda la sociedad) y determinar toda la política económica y de organización del trabajo en el seno de la empresa. Asimismo, la Autogestión debe extenderse más allá de la empresa, los presupuestos municipales, la industrialización regional, la enseñanza, la sanidad, la administración política.
c) La planificación democrática de la Economía
En una sociedad tan compleja como la actual tiene que haber planes de conjunto. No puede haber “islotes” de autogestión, si no se correrla el riesgo de caer en un “egoísmo de empresa”, como puede pasar actualmente en algunas cooperativas. Es necesaria una planificación de la Economía de todo un país. Pero ello debe hacerse y elaborarse democráticamente, con discusiones a todos los niveles y la participación de todos, lo cual supone una descentralización de los poderes.
Esto es lo que supone el socialismo de autogestión: la descentralización del poder, la posibilidad de desarrollar al máximo la responsabilidad y la participación de todo en todo lo que nos atañe. Cuando, en la acción de todos los días, atacamos el poder dictatorial del patrón, luchamos contra la jerarquía en la fábrica y en la sociedad; cuando en las asambleas procuramos que sean todos los trabajadores quienes debatan sus problemas y adopten unas decisiones colectivas; cuando abogamos por un sindicalismo democrático, estamos trabajando en el sentido de un socialismo autogestionario.
SOMOS CONSTRUCTORES DEL NUEVO MOVIMIENTO OBRERO
La USO nació en 1960, aglutinando a los luchadores de las nuevas generaciones que habían protagonizado las primeras huelgas de los años 50 en Asturias, Euskadi, Catalunya, Madrid, Andalucía, siendo la primera organización de carácter sindical que surge en la postguerra.
Habiéndose encontrado con que la guerra civil había roto la lucha llevada a cabo por nuestros mayores dentro del Movimiento sindical español -uno de los más combativos y gloriosos del mundo-, la USO quiso recoger desde su nacimiento lo mejor de sus tradiciones, afirmándose como una organización sindical anticapitalista aconfesional de orientación socialista al mismo tiempo que asumía la aportación descentralizadora y autogestionaria del movimiento libertario Así nuestra historia hunde sus raíces en la experiencia del sindicalismo de masas habido en nuestro país.
El surgimiento de la USO supuso, frente a la política de abstencionismo del exilio, el asumir desde las fábricas y a partir de los nuevos luchadores, la reconstrucción del Nuevo Movimiento Obrero, a partir de las necesidades de la lucha en el Interior, en el contexto de una nueva realidad capitalista.
En este sentido, la contribución de la USO -contribución compartida con otras fuerzas-, podríamos resumirla en:
El llenar un gran vacío de lucha en el Interior del país.
La USO supuso una nueva toma de posesión, una denuncia -como grupo obrero organizado en la clandestinidad- de la caducidad de los viejos análisis de las organizaciones tradicionales; de su Inmovilismo y la Invalidez de que el centro de decisiones de la acción obrera estuviera en el exterior.
Esta denuncia desde el interior de la Clase Obrera y desde la clandestinidad, erigiéndose en Grupo y organizándose, era inédito, y fue el principio de una floración de nuevos grupos que, junto con el pasado y la progresiva Integración a la lucha en el interior de las viejas organizaciones, ha contribuido al desarrollo del Nuevo Movimiento Obrero en el país.
Aglutinar y lanzar nuevos militantes obreros
Los mayores de ayer no estaban; muchos habían muerto, otros desaparecido y los que quedaban estaban muy marcados, tanto por la guerra como por la represión. Pero nuevos luchadores se iban incorporando a la acción. Los proporcionaba la propia lucha; nacían de la misma Clase; se harían con el tiempo... pero era necesario iniciarlos, no partir de cero. Esta contribución de hombres de lucha y de ruptura en los primeros momentos del relanzamiento del Nuevo Movimiento Obrero a través de la USO, fue muy valiosa tanto por su número como por su poder multiplicador.
