Nicolás María Rivero, diputado en las Cortes Constituyentes de 1854 (Archivo La Alcarria Obrera)
En 1854 la corrupción de la clase política, y de la propia Familia Real, provocó el descontento de algunos destacados militares moderados, encabezados por el general Leopoldo O´Donell, que se pronunciaron en demanda de un cambio de gobierno. La debilidad de sus apoyos les obligó a aliarse con los progresistas, liderados por el general Baldomero Espartero, que colaboraron decisivamente para derribar el gobierno del general Ramón María de Narváez. Terminaba la Década Moderada y comenzaba el Bienio Progresista (1854-1856), que supuso la vuelta al poder de la tendencia más decidida del liberalismo y abrió una nueva etapa de reorganización de la clase obrera, abortada dos años más tarde por las maniobras de Isabel II. El 29 de diciembre de 1855, los trabajadores enviaron a las Cortes constituyentes sus demandas, con el respaldo de miles de firmas; su grito, como en 1841, seguía siendo "¡Asociación o muerte!".
Señores diputados de las Cortes constituyentes:
Hace años que nuestra clase va caminando hacia su ruina. Los salarios menguan. El precio de los comestibles y el de las habitaciones es más alto. Las crisis industriales se suceden. Hemos de reducir de día en día el círculo de nuestras necesidades, mandar al taller a nuestras esposas, con perjuicio de la educación de nuestros hijos; sacrificar a estos mismos hijos a un trabajo prematuro.
Es ya gravísimo el mal, urge el remedio y lo esperamos de vosotros. No pretendemos que ataquéis la libertad del individuo, porque es sagrada e inviolable; ni que matéis la concurrencia, porque es la vida de las artes; ni que carguéis sobre el Estado la obligación de socorrernos, porque conocemos los apuros del Tesoro. Os pedimos únicamente el libre ejercicio de un derecho: el derecho de asociarnos.
Hoy se nos concede solo para favorecernos en los casos de enfermedad o falta de trabajo; concédasenos en adelante para oponernos a las desmedidas exigencias de los dueños de talleres, establecer de acuerdo con ellos tarifas de salarios, procurarnos los artículos de primera necesidad a bajo precio, organizar la enseñanza profesional y fomentar el desarrollo de nuestra inteligencia y atender a todos nuestros intereses.
Desaparecerá entonces esa ruinosa concurrencia entre nosotros mismos, hija sólo del hambre. El empresario participará de los quebrantos a que nos condenan los sucesos y la fatalidad de las leyes económicas. No se apelará a la baja de los salarios, sino después de haber apurado cuantos medios existan para abaratar los productos y vencer en las luchas industriales. Se sostendrá, por una parte, el precio de la mano de obra y se facilitará, por otra, en los gastos de subsistencia, una considerable economía. La enseñanza vendrá a destruir los efectos subversivos de la división del trabajo. La solidaridad entre los asociados y las asociaciones templará los desastrosos resultados de las crisis. Se evitará abusos. Cesarán los conflictos.
Se teme que los asociados hemos de promover desórdenes, mas infundadamente. Los artesanos franceses lo estuvieron casi todos durante los últimos años del reinado de Luis Felipe y ni un solo día turbaron la paz del reino. Tampoco los operarios de Cataluña, mientras la autoridad no se mostró hostil a sus numerosas sociedades. Pero si llegamos a interrumpirla, ¿no están además los gobiernos? Destinados a hacer respetar los derechos de todos, extiendan enhorabuena sobre nuestras cabezas la hoja de la espada. Sus fuerzas serán siempre superiores a las nuestras.
Mas, ¿a qué hablar de fuerzas? Ante la nueva potencia de las asociaciones jornaleras, el dueño del taller no tarda en renunciar a sus exageradas pretensiones. Transige y se realiza la armonía entre el capital y el trabajo.
Clama ahora el capital porque se nos niegue la facultad que pedimos, pero sin justicia. Asociándose es como ha precipitado la ruina de la pequeña industria y acelerado la nuestra. ¿Es equitativo que él sólo disfrute de este beneficio? Ya que aún a los ojos de la ley hayamos de estar en lucha, debemos disponer de iguales armas. Nuestra libertad no queda, a buen seguro, violada porque otros la ejerzan; no porque nos asociemos lo ha de quedar la suya.
Ni la suya ni la de nadie. Deseamos la asociación y aspiramos a generalizarla, pero no por la violencia. Libre ha de ser en ella la entrada, libre la salida, obligatorios sus acuerdos sólo para sus individuos; pasiva su resistencia; puramente moral su acción sobre los capitalistas, que estos accedan o no a las resoluciones de la asociación, nos creemos siempre en el deber de respetar su derecho. Nos calumnian los que nos acusan de espíritu de opresión y exclusivismo. Ni la consideración de la servidumbre en que vivimos puede excitar en nosotros tan bastardos sentimientos.
Nuestros dolores son, indudablemente, grandes. No sólo no podemos cubrir nuestras primeras atenciones; trabajamos más de lo que consienten nuestras fuerzas y nuestra salud se altera; somos objeto de groseros insultos, y a pesar de sentir vivamente lastimado nuestro orgullo, hemos de devorarlos en silencio. Otros, con ser menos penosa su carga y menos útiles, piden protección, condecoraciones, privilegios; nosotros sólo la universalización de un derecho o, por mejor decir, la sanción de una libertad que está en nosotros. Véase hasta donde llegan nuestras exigencias. ¡Ojalá sean, cuando menos, entendidas!
Vosotros, señores diputados, habéis sido llamados tras una revolución sangrienta a constituir el país sobre nuevas y seguras bases. Hasta que todos los intereses hoy en pugna no estén en armonía, no podéis dar vuestra misión por terminada. Los nuestros y los de los dueños de taller, bien lo sabéis, se hallan en constante guerra. ¡Pacificadlos! Y pues sólo la libertad es vuestro caduceo, proclamadla en todo y para todos. No la temáis, porque en ella está el orden. No la limitéis, porque ella misma se limita. No impidáis su desarrollo bajo ninguna de sus fases, porque es la fusión en una de todas estas formas, como la luz es la fusión en uno de todos los colores.
Hasta ahora no habéis consignado la de asociación en nuestro futuro código. Apresuraos a consignarla. Dadnos siquiera a nosotros, privados casi de todos los derechos políticos, este arma de combate. Os la pedimos en nombre de nuestra libertad ultrajada, de nuestras mujeres, arrebatadas del hogar doméstico por una necesidad impía, de nuestros hijos que gimen ya como nosotros bajo el peso de la ignorancia, el trabajo y la miseria. Es esta nuestra última solicitud y nuestra última esperanza.
1 comentario:
¡Hola!Enhorabuena por el blog y ante todo gracias por haberme servido de ayuda en el comentario de este texto pues precisaba de algunas fuentes. Encantada de haberme pasado por aquí
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