Francisco Ferrer Guardia, pedagogo librepensador, masón y libertario, se ganó la antipatía general de la sociedad bienpensante catalana, y muy especialmente de los medios católicos, con la fundación en 1901 de la Escuela Moderna, un proyecto pedagógico innovador. Una inquina especial que estuvo a punto de costarle la vida a raíz del atentado de Mateo Morral, bibliotecario del centro educativo, contra el rey Alfonso XIII el día de su boda. Su inocencia le salvo de ser ajusticiado, como le sucedió a Morral, pero le convirtió en el enemigo público número uno de todos los poderes de España. La algarada de la Semana Trágica en Cataluña dio al gobierno una segunda oportunidad y, espoleado por la Iglesia Católica, sentenció a Ferrer a morir fusilado el 13 de octubre de 1909; seis días antes escribió esta carta en la que proclamaba públicamente su inocencia.
Cárcel Celular, Barcelona.
Señor director de El País. Madrid.
Muy señor mío y de mi aprecio:
Solamente ayer, después de 6 días de habérseme levantado la incomunicación, me ha sido permitido leer la prensa que venía reclamando desde el primer día, y al enterarme de las enormidades que se han impreso a mi referencia me apresuro a mandarle esta rectificación, suplicándole me haga el grandísimo favor de publicarla en su digno periódico.
Empezaré diciendo que no es cierto hubiese tomado yo parte alguna, ni como director ni como actor, en los últimos sucesos de la última semana de julio. Ningún cargo hay en los autos en contra mía.
Y no es que el juzgado haya estado ocioso durante todo ese tiempo en busca de pruebas de mi culpabilidad. Primeramente hizo interrogar a unos tres mil presos que según parece ha habido en toda Cataluña, preguntándoles si me conocían o si habían recibido dinero u órdenes mías; ninguno pudo contestar afirmativamente.
Luego se hizo una minuciosísima investigación en los pueblos de Mongat, Masnou y Premiá, donde se decía que yo lo había revuelto todo, preguntando a las autoridades, mayores contribuyentes y a cuantas personas pudieran estar en situación de poder ayudar a la justicia, sobre la participación que yo hubiese tomado en aquellos acontecimientos; porque se habla mucho de los actos de una partida armada, de tiroteos, de dinamita, de explosiones, de una tartana que andaba constantemente entre Mongat y Premiá y de unos biciclistas que continuamente llevaban las órdenes mías a los insurrectos. Todo el mundo afirmaba esto; pero nadie, ni una persona siquiera, ha podido declarar al juez haber visto la partida de hombres armados, la tartana, los biciclistas, ni oído los tiros ni las explosiones. Todos hablaban por haberlo oído decir.
No hallándose pues prueba en contra mía, mandó el juzgado practicar otro registro en mi casa de Mongat, a pesar de haber hecho ya dos anteriormente: uno el día 11 de agosto por una veintena de policías y guardias civiles, que duró unas doce horas, y otros dieciséis días después, e127, por seis policías que duró tres días y dos noches, ordenado, según confesión de uno de los policías, por más de 400 (cuatrocientos) telegramas del ministro y de cuyo registro habrá mucho que decir, pero esta vez el juez lo hizo practicar por dos señores oficiales y varios soldados del digno cuerpo de ingenieros, quienes, durante dos días, sondearon los muros de la casa y de sus dependencias, demoliendo cuanto les pareció conveniente para el objeto de su misión, levantando planos de la casa y de las minas de aguas exploradas, pero no encontrando, igual que en los anteriores registros, la prueba buscada.
No sabiendo ya el juzgado donde hallar esa dichosa prueba, tuvo la feliz ocurrencia de dirigirse al señor Ugarte, que había estado en Barcelona por orden del gobierno para hacer una información de los sucesos, suplicándole tuviera a bien informarle de cuanto pudiese ser útil a la justicia, y el fiscal del Tribunal Supremo (Ugarte) contestó, muy compungido, que si dijo a un periodista que Ferrer era el director de todo, no hizo otra cosa que hacerse eco de un rumor general en Barcelona; es decir que, como la gente de Premiá, lo había oído decir. Esta fue la última diligencia del juzgado.
¿Qué le parece a V., señor director? ¿Es esto serio ni digno de España? ¿Qué no se podrá decir ya de nosotros?
He de añadir vehemente protesta contra la conducta de la policía, que si en el proceso de hace tres años en Madrid se condujo de manera inadmisible llegando hasta falsificar documentos con afán de perjudicarme, esta vez ha hecho cosas todavía peores que se conocerán el día de la vista.
Protesto de que se me quitasen mis ropas todas vistiéndome con otras humillantes, caso nunca visto por los mismos empleados que lo efectuaron, mandándome así a presencia de los dos jueces de instrucción (he tenido dos) y ante el personal de la cárcel. La última vez que vi al juez reclamé en vano un traje de los que tengo en casa para el día de la vista a fin de presentarme dignamente ante el tribunal, rehusándoseme por estar embargados también mis vestidos. Ni un par de pañuelos de bolsillo pude obtener.
Otra protesta he de hacer todavía por haberme tenido durante el mes que duró la incomunicación, en un calabozo de los que llaman de riguroso castigo, el cual reúne tan malas condiciones higiénicas que, de no gozar yo de una salud a toda prueba y de no haber poseído una voluntad que se sobreponía a todas esas miserias humanas, no habría llegado con vida al final de mi incomunicación.
Por fin dirijo un ruego a todos los señores directores de periódicos, no tan sólo republicanos y liberales, sino a todos los que por encima de toda pasión política o religiosa, alberguen una recta conciencia de justicia, suplicándoles la reproducción de esta rectificación y protestas, para con ello desvanecer algo la mala atmósfera que sin razón se ha hecho en mi contra y facilitar así la tarea de mi defensor ante los jueces que muy pronto me han de juzgar.
Mil gracias anticipadas para V., señor director, y a cuantos se sirvan atender mi ruego, siendo de todos, s. s.
F. Ferrer
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