Una propuesta de lucha y de unidad obrera a las nuevas generaciones
El planteamiento que trajo la USO era una propuesta de acción y de unidad a las nuevas generaciones, rompiendo el inmovilismo de las viejas organizaciones sindicales del exilio. Había que luchar en las fábricas y en los barrios cada día Pero era necesario algo más. Construir la unidad obrera, que nace de esa conciencia de clase, se nutre de la unidad de acción y ha de terminar tras un proceso dialéctico, dentro de la libertad y de la lucha, en la conquista consciente y responsable de la Unidad orgánica: la CENTRAL SINDICAL DEMOCRÁTICA DE TRABAJADORES
Mantener una lucha contra el régimen y por la democracia
Estos años de lucha han consolidado un amplio frente desde dentro de la Clase Trabajadora. Desde las fábricas hemos luchado contra la Integración de la Clase Obrera al Sistema: movilizando y respondiendo, aun a pesar de la represión y el miedo, esclareciendo y proponiendo nuevas formas de lucha, plataformas, denunciando sus maniobras dentro y fuera de la Península; debilitando su poder y explotación con la lucha de todos los días.
La USO participó en la creación del Movimiento espontáneo en Comisiones Obreras en diversos sitios donde surgieron en un principio: Vizcaya, Asturias. Guipúzcoa. Posteriormente, ante la táctica del PCE de penetración y control de las mismas, privilegiando el trabajo superestructural de coordinación sobre el desarrollo y consolidación de los órganos de clase en la empresa (lo cual suponía el convertir a las Comisiones en una correa de transmisión del PCE o de otros grupos políticos, según las regiones), la USO se desvinculó de Comisiones y lanzó, a partir de 1967, el Movimiento de ASAMBLEAS DE FABRICA y los Comités de Empresa.
La USO ha participado activamente desde 1962, y sobre todo desde 1966, en la utilización de los cargos sindicales, habiendo sido desposeídos, despedidos, deportados y procesados gran número de sus militantes. La campaña que realizó la USO contra la Ley Sindical, realizando una encuesta masiva entre los trabajadores, escritos de protesta, etc. tuvo un gran eco entre la Clase Obrera, así como a nivel internacional.
La USO ha sido protagonista, en muchos casos principal, de muchos de los conflictos y huelgas más importantes que ha desarrollado el Nuevo Movimiento Obrero: Bandas, Minería Asturiana. Terry, Orbegozo, Banca, RENFE, SEAT, Hispano Olivetti, CAF. Bazán, Panter, etc. etc.
Por último, cabe destacar la presencia multirregional de la USO en todas las regiones y nacionalidades del Estado español
NO ESTAMOS AISLADOS
Los trabajadores que dependen de una empresa multinacional se dan pronto cuenta de que muchas cuestiones que les afectan directamente son decididas en lugares lejanos: Detroit, Holanda, Ginebra, etc.
El capitalismo internacional no conoce fronteras. Sin embargo, sus decisiones afectan directamente a nuestra vida. Cuando leemos que ciertos ministros u hombres de negocios discuten sobre los problemas monetarios, o sobre la política agraria, etc., sabemos que ello se traducirá en repercusiones sobre los precios, sobre el paro, sobre el desarrollo o subdesarrollo de nuestra región, etc.
Es por ello que una organización sindical que limitase su perspectiva a su ámbito nacional no respondería a toda la realidad que afecta a los trabajadores.
La USO, consciente de la necesidad de buscar la colaboración, la acción común de todos los trabajadores, de cualquier país, contra la explotación del capitalismo internacional, ha buscado la presencia en las organizaciones sindicales internacionales:
De cara a la lucha contra las grandes empresas multinacionales, la USO está afiliada a varios S.P.I. (Secretariados Profesionales Internacionales), que coordinan la acción de los trabajadores a nivel internacional dentro de cada ramo de la Industria. Las respectivas Federaciones de la USO están afiliadas a la FITIM (Federación Internacional de Trabajadores del Metal, que engloba a 11 millones de metalúrgicos en todo el mundo), a la UITA (Unión Internacional de Trabajadores de Alimentación), a la ICF (Federación Internacional de Trabajadores de las Industrias Químicas). Asimismo, la Federación del Metal de la USO pertenece a la FEM (Federación Europea de Metalúrgicos).
Esta coordinación internacional ha contribuido poderosamente a la eficacia de muchas luchas, como la huelga de los trabajadores de la SEDA en Barcelona, en que se realizó una gran campaña de solidaridad entre los trabajadores de la misma empresa en Holanda; de igual forma, la solidaridad desatada en torno a la huelga de la Bazán, en que la FITIM hizo una llamada a no descargar barcos españoles en todo el mundo. Otro caso efectivo fue la huelga de Michelin, con acciones solidarias en Francia, Alemania, etc., y lo mismo habría que decir de la SEAT, Hispano Olivetti, Robert Bosch, General Eléctrica, etc., etc.
La USO ha multiplicado también los contactos bilaterales con las organizaciones sindicales de diversos países, como la CFDT en Francia, la UIL, la CISL y FLM en Italia, con sindicatos yugoslavos, suecos, belgas, ingleses, etc., de cara al establecimiento de una política internacional que supere los límites y divisiones del sindicalismo internacional actual.
La USO tiene solicitada su afiliación a la CES (Confederación Europea de Sindicatos) y es miembro obrero de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), junto con CCOO, UGT y STV.

4 de enero de 2013

El Congreso de la Internacional de Basilea en 1869

La historiografía oficial ha mostrado a la Primera Internacional como resultado de la iniciativa y dirección de Marx y Engels y ha reducido la presencia de los anarquistas a una operación de infiltración ajena a los obreros internacionalistas de la primera hora, al mismo tiempo que ha minusvalorado, cuando no ha silenciado, la presencia de otras corrientes ideológicas entre los fundadores y defensores de la Internacional obrera. Sin embargo, como casi siempre, la realidad es más compleja que las interesadas simplificaciones de la historiografía marxista. Recogemos aquí el último capítulo del libro La Internacional de los Trabajadores (desde su fundación hasta el Congreso de Basilea) del anarquista James Guillaume, que conoció los hechos de primera mano por participar tan activa como decididamente en los conflictos sociales de su tiempo. Reproducimos la traducción que se publicó en una edición que salió en La Habana en octubre de 1946, homenaje a los anarquistas cubanos que continuaron la lucha de los trabajadores por su emancipación de toda tiranía.
Sucesos revolucionarios de Barcelona, 1869, La Ilustración de Madrid, 27 de abril de 1870
 
V.- GRANDES PROGRESOS DE LA INTERNACIONAL. CUARTO CONGRESO. BASILEA (SEPTIEMBRE 1869)
Los miembros de la segunda Comisión de París que entraron a cumplir condena en la prisión de Saint-Pélagie el 15 de Julio de 1868, salieron de ella el 15 de Octubre. Uno de ellos, Malon, poco tiempo después dio un viaje a Suiza y durante este viaje ingresó como miembro de una sociedad secreta fundada en 1864 por Bakounine y algunos amigos, sociedad llamada Fraternidad Internacional, de la que formaban parte en Francia, Elías y Elíseo Reclus, Arístides Rey y Alfredo Naquet.
Esta participación de Malon en esta sociedad secreta duró poco tiempo, pues la asociación se disolvió en Febrero de 1869 de resultas de un conflicto entre algunos de sus miembros. Una nueva organización secreta fue fundada inmediatamente por los primeros fundadores de la sociedad disuelta, Bakounine, Fanelli y
Friscia; los hermanos Reclus no formaron parte de ella, ni Perron, Joubovsky y Mroczkowsky, que habían pertenecido a la Fraternidad, pero en cambio James Guillaume, Schwitzguébel, Varlin, Keller, Robin, Palix, Sentiñón y Farga Pellicer fueron miembros durante el año 1869.
El hogar de propaganda creado en París en 1865 en la calle de Gravilliers ya no existía, pero el trabajo de difusión de las ideas, por un lado, y el de la organización obrera, por otro, no cesaba e iba en aumento. En el seno de sociedades de resistencia, organizadores como Varlin, Theisz, Pindy, Camelinat, Murat, utilizaban la mayor parte de su silenciosa actividad y la propaganda de las ideas se hacía ahora en las reuniones públicas con un éxito que asombraba hasta a los mismos iniciadores. Varlin, Combault, Bourdon y Malon aceptaron colaborar en un periódico semanal que se fundó en Ginebra en 1868, L'Egalité, órgano de la federación de las secciones suizo-francesas de la Internacional. Bakounine, Perrón, J. Guillaume, fueron los principales redactores y también colaboraron en él De Paepe, Eccarius, Becker y más adelante, Robin. En una de las primeras correspondencias enviadas al periódico desde París, Combault hablaba del movimiento de las reuniones públicas y repitiendo la frase dicha en una de esas reuniones, declaraba que "la Asociación Internacional de Trabajadores nunca había funcionado tan bien en Francia, como después de su disolución".
Entre otras pruebas de su decir citaba el hecho de que habiendo estallado en Basilea una huelga en Noviembre de 1868, había bastado que un miembro de la Internacional, Heligon, hubiera hablado de la huelga en una reunión pública, para que todos los oradores tuviesen a honor narrar los sucesos de Basilea en todas las reuniones, lo que originaba colectas y suscripciones a favor de los huelguistas. "La disolución del Bureau de París, agregaba Combault, ha tenido por resultado, al dispersar un grupo de afiliados regulares compuesto de algunos centenares de miembros, el que se hayan adherido en principios
y de hecho, aunque Irregularmente, todo lo que piensa y obra entre la población trabajadora de París".
Como la osadía de los oradores iba en aumento, el Gobierno se intranquilizó, y se intentaron procesos contra algunos de los más violentos. En la misma correspondencia de que hemos hablado, Combault escribía: "Las persecuciones se multiplican, las condenas cada vez son más fuertes; tres y seis meses de prisión es la pena ordinaria que se aplica a los oradores. Nuestro amigo Briosne, uno de los oradores más capaz y más estimado, acaba de ser condenado a un año".
En otra correspondencia de París en el mismo periódico (número del 3 de Abril), probablemente escrita por Varlin, leemos: "Los ocho meses seguidos de discusiones en las reuniones públicas han hecho ver que la mayoría de los obreros reformadores es comunista. La palabra comunismo levanta tanto odio en el campo de los conservadores como en las vísperas de las jornadas de Junio. Bonapartistas, Orleanistas, clericales y liberales se unen para protestar con indignación... La gran mayoría de los oradores de las reuniones públicas, son reducidos a prisión sobre todo los que proclaman el comunismo".
En 1869 debía verificarse la renovación del Cuerpo legislativo y París se preparaba para las elecciones. No es nuestro intento trazar aquí la historia de la lucha electoral. Es sabido que, en Noviembre de 1868 el proceso intentado contra algunos periódicos que habían abierto una suscripción para elevar un monumento al representante Baudin, hizo que el nombre del Gambetta saliera de la obscuridad, y la opinión lo designó en seguida como el candidato por excelencia de las reivindicaciones democráticas; a su lado Rochefort, Emilio Ollivier y el viejo Raspali, fueron los candidatos favoritos del pueblo. En una correspondencia enviada a L'Egalité de Ginebra, Varlin explicaba la actitud que tomaron los socialistas parisienses en la lucha electoral, de este modo: "El partido socialista no ha presentado candidato en las elecciones generales, pero los oradores socialistas han comprometido a los candidatos radicales a que defiendan los intereses del pueblo". "Las elecciones se verificaron los días 23 y 24 de Mayo; noventa y dos opositores al Imperio fueron elegidos: Gambetta, en París y en Marsella, Bancel, en París y Lyon, y Rochefort fracasó".
En la clase obrera las reivindicaciones se expresaban por medio de huelgas, las de Ginebra (Marzo-Abril). Lausana (Mayo) y las de Bélgica (Abril), tuvieron gran resonancia en toda la nación francesa. En Junio los mineros de Saint-Etienne, de Rive-de-Gier y de Firminy se declararon en huelga; el día 17 hubo una colisión sangrienta entre la tropa y la multitud exasperada que dio lugar a un buen número de muertos y heridos.
Esta matanza impresionó profundamente a la opinión y avivó los odios contra el Gobierno imperial. En Julio las obreras de la industria de la seda de Lyon también se declararon en huelga en número de 8.000; su enérgica actitud y los socorros que le llegaron de todas partes, obligaron a capitular a los patronos.
El Congreso general de la Internacional debía verificarse en Basilea en el mes de Septiembre. Las sentencias de los tribunales no habían disuelto más que el Bureau de París; las secciones de provincias, por una falta de lógica que demuestra la incoherencia de los magistrados bonapartistas, no habían sido perseguidas, y, además, el derecho de ser individualmente miembros de la Internacional no había sido negado a los que se afiliaban directamente en Londres, o por medio de un corresponsal del Consejo general residente en París.
La sociedad de encuadernadores y encuadernadoras de París se había constituido públicamente en sección de la Internacional y no había sido perseguida. En Mayo de 1869, un manifiesto firmado por su presidente Varlin, compromete a las otras sociedades obreras de París a ser representadas en el Congreso de Basilea.
Además, varias sociedades obreras parisienses deseaban constituirse en un grupo de sindicatos, en una cámara federal de las sociedades obreras. Al efecto se elaboró un proyecto; este proyecto lleva la fecha del 3i de Marzo de 1869 y está firmado por Drouchon, mecánico, Solideau, impresor; y Theisz, cincelador. Presentado el proyecto de 3 de Marzo en una reunión de delegados de los diversos grupos corporativos, fue aprobado. Una segunda reunión tuvo lugar el 20 de Mayo, pero después de esta fecha la autoridad prohibió toda reunión, Los delegados de treinta sociedades obreras dirigieron al prefecto de policía, el 16 de Julio, una carta pidiendo explicaciones; el prefecto no respondió y entonces, el 23 de Julio, escribieron al Ministro del Interior, lo que tampoco tuvo resultado, En vista de esto, hacia fines del mes de Agosto las sociedades obreras lanzaron un manifiesto enérgico. Este manifiesto decía: "Vivir bajo esta tutela es indigno de nosotros. No podemos sufrir por más tiempo esta situación, así es que, convencidos que nadie puede limitar el círculo de nuestros estudios y de nuestra acción, nosotros, delegados de las sociedades obreras de París pedimos, como un derecho primordial, inalienable, el derecho de reunión y de asociación sin restricción alguna, y nos declaramos resueltos a proseguir por todos los medios a nuestro alcance, la discusión del proyecto de los estatutos de nuestra federación".
El Congreso de Basilea se celebro desde el domingo 5 de Septiembre de 1869 hasta el domingo 12 del mismo mes y año. Doce sociedades obreras de París fueron representadas que fueron las siguientes: la sección de los obreros encuadernadores: delegado, Varlin, encuadernador; los obreros en bronce: delegado, Landrin; la Sociedad de resistencia de la joyería: delegado, Durand, joyero; la Sociedad de resistencia de los hojalateros: delegado, Roussel, hojalatero; la Cámara sindical de los marmolistas: delegado, Flahaut; la Cámara sindical de los mecánicos: delegado, Murat; la Cámara sindical de los carpinteros: delegado, Pindy; la sociedad de resistencia de los impresores litógrafos: delegado, Franquin; la Cámara sindical de los torneros en metal: delegado, J.A. Langlois; la Cámara sindical y profesional de los zapateros: delegado, Dereure; la Asociación “Libertad de los carpinteros”: delegado, Fruneau; y los obreros marmolistas: delegado, Tartaret. Además, Mollin fue como delegado del círculo parisién de los proletarios positivistas y Chemalé de los afiliados parisienses de la Internacional.
Las provincias enviaron trece delegados: Dosbourg, Aubry, Creusot, Piéton, Borseau, Outhier, Richard, Palix, Bakounine, Monier, Foureau, Tolain y Boudet. De Alemania, llegaron siete delegados, entre ellos Rittinghausen y W. Liebknecht, a los que hay que agregar Becker, Goegg, Janasch, Greulich y Hess. Bélgica estuvo representada por Brismée, Hins, De Paepe, Bastin y Robin; la Suiza francesa envió once delegados, entre ellos Heng, Brosset, J. Guillaume, Schwitzguebel y Fritz Robert; la Suiza alemana envió también once y Austria, dos (Neumayer y Overwinder); de Italia fue un solo enviado, Caporusso; de España, dos: el tipógrafo Farga Pellicer y el médico Sentiñón, y los Estados Unidos mandaron a Cameron, delegado de la National Labour Union. El Consejo General de Londres estuvo representado por seis de sus miembros: Applegarth, Lucraft, Cowell Stepny, Eccarius, Lessner y Jung, que presidió el Congreso.
Sobre la cuestión de la propiedad territorial, el Congreso aprobó por 54 votos contra 4 que “la sociedad tiene el derecho de abolir la propiedad individual del suelo, que debe pertenecer a la comunidad”. Cinco delegados de París, Varlin, Flahaut, Franquin, Dereure y Tartaret, votaron que sí, y cuatro que no, siendo estos Tolain, Pindy, Chemalé y Fruneau; los otros seis delegados se abstuvieron de votar.
Sobre la abolición de la herencia, treinta y dos votos se pronunciaron de conformidad con la proposición de la Comisión, que decía: "el derecho de herencia debe ser completa y radicalmente abolido", Dos delegados de París, Varlin y Dereure votaron sí, siete votaron no (Tartaret, Tolain. Pindy, Chemalé, Frúmeau, Murat y Langlois), los seis restantes se abstuvieron, Solamente 19 votos obtuvo la proposición del Consejo General redactada por Marx. Esta proposición contenía simplemente la indicación de medidas transitorias como la extensión del impuesto sobre sucesiones y limitación del derecho de testar. Todos los delegados de París votaron en contra de esta proposición con excepción de cuatro, que se abstuvieron
La cuestión de la herencia había sido incluida en la orden del día del Congreso a petición del Comité federal de Ginebra, y Marx había visto en esto el resultado de una intriga de Bakounine. El 27 de Julio de 1869 Marx dice a Engels: "Este ruso, está claro, quiere convertirse en el dictador del movimiento europeo. Que ande con cuidado que si no será excomulgado oficialmente". Y Engels responde: "El gordo Bakounine está detrás de todo, esto es evidente. Si este maldito ruso piensa realmente, con sus intrigas, ponerse a la cabeza del movimiento obrero, debemos evitar que pueda hacer daño". En la Comumication confidentieile (Confidentielle Mittheilung) del 29 Marzo de 1870 Marx dice que si el Consejo general consintió en incluir la cuestión de la herencia en la orden del día del Congreso "se hizo para poder asestar a Bakounine un golpe decisivo". Habiendo recaído el golpe contra Marx (puesto que su contra-proposición no obtuvo más que diez y nueve votos), se comprende su furia. Después del voto, Eccarius que estaba en el secreto dejó escapar esta exclamación: "Marx quedará muy descontento". Esta frase ha sido conservada por Bakounine que la oyó personalmente.
Los delegados de Zurich, Bürkly y Greulich, habían propuesto la inscripción en el programa del Congreso de una cuestión que no figuraba en él; la de la legislación directa por el pueblo, y hasta quisieron colocarla a la cabeza de la orden del día. Estos delegados estuvieron apoyados por los alemanes Goegg, Rittinghausen, Liebknecht y combatidos por Robín, Schwitzguébel, Bakounine, Fritz Robert, Hins, Murat, Dereure. El Congreso decidió que la cuestión se discutiría después que se agotara la orden del día, si había tiempo (que no lo hubo).
El debate sobre las sociedades de resistencia fue lo que mejor puso de relieve la concepción federalista y anti-estatista de la mayor parte de los obreros francés, suizo-romandos, belgas, españoles, italianos, en frente de la cual se levantaba la idea estatista de los socialistas-demócratas alemanes, suizos e ingleses.
Sin embargo, sin detenerse a deliberar sobre teorías relativas a la sociedad futura, los delegados comprobaron, en la resolución votada, que el Congreso con unanimidad reconocía la necesidad de las sociedades de resistencia, así como la de su federación
y la utilidad de crear entre ellos un lazo entre las naciones por medio del Consejo General de la Internacional. El Congreso de Basilea hizo comprender a la Europa que la Internacional no era una simple sociedad de estudios limitada a discutir académicamente cuestiones de vaga filantropía, sino que era la organización de combate por la cual el proletariado iba a marchar a su emancipación. Fribourg en el libro que escribió en 1871 en el que ha querido justificar su defección y la de una parte de sus amigos, ha pretendido que después del Congreso de Basilea "era evidente para todos que Karl Marx, el comunista alemán, Bakounine, el bárbaro ruso, y Blanqui, el autoritario, formaban el triunvirato omnipotente, resultando que la Internacional de los fundadores franceses estaba muerta y bien muerta". Pero esto no era así: la Internacional parisién había tenido otros fundadores que no fueron hombres como Tolain y Fribourg, los cuales eran extraños al verdadero socialismo; ella podía citar otros militantes como Varlin, Pindy, Langevin, Avrial, Landrin, Theisz, Delacour, Duval y los obreros de París iban a mostrar al mundo al año siguiente su completa capacidad.
El Congreso decidió a propuesta de los delegados parisienses que el próximo Congreso de la Internacional se verificaría en París el primer lunes del mes de Septiembre de 1870. Este acuerdo se tomó a la unanimidad y era como una especie de desafío a Napoleón III. El primer lunes del mes de Septiembre era el día 5: la República había sido proclamada la víspera.